lunes, 1 de noviembre de 2010

La desdichada (Pablo Neruda)

La dejé en la puerta esperando
y me fui para no volver.
.
No supo que no volvería.
.
Pasó un perro, pasó una monja,
pasó una semana y pasó un año.
.
Las lluvias borraron mis pasos
y creció el pasto en la calle,
y uno tras otro como piedras,
como lentas piedras,
los años
cayeron sobre su cabeza.
.
Entonces la guerra llegó,
llegó como un volcán sangriento.
Murieron los niños en las casas.
Y aquella mujer no moría.
.
Se incendió toda la pradera.
Los dulces dioses amarillos
que hace mil años meditaban
salieron del templo en pedazos.
No pudieron seguir soñando
.
Las casas frescas y el verandah
en que dormí sobre una hamaca,
las plantas rosadas, las hojas
con formas de manos gigantes,
las chimeneas, las marimbas,
todo fue molido y quemado.
.
En donde estuvo la ciudad
quedaron casas cenicientas,
hierros torcidos, infernales
cabelleras de estatuas muertas
y una negra mancha de sangre.
.
Y aquella mujer esperando.
La dejé en la puerta esperando
y me fui para no volver.
.
No supo que no volvería.
.
Pasó un perro, pasó una monja,
pasó una semana y pasó un año.
.
Las lluvias borraron mis pasos
y creció el pasto en la calle,
y uno tras otro como piedras,
como lentas piedras,
los años
cayeron sobre su cabeza.
.
Entonces la guerra llegó,
llegó como un volcán sangriento.
Murieron los niños en las casas.
Y aquella mujer no moría.
.
Se incendió toda la pradera.
Los dulces dioses amarillos
que hace mil años meditaban
salieron del templo en pedazos.
No pudieron seguir soñando
.
Las casas frescas y el verandah
en que dormí sobre una hamaca,
las plantas rosadas, las hojas
con formas de manos gigantes,
las chimeneas, las marimbas,
todo fue molido y quemado.
.
En donde estuvo la ciudad
quedaron casas cenicientas,
hierros torcidos, infernales
cabelleras de estatuas muertas
y una negra mancha de sangre.
.
Y aquella mujer esperando.
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