Mi amigo, mi asombro, mi compañero,
quién pudiera decirte estas grandezas,
que yo no hablo del mar, y el cielo es nada
si en los ojos me cabe.
Basta la tierra donde se termina el camino,
la figura del cuerpo es la escala del mundo.
Miro cansado las manos, mi trabajo,
y sé, si puede un hombre saber tanto,
las veredas más hondas de la palabra
y del espacio mayor que, tras ella,
ocupan las tierras del alma.
También sé de la luz y la memoria,
del desafío de los ríos de la sangre
más allá de fronteras, diferencias.
Y el ardor de las piedras, la dura combustión
de cuerpos golpeados como sílex,
y las grutas del miedo, donde sombras
de peces irreales atraviesan las puertas
de la última razón que se agazapa
tras la niebla confusa del discurso.
Y después el silencio, y la gravedad
de las estatuas yacentes, reposando,
mas no muertas, ni heladas, devueltas
y vida inesperada, descubierta.
Y después, verticales, llamaradas
prendidas en las frentes, como espadas,
y los cuerpos alzados, manos presas,
los ojos que se funden un instante
en lágrima común. Así fue como el caos
despacio se ordenó entre las estrellas.
Eran éstas las grandezas que decía
o diría mi asombro, si decirlas
ya no fuese este canto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario