Y los niños crecen con ojos profundos
que nada saben, crecen y mueren,
y todos los hombres van por esos caminos.
Y dulces frutos brotan de los ásperos
y caen de noche como pájaros muertos
y se quedan unos pocos días y luego se pudren.
Y siempre sopla el viento, y siempre otra vez
oímos y hablamos muchas palabras
y rastreamos lujuria y cansancio en las partes del cuerpo.
Y las calles corren entre la hierba, y los lugares
están ahí y allá, llenos de antorchas, árboles, estanques,
y amenazadores y adheridos de muerte, se secan…
¿Para qué están construidos? ¿Y nunca iguales
unos a otros? ¿Y muchos en número?
¿Qué cambia risas, llantos y rostros pálidos?
¿Qué nos aprovecha todo eso y esos juegos,
pues estamos ya grandes y eternamente solos
y jamás vagamos buscando ninguna meta?
¿Qué aprovecha haber visto tanto tan semejante?
y sin embargo, lo mucho dice, la “noche” dice
una palabra, de la que fluye sentido profundo y luto
como dura miel de panales huecos.
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