Yo bien quisiera, como hicieron los grandes poetas,
una vez en los claros y descansados silencios
de la luz más alta de la belleza pura reposar
y con compañeros rodear la palmera.
Sólo sé que no soy el único
que con gestos risueños diseña
brillantes coronas cuando duerme
y cuyos sueños favoritos llegan a ser cantos.
Soy sólo uno que a veces desde lo lejos
toca extrañado un espíritu de luz,
que se asusta cuando un cercano mar
hace presente la eterna belleza,
que muchas veces escucha con asombro cantos
que se deslizan sin querer de sus labios
y ninguno de ellos le pertenece
y sin embargo le causan felicidad.
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