Fragmentos,
desechos del alma,
coágulos del siglo veinte.
Cicatrices: alterada circulación de la creación temprana;
las religiones históricas de cinco siglos, destruidas;
la ciencia: fisuras en el Partenón,
Planck, de nuevo perturbado, tropezó en su teoría de
los quantas con Kepler y Kierkegaard.
Pero hubo anocheceres que se perdieron en los colores
del Dios Padre, más sueltos, bullendo largamente,
irrevocables en su silencio,
en su chorreante azul,
color de los introvertidos.
Entonces uno se concentraba,
las manos apoyadas sobre la rodilla,
rústica, sencillamente,
y entregado a un tranquilo trago
mientras sonaban las armónicas de los peones.
Y otros,
acosados por convulsiones interiores,
impulsos hacia lo abovedado,
estilos de arquitectura comprimida
o partidas de caza en pos del amor.
Crisis de expresión y ataques de erotismo:
esto es el hombre de hoy.
El interior, un vacío,
la continuidad de la persona
es conservada por los trajes
que si son de buen material duran diez años.
El resto, fragmentos,
sonidos a medias,
frases de melodías desde las casas vecinas,
negro spirituals
o Ave Marías.
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