No es fácil precisar si en la yema se concentraron los versos melódicos de siete y cinco sílabas de
las cuecas y las seguidillas chilenitas; y en la clara, la expansiva nostalgia de Vallejo, los callejones
de Trilce sin salida. La poética de Omar Lara (Nueva Imperial, 1941) es el cigoto: la vida probable,
la contingencia.
Todo poema breve quiere abrazar la contingencia, el infinito que suscitan palabras, cromosomas y
conjuntos que se encuentran. Entre sílabas, un mundo: de encallada a encanallada; entre versos,
un tiempo de imposibles posibilidades: “Puedes amarme y todo nos separa / Puede que sí / Puede
que no; entre lenguaje y silencio: …adivinamos el porvenir / encontramos una aguja en un pajar / y
la perdemos / oh dios.”
Un yo herido, huérfano, que en la síntesis hace sus lazos consanguíneos y para ellos provee un
tiempo de expansión y simultaneidad, donde un recuerdo indeleble de la infancia convive en la
nébula, apremiante e imprecisa del exilio. Un tiempo de agar y suspensión para que cuajen amores
posibles o no, la amistad de los caídos, la vida interior sin pasaporte.
Fernando Alegría, crítico de la obra de Lara, lo destaca como “maestro del boomerang, arte de
pueblos fronterizos y civilizaciones de archipiélago”. Así lanza su juego en el poema “Toque de
queda”: “Quédate / le dije / y / la toqué”; o en los versos que dan fin a “Lectura”: “Todo tiene su
nada / La luz que hace tu rostro / la luz que hizo tu rostro.” Sonido y sentido combinados hasta en
las pequeñas hélices del código poético.
Si no hay sinonimia verdadera, tampoco fidelidad y simetría en la repetición (sea de un fonema, un
verbo, la persona enunciativa). “En el filo / en el fondo / o en la linde / me sostuve con ella, me
sostuvo”, el sonido percute y se despliega, recrea la realidad evasiva, es punto de fuga y puerta de
correspondencias. En “La imagen engañosa” la reiteración de un verso da una intención gráfica y
ostensiva para precisar la imagen: “Esta flecha que atraviesa el espacio / en un momento vuela
paralela / en un momento vuela paralela/ a los hilillos de la luz. / Esta flecha vuela y se revuelca /
de vuelta a la sombra que la impulsa. / Ahí se desvanece.” La repetición, medida y asimétrica,
quiere comprender y olvidar, dar permanencia y neutralizar; este recurso define los epigramas,
romances, sonetos y cuartetas de Omar Lara.
Para el poeta, librero y traductor “es muy difícil separar [su] yo biográfico total, [su] yo histórico y
social, de [su] yo poético.” Y afirma: “No me veo ejerciendo ni aun en mi niñez, una visión o
relación con las cosas del mundo que no sea una relación poética […], un modo ‘conmovido’ de
observar, muy cercano a la experiencia angustiosa de no entender nada y tal vez no querer
entender nada, por la demoledora voluptuosidad que implica.” La demoledora voluptuosidad de no
saber que Vallejo cifrara en “Los heraldos negros” (“Hay golpes en la vida tan fuertes… yo no sé”),
respira en la obra de Omar Lara, que piensa el rumor del mundo como si fuera sordo y recuerda no
a la amante, sino “aquel tiempo en que pudimos habernos amado / ese tiempo”. Su lenguaje
reticente, “inimitable”, sufre con nostalgia y amorosamente.
El destino del cigoto, su sitio familiar e íntimo está en el futuro, en Portocaliu, lugar no imaginario,
poético; reconocible por la armonía vocálica, las repercusiones semánticas, la rima cero, las hojas
de nalca, las serpientes coral, el río y una bienvenida —no por muchos consentida: “Herido como
estás de tu dolor tan cariñoso.”
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