Vuelvo silencioso del torneo,
llevo todos los nombres del triunfo.
Me inclino ante el balcón de las damas.
Pero ninguna me hace señas.
Canto yo al tono del arpa
que sube de profundos sonidos.
Todos los arpistas escuchan y callan,
pero las lindas mujeres huyen.
En mi emblema sobre campo negro
hay colgadas cien coronas,
el oro de cien victorias brilla.
Sólo la corona del amor falta.
Hacia mi ataúd llegarán
caballeros y cantores para cubrirlo
con laurel y pálido jazmín,
pero no lo adornará ninguna rosa.
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