Manejando sin rumbo a un horizonte
borroso, sentía la pesadez en mis hombros, el cansancio acumulado, la energía
pausada, el sueño escondido, viré mi rumbo, sólo niebla, sólo frío, ebria de
ausencia. Festejando y llorando como nunca, regodeándome del sufrimiento y
presumiéndolo ante mis fantasmas. Le grito a la cara y mi ausencia me devuelve
un silencio que se me clava en el estómago, había pasado días buscándome,
intentando hallar ese yo perpetuo que había vislumbrado años atrás, pero aún el
cuerpo me dolía y me faltaba vomitar el veneno que fui guardando a la espera de
que todo esto acabase.
Soy una maldita esclava y adicta al
dolor, que desgraciadamente se han adueñado de mi alma blindada por la
paciencia indómita y rezagada. Dolor y soledad se han adueñado de mí, siempre
están conmigo y de repente, se han convertido en las causantes de mis
insomnios, son las musas de mis poemas y cuentos, pero que poco a poco han ido
acabando con mi vida, llenando cada espacio, con su desagradable compañía,
dejándome sin aire, sin aliento, fastidiando mis sueños cuando logro dormir y
apartándome de aquellas esencias humanas, que añoran con ansias mi llegada.
Quisiera introducirme en el túnel de
su amparo, donde encuentre el “Rey Soledad” y apoderarme de él, desmantelarlo,
desmentirlo y desmaterializarlo, despojarlo de su entierro infinito, y aunque
el dolor se ría y se burle de mi argamasa, soy la mano que moldea la búsqueda
de esa conexión perdida entre lo profundo que convergen, en la inversa de todas
las cosas y en la inversa de toda emocionalidad profunda.
Aunque sé que ahora nada me puede ser
dado, conmigo creo que ha de morir la esperanza, incluso las imágenes de mis
últimos días, de mis momentos prosteros, que desaparecerán como jirones de
bruma en la mañana, ya que sólo quedan sombras. Cenizas de lo que fue una vida
extraordinaria.
En hombre ausente me he convertido, y
de vuelta tras la inmortalidad, frente a la muerte, al dolor y la soledad; al
lado de los lustros y el tiempo infinito que cae encima de mi carne vulnerable.
Te seguí. Fue difícil. Y fue magnífico. Fue tragicómico. Pero te rescate. Te
libere, mi alma ausente, mi sombra perpetua; te quedaste mirándome, casi como
si fuese una gran mentira...Y te seguí en la huida inmóvil hacía el silencio.
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