lunes, 23 de enero de 2012

Noche sin fortuna (Andrés Caicedo)



    Sentado en mi taburete yo contemplaba: Que
        Antígona había puesto los codos sobre los flaquitos
        flaquitos brazos de mi primo, las rodillas sobre sus
    muslos esmirriados, dejándolo, pues, inmovilizado. Empezó a frotarle
    las orejas hasta dejárselas rojas y luego se las arrancó a mordiscos.
    Siguió con la nariz, las encías, luego a lamerle la manzana de Adán,
    y él no protestaba casi, yo veía como sus ojos giraban por todo ese
    cuarto, cuadros de sus padres, fotos ampliadísimas de paseos y fincas,
    fusiles sin balas, yo sentado, asombrado, quieto, sintiendo como mis
    granos ebullían, contemplando como era devorado mi primo, y ella
    ni se movía casi, a no ser que su estómago bajara y subiera sobre él
    en la respiración agitada del que come con hambre.
            ¿Cuanto haría que ella no comía? ¿Qué pensaría mi primo, le
    abrí la puerta al primer visitante y me dejó entrar la muerte? Y no la
    muerte a secas señores, la muerte en esa forma. Luego ella empezó a
    susurrar las palabras más amorosas del mundo y bajó la mano y le bajó
    el cierre relámpago de su Blue-jean Levis y tenía el pipí parado! me
    levanté muerto de celos, patié esa mano que agarraba el miembro en
    forma de pepino, enorme para su edad.
            Mi primo soltó un berrido, ella me voltió a ver con carne blanca
    y pelos negros en la boca y me alejó con una especie de resoplido de
    ballena o de tigre y tiburón. "Está bien, está bien",pensé, y me senté
    de nuevo. Ahora el que hablaba era él.
            Decía que le lamiera primero el pecho y que después mordiera,
    ¿Así?", decía ella, y acto seguido mordía, y él "sí, así", y luego "más
    duro", y ella "¿más duro qué?", "la lamida, la lamida", decía él, claro,
    por que la mordida no podía ser, porque cada mordida era duro, debía
    doler terriblemente. Reloj en mano comprobé cuanto duró la cosa,
    hasta los huesos, hasta que ella no necesitó agazaparse sino reclinarse
    como en posición yoga y chupar los fémures, exquisitos, los cartílagos
    de codos y rodillas, le dio una chupada a cada bola de cada rodilla, no
    dejó una sola sobra, un solo desperdicio, operación limpísima, limpísimo
    el esqueleto de Mariátegui mientras yo sentía un río de agua hirviendo
    adentro y podía avergonzarme del olor que despedía mi piel toda, lista
    para ser comida, ella respiraba cada vez más espaciadamente y luego
    se echó sobre el esqueleto y reposó, y yo me paré del taburete inquieto,
    y te pregunté: "¨Y ahora yo? ¨Y yo qué?". Ella no me contestó: dormía. "Noche sin fortuna"


 
            Cae la tarde, la luna que vendrá a nosotros. Pasa de nuevo,
    mujer, porque me gustas. Te doy un pase para el cine club? un pase a
    mi corazón, te lo diría mejor así tengo una muralla de humo a mi
    alrededor, y nadie, nadie se equivoca con respecto a mí. Gracias a ti, Antígona, que me elegiste de sólo posar tu mirada en mí y me diste el entendimiento, la inmediata comprensión de que me habías elegido, y
    de que en ese acto se me iba, está bien, digamos, mi razón, mi orden,
    mi especial modo de ser con la disciplina que confunde a mis compañeros,
    a mis seres queridos, ya no más queridos si te quiero a ti y los comparo
    con ellos. Erraré por estas calles y te buscaré hasta encontrarte, hasta
    que sientas una vez más deseo de mí, deseo de la carne fresca que te
    consigo. "Tengo para ti muchachos rubios, de bolas infladas para que mordisquees y chupes y soples si te sientes asesina. Búscame y
    encuéntrame, te lo suplico. No me dejes más en este andén, sufriendo
    las burlas de mis conocidos, de la gente que me mira y tiene que
    comentar, tiene que contar e inventar canciones de la que llaman mi decadencia. Pero como va a ser decadencia si tengo un motivo tuyo
    entre mis cejas, entre mi árbol del pan, mi cinturón de Hermes,
    averiado y todo pero férreo en ti, si lo hubiera utilizado para amarrarte,
    para golpearte en la cara y azotarte en la espalda cada vez que me
    fallaras, cada vez que olvidaras darme la oportunidad de probarte que
    yo no te fallaré jamás, Eva primigenio, que me encontrarás en esta
    esquina a la hora que te dé la gana divina, la gana hermosa de venir a
    mí y estar bien, parar tu carrito Simca, abrir la puerta, tenderme la
    mano, reclamarme, ayudarme a parar, yo me desgonzaré y dejaré que
    me sobes la cabecita, porque me lo merezco, porque he esperado
    mucho y he sufrido, me sobarás la cabecita y me besarás el cuello, y
    me dirás las mil razones de tu necesidad de mí, me instruirás, me
    indicarás en la dirección que ahora quieres ir, la edad de las víctimas,
    se me da un pepino que sean en realidad los mejores amigos, en
    realidad, los mejores amigos míos. Ven, ven por mí.

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