miércoles, 25 de enero de 2012

El tiempo y los libros (José Antonio Garriga Vela)







Me atraen los mares, los desiertos, los lugares donde la vista se pierde en el horizonte. Sin embargo, mi casa no tiene ni un rincón vacío. Los libros cubren las estanterías y se amontonan alrededor y encima de los muebles. Ya sé que los podría comprimir en un artefacto del tamaño de media cuartilla, pero necesito verlos constantemente aunque sólo sea de soslayo. Mi lugar de trabajo es el comedor. Paso el día entre libros en lugar de personas. Miro el lomo de los libros como si fuera el perfil de los amigos. Una compañía tranquila, fiel y silenciosa. Miro a Carver, Coetzee, Cheever, Conrad, que están a la izquierda del sofá ordenados alfabéticamente por autores extranjeros, y su presencia me evoca momentos felices.


La relación que guardo con los libros es similar a la que mantengo con esos viejos amigos que sólo veo de vez en cuando pero que al volver a encontrarnos enseguida recuperamos la antigua complicidad. Me gusta pasear entre los libros. No podría encerrarlos en un sitio tan frío e impersonal como un “e-book”. Un libro electrónico no posee papel, ni perfume, ni notas escritas a mano ni entradas de cine ni billetes de viajes ocultos entre sus páginas. Un “e-book” sería como poner una foto del mar o del desierto delante de mi terraza. El paso del tiempo y la aventura de vivir que se reflejan en los libros no admiten decoraciones.


Pertenezco a otra época y a una clase de personas que necesitan a su lado la presencia de los objetos queridos. Creo que lo que no vemos lo acabamos olvidando. Trasladar mis libros a un “e-book” sería como recluirlos en una residencia que poco a poco iría dejando de visitar. El desierto está fuera, igual que los océanos y el cielo infinito; sin embargo su alma es como un libro cerrado que desea caer en manos de algún lector.


Ya sé que todo el saber del mundo cabe en esos aparatos electrónicos que ocupan una miseria, pero yo soy fetichista y necesito acariciar el objeto de deseo y sentir el tacto del papel. Amo los libros y me resulta hermoso el natural deterioro que va produciendo la edad. Mis libros tienen escrito en la primera página mi nombre y la fecha en la que nos conocimos. Los más viejos guardan impresa la letra del niño que fui. El tiempo y los libros. No sería capaz de abandonarlos. No renuncio a ninguno. Los miro y me sonríen. Existe entre nosotros una secreta complicidad.


He de confesar que me atormenta una pesadilla: tengo la sensación de que vivo encerrado en un mundo de papel y que fuera hay alguien que tiene la facultad de encenderme y apagarme como si yo fuera un “e-book”. Entonces me invade el inquietante temor de que ese ser, desalmado y poderoso, me desplace a cualquier rincón y me olvide para siempre.

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