lunes, 23 de enero de 2012

Angelitos Empantanados (Andrés Caicedo)



     "No sabemos a qué obedece tu presencia,
        pero estás allí, amor, totalmente desarraigada
        de lo que nos rodea. Estás allí sólo para que
        podamos amar, dispuesta nada más a que
        nuestros cuerpos pataleén enchuspados en el
    tuyo y se revuelquen por turno o a un mismo tiempo en tus entrañas
    dulces y jugosas. Y ya lo ves, estoy hablando de ti otra vez, sé que
    no se puede, que es imposible, pero no importa, me gusta inventar.
    Nada importa si total, hundimos la cabeza entre tus senos y chupamos
    tu pelo como si fuera apio. Adivinarnos lo que está sintiendo tu cuerpo
    cuando tus rodillas nos golpean, nos maltratan en su orden de que convirtamos todo lo que te pertenece en una bella masa líquida.
    Y vemos nuestras caras retratadas allí donde sabes que está la palabra felicidad escrita de la forma más desconocida. Yo le tomé una fotografía
    y al revelarla, no había más que un relampaguée manchoso. Ni siquiera
    una cámara fotográfica pudo llegar a recordarla. Ella metía la mano entre
    mis piernas y agarraba todo, y así dormía. Repetía que sólo nos tenía
    a nosotros, que fuera de nosotros no existía nada, porque juntos conjurábamos a la eternidad. Nos empujaba hasta el borde de la cama. Descolgaba las piernas y nosotros, apoyados sobre la pared,
    nos tirábamos de cabeza por el único camino que había en el mundo.
    Y nos dijo que se iba a ir, y la vieja Carmen que tocaba a la puerta,
    para que le apuraramos. Pero nosotros jamás saldremos".
     

            Quisiera tenerla aquí a mi lado para contarle que Ricaurte aún le
    chupa los dientes a su novia. Que Marta, la de William, fue atropellada
    por un carro fantasma. Le contaría también que el único que sintió de
    veras su partida fui yo, que tanto William como Ricaurte se van a estudiar ingeniería a los Estados Unidos, William con una beca, como si no hubiera pasado por acá nada. Le contaría también que Angelita viene a visitarme,
    que me coge la mano y me habla desde muy cerquita, me cuenta historias
    de niños, como si con eso me fuera a encontrar algún consuelo a su
    ausencia. La próxima vez le voy a decir que por favor se olvide, que
    por favor no vuelva. Ya no quiero seguir estudiando más, para qué,
    pedazo de cordero. Ahora sólo tengo tiempo para mirar a mi ventana,
    la que antes era de Abigaíl Smith, y que yo he convertido en una
    ventana con forma de aguja y forma de iglesia, iglesias como esas que
    salen pintadas en las enciclopedias. Y también tiene forma de aguja,
    de ojo de aguja. Y la cúspide de la iglesia y la punta de la aguja están sostenidas por seis barrotes largos, grises, en forma de lanza.Y mi mundo mide 3 x 1.76 metros. Y mi mundo posee 3 centímetros de cielo limpio,
    más allá de los árboles, más allá del edificio de 52 pisos que levantaron
    al otro lado del alambre de púas, y que me robó casi todo el cielo de mi mundo. Y en las noches no puedo ver la luna. Pero entre barrote y
    barrote veo la muerte de los árboles, los mangos que caen y se quedan,
    los policías, lo que hace el Río. Y los boleros de mi madre que me
    acompañan a la distancia. Y me la paso pensando en mis cosas.
    Recuerdo que el hombre tuvo que enterrar viva a su amada para
    extraerle los dientes que le habían negado toda paz; eso lo relató el mayordomo, que los dientes cayeron de la cajita transparente y rodaron
    por el suelo. Soy nave sin regreso, un amor en vano, un terco peliador
    de media noche. Yo guardo los 7 trocitos blancos que arranqué de sus
    encías. Tuve que botar el resto porque estaba lleno de caries.
    Raíces del cielo. Yo poseo una caja negra, pulida, redonda, en donde
    guardo las puntas de sus senos y bien conservado ese par suyo de ojos,
    y un poco de su pelo. Y ahora voy a comprar un equipo completísimo
    de aire acondicionado. Ven a visitarme. 

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