jueves, 5 de enero de 2012

HOMAGNO AUDAZ (José Martí)


 

Homagno audaz, de tanto haber vivido
Con el alma, que quema, se moría.— 
Por las còncavas sienes las canosas 
Lasas guedejas le colgaban: hinca 
Las silenciosas manos en los secos. 
Muslos: los labios, como ofensa augusta 
Al negro pueblo universal, horrible 
Pueblo infeliz y hediondo de los Midas,
Junta como quien niega: y en los claros 
Ojos de ansia y amor, que la vislumbre 
De la muerte feliz, arroba, brilla 
Como en selva nocturna hoguera blanca 
La mirada caudal de un Dios que muere 
Remordido de hormigas:
Suplicante

A sus llagados pies Jòveno hermoso 
Tiéndese y llora; y en los negros ojos 
Desolaciòn patética le brilla: 
No, no Homagno, ¡negras ropas visten 
Las mujeres de estos tiempos! —en que— 
Como hojas verdes en invierno, lucen:
Oh las mujeres, oh las necias, trajes 
De rosas sin olor: —jubòn rosado, 
Con trajes anchos de perlada seda:— 
En los [...............] el galano
Talle le ciñen: —oh dime, dime Homagno,
De este palacio de que sales; dime
Qué secreto conjuro la uva rompe
De las sabrosas mieles: di qué llave
Abre las puertas del placer profundo
Que fortalece y embalsama: dilo,
Oh noble Homagno, a Jòveno extranjero:—

La sublime piedad abriò los labios 
Del moribundo noble musitando:
La llave quieres, Jòveno, del mundo? 
La llave de la fuerza, la del goce 
Sereno y penetrante, la del hondo 
Valor que a mundos y a villas, 
Cual gigante amazona desafía;
La del escudo impenetrable, escudo 
Contra la tentadora humana Infamia! 
Yo ni de dioses ni de filtro tengo 
Fuerzas maravillosas: he vivido, 
Y la divinidad está en la vida!:
¡Mira si no la frente de los viejos!

Estréchame la mano: no, no esperes
A que yo te la tienda: ¡yo sabia
Antes tenderla, de mi hermoso modo
Que envolvía en sombra de amor el Universo!
Hoy, ya no puedo alzarla de la piedra
Donde me asiento: aunque el corazòn
Plumas nuevas se viste y tiende el ala:
¡No acaba el alma humana en este mundo! 
Ya, cual bucles de piedra, en mi mondado 
Cráneo cuelgan mis últimos cabellos;
Pero debajo no! debajo vibra 
Todo el fuego magnífico y sonoro 
Que mantiene la tierra!
Ven y toma 
Esta mano que ha visto mucha pena! 
Dicen que así verás lo que yo he visto. 
¡Aprieta bien, aprieta bien mi mano! 
Es bueno ir de la mano de los jòvenes!:
¡Así, de sombra a luz, crece la vida! 
¡Déjame divagar: la mente vaga 
Como las nubes, madres de la tierra!

Mozo, ven, pues: ase mi mano y mira:
Aquí están, a tus ojos, en hilera, 
Frías y dormidas como estatuas, todas 
Las que de amor el pecho te han movido:
¡Las llaves falsas, Jòveno, del cielo!
Una no más sencillamente lo abre
Como nuestro dominio: pero nota
Còmo estas barbas a la tierra llegan
Blancas y ensangrentadas, y aún no topo
Con la que me pudiera abrir el cielo.
En cambio, mira a mi redor: la tierra
Está amasada con las llaves rotas
Con que he probado a abrirlo: —y que éste es todo

El mundo dicen los bellacos luego! 
¡Viene después un cierto olor de rosa, 
Un trono en una nube, un vuelo vago, 
Y un aire y una sangre hecha de besos! 
¡Pompa de claridad la muerte miro!:
¡Palpa cuál, de pensarla, están calientes, 
Finos, como si fuesen a una boda, 
Ágiles como alas, y sedosos, 
Como la mocedad después del baño, 
Estos bucles de piedra! Gruñes, gruñes 
De estas cosas de viejo...
Ahí están todas 
las mujeres que amaste; llaves falsas 
Con que en vano echa el hombre a abrir el cielo. 
Por la magia sutil de mi experiencia 
Las miro como son: cáscaras todas, 
Esta de nácar, cual la Aurora brinda, 
Humo como la Aurora; ésta de bronce;
Marfil ésta; ésa ébano; y aquella 
De esos diestros barrillos italianos 
De diversos colores... ¡cuenta! Es fijo... 
¿Cuántos años cumpliste? Treinta? Es fijo 
Que has amado, y es poco, a más de ciento:
¡Se hacen muy fácilmente, y duran poco, 
Las estatuas de cieno! Gruñes, gruñes 
De estas cosas de viejo...
A ver qué tienen 
Las cáscaras por dentro! ¡Abajo, abajo 
Esa hermosa de nácar! ¡qué riqueza 
Viene al suelo de espalda y hombros finos! 
¡Parece una onda de òpalo cuajada! 
¡Sube un aroma que perfuma el viento,— 
Que me enciende la carne, que me anubla 
El juicio, a tanta costa trabajado!:
Pero vuélvela a diestra y a siniestra, 
A la luna y el sol: no hay nada adentro!

Y en la de bronce ¿qué hallas? ¡con que modo 
Loco y ardiente buscas!: aún humea 
Esa de bronce en restos: ¿qué has hallado 
Que con espanto tal la echas en tierra?:
¡Ah, lo que corre el duende negro: un cerdo!

Y ésa? ¡una uña! Y ¿ésa? ¡ay! una piedra 
Más dura que mis bucles: la más terrible 
Es esa de la piedra! Y ¿esta moza 
Toda de colorines? saca! saca! 
¡Esta por corazòn tiene un vasillo 
Hueco, forrado en láminas de modas! 
Esa? nada! Esa? nada! Esa? Una doble 
Dentadura, y manchado cada diente 
De una sangre distinta: ¡mata, mata! 
¡Mata con el talòn a esa culebra! 
Y ésa? Una hamaca! Y ¿ésa, pues, la última, 
La postrer de las cien, qué le has hallado 
Que le besas los pies, que la rehaces 
De prisa con tus manos, que la cubres 
Con sus mismos cabellos, que la amparas 
Con tu cuerpo, que te echas de rodillas? 
¿Qué tienes? ¿qué levantas en las manos 
Lentamente como una ofrenda al cielo? 
¿Entrañas de mujer? No en vano el cielo 
Con una luz tan suave se ilumina, 
¡Eso es arpa: eso es sol: [.........]!
¿De cien mujeres, una con entrañas?
¡Abrázala! arrebátala! con ella
Vive, que serás rey, doquier que vivas:

Cruza los bosques, que los lobos mismos 
Su presa te darán, y acatamiento:
Cruza los mares, y las olas lomo
Blando te prestarán; los hombres cruza
Que no te morderán, aunque te juro
Que lo que ven lo muerden, y si es bello 
Lo muerden más; y dondequier que muerden 
Lo despedazan todo y envenenan. 
Ya no eres hombre, Jòveno, si hallaste 
Una mujer amante! o no:— ya lo eres!

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