"Aquí, frente al espejo, yo,
la inevitable: una imagen en sombras y toda
la soledad multiplicada." - Olga Orozco
Habían transcurrido menos de cinco minutos. Las manos me sudaban.
Hacia frio. Mierda que frio. El miedo me invadía hasta las entrañas. Y de repente
un hombre con voz un poco gruesa dice: “Señorita Belona por favor siga”. En ese
momento el corazón se me aceleró fuertemente y solo pensaba en todo los deberes
que tenía pendiente. Era un día atareado. Era jueves y hacía frío. Olía a
tierra seca y a muerte. Me paré del asiento donde me encontraba acompañada de
mis viejos. Recuerdo sus caras, un poco intranquilas y a la expectativa. Olía a
muerte. Al entrar a la habitación sentía varios ojos sobre mí, como si mil
personas estuviesen observándome. Un poco extraño y raro. Olía a muerte. Yo
intentaba resguardar mi ser un poco quebrantado y triste por la existencia
vacía que me acompañaba. Pero fue imposible. Aquel hombre con mirada triste y
oscura a la vez; decepcionado, tal vez, por su trabajo dijo: “Lo siento
señorita Belona, pero lo único que le puedo recomendar ahora es la
hospitalización. Mierda dije para mis adentros. Y él seguía diciendo: ni el
mejor terapeuta de este país puede ayudarla ahora”. ¿En verdad nadie me puede
ayudar?, pensé. Mierda. El corazón se me desgarro en mil pedazos. Dolía. Olía a
muerte. Olía a cementerio. Olía a soledad. Olía a nostalgia. Mierda. El miedo
me encalambró hasta los huesos. Me pregunté ¿estoy loca?, ¿él está loco?, ¿el
mundo está loco? Mis viejos sorprendidos, intentaban comprender lo que sucedía.
Mierda. ¿Estoy loca?, me preguntaba una y otra vez…una y otra vez, ¿estoy loca?
Quería a Tommy un viejo amigo que me acompañaba al empezar el atardecer todos
los días. Me sentía sola y olía a muerte, como odiaba ese olor. Pero quería a
Tommy. Tommy mi viejo amigo, nos conocimos en una noche de esas un poco
desoladas y abandonadas por la luna, fumamos marihuana, recuerdo que hablamos
toda la noche y luego hicimos el amor hasta extasiarnos, leímos El Verbo ser
y luego volvimos a hacer el amor, como si fuera la primera vez que un hombre
tocaba una mujer y una mujer tocaba a un hombre. Al amanecer comimos
chocolates, luego fuimos a tomarnos unas cervezas y nos recostamos en un parque
a mirar el anochecer que se acercaba, fumamos marihuana y dibujamos con
nuestros dedos figuras imaginarias al son del viento. Que día, que noches, que
atardeceres.
Y ahí me encontraba. Sola. Casi inexistente,
desamparada. Olía a muerte. Quería correr, pero era imposible. Estaba amarrada
en la locura. Locura impuesta. De repente una frase se me vino a la mente.
Surrealismo y Salvador Dalí revoloteaban en mi mente: “Loco no es el que ha
perdido la razón, loco es el que lo ha perdido todo, todo menos la
razón”. Me alegraba tener en mi mente esta frase, pues dentro de la
desesperanza sabía que no había perdido la razón, pero si el todo. Mi vida, mi
alegría, mi ser, mi existencia. Todo.
En el camino me sentía como una muñeca de
trapo. Una muñeca de trapo abaleada por las luces de la sirena de una ambulancia,
el mareo, la noche y el olor azufre. Tenía ganas de cagar diamantes. Cerré los
ojos y de pronto me sentí como un árbol atravesado por cuchillos blancos.
El Hospital era triste. En urgencias había un
marica que hablaba solo. Tenía la cara de un niño grande atropellado por la
vida. Olía a perfume barato que se mezclaba con el olor de huevo cocido. A un
lado había una mujer con ojos tristes. Más allá un viejo que olía a popo de
perro. También una chica en estado de manía. En todo caso el recinto olía a
cementerio, a sangre, a algodón y a muerte. La tarde estaba descompuesta. La
tarde se estaba cayendo a pedazos a mí alrededor, como un absurdo juego de
dominó.
No
venía a un hospital desde la muerte de una amiga que se inyectó whisky en las
venas luego de una decepción amorosa. Le dije al enfermero que no me dejara,
que estuviera conmigo todo el tiempo y que por favor me dejara leer un libro,
claro preciosa toma tu libro, dijo él y entonces me acarició la cabeza
suavemente como si mis sueños fueran copos de algodón. El cuerpo. La noche. La
locura. Dentro de mi cuerpo una mano invisible y caliente escarbaba y sacaba
manojos de luz y silencio. Un hueco negro se estaba
abriendo en mi pecho. Pensaba en Tommy. Después llegó un médico y dijo que el
asunto era grave, que no me moviera mientras me asignaban una habitación, luego
me pregunto que qué trastorno tenia y le dije que de trastornos poco, que si
quería le hablaba un poco de grupos de rock, un poco de Oasis, The pink floyd,
The Beatles, qué va dijo el médico, el asunto es grave, y entonces miré al
enfermero y me dieron ganas de estar con él en una fiesta bailando with or
without you, ganas de estar con un vaso de cerveza, con ganas de darle un beso,
con ganas de decirle vámonos de aquí y hacemos el amor en la playa, con ganas
de estar en sus manos llenas de árboles. Sin embargo, ya estaba muy mal, estaba
mareada y el techo se me vino encima, afuera llovía y no me acordaba ya si me
llamaba Belona o Euterpe o Minerva, que ridícula me creía diosa, ya no sabía si
era viernes o sábado o jueves en la tarde. No sabía si tenía realmente ganas de
morirme o ganas de enloquecerme. Todo era una batalla de papel.
Después me llevaron a una habitación y varios médicos con
cara de ballenas blancas se me echaron encima, fresco locos les dije, grave
asunto dijo uno de ellos y giré la cabeza y en la puerta vi al enfermero que me
mandaba un beso con las manos, con la punta de los dedos. Estiré los brazos.
Hice todo lo posible por atrapar ese beso invisible que venía hacía mí y creo
que lo atrapé porque sentí un calorcito en la palma de las manos cuando lo
agarré y mierda volví a mirar hacia atrás y allí estaba el enfermero y me dijo
adiós con las manos y deseé no morirme, deseé en ese momento con todas mis
ganas ser un ser normal, para decirle ¿oye me quieres?, para cantar junto a él
stop crying your heart out en las mañanas de sol, pero en ese momento morí.
Al día siguiente desperté, me dolía la cabeza. La tarde era una
prisión de luces amarillas, una prisión con cielo negro y hojas secas. Pensé en
Tommy, que se había ido dos semanas atrás. Deseé con todas las ganas del mundo
estar con Tommy en algún bar tomando una copa y escuchando algún cuentero.
Simplemente estar con Tommy y verlo a través del efecto del alcohol y después
salir a la calle, a algún parque y decirle tranquilo yo te amo, tranquilo yo te
quiero, tranquilo todo va bien, tranquilo el próximo sábado vamos a cine y
vemos esas películas de guerra que tanto te gustan, sólo importa que estemos
los dos, luego iremos al parque a ver las estrellas, contaremos las estrellas,
soñaremos que estamos en África, en Asia, en Balí, los dos estaremos presentes
en el leve perfume de los árboles, y en las mañanas seremos árboles, seremos
hojas, seremos el viento, nos desmoronaremos lentamente en las mañanas de
lluvia, en las mañanas de sol, y luego cuando pasen los días no tendremos ni
las mañanas, ni la lluvia, ni el sol, también llevaremos alcohol y marihuana
para ensopar los días, las mañanas y las noches, los minutos, las horas, las
hojas, las nubes, el cielo, el aire, las calles, las montañas con alcohol, con
ruido, con babas, con sudor. Y luego escribiremos y todo se convertirá en una batalla
de papel.
Levantarse. Acostarse. La locura. Las pastas.
La Luz. El dolor. Los días. Mis peores días. Esos días llenos de soledades
vacías, de horas eternas que pasaban bajo la luz, días que se fueron diluyendo
como cubos de hielo. Fueron días asquerosos. Las mañanas siempre olían a
funeral. A perro sucio. En las noches se organizaban a todos los locos en una
fila para darles sus dosis de anfetaminas, de barbitúricos, de fluoxetina o
neurolépticos y las mujeres hablaban con todo el mundo. Las noches olían a
muerte y había preocupaciones. Los días pasaban a través de la luz, a través
del olor de los locos, los enfermos. De pronto la felicidad era solamente ir a
dormir, cagar en paz, pensar en paz, soñar en paz, odiar en paz. Mientras todos
nos consumíamos en el aliento invisible de los días y las noches. La locura. El
alcohol. Pensar. Dormir. Levantarse. Acostarse. Puta vida. Las mañanas llenas
de pequeñas luces inútiles.
La realidad es un presente perpetuo. Presente, nada más que
presente… las cosas son en su totalidad lo que parecen, y detrás de ellas… no
hay nada, dice Sartre…Me acordé de mi mamá. Debía estar llorando metida en la
mitad de una manta blanca cerca de las flores. Debía estar regando las plantas
del antejardín antes de que llegara la enorme nube de ceniza. Una sensación
extraña se apoderó de mí. Ánimo. Sobre el universo entero no quedaba nada más
que aquella tarde desolada. Y entonces, empecé de nuevo a sentir la muerte
venir, y empecé a agradecerle a la vida desesperadamente, como si estuviese
escribiendo mi testamento… Agradezco al mundo, que en estos veinte años me dio
un cuerpo para existir en dimensiones. Agradezco por el lugar y el tiempo, así
como por las personas con que compartí. Entre éstas agradezco a mi familia por
el cariño, y al Segundo Contemplativo por la amistad. Agradezco también a la
naturaleza, en especial por Iguaque y por el ártico; por la Luna... la
indecible Luna, en su reino de la noche y del frío; aunque se paralice la
totalidad de mi cuerpo, siempre tendré una sonrisa de agradecimiento.
Agradezco a la poesía por Novalis, al teatro
por Shakespeare y a la narrativa por Chretien de Troyes. Me siento agradecida
con el mundo, por despertar en mí la extrañeza, agradezco a la religión por
enseñarme la angustia que mis Maestros profesaron, así como agradezco a las
montañas, a los árboles y al espíritu romántico que desde pequeña se posesionó
de mí y ahora se niega a abandonarme. Agradezco la oscuridad de la noche y a la
sombra de mi Muerte, agradezco que las cosas tengan fin, pues el fin es humano;
doy gracias por los profesores que tuve, por mi capacidad de escribir, de
jugar, de soñar. Doy gracias por no poder haber conocido más en este mundo, por
todo lo que ignoré y por la felicidad y los dolores que nunca viví. Antes de
terminar, agradezco a mí ser por la soledad y la melancolía, por haber probado
la tristeza y la ternura, la belleza y la dulzura. Agradezco a la ciencia y al
saber por la filosofía, la psicología y la astronomía; a la historia por los
estoicos y a la evolución por los gatos. Finalmente, agradezco a la vida que me
permitió vivirla, y aunque la prodigué durante poco más de veinte años, no
busco alargarla, tampoco recortarla; tan solo vivirla e imaginarla… Espero
volver a verlos... Gracias y Adiós.
Y
así pasaron los días, cuando logre salir del hospital, la ciudad había sido
destruida por completo. Era domingo y hacía sol, pero también llovía. La mañana
olía un poco a cementerio. La mañana era una prisión de luces amarillas, una
prisión con cielo azul y hojas secas. Durante varios días caminé sin rumbo fijo
por las ruinas de la ciudad. Luego me encontré a Tommy quien ya había regresado
de su viaje, me pregunto qué a donde había estado y le dije que había estado
tomando vodka con unos amigos en la lejanía de la ciudad, había visto elefantes
volar y tigres llorar…Ya lo tenía decidido. Tenía reservación para ir al Club
de Muertos. Después salimos. Caminamos un rato. Fuimos al zoológico y le mostré
a Arlex un león que lloraba en las noches, cada vez que había luna llena.
Pasamos por la jaula de un oso panda y Tommy me dijo que mi pelo era igual al
de ese. Después fuimos al metro. Eran las seis de la tarde. El cielo estaba
triste, gris, como si hubieran regado café negro sobre las nubes. El metro
empezó a andar. Íbamos en silencio. Antes de bajarme, le di un beso a Tommy. Le
dije bueno hasta aquí llego yo, fue maravilloso conocerte, cuídate. Me bajé del
metro, en una estación cualquiera. Tommy pegó su rostro contra el vidrio. Corrí
unos metros con la mano pegada al vidrio donde Tommy tenía su rostro. Te amo,
me dijo en silencio, antes de que el metro se metiera en la oscuridad. Yo
también te amo respondí en silencio cuando el metro ya estaba asaltado por la
oscuridad. Me sentí rota. Un gusano, rota. Eran las siete de la noche. Me senté
un rato allí en esa estación solitaria. Fumé un cigarrillo. Dos cigarrillos. Me
dormí en la banca y luego soñé con una nueva vida llena de colores y flores amarillas.
Amarillas como el sol, amarilla como la batalla de papel.
Inspirado en el Libro “Opio
en las Nubes” de Rafael chaparro M.
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