miércoles, 25 de enero de 2012

Libro de principios. (José Antonio Garriga Vela)



Me dispongo a empezar una novela. No sé si es por casualidad, pero comienzo siempre las novelas en verano. Cuando la mayoría de las personas se van de vacaciones, yo me encierro a escribir. No tengo muy claro todavía cuál va a ser el argumento. Desde hace algún tiempo, tengo un “Libro de principios”, en el que escribo la primera frase de la historias que se me ocurren. Elegiré uno de esos principios y descartaré el resto. Una elección complicada. A menudo en la vida se nos plantean elecciones que cambian nuestro destino. En la literatura pasa igual. Miro hacia atrás. Veo los libros que he publicado. Mi padre sale en casi todos ellos. Mi padre es el héroe de mis novelas. Un héroe de papel. Creo que, desde su muerte, he tenido presente a mi padre más que cuando estaba vivo. Le oigo, y escribo lo que me dice. La literatura me permite hablar con los vivos y con los muertos, aunque aparentemente esté solo. Hablo solo. Escribo. Y empiezo a vivir una historia que sólo existe dentro de mi cabeza.
El otro día le dije a un periodista que elegir un tema era como decidirse a iniciar una relación. No sabemos el tiempo que va a durar ni qué sorpresas nos deparará en el futuro. La historia de una novela, como la de un amor, es la historia de una obsesión y sus consecuencias. Ahora me dispongo a vivir dos veces, una a través de la fantasía y otra a través de la realidad. Una doble vida. Al final la fantasía irá apoderándose de la realidad. Lo sé, me ha ocurrido otras veces. Me dispongo a consultar de nuevo el ‘Libro de principios’ de la misma manera que miraría la foto de una mujer con la que me dispusiera a realizar un matrimonio de conveniencia. Una boda amañada con alguien del que poco a poco te vas enamorando, hasta que todo acaba. Las novelas acaban cuando las palabras te abandonan. Después sólo queda el recuerdo. Nada más y nada menos que el recuerdo de una relación intensa.
Me ilusiona empezar una nueva novela y a la vez me produce vértigo, igual que sucede también con las relaciones amorosas. No me canso de empezar novelas. Muy pronto iniciaré una cierta amistad con los personajes que vivirán en esta casa. Ellos serán mis huéspedes, los fantasmas de los próximos meses. Nadie sabe durante cuánto tiempo permanecen las obsesiones, quizás meses, tal vez años o toda una vida. Mi última novela se demoró en el tiempo. La obsesión se prolongó durante varios años. Uno puede acabar loco. Se puede pasar la vida entera escribiendo la misma novela y no conseguir terminarla. ¿Cuántas novelas inacabadas yacen perdidas en las mentes de sus autores? ¿Cuántos cajones ocultan historias que nunca verán la luz?
Ahora todo está borroso en mi futura novela. El espacio, el tiempo, sus habitantes. La novela es un silencio plagado de voces. ¿Quién será mi nuevo héroe? He de decidirme por una historia u otra y siempre me ha costado tomar decisiones. A menudo las han tomado otros por mí. Me he dejado llevar por la inercia de los acontecimientos como quien se hace el muerto en el mar. Pero el escritor está solo y tiene que tomar a solas las decisiones. Hace dos años que se publicó mi última novela y ya ha transcurrido ese periodo de descompresión que necesito entre una historia y otra. Creo estar preparado para sumergirme de nuevo.
Dentro de unos días, el mundo de la imaginación me irá absorbiendo y apartando del mundo real. Me dará pereza salir a la calle y cuando lo haga descubriré a los personajes de la novela sentados en las terrazas de las cafeterías, se cruzarán conmigo por la calle, los veré de soslayo en la ventanilla de un autobús. Irrumpirán en mis sueños. Me despertaré por las mañanas y descubriré su presencia en el cuarto. Me sentaré a escribir sobre ellos. Mi casa se convertirá en un lugar ficticio. Cuando mis amigos me llamen por teléfono, daré un respingo delante del ordenador en el que estaré escribiendo la vida de los otros. Una vida interrumpe la otra y yo no sé en qué lado estoy, en qué mundo me encuentro. La atmósfera que me rodea no es la que existe en la realidad sino la que he creado en mi imaginación.
No paro de darle vueltas a la cabeza. Imagino que elijo uno de los principios que tengo anotados y trato de escribir mentalmente los primeros párrafos. ¿Con cuál de todos esos principios me sentiré más cómodo en el futuro? ¿Qué personaje me procurará mayor satisfacción y complicidad? Imagino mundos. Me introduzco en ellos. Viajo. Busco por las calles un hogar para los inquilinos de la ficción. Me detengo delante de las fachadas de los edificios construidos por la fantasía. Un lugar en el mundo.
Luego vendrá el placer de escribir. La voz. Ese ritmo interno que buscará una frase que engarce con la anterior y después otra y otra. El mundo se irá haciendo cada vez más grande y con él sus habitantes. Me instalaré en ese mundo y cuando salga a la calle caminaré ensimismado. Puedo pasar la vida entera en el mundo real con los pensamientos en otra parte. Puedo llegar a cruzarme con mi mejor amigo y no verlo. Puedo estar hablando con alguien y no enterarme de nada de lo que dice porque mis pensamientos están volcados en la aventura que bulle en mi cabeza. La obsesión que mencionaba antes. Cuando escribo una novela me transformo incluso físicamente. Soy más feliz cuando escribo, aunque cuente historias tristes. He escrito alguna vez que delante de quien se adora es un placer estar triste y yo adoro a los protagonistas de mis relatos. Ellos comparten mi hogar, mi vida. Los reclamo. Están ahí y empiezo a escribir la novela.

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