“¿Porqué e de estar aquí, oh, Dios, yo,
una semilla verde de pasiones insatisfechas, una loca tempestad que no se
dirige ni al Oriente, ni al Occidente, un fragmento errante en un planeta en
llamas?”. Khalil Gibran
…Yo tuve una vez un amigo que logró
cambiar mi visión del mundo, y agradezco a la vida por haberlo topado en el
final del túnel, antes de abrir la puerta a ese occiso indeseado, vendiendo mi
alma a los perros. Ya no se siente el dolor de aquel día que oprimía mi pecho,
lo extraño es que a la luz del sol, aún hoy, no logro ver mi sombra reflejarse
en el suelo; sombra que ha desaparecido, pues aún en vida me encuentro, aún oigo
los pálpitos de mi corazón… ahora, quizás deseando que la muerte venga por mí.
Si, la muerte, y desde que
esa idea me acomete, se me ha ocurrido, entonces, pensar ¿qué pasaría si
muriera mañana? ; ¿Quiénes irían al velorio?, ¿quién mandaría flores?, ¿quién
lloraría más ante la imposibilidad de verme?, ¿quién se encargaría de dar la
noticia?, ¿quién ayudaría a mi familia con los trámites pertinentes?, ¿quién no
se enteraría?, ¿quién pronunciaría algunas palabras?, ¿a quién le daría lo
mismo lo sucedido?...Y así tan pronto como esa idea me acomete, así tan pronto
se diluye. Porque lo bueno de la duda es alguna vez despejarla, y semejante
alud de interrogantes sé que siempre me acompañaran a la tumba, lo cual sería
la muerte de mis pensamientos, pero le daría vida a esta intriga que igualmente
nacería ya sin vida, por lo que comenzaría y culminaría al mismo tiempo que mi
final terrenal.
Por eso es que en
oportunidades me acomete esa eterna diatriba pero al mismo tiempo no pierdo
demasiado tiempo en ella, ya que sé que jamás lo sabré. Tampoco me desvela interesarme tanto en ese tema, pues
ya no constituye ni siquiera algo original sino que a todos, o a casi todas las
personas de este mundo se les da por teorizar cosas semejantes en mayor o en
menor medida. Algunos pierden el tiempo elaborando un ranking de llantos, otros
calculan a qué edad serán enterrados, en que cementerio descansaran sus huesos
sin alma, imaginan tener ganados el cielo o el infierno, pierden horas de su
vida pensando en la muerte, elaborando testamentos, anulándolos, volviéndolos a
hacer, contratando servicios de los más onerosos, para que en el deceso se
muestre brillante si en todos estos años no lo fue, pagando cuotas de parcelas,
de nichos, de bóvedas…
Entonces me pregunto… ¿se
muere mejor por tener todas estas cosas?, ¿se lo recuerda mejor a uno?,
¿descansará el cuerpo del que está debajo del verde pasto más en paz que aquel
que se encuentra en un edificio de cal y arena?, ¿por qué la gente pierde el
tiempo pensando en lo que hará después de la visita a la morgue?, ¿será porque
uno siente que de esa manera tiene cierto manejo sobre su muerte?; creemos que
somos dueños de nuestras vidas, que supuestamente en mayor o menor medida
hacemos o decidimos en ella lo que queremos y necesitamos tener también ese
poder cuando nuestro nombre aparezca de la palabra occiso. Debe ser por que las
circunstancias mencionadas son las únicas que podemos manejar a nuestra
voluntad cuando de morir se trata, lo único que podemos elegir, lo elegimos. Ya
que el lugar de nuestro fallecimiento, las circunstancias, la edad, el mes, el
minuto, el instante, el último suspiro, la última diástole, la última imagen,
todo eso escapa en nuestro antojo, a nuestra voluntad.
Yo, prefiero serenarme y
preguntarme ¿por qué estoy escribiendo esto?, ¿por qué no lo escribí ayer o mañana?,
esta catarata de palabras negras en este papel blanco sería capaz de poner
serio al más revoltoso, de calmar al más excitado y ciertamente no quisiera que
caiga en manos de personas depresivas o mayores de edad, que supongo son las
más proclives a sentirse involucrados con toda esta perorata de cadáver que he
expulsado en los últimos minutos.
Cierto es que pudiera
llenar hojas y hojas de pensamientos nublados, oscuros, lúgubres o como
quisiera cada uno darles nombre, pero la intención no sé si es esa o cual es. Lo
real es que más y más cosas se me vienen a la mente referidas a este tema, pero
prefiero acá detenerme, no dar un paso en falso, no herir a nadie, ni siquiera
a mí mismo, que bastante herido estoy y ya no quisiera echar más sal a esta
cicatriz todavía abierta. Es que este tema del deceso tiene tantos ribetes para
tratarlo, tanta agua puede correr muerta bajo el puente de la vida, que como no
detenerse y recitar unos vagos pensamientos a la intemperie de la vida, cómo no
hacer stop cuando se trata del stop más definitivo y único de nuestra
existencia, de nuestro tiempo transcurrido.
Pueden decir mucho cómo es
mejor morir, cómo espero e incluso se pueden llevar a cabo debates a contiendas
dialécticas sobre esta cuestión, pero nadie es capaz de convencer al otro en
estos pensamientos tan arraigados, que más que pensamientos son creencias,
creencias de nuestra propia “religión” o de lo más profundo del alma. Aquel
podrá convencer a aquel otro, o para animarlo, o para acompañarlo en el mal
momento, o más que nada para seguramente expresar algo menos vacío y más
sentido que un enorme pésame, que su pariente o amigo tuvo una muerte en paz,
porque no sufrió, porque no se dio cuenta que lo último que hacía en esta vida,
porque no la pasó en cama desintegrándose de a poquito, dejándose comer la vida
por la muerte de a pequeños mordiscones, en pequeñas rasgaduras, en un trabajo
de hormiga efectuado por la parca.
Que mejor es dejar de
existir así, en un accidente, de repente, sin sufrimiento previo, sin médicos
ni tratamientos, sin falsas esperanzas, sin desgaste, sin dolor. Pero, ¿mejor
para quién?, preguntaras, para los parientes del occiso seguro que no, que se
vieran de repente en una enorme sorpresa, con una noticia que golpea
desde lo más profundo, que detona llantos y dolores impensados solo un
par de horas atrás. Que soportan con hondo sopor una especie de desgarro en el
pecho; es la garganta que arde, son los ojos que se hinchan, son las moscas
revoloteando en el estomago, es la saliva que no corre, es un nudo marinero en
la garganta, las manos que sudan, las piernas que caminan sobre arenas
movedizas, los brazos que pesan a los costados, es el corazón galopando, es el
alma estrangulada…que ayer dormían al lado de un muerto. Que ayer soñaban sueños
compartidos y hoy dejan un sueño partido, que la otra noche compartían
proyectos y que hoy deberá proyectar su futuro para no partirse la otra noche.
Que ayer eran y hoy es. Y este otro le podrá decir aquel, no.
Hubiese preferido que hubiese sucedido como a mi abuela,
que le agarro esa enfermedad mortal que te va avisando de a poco, que te va
internando cada seis meses, luego cada mes, luego todas las semanas y entonces
estás preparado, estás alerta, te vas fogueando, te haces a la idea, te das
cuenta, te haces falsas esperanzas pero sabes que son falsas. Y el muerto se va muriendo, aunque ya está
muerto mucho antes de dejar de respirar. Es la única oportunidad y vale el
juego de palabras, que el muerto tiene de vivir su muerte, de saber que esta
viviendo mañana, para morir pasado mañana, que es una cuestión de lotería, de
días, o si quieren contarlo de otra manera, faltaran dos semanas o tal vez
veinte tubos de suero, o cinco sesiones de quimioterapia, o doce inyecciones de
esas que duelen, o siete noches en vela, o tres experimentos de esos médicos o
unas cuantas mentiras de la familia, u otros tantos alientos en vano de mis
amigos. Podría seguir por infinitas líneas tal vez lo haga, pero no quiero
llenarme de nubes de terror y prefiero salir a respirar a la superficie… tomar
un poco de aire y volver para encontrar otro final para esta historia del más
grande final de todos los finales.
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