Amigo de mi juventud, a ti regreso agradecido
ciertos atardeceres, cuando entre los saúcos
en el jardín que duerme suena sólo
la fuente susurrante.
Hoy nadie te conoce, amigo mío; en estos tiempo nuevos
muchos se han apartado del encanto tranquilo de la Hélade,
sin oraciones y sin dioses
prosaicamente el pueblo camina sobre el polvo.
Pero para una secreta multitud de absortos entrañables
a los que el dios llenó el alma de anhelos
aún suenan las canciones
de tu arpa divina.
Cansados del trabajo regresamos ansiosos
a la ambrosiaca noche de tu canto,
cuyas flotantes alas nos protegen
con un sueño dorado.
Y cuando nos encanta tu canción más ardiente se enciende,
más dolorosamente arde hacia el país dichoso del pasado
hacia los templos de los griegos
esta nostalgia que jamás termina.
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