Como abejas laboriosas
y una hora de luz
que viene con su inmensa cuchara azucarada.
La altura desprende espejos sobre la montaña
mientras crece en los cipreses
el murmullo del viento
escurriéndose hacia los confines de la hora.
Ay Sardegna, isla dura y antigua,
cuatro veces nacida de sol azul,
de secretos embates milenarios,
de melancólico horizonte cargado de navíos.
En la vid y el olivo la virtud latente,
la vigilia en la cima de la núraga,
plegarias de sol en un sendero de cabras,
leña ardiendo en el centro del invierno.
He reconocido la esencia del abrazo,
los caprichos de su arquitectura.
Su rito de máscaras en el frío carnaval
de las llameantes risas con campanas.
Voy por sus detalles como un niño.
Todo ante mí inaugura su misterio.
Ahora y ahora encuentro en los instantes
el amor prendido como un canto.
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