El esfuerzo sistemático por develar el eterno enigma que hostiga sin cesar la insaciable curiosidad del hombre, constituye la filosofía. Ella no se refiere a cuestiones ajenas a la vida y ante cuya solución, en uno u otro sentido, el hombre pueda permanecer indiferente. Es la vida misma, con sus angustias y sus esperanzas, q aparece comprometida en la pregunta y arriesgada en la respuesta. Porque los problemas últimos y totales no se limitan a arañar la epidermis: arrastran a nuestro ser y lo penetran íntimamente. De su solución, claramente determinada o apenas entrevista, depende el curso ulterior de nuestra existencia, su felicidad o su desdicha.
No es extraño q el carácter peculiar de la filosofía se refleje sobre sus enseñanza y suscite dificultades casi insuperables. Enseñar filosofía no consiste en informar o ilustrar al discípulo acerca de pormenores que fatigan su memoria, sino suscitar en su anónimo el nacimiento de los problemas y despertar la necesidad de encontrarles perentoria respuesta; hacer q el enigma hunda su aguijón en la carne del neófito y que éste se sienta arrastrado por la incógnita experimentada como angustia propia. Por eso, iniciarse en filosofía no es asimilar un saber logrado, sino lanzarse, por propia cuenta y riesgo, a filosofar (a reflexionar sobre...)
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