martes, 1 de marzo de 2011

Cuando nació mi presente (Anonimo)


Desde la ventana mi delgada silueta se desdibujaba en el vaivén del viento. Las ramas se sacudían azotándose en el techo como el tiempo latigueando al recuerdo.  Desvelado y lejano las observaba llevarse los minutos arrastrándolos como de granos arena sobre el desierto. Todo era igual para mí, ya nada tenía importancia. Todo era como ese cielo monótono e indiferente que cubría mi casa tirando de las nubes como si fueran una carga, como a un mal recuerdo. Desdichado con el sinsabor de quien pierde el verdadero sentido de la vida me encontraba, sumergido en el silencio del desgano cuando de pronto unos golpes violentos en la puerta me pusieron de nuevo sobre mis pies; y al abrir, me sorprendí al ver que mi pasado y mi futuro habían venido a buscarme.

Ambos gritaban al borde de la puerta. Mi pasado encanecido me maldecía señalándome con su bastón. Era un anciano atormentado y reumático que cargaba en su espalada la joroba de mis culpas, y en sus oídos el chillido de mis conflictos. Siempre que podía pasaba por mi ventana recordándome mis faltas, reavivando mis rencores, orinando en mi puerta.
Pero esta vez el viejo pasado no había venido solo. Al parecer al fin pudo encontrarse con mi futuro quien también profesaba desde hacía mucho un enorme rencor hacia mí. El joven futuro afligido y alimentado por mis inseguridades y predisposiciones había crecido tan inseguro y tembloroso que apenas podía caminar o hablar por sí mismo. Ya le había visto. De vez en cuando se escondía entre los arbustos y con sus piedras quebraba los vidrios de mis ventanas, y gritando insultos balbuceados huía torpemente por las colinas.

En el medio de la plaza uno al otro se reconocieron, y luego de largas confesiones llegaron a la conclusión, de que yo era el único culpable de todas sus condenas. Mi indiferencia y debilidad habían sido las únicas causantes de  todos sus fracasos cometidos y por cometer; tomando con esto la terminante decisión, de que yo debía morir.

Como antes mencioné, “Ya no daba importancia a nada”. Todo para mí era igual”. Los sabores y sin sabores no tenían reacción alguna a mi lengua. A mi oído, el ruido o el silencio daban el mismo estruendoso vacío. Fue un alivio saber que todo acabaría pronto. Me entregue sin oponer resistencia. Amarraron mis muñecas y escupieron mi cara. El bastón del pasado golpeó mi espalda durante todo el camino mientras descendíamos por las colinas.

Al llegar al pueblo desierto de mi mente mi por primera vez en años rieron,  danzaron a mi alrededor alegres, atándome al mástil de la fuente. Respire y contuve el aliento. Mi futuro me observaba deleitándose con mi sumisión, y acercándose lentamente puso la daga en mi cuello. El frio acero surcó la piel desnudando mi garganta, el torrente carmesí descendió por mi pecho y la cabeza cedió ante su propio peso. Soltaron las amarras, el cuerpo cayó inerte y mi sangre bañó las aceras corriendo hasta las alcantarillas. Al fin vengados celebraron su libertad, y alejándose cantaron mi muerte entre las callejuelas para no volver jamás.

Entonces, cuando mi alma estaba a punto de abandonar mi cuerpo y mi último aliento se escapaba por mi boca, eleve la mirada para despedirme del cielo y de pronto pude verle.  A la orilla de la fuente, Pasivo y meditante se encontraba sentado mi presente. “Sonreía”, y haciendo caso omiso de mi muerte observaba el atardecer. El sol bañando sus ojos con una dorada luz descendía tras los techos. Silencioso y enternecido mi presente se frotaba las manos disfrutando mientras la brisa acariciaba sus cabellos. Tenía la cara de satisfacción de aquel que reconoce cuando un instante es perfecto, de aquel que se impregna de la inmensidad que se desborda ante él y la deja entrar para que esta lo transforme. Atento y distraído al mismo tiempo mi presente nacía a medida que mi pasado y futuro se alejaban, a medida de que todo lo que yo era moría. Despojado de culpas se levantó, y por primera vez caminó libre hacia el firmamento, inmune a cualquier causa o efecto.

Ahora veo, existo, muero y disfruto aquí, en cada aliento. No hay gritos ni rencores en mi puerta, jorobas ni muletas;  y mis ventanas están abiertas, dispuestas a los  juegos de las hojas que las corrientes arrastran hasta mi hogar.  Ya no me adelanto a mis pasos, ni doy importancia a mis huellas. Mi boca ríe, saborea las palabras, los frutos y la lluvia que desciendo por mi frente con la misma intensidad. Y las nubes llameantes que pasan sobre mi casa regalan a mis ojos su belleza. Ahora soy presente latente en todo momento, y la importancia esta en todo, porque todo es importante. La vida es viviendo, y estoy aquí, atento a su danza, apoderándome de cada instante.


http://www.guayoyoenletras.net/?p=6960

No hay comentarios:

Publicar un comentario