miércoles, 25 de enero de 2012

Libro de principios. (José Antonio Garriga Vela)



Me dispongo a empezar una novela. No sé si es por casualidad, pero comienzo siempre las novelas en verano. Cuando la mayoría de las personas se van de vacaciones, yo me encierro a escribir. No tengo muy claro todavía cuál va a ser el argumento. Desde hace algún tiempo, tengo un “Libro de principios”, en el que escribo la primera frase de la historias que se me ocurren. Elegiré uno de esos principios y descartaré el resto. Una elección complicada. A menudo en la vida se nos plantean elecciones que cambian nuestro destino. En la literatura pasa igual. Miro hacia atrás. Veo los libros que he publicado. Mi padre sale en casi todos ellos. Mi padre es el héroe de mis novelas. Un héroe de papel. Creo que, desde su muerte, he tenido presente a mi padre más que cuando estaba vivo. Le oigo, y escribo lo que me dice. La literatura me permite hablar con los vivos y con los muertos, aunque aparentemente esté solo. Hablo solo. Escribo. Y empiezo a vivir una historia que sólo existe dentro de mi cabeza.
El otro día le dije a un periodista que elegir un tema era como decidirse a iniciar una relación. No sabemos el tiempo que va a durar ni qué sorpresas nos deparará en el futuro. La historia de una novela, como la de un amor, es la historia de una obsesión y sus consecuencias. Ahora me dispongo a vivir dos veces, una a través de la fantasía y otra a través de la realidad. Una doble vida. Al final la fantasía irá apoderándose de la realidad. Lo sé, me ha ocurrido otras veces. Me dispongo a consultar de nuevo el ‘Libro de principios’ de la misma manera que miraría la foto de una mujer con la que me dispusiera a realizar un matrimonio de conveniencia. Una boda amañada con alguien del que poco a poco te vas enamorando, hasta que todo acaba. Las novelas acaban cuando las palabras te abandonan. Después sólo queda el recuerdo. Nada más y nada menos que el recuerdo de una relación intensa.
Me ilusiona empezar una nueva novela y a la vez me produce vértigo, igual que sucede también con las relaciones amorosas. No me canso de empezar novelas. Muy pronto iniciaré una cierta amistad con los personajes que vivirán en esta casa. Ellos serán mis huéspedes, los fantasmas de los próximos meses. Nadie sabe durante cuánto tiempo permanecen las obsesiones, quizás meses, tal vez años o toda una vida. Mi última novela se demoró en el tiempo. La obsesión se prolongó durante varios años. Uno puede acabar loco. Se puede pasar la vida entera escribiendo la misma novela y no conseguir terminarla. ¿Cuántas novelas inacabadas yacen perdidas en las mentes de sus autores? ¿Cuántos cajones ocultan historias que nunca verán la luz?
Ahora todo está borroso en mi futura novela. El espacio, el tiempo, sus habitantes. La novela es un silencio plagado de voces. ¿Quién será mi nuevo héroe? He de decidirme por una historia u otra y siempre me ha costado tomar decisiones. A menudo las han tomado otros por mí. Me he dejado llevar por la inercia de los acontecimientos como quien se hace el muerto en el mar. Pero el escritor está solo y tiene que tomar a solas las decisiones. Hace dos años que se publicó mi última novela y ya ha transcurrido ese periodo de descompresión que necesito entre una historia y otra. Creo estar preparado para sumergirme de nuevo.
Dentro de unos días, el mundo de la imaginación me irá absorbiendo y apartando del mundo real. Me dará pereza salir a la calle y cuando lo haga descubriré a los personajes de la novela sentados en las terrazas de las cafeterías, se cruzarán conmigo por la calle, los veré de soslayo en la ventanilla de un autobús. Irrumpirán en mis sueños. Me despertaré por las mañanas y descubriré su presencia en el cuarto. Me sentaré a escribir sobre ellos. Mi casa se convertirá en un lugar ficticio. Cuando mis amigos me llamen por teléfono, daré un respingo delante del ordenador en el que estaré escribiendo la vida de los otros. Una vida interrumpe la otra y yo no sé en qué lado estoy, en qué mundo me encuentro. La atmósfera que me rodea no es la que existe en la realidad sino la que he creado en mi imaginación.
No paro de darle vueltas a la cabeza. Imagino que elijo uno de los principios que tengo anotados y trato de escribir mentalmente los primeros párrafos. ¿Con cuál de todos esos principios me sentiré más cómodo en el futuro? ¿Qué personaje me procurará mayor satisfacción y complicidad? Imagino mundos. Me introduzco en ellos. Viajo. Busco por las calles un hogar para los inquilinos de la ficción. Me detengo delante de las fachadas de los edificios construidos por la fantasía. Un lugar en el mundo.
Luego vendrá el placer de escribir. La voz. Ese ritmo interno que buscará una frase que engarce con la anterior y después otra y otra. El mundo se irá haciendo cada vez más grande y con él sus habitantes. Me instalaré en ese mundo y cuando salga a la calle caminaré ensimismado. Puedo pasar la vida entera en el mundo real con los pensamientos en otra parte. Puedo llegar a cruzarme con mi mejor amigo y no verlo. Puedo estar hablando con alguien y no enterarme de nada de lo que dice porque mis pensamientos están volcados en la aventura que bulle en mi cabeza. La obsesión que mencionaba antes. Cuando escribo una novela me transformo incluso físicamente. Soy más feliz cuando escribo, aunque cuente historias tristes. He escrito alguna vez que delante de quien se adora es un placer estar triste y yo adoro a los protagonistas de mis relatos. Ellos comparten mi hogar, mi vida. Los reclamo. Están ahí y empiezo a escribir la novela.

El tiempo y los libros (José Antonio Garriga Vela)







Me atraen los mares, los desiertos, los lugares donde la vista se pierde en el horizonte. Sin embargo, mi casa no tiene ni un rincón vacío. Los libros cubren las estanterías y se amontonan alrededor y encima de los muebles. Ya sé que los podría comprimir en un artefacto del tamaño de media cuartilla, pero necesito verlos constantemente aunque sólo sea de soslayo. Mi lugar de trabajo es el comedor. Paso el día entre libros en lugar de personas. Miro el lomo de los libros como si fuera el perfil de los amigos. Una compañía tranquila, fiel y silenciosa. Miro a Carver, Coetzee, Cheever, Conrad, que están a la izquierda del sofá ordenados alfabéticamente por autores extranjeros, y su presencia me evoca momentos felices.


La relación que guardo con los libros es similar a la que mantengo con esos viejos amigos que sólo veo de vez en cuando pero que al volver a encontrarnos enseguida recuperamos la antigua complicidad. Me gusta pasear entre los libros. No podría encerrarlos en un sitio tan frío e impersonal como un “e-book”. Un libro electrónico no posee papel, ni perfume, ni notas escritas a mano ni entradas de cine ni billetes de viajes ocultos entre sus páginas. Un “e-book” sería como poner una foto del mar o del desierto delante de mi terraza. El paso del tiempo y la aventura de vivir que se reflejan en los libros no admiten decoraciones.


Pertenezco a otra época y a una clase de personas que necesitan a su lado la presencia de los objetos queridos. Creo que lo que no vemos lo acabamos olvidando. Trasladar mis libros a un “e-book” sería como recluirlos en una residencia que poco a poco iría dejando de visitar. El desierto está fuera, igual que los océanos y el cielo infinito; sin embargo su alma es como un libro cerrado que desea caer en manos de algún lector.


Ya sé que todo el saber del mundo cabe en esos aparatos electrónicos que ocupan una miseria, pero yo soy fetichista y necesito acariciar el objeto de deseo y sentir el tacto del papel. Amo los libros y me resulta hermoso el natural deterioro que va produciendo la edad. Mis libros tienen escrito en la primera página mi nombre y la fecha en la que nos conocimos. Los más viejos guardan impresa la letra del niño que fui. El tiempo y los libros. No sería capaz de abandonarlos. No renuncio a ninguno. Los miro y me sonríen. Existe entre nosotros una secreta complicidad.


He de confesar que me atormenta una pesadilla: tengo la sensación de que vivo encerrado en un mundo de papel y que fuera hay alguien que tiene la facultad de encenderme y apagarme como si yo fuera un “e-book”. Entonces me invade el inquietante temor de que ese ser, desalmado y poderoso, me desplace a cualquier rincón y me olvide para siempre.

martes, 24 de enero de 2012

La gente que me gusta (Mario Benedetti)



Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace. La gente que cultiva sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de su propia realidad. Me gusta la gente con capacidad para asumir las consecuencias de sus acciones, la gente que arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien se permite huir de los consejos sensatos dejando las soluciones en manos de nuestro padre Dios.
Me gusta la gente que es justa con su gente y consigo misma, la gente que agradece el nuevo día, las cosas buenas que existen en su vida, que vive cada hora con buen ánimo dando lo mejor de sí, agradecido de estar vivo, de poder regalar sonrisas, de ofrecer sus manos y ayudar generosamente sin esperar nada a cambio.
Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente, pero sin lastimarme ni herirme. La gente que tiene tacto.
Me gusta la gente que posee sentido de la justicia.
A estos los llamo mis amigos.
Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría y la predica. La gente que mediante bromas nos enseña a concebir la vida con humor. La gente que nunca deja de ser aniñada.
Me gusta la gente que con su energía, contagia.
Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos razonables a las decisiones de cualquiera.
Me gusta la gente fiel y persistente, que no desfallece cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.
Me gusta la gente de criterio, la que no se avergüenza en reconocer que se equivocó o que no sabe algo. La gente que, al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.
La gente que lucha contra adversidades.
Me gusta la gente que busca soluciones.
Me gusta la gente que piensa y medita internamente. La gente que valora a sus semejantes no por un estereotipo social ni cómo lucen. La gente que no juzga ni deja que otros juzguen.
Me gusta la gente que tiene personalidad.
Me gusta la gente capaz de entender que el mayor error del ser humano, es intentar sacarse de la cabeza aquello que no sale del corazón.
La sensibilidad, el coraje, la solidaridad, la bondad, el respeto, la tranquilidad, los valores, la alegría, la humildad, la fe, la felicidad, el tacto, la confianza, la esperanza, el agradecimiento, la sabiduría, los sueños, el arrepentimiento y el amor para los demás y propio son cosas fundamentales para llamarse GENTE.
Con gente como ésa, me comprometo para lo que sea por el resto de mi vida, ya que por tenerlos junto a mí, me doy por bien retribuido.

lunes, 23 de enero de 2012

En otro cuerpo (Lizkno, J)


Ya sé que yo he sido la musa de  tus
sufrimientos, dolores e insomnios, pero
no olvides que yo fui para ti, 
la carnada y el objeto de tus 
deseos sexuales insatisfechos.

Acostada sobe tu lecho, me obligaste
a mirar tu asquerosa masculinidad.
Todo, absolutamente todo, lo que
antes se me era hermoso, se volvió en
un instante, en mi peor pesadilla.

Ya, penetraste mi cuerpo y mi alma,
nunca volví a ser la misma de antes,
nunca !

Convertiste mi cuerpo en un juego
del sexo, me volviste prostituta
y luego me vendiste a otros...
iguales a ti.

El silencio (Andrés Caicedo)



    Lo que estábamos viendo ya lo sabíamos
        perfectamente,
            Era tu fin. No nos importaba nada más...
        Sólo eso: tu fin.
            Veíamos todo pero callábamos. Eso era lo
        peor: callábamos.
            Pero en nuestro silencio comprendíamos
    que se nos iba algo de la vida.
        Yo y él
        El y yo
        Nosotros y ellos
        Todos.
        Es que sabes una cosa?
        Te llegamos a odiar terriblemente, ya no queríamos creer en ti.
        Ni en tus palabras.
        Recuerdas cuando nos encontraste?
        Éramos unas personas que trataban de encontrar la felicidad que
    prometía la vida en cualquier luciérnaga de apestosa esperanza y fe...
        Todas falsas. No teníamos nada en que depositar nuestras creencias,
    no podíamos confiar en nadie, por que a nada encaminábamos nuestros actos.
        Y nos encontraste. Quisiste librarnos de ese peso, de ese estúpido significado de la vida. Creímos en ti y te seguimos. Ideal, Aceptamos de buena gana tus mensajes. En ti veíamos la verdadera esperanza de nuestras existencias.
        Eras
        Nuestra estatua
        Preferida.
        Llegó el momento en que casi conocimos la felicidad, y te llegamos a
    idolatrar, Ideal. Ya el culto que te rendíamos no era como el de una
    simple y falsa misa; por ti hubiéramos llegado a la idolatría para después vencerla con el idealismo; alcanzábamos lo que nos proponíamos, y por
    eso amábamos. Por que el hombre nunca odia ni consigue todo lo que
    ha soñado hacer... Pero si sólo recibe desengaños odia con todas sus fuerzas.
        Claro, tenía que llegar. Después de todo, esta vida es bonita o no es bonita, eso depende.
        Y nosotros optamos por lo segundo, sabes por qué? Porque nos
    dimos cuenta que nos habías engañado... que ya tu presencia nos
    recordaba el día que el desengaño de nuestros propósitos nos golpeó
    en la jeta.
        Sí, Ideal... La vida nos había golpeado. Nos dimos cuenta que ya
    no podríamos alcanzar nuestros propósitos...Es muy sencillo, ni te das cuenta? Por eso, sencillamente por eso, Te odiamos. Si, tal vez te traicionamos, porque olvidamos tu enseñanza, ignoramos nuestro oficio
    en el mundo, nuestra búsqueda por la inexistente esperanza... dejamos
    todo eso para acabarnos en el maldito tedio, eso era lo único que encontrábamos,
        Por eso
        En parte tenías razón
        Pero no debiste dejarnos solos.
        Y si te dijera que después te buscábamos?
        Y si te dijera que te llamábamos a gritos y que te suplicábamos que aparecieras y que vinieras de nuevo a darnos un consuelo en nuestra
    maldita vida?
        !Ideal! !Ideal! !Ideal! !Ideal! !Ideal!
        Maldita sea. Por qué no aparecías?
        Llegó el día en que nos cansamos de buscarte, Ideal. No, no te hagas ilusiones...
        Te odiábamos pero te considerábamos necesario, solo eso.
        Entonces nos dimos cuenta que lo mejor era perseguirte y acabar contigo.
        Para que tu presencia se perdiera, y así poder vivir nosotros en paz
        Sin recordarte
        ! uno
        dos y tres
        otra vez !
        Necesitábamos matarte, Ideal...Era necesario
        Ahora escribo esto para recordarte, para poder escribir nuevamente
    tu palabra cinco veces:
     
        1. Ideal
        2. Ideal
        3. Ideal
        4. Ideal
        5. Ideal    Ya no existes, Ideal. Tal vez vivamos felices, no podría decirlo.
        Sería igual asegurar que uno -a uno y que dos es igual dos mas d o
    dds dos. Por eso, porque no existes, no nos preocupamos de nada.
    No tenemos propósitos, dejamos que todo nos suceda porque sí...
    No por que nosotros estemos interesados en que pase
        Por eso, porque no
                                    Existes
                                                Existirás
                                                Exististe.    Pero, amls
        Pero, mansdd
        Pero, malsd
        Pero, maldiss
        Pero, Mald
        Pero, Maldito Ideal
        Por qué no acudiste a nuestro llanto?
     

Noche sin fortuna (Andrés Caicedo)



    Sentado en mi taburete yo contemplaba: Que
        Antígona había puesto los codos sobre los flaquitos
        flaquitos brazos de mi primo, las rodillas sobre sus
    muslos esmirriados, dejándolo, pues, inmovilizado. Empezó a frotarle
    las orejas hasta dejárselas rojas y luego se las arrancó a mordiscos.
    Siguió con la nariz, las encías, luego a lamerle la manzana de Adán,
    y él no protestaba casi, yo veía como sus ojos giraban por todo ese
    cuarto, cuadros de sus padres, fotos ampliadísimas de paseos y fincas,
    fusiles sin balas, yo sentado, asombrado, quieto, sintiendo como mis
    granos ebullían, contemplando como era devorado mi primo, y ella
    ni se movía casi, a no ser que su estómago bajara y subiera sobre él
    en la respiración agitada del que come con hambre.
            ¿Cuanto haría que ella no comía? ¿Qué pensaría mi primo, le
    abrí la puerta al primer visitante y me dejó entrar la muerte? Y no la
    muerte a secas señores, la muerte en esa forma. Luego ella empezó a
    susurrar las palabras más amorosas del mundo y bajó la mano y le bajó
    el cierre relámpago de su Blue-jean Levis y tenía el pipí parado! me
    levanté muerto de celos, patié esa mano que agarraba el miembro en
    forma de pepino, enorme para su edad.
            Mi primo soltó un berrido, ella me voltió a ver con carne blanca
    y pelos negros en la boca y me alejó con una especie de resoplido de
    ballena o de tigre y tiburón. "Está bien, está bien",pensé, y me senté
    de nuevo. Ahora el que hablaba era él.
            Decía que le lamiera primero el pecho y que después mordiera,
    ¿Así?", decía ella, y acto seguido mordía, y él "sí, así", y luego "más
    duro", y ella "¿más duro qué?", "la lamida, la lamida", decía él, claro,
    por que la mordida no podía ser, porque cada mordida era duro, debía
    doler terriblemente. Reloj en mano comprobé cuanto duró la cosa,
    hasta los huesos, hasta que ella no necesitó agazaparse sino reclinarse
    como en posición yoga y chupar los fémures, exquisitos, los cartílagos
    de codos y rodillas, le dio una chupada a cada bola de cada rodilla, no
    dejó una sola sobra, un solo desperdicio, operación limpísima, limpísimo
    el esqueleto de Mariátegui mientras yo sentía un río de agua hirviendo
    adentro y podía avergonzarme del olor que despedía mi piel toda, lista
    para ser comida, ella respiraba cada vez más espaciadamente y luego
    se echó sobre el esqueleto y reposó, y yo me paré del taburete inquieto,
    y te pregunté: "¨Y ahora yo? ¨Y yo qué?". Ella no me contestó: dormía. "Noche sin fortuna"


 
            Cae la tarde, la luna que vendrá a nosotros. Pasa de nuevo,
    mujer, porque me gustas. Te doy un pase para el cine club? un pase a
    mi corazón, te lo diría mejor así tengo una muralla de humo a mi
    alrededor, y nadie, nadie se equivoca con respecto a mí. Gracias a ti, Antígona, que me elegiste de sólo posar tu mirada en mí y me diste el entendimiento, la inmediata comprensión de que me habías elegido, y
    de que en ese acto se me iba, está bien, digamos, mi razón, mi orden,
    mi especial modo de ser con la disciplina que confunde a mis compañeros,
    a mis seres queridos, ya no más queridos si te quiero a ti y los comparo
    con ellos. Erraré por estas calles y te buscaré hasta encontrarte, hasta
    que sientas una vez más deseo de mí, deseo de la carne fresca que te
    consigo. "Tengo para ti muchachos rubios, de bolas infladas para que mordisquees y chupes y soples si te sientes asesina. Búscame y
    encuéntrame, te lo suplico. No me dejes más en este andén, sufriendo
    las burlas de mis conocidos, de la gente que me mira y tiene que
    comentar, tiene que contar e inventar canciones de la que llaman mi decadencia. Pero como va a ser decadencia si tengo un motivo tuyo
    entre mis cejas, entre mi árbol del pan, mi cinturón de Hermes,
    averiado y todo pero férreo en ti, si lo hubiera utilizado para amarrarte,
    para golpearte en la cara y azotarte en la espalda cada vez que me
    fallaras, cada vez que olvidaras darme la oportunidad de probarte que
    yo no te fallaré jamás, Eva primigenio, que me encontrarás en esta
    esquina a la hora que te dé la gana divina, la gana hermosa de venir a
    mí y estar bien, parar tu carrito Simca, abrir la puerta, tenderme la
    mano, reclamarme, ayudarme a parar, yo me desgonzaré y dejaré que
    me sobes la cabecita, porque me lo merezco, porque he esperado
    mucho y he sufrido, me sobarás la cabecita y me besarás el cuello, y
    me dirás las mil razones de tu necesidad de mí, me instruirás, me
    indicarás en la dirección que ahora quieres ir, la edad de las víctimas,
    se me da un pepino que sean en realidad los mejores amigos, en
    realidad, los mejores amigos míos. Ven, ven por mí.

Maternidad (Andrés Caicedo)


A las vacaciones de quinto de bachillerato 
    salimos con un saldo de muertos. "Es una 
    verdadera tragedia terminar un año marcado por 
    triunfo -la construcción de un nuevo pabellón 
    deportivo, por con la desaparición de seis jóvenes 
    que apenas despuntaban la que seria una brillante 
    carrera", se lamenta el padre rector, en el discurso 
    de clausura. Pepito Torres hizo un viaje repentino 
    Bogotá (faltó a un examen final) y dicen que vino 
    a pie, devorando cuanto hongo mágico encontró a 
    la vera del camino, y al llegar a Cali comenzó a dar 
    escándalo publico por la Sexta, lo agarraron dos 
    policías sin avisar a sus papás, lo metieron en la 
    radiopatrulla en donde murió como un perro, 
    dándose contra las rejas, exhalando por boca y 
    narices un polvito negro. Manolin Camacho y 
    Alfredo Campos, los inseparables, se volaron del 
colegio y fueron a pasar un viernes de tarde deportiva en el río Pance, 
hubo crecida, y a los dos días encontraron sus cuerpos "entrelazados", 
pero el periódico no explicaba como. Tiempo después un campesino encontraría, entre las raíces de un carbonero a la orilla del río, una botella 
con un manuscrito de Alfredo, redactado compasívamente: "Vemos como crece el río. Es increíble. Es como si viniera a cobrar venganza por el 
pasado esplendoroso que le quitaron las modernas urbanizaciones. Pero 
ruge. Recobra su poder. La idea se nos ha ocurrido ambos. No seremos víctimas en vano. Mejoraran los tiempos. Cogidos de la mano caminamos hacia el rìo". Yo nunca pense‚ que las cosas mejorarían así no más. Un 
mes antes de exámenes finales Diego A. Castro (Castrico) salió con su hermano mayor, Julian, a la bocana del Océano Pacifico. encantaba ese 
mar de agua, arena, cielo, selva y gentes negras. Ambos habían ganado medallas en intercolegiados, departamentales y nacionales de natación. 
No fueron a ninguna competencia internacional por el uso de las pepas. 
Así podían nadar hasta la línea del horizonte, de allí alcanzarla línea que 
uno podría divisar si llegara al horizonte, y aun la otra. Pero no esa vez. 
A las pocas brazadas, Julian le resopló que se sentía muy mal, que 
se devolvía. Castrico, abstraído en sus movimientos parejos sobre las 
cresticas de cada ola, le dijo que bueno, y siguió nadando. Al regresar, 
feliz de su inmensa travesía, lo encontró en la playa, muerto, con el 
pescuezo inflado. Nadie sabe como regresó Castrico a Cali, pero ya se 
le había atravesado la existencia. Comenzó a buscarle pelea a todo el 
mundo, en especial a los más amigos de su hermano. Cargó puñal. 
Viajaba al campo y allá peleaba con machete y ruana envuelta. Lo 
encerraron en el manicomio y se voló del manicomio reclamando la 
presencia de su madre. No era más que ella le tuviera al lado su frasco 
de pepas y Castrico se quedaba calmado, acariciando las flores, jugando 
con los gatos. Salía a la Sexta una vez cada dos meses, y yo lo veía 
parado solo, hablando incoherencias sobre todas las mujeres, sonriendo. 
En la última pepera salió despavorido a buscar pelea, pero murió antes 
de que se la dieran: quedó como clavado en el suelo, gritó que se le abría 
el suelo y cayó muerto. Y van cinco.El sexto, Manolín Camacho, es el 
que más me duele. Mi compañero de pupitre. Solíamos caminar distraídos 
en los recreos, hablando de paisajes que nos imaginábamos en tres dimensiones de sólo mirar mapas. Nunca había probado ninguna droga, 
ni en las fiestas bebía. Sólo un sábado. Vaya a saber uno con quién se 
metió, quién lo invitó, por qué‚ lo vieron recorriendo calles a la velocidad 
que iba, con la velocidad que iba, con la mirada desencajada, buscando 
qué, con la piel llena de huecos, insultando ancianas, pateando carros. 
Murió solo, en un baño cualquiera, esforzándose por vomitar lo que 
seguro se había tragado inocentemente ahora le cercenaba el coxis, la 
próstata, el cerebelo. Le dieron una mezcla de analgésico para caballos 
y líquido de freno para aviones: "es una lástima, una serie así de muertes 
sin ningún, sin ningún sentido", decía el padre rector. Y yo, agarrado a 
mi asiento, con una rabia inmensa, sabia que‚ sentido había. Nos habían escogido como primeras víctimas de la decadencia de todo, pero yo no 
iba a llevar del bulto. "Haré‚ mi afirmación de vida", pensaba, y no sonreí 
ni una sola de las seis veces que me llamaron para recibir diplomas de matemáticas, historia, religión, inglés, geografía y excelencia. Miraba a 
ese público compuesto por curas, alumnos y padres de familia, y recibía 
los aplausos con apretón de dientes. "Haré‚ mi afirmación de vida". 

Destinitos fatales (Andrés Caicedo)




    I
            A un hombrecito le gusta el cine y llega y funda un cine club,
    y lo primero que hace es programar un ciclo larguísimo de películas de vampiros, desde Murnau y Dreyer hasta Fisher y ese film que vio hace
    poco de Dan Curtis. Al principio hay mucha acogida y todo: el teatro
    se llena. Pero semana tras semana va bajando la audiencia. Como se sabe,
    el público cineclubista está compuesto en su mayoría por gente despistada
    que acude a ver acá "el cine de calidad" que no puede ver en los teatros cuando estos sólo exhiben vaqueros y espías: Imbéciles que abuchean
    una película de John Ford con John Wayne "porque el ejército de EE.UU. siempre mata muchos indios", que le dicen imbécil a Jerry Lewis.
    Esa gente cómo le va a coger la onda a los vampiros, no falta por allí uno
    que insulte al hombrecito del cineclub por estar exhibiendo cosas de éstas, cuando los estudiantes luchan en las calles, gente que únicamente sufría
    de noche y que siempre duerme bien y al otro día se despiertan y pueden hablar de amor, de papitas, de viajes, de política y cuando llega la noche
    se ponen a soñar de lo mismo que han hablado durante todo el día.
    Pues bien, el hombrecito de nuestra historia comenzó a perder grandes cantidades de dinero, porque ya al final no iban más que diez personas
    a sus películas de vampiros, 9, 8, 7, 6, 5, los últimos 4 sí empezaron a conversar, a contarse recuerdos, pasó el tiempo y uno de ellos se mudó
    de ciudad, otro amaneció un día muerto, uno se graduó de arquitectura
    y nunca nadie más lo volvió a ver por estas tierras.
            El hecho es que el sábado 25 de septiembre de 1971,
    el hombrecito encontró, al ir a introducir el último film del ciclo,
    que no había más que un espectador en la sala, allá detrás,
    en un rincón, mitad luz y mitad sombra.
    El hombrecito iba a comenzar a hablar de la película que amaba tanto,
    pero el Conde se paró de su butaca y le sonrió, y el hombrecito tuvo
    que bajar los ojos.

    II
            Un empleado público se monta a las 2 del día en su bus de todos
    los días, paga, registra, y para su satisfacción queda un puesto por allá,
    se dirige al asiento vacío sin ver a nadie conocido, pero para qué conocidos
    a esta hora y con este calor, así que el empleado público en lo único que piensa es en el almuerzo que su mamá le tiene cuando llegue a casa en la siestesita de 5 minutos, en el sueñito que sueñe, y por pensar en eso ni se
    ha dado cuenta que este bus en el que se ha montado no para cada 4
    cuadras ni para en ninguna parte, y cuando cae en la cuenta el hombrecito
    lo que hace es apretar las manos que le sudan pero nada más ,o tal vez
    voltear a mirar a los pasajeros, todos hombres, una mujer en la última
    banca vestida de negro, todos de piel oscura y por que ser que todos
    están así de flacos y por que a todos se les ve el hambre en la cara, por
    que, sobre todo el chofer cuando voltea la cara y lo mira a él. Y da la
    señal. Entonces el bus para y todos se le van encima, y cuando al
    hombrecito le arrancan el primer pedazo de mejilla piensa en lo que dirán
    sus compañeros de oficina cuando salga mañana en el periódico. Pero
    mañana no va a salir nada en el periódico.

    III
            Un hombrecito va por allí caminando fresco, cargando un libro de
    Mr. Edgar Allan Poe que pesa 5 kilos. De pronto un gordo lo ve pasar
    y se acerca y le pregunta:
            - Dígame, ¿no le molesta andar con ese libro tan pesado parriba y
    pabajo?
            El hombrecito, que es muy bondadoso y un poco ingenuo, no se
    da cuenta que el gordo se quiere burlar de él, y por eso piensa antes de
    contestar, para darle la respuesta exacta; y ella es:
            - Lo que pasa es que desde hace un tiempo para acá me di cuenta
    que yo vivo mi vida montado en un globo, y el libro de Edgar me
    sirve de lastre. Lastre para no elevarme tanto, para no ir a parar a una
    región desconocida, habitada por gente que a lo mejor no me gusta,
    que no conozco. Además la persona que más supo de globos en el
    mundo fue mi amigo Edgar. Y el gordo al oír eso se le ríe en la cara.
    Y el hombrecito comprende ahora y se pone muy triste. Y la tristeza
    le dura cinco días. Hasta que se encuentra en una película una actriz
    americana de la que se puede enamorar fácil, y la tristeza se le pasa.

Canibalismo (Andrés Caicedo)


    Hay varias maneras de comerse a una
        persona.            Empezando porque debe ser diferente
        comerse a una mujer que comerse a un hombre.
        Yo he visto comer hombres, pero no mujeres.
        No se‚ si me gustara ver comer a una mujer
    alguna vez. Debe ser muy diferente. Lo que yo por mi parte conozco, son
    tres maneras de comerse a un hombre. Se puede partir en seis pedazos a la persona: cabeza, tronco, brazos, pelvis, muslos, piernas, incluyendo, claro esta ,Hay varias maneras de comerse a una persona. Empezando porque
    debe ser diferente comerse a una mujer que comerse a un hombre. Yo he visto comer hombres, pero no mujeres. No se‚ si me gustara ver comer a
    una mujer alguna vez. Debe ser muy diferente. Lo que yo por mi parte conozco, son tres maneras de comerse a un hombre. Se puede partir en
    seis pedazos a la persona: cabeza, tronco, brazos, pelvis, muslos, piernas, incluyendo, claro esta, manos y pies. Sé que hay personas que parten a la persona en ocho pedazos, ya que les gusta sacar también las rodillas, el
    hueso redondo de las rodillas, recubierto con la única porción de carne
    roja que tiene el ser humano. La otra forma que conozco es comerse a
    la persona entera, así no más, a mordiscos lentos, comer un día hasta
    hartarse y meter el cuerpo al refrigerador y sacarlo al otro día para el desayuno, así. Como comerse un mango a mordiscos. Porque yo puedo
    decir que a mi antes me gustaba muchísmo el mango verde, y después
    vino esa moda de partir el mango en pedacitos y fue apenas hace como
    una semana que me vine a dar cuenta que los mangos verdes me habían venido a gustar menos y supe también que era porque me los comía
    partidos, así que seguí comprándolos enteros, comiéndolos a mordiscos,
    y me han vuelto a gustar casi tanto como cuando estaba chiquito.. Eso
    mismo debe pasar con los cuerpos. La persona que ya lleva siglos comiéndolos tiene que darse las maneras de variar el plato para no
    aburrirse, porque si no como hacen. Yo no se‚ si ustedes leyeron la otra
    vez en la prensa que habían encontrado el cuerpo de un coronel retirado, metido en una chuspa de papel y amarrado con cabuya, lo que dijeron
    fue que lo habían encontrado por el Club Campestre, y que había
    expectación por el extraño estado en que se había hallado el cuerpo.
    Era un coronel Rodriguez, un tipo ni flaco ni gordo, de bigotico, y con
    una chucha que arrasaba. Claro que los periódicos nunca dijeron en que consistía ese "extraño estado en que se había hallado el cuerpo", pero
    como yo estoy al tanto de las cosas yo sé que el cuerpo ese lo que estaba
    era todo mordido. No se lo acabaron de todo porque mi coronel ya tenia
    52, allí fue cuando se dieron cuenta que no había como la carne de gente joven, fresca. Los ojos, por ejemplo, que dizque son lo más exquisito,
    dicen que cuando la persona pasa de los 35, se endurecen y se agrian,
    ya no vale la pena comerlos. 

Angelitos Empantanados (Andrés Caicedo)



     "No sabemos a qué obedece tu presencia,
        pero estás allí, amor, totalmente desarraigada
        de lo que nos rodea. Estás allí sólo para que
        podamos amar, dispuesta nada más a que
        nuestros cuerpos pataleén enchuspados en el
    tuyo y se revuelquen por turno o a un mismo tiempo en tus entrañas
    dulces y jugosas. Y ya lo ves, estoy hablando de ti otra vez, sé que
    no se puede, que es imposible, pero no importa, me gusta inventar.
    Nada importa si total, hundimos la cabeza entre tus senos y chupamos
    tu pelo como si fuera apio. Adivinarnos lo que está sintiendo tu cuerpo
    cuando tus rodillas nos golpean, nos maltratan en su orden de que convirtamos todo lo que te pertenece en una bella masa líquida.
    Y vemos nuestras caras retratadas allí donde sabes que está la palabra felicidad escrita de la forma más desconocida. Yo le tomé una fotografía
    y al revelarla, no había más que un relampaguée manchoso. Ni siquiera
    una cámara fotográfica pudo llegar a recordarla. Ella metía la mano entre
    mis piernas y agarraba todo, y así dormía. Repetía que sólo nos tenía
    a nosotros, que fuera de nosotros no existía nada, porque juntos conjurábamos a la eternidad. Nos empujaba hasta el borde de la cama. Descolgaba las piernas y nosotros, apoyados sobre la pared,
    nos tirábamos de cabeza por el único camino que había en el mundo.
    Y nos dijo que se iba a ir, y la vieja Carmen que tocaba a la puerta,
    para que le apuraramos. Pero nosotros jamás saldremos".
     

            Quisiera tenerla aquí a mi lado para contarle que Ricaurte aún le
    chupa los dientes a su novia. Que Marta, la de William, fue atropellada
    por un carro fantasma. Le contaría también que el único que sintió de
    veras su partida fui yo, que tanto William como Ricaurte se van a estudiar ingeniería a los Estados Unidos, William con una beca, como si no hubiera pasado por acá nada. Le contaría también que Angelita viene a visitarme,
    que me coge la mano y me habla desde muy cerquita, me cuenta historias
    de niños, como si con eso me fuera a encontrar algún consuelo a su
    ausencia. La próxima vez le voy a decir que por favor se olvide, que
    por favor no vuelva. Ya no quiero seguir estudiando más, para qué,
    pedazo de cordero. Ahora sólo tengo tiempo para mirar a mi ventana,
    la que antes era de Abigaíl Smith, y que yo he convertido en una
    ventana con forma de aguja y forma de iglesia, iglesias como esas que
    salen pintadas en las enciclopedias. Y también tiene forma de aguja,
    de ojo de aguja. Y la cúspide de la iglesia y la punta de la aguja están sostenidas por seis barrotes largos, grises, en forma de lanza.Y mi mundo mide 3 x 1.76 metros. Y mi mundo posee 3 centímetros de cielo limpio,
    más allá de los árboles, más allá del edificio de 52 pisos que levantaron
    al otro lado del alambre de púas, y que me robó casi todo el cielo de mi mundo. Y en las noches no puedo ver la luna. Pero entre barrote y
    barrote veo la muerte de los árboles, los mangos que caen y se quedan,
    los policías, lo que hace el Río. Y los boleros de mi madre que me
    acompañan a la distancia. Y me la paso pensando en mis cosas.
    Recuerdo que el hombre tuvo que enterrar viva a su amada para
    extraerle los dientes que le habían negado toda paz; eso lo relató el mayordomo, que los dientes cayeron de la cajita transparente y rodaron
    por el suelo. Soy nave sin regreso, un amor en vano, un terco peliador
    de media noche. Yo guardo los 7 trocitos blancos que arranqué de sus
    encías. Tuve que botar el resto porque estaba lleno de caries.
    Raíces del cielo. Yo poseo una caja negra, pulida, redonda, en donde
    guardo las puntas de sus senos y bien conservado ese par suyo de ojos,
    y un poco de su pelo. Y ahora voy a comprar un equipo completísimo
    de aire acondicionado. Ven a visitarme. 

Infección (Andrés Caicedo)





(Odio la Avenida Sexta por creer encontrar en ella la bienhechora importancia de la verdadera personalidad. Odio el club campestre por ser a la vez un lugar estúpido, artificial e hipócrita. Odio el teatro Calima por estar siempre los sábados lleno de gente conocida. Odio al muchacho contento que pasa al lado, perdió al fin del año cinco materias, pero eso no le importa, porque su amiga se dejó besar en su propia cama. Odio a todos los maricas por estúpidos en toda la extensión de la palabra. Odio a mis maestros y sus intachables hipocresías. Odio las malditas horas de estudios por conseguir una buena nota. Odio a todos aquellos que se cagan en la juventud todos los días).
***
Odio a todas las putas por andar vendiendo adoraciones falsas en todas sus casas y sus calles.
(Odio la Avenida Sexta por creer encontrar en ella la bienhechora importancia de la verdadera personalidad. Odio el club campestre por ser a la vez un lugar estúpido, artificial e hipócrita. Odio el teatro Calima por estar siempre los sábados lleno de gente conocida. Odio al muchacho contento que pasa al lado, perdió al fin del año cinco materias, pero eso no le importa, porque su amiga se dejó besar en su propia cama. Odio a todos los maricas por estúpidos en toda la extensión de la palabra. Odio a mis maestros y sus intachables hipocresías. Odio las malditas horas de estudios por conseguir una buena nota. Odio a todos aquellos que se cagan en la juventud todos los días).
***
Odio a todas las putas por andar vendiendo adoraciones falsas en todas sus casas y sus calles.
Odio las misas mal oídas... odio todas las misas. Me odio, por no saber encontrar mi misión verdadera. Por eso me odio... y a ustedes les importa?
Si, odio todo esto, todo eso, todo. Y lo odio porque lucho por conseguirlo, unas veces puedo vencer, otras no. Por eso lo odio, porque lucho por su compañía. Lo odio porque odiar es querer y aprender a amar. Me entienden? Lo odio, no he aprendido a amar, y necesito de eso. Por eso, odio a todo el mundo, no dejo de odiar a nadie, a nada...
a nada
a nadie
sin excepción!

CONTRA LA GUERRA (Vicente Aleixandre)


Se ven pobres mujeres que corren en las calles

como bultos o espanto entre la niebla. 

Las casas contraídas,

las casas rotas, salpicadas de sangre:

las habitaciones donde un grito quedó temblando,

donde la nada estalló de repente,

polvo lívido de paredes flotantes,

asoman su fantasma pasado por la muerte.

Son las oscuras casas donde murieron niños.

Miradlas. Como gajos

se abrieron en la noche bajo la luz terrible.

Niños dormían, blancos en su oscuro.

Niños nacidos con rumor a vida.

Niños o blandos cuerpos ofrecidos que,

callados los vientos, descansaban.

Las mujeres corrieron.

Por las ventanas salpicó la sangre.

¿Quién vio, quién vio un bracito salir roto en la noche

con la luz de sangre o estrella apuñalada?

¿Quién vio la sangre niña en mil gotas gritando:

¡crimen, crimen!,

alzada hasta los cielos

como un puñito inmenso, clamoroso?

Rostros pequeños, las mejillas, los pechos,

El inocente vientre que respira:

La metralla los busca,

la metralla, la súbita serpiente,

muerte estrellada para su martirio.

Ríos de niños muertos van buscando

un destino final, un mundo alto.

Bajo la luz de la luna se vieron

Las hediondas aves de la muerte;

Aviones, motores, buitres oscuros cuyo plumaje encierra

la destrucción de la carne que late,

La horrible muerte a pedazos que palpitan

Y esta voz de las las víctimas

Rota por las gargantas, que irrumpe en la ciudad como un

gemido.Todos la oímos.

los niños han gritado.

Su voz está sonando.

¿No ois? Suena en lo oscuro.

Suena en la luz. Suena en las calles.


Todas las casas gritan.

Pasais, y de esa ventana rota sale un grito de muerte.

Seguís. De ese hueco sin puerta

Sale una sangre y grita.

Las ventanas, las puertas, las torres, los tejados

Gritan, gritan. Son niños que murieron.

Por la ciudad gritando,un río pasa:

un río clamoroso de dolor que no acaba.

No lo mireis; sentidlo.

Pequeños corazones, pechos difuntos, caritas destrozadas.

No los miréis; oídlos.

Por la ciudad un río de dolor grita y convoca.

Sube y sube y nos llama.

La ciudad anegada se alza por los tejados

y alza un brazo terrible.Un solo brazo.

Mutilación heroica de la ciudad o su pecho.

Un puño clamoroso, rojo de sangre libre,

que la ciudad esgrime, iracunda y dispara.

miércoles, 18 de enero de 2012

LAFAYETTE STREET - JOSÉ MARÍA FONOLLOSA


Esta es la mujer mía. Pueden verla,
no tengan pena, de perfil, de frente.
Pueden acariciarla con los ojos.
Está desnuda bajo su vestido.

Es hermosa, ¿verdad? Todos lo dicen.
Ella también lo sabe. Es muy hermosa.
Mírenla de perfil, de frente. Desde
la uña del pie al cabello es muy hermosa.

Hasta los automóviles más caros
frenan para admirarla cuando pasa.

Vean a las demás. Se han vuelto feas
cuando ha entrado en el bar ella conmigo.
Y nada le pregunta a la cerveza
para hacer maravillas en la cama.

Esta es la mujer mía. No, no hay otra
tan completa cual ella. Es una lástima
que no encuentren ustedes otra igual.
Pueden acariciarla con los ojos.

Para qué he vivido? (Bertrand Russell)


Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación.

He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad, esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura mística, la visión anticipada del cielo que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin- he hallado.

Con igual pasión he buscado el conocimiento. He deseado entender el corazón de los hombres. He deseado saber por qué brillan las estrellas. Y he tratado de aprehender el poder pitagórico en virtud del cual el número domina al flujo. Algo de esto he logrado, aunque no mucho.

El amor y el conocimiento, en la medida en que ambos eran posibles, me transportaban hacia el cielo. Pero siempre la piedad me hacía volver a la tierra. Resuena en mi corazón el eco de gritos de dolor. Niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores, ancianos desvalidos, carga odiosa para sus hijos, y todo un mundo de soledad, pobreza y dolor convierten en una burla lo que debería ser la existencia humana. Deseo ardientemente aliviar el mal, pero no puedo, y yo también sufro.

Ésta ha sido mi vida. La he hallado digna de vivirse, y con gusto volvería a vivirla si se me ofreciese la oportunidad 

                                                                                                                                     Autobiografía , 1967

sábado, 14 de enero de 2012

Una Flor Amarilla (Julio Cortázar)

Parece una broma, pero somos inmortales. Lo sé por la negativa, lo sé porque conozco al único mortal. Me contó su historia en un bistró de la rue Cambronne, tan borracho que no le costaba nada decir la verdad aunque el patrón y los viejos clientes del mostrador se rieran hasta que el vino se les salía por los ojos. A mí debió verme algún interés pintado en la cara, porque se me apiló firme y acabamos dándonos el lujo de la mesa en un rincón donde se podía beber y hablar en paz. Me contó que era jubilado de la municipalidad y que su mujer se había vuelto con sus padres por una temporada, un modo como otro cualquiera de admitir que lo había abandonado. Era un tipo nada viejo y nada ignorante, de cara reseca y ojos tuberculosos. Realmente bebía para olvidar, y lo proclamaba a partir del quinto vaso de tinto. No le sentí ese olor que es la firma de París pero que al parecer sólo olemos los extranjeros. Y tenía las uñas cuidadas, y nada de caspa. 

Contó que en un autobús de la línea 95 había visto a un chico de unos trece años, y que al rato de mirarlo descubrió que el chico se parecía mucho a él, por lo menos se parecía al recuerdo que guardaba de sí mismo a esa edad. Poco a poco fue admitiendo que se le parecía en todo, la cara y las manos, el mechón cayéndole en la frente, los ojos muy separados, y más aun en la timidez, la forma en que se refugiaba en una revista de historietas, el gesto de echarse el pelo hacia atrás, la torpeza irremediable de los movimientos. Se le parecía de tal manera que casi le dio risa, pero cuando el chico bajó en la rue de Rennes, él bajó también y dejó plantado a un amigo que lo esperaba en Montparnasse. Buscó un pretexto para hablar con el chico, le preguntó por una calle y oyó ya sin sorpresa una voz que era su voz de la infancia. El chico iba hacia esa calle, caminaron tímidamente juntos unas cuadras. A esa altura una especie de revelación cayó sobre él. Nada estaba explicado pero era algo que podía prescindir de explicación, que se volvía borroso o estúpido cuando se pretendía-como ahora-explicarlo. 

Resumiendo, se las arregló para conocer la casa del chico, y con el prestigio que le daba un pasado de instructor de boy scouts se abrió paso hasta esa fortaleza de fortalezas, un hogar francés. Encontró una miseria decorosa y una madre avejentada, un tío jubilado, dos gatos. Después no le costó demasiado que un hermano suyo le confiara a su hijo que andaba por los catorce años, y los dos chicos se hicieron amigos. Empezó a ir todas las semanas a casa de Luc; la madre lo recibía con café recocido, hablaban de la guerra, de la ocupación, también de Luc. Lo que había empezado como una revelación se organizaba geométricamente, iba tomando ese perfil demostrativo que a la gente le gusta llamar fatalidad. Incluso era posible formularlo con las palabras de todos los días: Luc era otra vez él, no había mortalidad, éramos todos inmortales. 

-Todos inmortales, viejo. Fíjese, nadie había podido comprobarlo y me toca a mí, en un 95. Un pequeño error en el mecanismo, un pliegue del tiempo, un avatar simultáneo en vez de consecutivo, Luc hubiera tenido que nacer después de mi muerte, y en cambio... Sin contar la fabulosa casualidad de encontrármelo en el autobús. Creo que ya se lo dije, fue una especie de seguridad total, sin palabras. Era eso y se acabó. Pero después empezaron las dudas, por que en esos casos uno se trata de imbécil o toma tranquilizantes. Y junto con las dudas, matándolas una por una, las demostraciones de que no estaba equivocado, de que no había razón para dudar. Lo que le voy a decir es lo que más risa les da a esos imbéciles, cuando a veces se me ocurre contarles. Luc no solamente era yo otra vez, sino que iba a ser como yo, como este pobre infeliz que le habla. No había más que verlo jugar, verlo caerse siempre mal, torciéndose un pie o sacándose una clavícula, esos sentimientos a flor de piel, ese rubor que le subía a la cara apenas se le preguntaba cualquier cosa. La madre, en cambio, cómo les gusta hablar, cómo le cuentan a uno cualquier cosa aunque el chico esté ahí muriéndose de vergüenza, las intimidades más increíbles, las anécdotas del primer diente, los dibujos de los ocho años, las enfermedades... La buena señora no sospechaba nada, claro, y el tío jugaba conmigo al ajedrez, yo era como de la familia, hasta les adelanté dinero para llegar a un fin de mes. No me costó ningún trabajo conocer el pasado de Luc, bastaba intercalar preguntas entre los temas que interesaban a los viejos: el reumatismo del tío, las maldades de la portera, la política. Así fui conociendo la infancia de Luc entre jaques al rey y reflexiones sobre el precio de la carne, y así la demostración se fue cumpliendo infalible. Pero entiéndame, mientras pedimos otra copa: Luc era yo, lo que yo había sido de niño, pero no se lo imagine como un calco. Más bien una figura análoga, comprende, es decir que a los siete años yo me había dislocado una muñeca y Luc la clavícula, y a los nueve habíamos tenido respectivamente el sarampión y la escarlatina, y además la historia intervenía, viejo, a mí el sarampión me había durado quince días mientras que a Luc lo habían curado en cuatro, los progresos de la medicina y cosas por el estilo. Todo era análogo y por eso, para ponerle un ejemplo al caso, bien podría suceder que el panadero de la esquina fuese un avatar de Napoleón, y él no lo sabe porque el orden no se ha alterado, porque no podrá encontrar se nunca con la verdad en un autobús; pero si de alguna manera llegara a darse cuenta de esa verdad, podría comprender que ha repetido y que está repitiendo a Napoleón, que pasar de lavaplatos a dueño de una buena panadería en Montparnasse es la misma figura que saltar de Córcega al trono de Francia, y que escarbando despacio en la historia de su vida encontraría los momentos que corresponden a la campaña de Egipto, al consulado y a Austerlitz, y hasta se daría cuenta de que algo le va a pasar con su panadería dentro de unos años, y que acabará en una Santa Helena que a lo mejor es una piecita en un sexto piso, pero también vencido, también rodeado por el agua de la soledad, también orgulloso de su panadería que fue como un vuelo de águilas. Usted se da cuenta, ¿no?. 

Yo me daba cuenta, pero opiné que en la infancia todos tenemos enfermedades típicas a plazo fijo, y que casi todos nos rompemos alguna cosa jugando al fútbol. 
-Ya sé, no le he hablado más que de las coincidencias visibles. Por ejemplo, que Luc se pareciera a mí no tenía importancia, aunque sí la tuvo para la revelación en el autobús. Lo verdaderamente importante eran las secuencias, y eso es difícil de explicar porque tocan al carácter, a recuerdos imprecisos, a fábulas de la infancia. En ese tiempo, quiero decir cuando tenía la edad de Luc, yo había pasado por una época amarga que empezó con una enfermedad interminable, después en plena convalecencia me fui a jugar con los amigos y me rompí un brazo, y apenas había salido de eso me enamoré de la hermana de un condiscípulo y sufrí como se sufre cuando se es incapaz de mirar en los ojos a una chica que se está burlando de uno. Luc se enfermó también, apenas convaleciente lo invitaron al circo y al bajar de las graderías resbaló y se dislocó un tobillo. Poco después su madre lo sorprendió una tarde llorando al lado de la ventana, con un pañuelito azul estrujado en la mano, un pañuelo que no era de la casa. 

Como alguien tiene que hacer de contradictor en esta vida, dije que los amores infantiles son el complemento inevitable de los machucones y las pleuresías. Pero admití que lo del avión ya era otra cosa. Un avión con hélice a resorte, que él había traído para su cumpleaños. 
-Cuando se lo di me acordé una vez más del Meccano que mi madre me había regalado a los catorce años, y de lo que me pasó. Pasó que estaba en el jardín, a pesar de que se venía una tormenta de verano y se oían ya los truenos, y me había puesto a armar una grúa sobre la mesa de la glorieta, cerca de la puerta de calle. Alguien me llamó desde la casa, y tuve que entrar un minuto. Cuando volví, la caja del Meccano había desaparecido y la puerta estaba abierta. Gritando desesperado corrí a la calle donde ya no se veía a nadie, y en ese mismo instante cayó un rayo en el chalet de enfrente. Todo eso ocurrió como en un solo acto, y yo lo estaba recordando mientras le daba el avión a Luc y él se quedaba mirándolo con la misma felicidad con que yo había mirado mi Meccano. La madre vino a traerme una taza de café, y cambiábamos las frases de siempre cuando oímos un grito. Luc había corrido a la ventana como si quisiera tirarse al vacío. Tenía la cara blanca y los ojos llenos de lágrimas, alcanzó a balbucear que el avión se había desviado en su vuelo, pasando exactamente por el hueco de la ventana entreabierta. "No se lo ve más, no se lo ve más", repetía llorando. Oímos gritar más abajo, el tío entró corriendo para anunciar que había un incendio en la casa de enfrente. ¿Comprende, ahora? Sí, mejor nos tomamos otra copa. 

Después, como yo me callaba, el hombre dijo que había empezado a pensar solamente en Luc, en la suerte de Luc. Su madre lo destinaba a una escuela de artes y oficios, para que modestamente se abriera lo que ella llamaba su camino en la vida, pero ese camino ya estaba abierto y solamente él, que no hubiera podido hablar sin que lo tomaran por loco y lo separaran para siempre de Luc, podía decirle a la madre y al tío que todo era inútil, que cualquier cosa que hicieran el resultado sería el mismo, la humillación, la rutina lamentable, los años monótonos, los fracasos que van royendo la ropa y el alma, el refugio en una soledad resentida, en un bistró de barrio. Pero lo peor de todo no era el destino de Luc; lo peor era que Luc moriría a su vez y otro hombre repetiría la figura de Luc y su propia figura, hasta morir para que otro hombre entrara a su vez en la rueda. Luc ya casi no le importaba; de noche, su insomnio se proyectaba más allá hasta otro Luc, hasta otros que se llamarían Robert o Claude o Michel, una teoría al infinito de pobres diablos repitiendo la figura sin saberlo, convencidos de su libertad y su albedrío. El hombre tenía el vino triste, no había nada que hacerle. 

   -Ahora se ríen de mí cuando les digo que Luc murió unos meses después, son demasiado estúpidos para entender que... Sí, no se ponga usted también a mirarme con esos ojos. Murió unos meses después, empezó por una especie de bronquitis, así como a esa misma edad yo había tenido una infección hepática. A mí me internaron en el hospital, pero la madre de Luc se empeñó en cuidarlo en casa, y yo iba casi todos los días, y a veces llevaba a mi sobrino para que jugara con Luc. Había tanta miseria en esa casa que mis visitas eran un consuelo en todo sentido, la compañía para Luc, el paquete de arenques o el pastel de damascos. Se acostumbraron a que yo me encargara de comprar los medicamentos, después que les hablé de una farmacia donde me hacían un descuento especial. Terminaron por admitirme como enfermero de Luc, y ya se imagina que en una casa como ésa, donde el médico entra y sale sin mayor interés, nadie se fija mucho si los síntomas finales coinciden del todo con el primer diagnóstico... ¿Por qué me mira así? ¿He dicho algo que no esté bien? 
No, no había dicho nada que no estuviera bien, sobre todo a esa altura del vino. Muy al contrario, a menos de imaginar algo horrible la muerte del pobre Luc venía a demostrar que cualquiera dado a la imaginación puede empezar un fantaseo en un autobús 95 y terminarlo al lado de la cama donde se está muriendo calladamente un niño. Para tranquilizarlo, se lo dije. Se quedó mirando un rato el aire antes de volver a hablar. 

-Bueno, como quiera. La verdad es que en esas semanas después del entierro sentí por primera vez algo que podía parecerse a la felicidad. Todavía iba cada tanto a visitar a la madre de Luc, le llevaba un paquete de bizcochos, pero poco me importaba ya de ella o de la casa, estaba como anegado por la certidumbre maravillosa de ser el primer mortal, de sentir que mi vida se seguía desgastando día tras día, vino tras vino, y que al final se acabaría en cualquier parte y a cualquier hora, repitiendo hasta lo último el destino de algún desconocido muerto vaya a saber dónde y cuándo, pero yo sí que estaría muerto de verdad, sin un Luc que entrara en la rueda para repetir estúpidamente una estúpida vida. Comprenda esa plenitud, viejo, envídieme tanta felicidad mientras duró. 

Porque, al parecer, no había durado. El bistró y el vino barato lo probaban, y esos ojos donde brillaba una fiebre que no era del cuerpo. Y sin embargo había vivido algunos meses saboreando cada momento de su mediocridad cotidiana, de su fracaso conyugal, de su ruina a los cincuenta años, seguro de su mortalidad inalienable. Una tarde, cruzando el Luxemburgo, vio una flor. 

-Estaba al borde de un cantero, una flor amarilla cualquiera. Me había detenido a encender un cigarrillo y me distraje mirándola. Fue un poco como si también la flor me mirara, esos contactos, a veces... Usted sabe, cualquiera los siente, eso que llaman la belleza. Justamente eso, la flor era bella, era una lindísima flor. Y yo estaba condenado, yo me iba a morir un día para siempre. La flor era hermosa, siempre habría flores para los hombres futuros. De golpe comprendí la nada, eso que había creído la paz, el término de la cadena. Yo me iba a morir y Luc ya estaba muerto, no habría nunca más una flor para alguien como nosotros, no habría nada, no habría absolutamente nada, y la nada era eso, que no hubiera nunca más una flor. El fósforo encendido me abrasó los dedos. En la plaza salté a un autobús que iba a cualquier lado y me puse absurdamente a mirar, a mirar todo lo que se veía en la calle y todo lo que había en el autobús. Cuando llegamos al término mino, bajé y subí a otro autobús que llevaba a los suburbios. Toda la tarde, hasta entrada la noche, subí y bajé de los autobuses pensando en la flor y en Luc, buscando entre los pasajeros a alguien que se pareciera a Luc, a alguien que se pareciera a mí o a Luc, a alguien que pudiera ser yo otra vez, a alguien a quien mirar sabiendo que era yo, y luego dejarlo irse sin decirle nada, casi protegiéndolo para que siguiera por su pobre vida estúpida, su imbécil vida fracasada hacia otra imbécil vida fracasada hacia otra imbécil vida fracasada hacia otra... 

viernes, 13 de enero de 2012

Alas rotas (Khalil Gibrán)

Todo joven recuerda su primer amor y trata de volver a poseer esa extraña hora, cuyo recuerdo transforma sus más hondos sentimientos y le da tan inefable felicidad, a pesar de toda la amargura de su misterio.
En la vida de todo joven hay una "Selma", que súbitamente se le aparece en la primavera de la vida, que transforma su soledad en momentos felices, y que llena el silencio de sus noches con música.


Por aquella época estaba yo absorto en profundos pensamientos y contemplaciones, y trataba de entender el significado de la naturaleza y la revelación de los libros y de las Escrituras, cuando oí al Amor susurrando en mis oídos a través de los labios de Selma. Mi vida era un estado de coma, vacía como la de Adán en el Paraíso, cuando vi a Selma en pie, ante mí, como una columna. de  luz. Era la Eva de mi corazón, que lo llenó de secretos y maravillas, y que me hizo comprender el significado de la vida.


La primera Eva, por su propia voluntad, hizo que Adán saliera del Paraíso, mientras que Selma, involuntariamente, me hizo entrar en el Paraíso del amor puro y de la virtud, con su dulzura y su amor; pero lo que ocurrió al primer hombre también me sucedió a mí, y. la espada de fuego que expulsó a Adán del Paraíso fue la misma que atemorizó con su filo resplandeciente y me obligó a apartarme del paraíso de mi amor, sin haber desobedecido ningún mandato, y sin haber probado el fruto del árbol prohibido.""
Hoy, después de haber transcurrido muchos años, no me queda de aquel hermoso sueño sino un cúmulo de dolorosos recuerdos que aletean con alas invisibles en torno mío, que llenan de tristeza las profundidades de mi corazón, y que llevan lágrimas a mis ojos; y mi bien amada, la hermosa Selma, ha muerto, y nada queda de ella para preservar su memoria, sino mi roto corazón, y una tumba rodeada de cipreses. Esa tumba y este corazón son todo lo que ha quedado para dar testimonio de Selma.
El silencio que custodia la tumba no revela el secreto de Dios, oculto en la oscuridad del ataúd, y el crujido de las ramas cuyas raíces absorben los elementos del cuerpo no des cifran los misterios de la tumba, pero los suspiros de dolor de mi corazón anuncian a los vivientes el drama que han representado el amor, la belleza y la muerte.

¡Oh amigos de mi juventud, que estáis dispersos en la ciudad de Beirut!: cuando paséis por ese cementerio, junto al bosque de pinos, entrad en él silenciosamente, y caminad despacio, para que el ruido de vuestros pasos no, turbe el tranquilo sueño de los muertos, y deteneos humildemente ante la tumba de Selma; reverenciad la tierra que cubre su cuerpo y decid mi nombre en un hondo suspiro, al tiempo que decís internamente estas palabras:
"Aquí, todas las esperanzas de Gibrán, que vive como prisionero del amor más allá de los mares; todas sus esperanzas, fueron enterradas. En este sitio perdió Gibrán su felicidad, vertió todas sus lágrimas, y olvidó su sonrisa.
"Junto a esa tumba crece la tristeza de Gibrán, al mismo tiempo que los cipreses, y sobre la tumba su espíritu arde todas las noches como una lámpara votiva consagrada a Selma, y entona a coro con las ramas de los árboles un triste lamento, en lastimero duelo por la partida de Selma, que ayer, apenas ayer, era un hermoso canto en los labios de la Vida, y que hoy es un silente secreto en el seno de la tierra."
""¡Oh camaradas de mi juventud! Os conjuro, en nombre de aquellas vírgenes que vuestros corazones han amado, a que coloquéis una guirnalda de flores en la desamparada Tumba de mi bien amada, pues las flores que coloquéis sobre la tumba de Selma serán como gotas de rocío desprendidas de los ojos de la aurora, para refrescarlos pétalos de una rosa que se marchita.