miércoles, 25 de enero de 2012

La canción del pirata (José Espronceda)

Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar rïela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y va el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Stambul:

«Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor. 

Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor. 

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar. 

A la voz de «¡barco viene!»
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival. 

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río; 
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena,
quizá en su propio navío.
Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar. 

Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones. 

Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.»

El remordimiento (Jorge Luis Borges)

He cometido el peor de los pecados 
que un hombre puede cometer. No he sido 
feliz. Que los glaciares del olvido 
me arrastren y me pierdan, despiadados. 

Mis padres me engendraron para el juego 
arriesgado y hermoso de la vida, 
para la tierra, el agua, el aire, el fuego. 
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida 

no fue su joven voluntad. Mi mente 
se aplicó a las simétricas porfías 
del arte, que entreteje naderías. 

Me legaron valor. No fui valiente. 
No me abandona. Siempre está a mi lado 
La sombra de haber sido un desdichado.

A un olmo seco (Antonio Machado)


Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
  ¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
  No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
  Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
  Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas, 
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

Palabras para Julia (José Agustín Goytisolo)



Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
 
Hija mía es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante un muro ciego.
 
Te sentirás acorralada
te sentiras perdida y sola
tal vez querrás no haber nacido.
 
Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto
que es un asunto desgraciado.
 
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en tí como ahora pienso.
 
Un hombre sólo una mujer
así tomados de uno en uno
son como polvo no son nada.
 
Pero cuando yo te hablo a tí
cuando te escribo estas palabras
pienso también en otros hombres.
 
Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos.
 
Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.
 
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en tí como ahora pienso.
 
Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.
 
La vida es bella ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor tendrás amigos.
 
Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.
 
Perdóname no sé decirte
nada más pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.
 
Y siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en tí como ahora pienso.

Octubre (Juan Ramón Jiménez)

Estaba echado yo en la tierra, enfrente 
del infinito campo de Castilla, 
que el otoño envolvía en la amarilla 
dulzura de su claro sol poniente.
Lento, el arado, paralelamente 
abría el haza oscura, y la sencilla 
mano abierta dejaba la semilla 
en su entraña partida honradamente.
Pensé arrancarme el corazón, y echarlo, 
pleno de su sentir alto y profundo, 
al ancho surco del terruño tierno;
a ver si con romperlo y con sembrarlo, 
la primavera le mostraba al mundo 
el árbol puro del amor eterno. 

Amor constante más allá de la muerte (Francisco de Quevedo)


Cerrar podrá mis ojos la postrera 
Sombra que me llevare el blanco día, 
Y podrá desatar esta alma mía 
Hora, a su afán ansioso lisonjera; 

Mas no de esotra parte en la ribera 
Dejará la memoria, en donde ardía: 
Nadar sabe mi llama el agua fría, 
Y perder el respeto a ley severa. 

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido, 
Venas, que humor a tanto fuego han dado, 
Médulas, que han gloriosamente ardido, 

Su cuerpo dejará, no su cuidado; 
Serán ceniza, mas tendrá sentido; 
Polvo serán, mas polvo enamorado.

El cuerpo en el alba (Emilio Prados)



Ahora sí que ya os miro
cielo, tierra, sol, piedra,
como si viera mi propia carne.

Ya sólo me faltábais en ella
para verme completo,
hombre entero en el mundo
y padre sin semilla
de la presencia hermosa del futuro.

Antes, el alma vi nacer
y acudí a salvarla,
fiel tutor perseguido y doloroso,
pero siempre seguro
de mi mano y su aviso.

Ayudé a la hermosura
y a su felicidad,
aunque nunca dudé que traicionaba
al maestro, al discípulo,
más, si aquel daba forma
en su libertad
al pensamiento de lo bello.

Y así vistió su ropa
mi hueso madurado,
tan lleno de dolor y de negrura
como noche nublada
sin perfume de flor,
sin lluvia y sin silencio...

Solo el cumplir mi paso,
aunque por suelo tan arisco,
me daba luz y fuerza en el vivir.

Mas hoy me abrís los brazos,
cielo, tierra, sol, piedra,
igual que presentí de niño
que iba a ser la verdad bajo lo eterno.

Hoy siento que mi lengua
confunde su saliva
con la gota más tierna del rocío
y prolonga sus tactos
fuera de mí, en la yerba
o en la obscura raíz secreta y húmeda.

Miro mi pensamiento
llegarme lento como un agua,
no sé desde qué lluvia o lago
o profundas arenas
de fuentes que palpitan
bajo mi corazón ya sostenido por la roca del monte.

Hoy sí, mi piel existe,
mas no ya como límite
que antes me perseguía,
sino también como vosotros mismos,
cielo hermoso y azul,
tierra tendida...

Ya soy Todo: Unidad
de un cuerpo verdadero.
De ese cuerpo que Dios llamo su cuerpo
y hoy empieza a asentirse
a, sin muerte ni vida, como rosa en presencia constante
De su verbo acabado y en olvido
De lo que antes pensó aun sin llamarlo
Y temió ser: Demonio de la Nada.

Nanas de la cebolla (Miguel Hernández)


La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches. 

Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba. 

Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna. 

Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho. 

Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone alas. 

Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa. 

Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado. 

¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre. 

Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido. 

¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades. 

Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma. 

Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho. 

Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.

Coplas a la muerte de su padre (Jorge Manrique)






Recuerde el alma dormida,          
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte              5
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,             10
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

  Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,                           15
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar             20
lo que espera,
más que duró lo que vio
porque todo ha de pasar
por tal manera.

  Nuestras vidas son los ríos        25
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;                          30
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos          35
y los ricos.

Si el hombre pudiera decir (Luis Cernuda)


Si el hombre pudiera decir lo que ama, 
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo 
como una nube en la luz; 
si como muros que se derrumban, 
para saludar la verdad erguida en medio, 
pudiera derrumbar su cuerpo, 
dejando sólo la verdad de su amor, 
la verdad de sí mismo, 
que no se llama gloria, fortuna o ambición, 
sino amor o deseo, 
yo sería aquel que imaginaba; 
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos 
proclama ante los hombres la verdad ignorada, 
la verdad de su amor verdadero. 

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien 
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío; 
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina 
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, 
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu 
como leños perdidos que el mar anega o levanta 
libremente, con la libertad del amor, 
la única libertad que me exalta, 
la única libertad por que muero. 

Tú justificas mi existencia: 
si no te conozco, no he vivido; 
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

Gacela de la terrible presencia (Federico García Lorca)




Yo quiero que el agua se quede sin cauce.
Yo quiero que el viento se quede sin valles.
Quiero que la noche se quede sin ojos
y mi corazón sin la flor del oro.
Que los bueyes hablen con las grandes hojas
y que la lombriz se muera de sombra.
Que brillen los dientes de la calavera
y los amarillos inunden la seda.
Puedo ver el duelo de la noche herida
luchando enroscada con el mediodía.
Resisto un ocaso de verde veneno
y los arcos rotos donde sufre el tiempo.
Pero no me enseñes tu limpio desnudo
como un negro cactus abierto en los juncos.
Déjame en un ansia de oscuros planetas,
¡pero no me enseñes tu cintura fresca!

Libro de principios. (José Antonio Garriga Vela)



Me dispongo a empezar una novela. No sé si es por casualidad, pero comienzo siempre las novelas en verano. Cuando la mayoría de las personas se van de vacaciones, yo me encierro a escribir. No tengo muy claro todavía cuál va a ser el argumento. Desde hace algún tiempo, tengo un “Libro de principios”, en el que escribo la primera frase de la historias que se me ocurren. Elegiré uno de esos principios y descartaré el resto. Una elección complicada. A menudo en la vida se nos plantean elecciones que cambian nuestro destino. En la literatura pasa igual. Miro hacia atrás. Veo los libros que he publicado. Mi padre sale en casi todos ellos. Mi padre es el héroe de mis novelas. Un héroe de papel. Creo que, desde su muerte, he tenido presente a mi padre más que cuando estaba vivo. Le oigo, y escribo lo que me dice. La literatura me permite hablar con los vivos y con los muertos, aunque aparentemente esté solo. Hablo solo. Escribo. Y empiezo a vivir una historia que sólo existe dentro de mi cabeza.
El otro día le dije a un periodista que elegir un tema era como decidirse a iniciar una relación. No sabemos el tiempo que va a durar ni qué sorpresas nos deparará en el futuro. La historia de una novela, como la de un amor, es la historia de una obsesión y sus consecuencias. Ahora me dispongo a vivir dos veces, una a través de la fantasía y otra a través de la realidad. Una doble vida. Al final la fantasía irá apoderándose de la realidad. Lo sé, me ha ocurrido otras veces. Me dispongo a consultar de nuevo el ‘Libro de principios’ de la misma manera que miraría la foto de una mujer con la que me dispusiera a realizar un matrimonio de conveniencia. Una boda amañada con alguien del que poco a poco te vas enamorando, hasta que todo acaba. Las novelas acaban cuando las palabras te abandonan. Después sólo queda el recuerdo. Nada más y nada menos que el recuerdo de una relación intensa.
Me ilusiona empezar una nueva novela y a la vez me produce vértigo, igual que sucede también con las relaciones amorosas. No me canso de empezar novelas. Muy pronto iniciaré una cierta amistad con los personajes que vivirán en esta casa. Ellos serán mis huéspedes, los fantasmas de los próximos meses. Nadie sabe durante cuánto tiempo permanecen las obsesiones, quizás meses, tal vez años o toda una vida. Mi última novela se demoró en el tiempo. La obsesión se prolongó durante varios años. Uno puede acabar loco. Se puede pasar la vida entera escribiendo la misma novela y no conseguir terminarla. ¿Cuántas novelas inacabadas yacen perdidas en las mentes de sus autores? ¿Cuántos cajones ocultan historias que nunca verán la luz?
Ahora todo está borroso en mi futura novela. El espacio, el tiempo, sus habitantes. La novela es un silencio plagado de voces. ¿Quién será mi nuevo héroe? He de decidirme por una historia u otra y siempre me ha costado tomar decisiones. A menudo las han tomado otros por mí. Me he dejado llevar por la inercia de los acontecimientos como quien se hace el muerto en el mar. Pero el escritor está solo y tiene que tomar a solas las decisiones. Hace dos años que se publicó mi última novela y ya ha transcurrido ese periodo de descompresión que necesito entre una historia y otra. Creo estar preparado para sumergirme de nuevo.
Dentro de unos días, el mundo de la imaginación me irá absorbiendo y apartando del mundo real. Me dará pereza salir a la calle y cuando lo haga descubriré a los personajes de la novela sentados en las terrazas de las cafeterías, se cruzarán conmigo por la calle, los veré de soslayo en la ventanilla de un autobús. Irrumpirán en mis sueños. Me despertaré por las mañanas y descubriré su presencia en el cuarto. Me sentaré a escribir sobre ellos. Mi casa se convertirá en un lugar ficticio. Cuando mis amigos me llamen por teléfono, daré un respingo delante del ordenador en el que estaré escribiendo la vida de los otros. Una vida interrumpe la otra y yo no sé en qué lado estoy, en qué mundo me encuentro. La atmósfera que me rodea no es la que existe en la realidad sino la que he creado en mi imaginación.
No paro de darle vueltas a la cabeza. Imagino que elijo uno de los principios que tengo anotados y trato de escribir mentalmente los primeros párrafos. ¿Con cuál de todos esos principios me sentiré más cómodo en el futuro? ¿Qué personaje me procurará mayor satisfacción y complicidad? Imagino mundos. Me introduzco en ellos. Viajo. Busco por las calles un hogar para los inquilinos de la ficción. Me detengo delante de las fachadas de los edificios construidos por la fantasía. Un lugar en el mundo.
Luego vendrá el placer de escribir. La voz. Ese ritmo interno que buscará una frase que engarce con la anterior y después otra y otra. El mundo se irá haciendo cada vez más grande y con él sus habitantes. Me instalaré en ese mundo y cuando salga a la calle caminaré ensimismado. Puedo pasar la vida entera en el mundo real con los pensamientos en otra parte. Puedo llegar a cruzarme con mi mejor amigo y no verlo. Puedo estar hablando con alguien y no enterarme de nada de lo que dice porque mis pensamientos están volcados en la aventura que bulle en mi cabeza. La obsesión que mencionaba antes. Cuando escribo una novela me transformo incluso físicamente. Soy más feliz cuando escribo, aunque cuente historias tristes. He escrito alguna vez que delante de quien se adora es un placer estar triste y yo adoro a los protagonistas de mis relatos. Ellos comparten mi hogar, mi vida. Los reclamo. Están ahí y empiezo a escribir la novela.

El tiempo y los libros (José Antonio Garriga Vela)







Me atraen los mares, los desiertos, los lugares donde la vista se pierde en el horizonte. Sin embargo, mi casa no tiene ni un rincón vacío. Los libros cubren las estanterías y se amontonan alrededor y encima de los muebles. Ya sé que los podría comprimir en un artefacto del tamaño de media cuartilla, pero necesito verlos constantemente aunque sólo sea de soslayo. Mi lugar de trabajo es el comedor. Paso el día entre libros en lugar de personas. Miro el lomo de los libros como si fuera el perfil de los amigos. Una compañía tranquila, fiel y silenciosa. Miro a Carver, Coetzee, Cheever, Conrad, que están a la izquierda del sofá ordenados alfabéticamente por autores extranjeros, y su presencia me evoca momentos felices.


La relación que guardo con los libros es similar a la que mantengo con esos viejos amigos que sólo veo de vez en cuando pero que al volver a encontrarnos enseguida recuperamos la antigua complicidad. Me gusta pasear entre los libros. No podría encerrarlos en un sitio tan frío e impersonal como un “e-book”. Un libro electrónico no posee papel, ni perfume, ni notas escritas a mano ni entradas de cine ni billetes de viajes ocultos entre sus páginas. Un “e-book” sería como poner una foto del mar o del desierto delante de mi terraza. El paso del tiempo y la aventura de vivir que se reflejan en los libros no admiten decoraciones.


Pertenezco a otra época y a una clase de personas que necesitan a su lado la presencia de los objetos queridos. Creo que lo que no vemos lo acabamos olvidando. Trasladar mis libros a un “e-book” sería como recluirlos en una residencia que poco a poco iría dejando de visitar. El desierto está fuera, igual que los océanos y el cielo infinito; sin embargo su alma es como un libro cerrado que desea caer en manos de algún lector.


Ya sé que todo el saber del mundo cabe en esos aparatos electrónicos que ocupan una miseria, pero yo soy fetichista y necesito acariciar el objeto de deseo y sentir el tacto del papel. Amo los libros y me resulta hermoso el natural deterioro que va produciendo la edad. Mis libros tienen escrito en la primera página mi nombre y la fecha en la que nos conocimos. Los más viejos guardan impresa la letra del niño que fui. El tiempo y los libros. No sería capaz de abandonarlos. No renuncio a ninguno. Los miro y me sonríen. Existe entre nosotros una secreta complicidad.


He de confesar que me atormenta una pesadilla: tengo la sensación de que vivo encerrado en un mundo de papel y que fuera hay alguien que tiene la facultad de encenderme y apagarme como si yo fuera un “e-book”. Entonces me invade el inquietante temor de que ese ser, desalmado y poderoso, me desplace a cualquier rincón y me olvide para siempre.

martes, 24 de enero de 2012

La gente que me gusta (Mario Benedetti)



Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace. La gente que cultiva sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de su propia realidad. Me gusta la gente con capacidad para asumir las consecuencias de sus acciones, la gente que arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien se permite huir de los consejos sensatos dejando las soluciones en manos de nuestro padre Dios.
Me gusta la gente que es justa con su gente y consigo misma, la gente que agradece el nuevo día, las cosas buenas que existen en su vida, que vive cada hora con buen ánimo dando lo mejor de sí, agradecido de estar vivo, de poder regalar sonrisas, de ofrecer sus manos y ayudar generosamente sin esperar nada a cambio.
Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente, pero sin lastimarme ni herirme. La gente que tiene tacto.
Me gusta la gente que posee sentido de la justicia.
A estos los llamo mis amigos.
Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría y la predica. La gente que mediante bromas nos enseña a concebir la vida con humor. La gente que nunca deja de ser aniñada.
Me gusta la gente que con su energía, contagia.
Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos razonables a las decisiones de cualquiera.
Me gusta la gente fiel y persistente, que no desfallece cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.
Me gusta la gente de criterio, la que no se avergüenza en reconocer que se equivocó o que no sabe algo. La gente que, al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.
La gente que lucha contra adversidades.
Me gusta la gente que busca soluciones.
Me gusta la gente que piensa y medita internamente. La gente que valora a sus semejantes no por un estereotipo social ni cómo lucen. La gente que no juzga ni deja que otros juzguen.
Me gusta la gente que tiene personalidad.
Me gusta la gente capaz de entender que el mayor error del ser humano, es intentar sacarse de la cabeza aquello que no sale del corazón.
La sensibilidad, el coraje, la solidaridad, la bondad, el respeto, la tranquilidad, los valores, la alegría, la humildad, la fe, la felicidad, el tacto, la confianza, la esperanza, el agradecimiento, la sabiduría, los sueños, el arrepentimiento y el amor para los demás y propio son cosas fundamentales para llamarse GENTE.
Con gente como ésa, me comprometo para lo que sea por el resto de mi vida, ya que por tenerlos junto a mí, me doy por bien retribuido.

lunes, 23 de enero de 2012

En otro cuerpo (Lizkno, J)


Ya sé que yo he sido la musa de  tus
sufrimientos, dolores e insomnios, pero
no olvides que yo fui para ti, 
la carnada y el objeto de tus 
deseos sexuales insatisfechos.

Acostada sobe tu lecho, me obligaste
a mirar tu asquerosa masculinidad.
Todo, absolutamente todo, lo que
antes se me era hermoso, se volvió en
un instante, en mi peor pesadilla.

Ya, penetraste mi cuerpo y mi alma,
nunca volví a ser la misma de antes,
nunca !

Convertiste mi cuerpo en un juego
del sexo, me volviste prostituta
y luego me vendiste a otros...
iguales a ti.

El silencio (Andrés Caicedo)



    Lo que estábamos viendo ya lo sabíamos
        perfectamente,
            Era tu fin. No nos importaba nada más...
        Sólo eso: tu fin.
            Veíamos todo pero callábamos. Eso era lo
        peor: callábamos.
            Pero en nuestro silencio comprendíamos
    que se nos iba algo de la vida.
        Yo y él
        El y yo
        Nosotros y ellos
        Todos.
        Es que sabes una cosa?
        Te llegamos a odiar terriblemente, ya no queríamos creer en ti.
        Ni en tus palabras.
        Recuerdas cuando nos encontraste?
        Éramos unas personas que trataban de encontrar la felicidad que
    prometía la vida en cualquier luciérnaga de apestosa esperanza y fe...
        Todas falsas. No teníamos nada en que depositar nuestras creencias,
    no podíamos confiar en nadie, por que a nada encaminábamos nuestros actos.
        Y nos encontraste. Quisiste librarnos de ese peso, de ese estúpido significado de la vida. Creímos en ti y te seguimos. Ideal, Aceptamos de buena gana tus mensajes. En ti veíamos la verdadera esperanza de nuestras existencias.
        Eras
        Nuestra estatua
        Preferida.
        Llegó el momento en que casi conocimos la felicidad, y te llegamos a
    idolatrar, Ideal. Ya el culto que te rendíamos no era como el de una
    simple y falsa misa; por ti hubiéramos llegado a la idolatría para después vencerla con el idealismo; alcanzábamos lo que nos proponíamos, y por
    eso amábamos. Por que el hombre nunca odia ni consigue todo lo que
    ha soñado hacer... Pero si sólo recibe desengaños odia con todas sus fuerzas.
        Claro, tenía que llegar. Después de todo, esta vida es bonita o no es bonita, eso depende.
        Y nosotros optamos por lo segundo, sabes por qué? Porque nos
    dimos cuenta que nos habías engañado... que ya tu presencia nos
    recordaba el día que el desengaño de nuestros propósitos nos golpeó
    en la jeta.
        Sí, Ideal... La vida nos había golpeado. Nos dimos cuenta que ya
    no podríamos alcanzar nuestros propósitos...Es muy sencillo, ni te das cuenta? Por eso, sencillamente por eso, Te odiamos. Si, tal vez te traicionamos, porque olvidamos tu enseñanza, ignoramos nuestro oficio
    en el mundo, nuestra búsqueda por la inexistente esperanza... dejamos
    todo eso para acabarnos en el maldito tedio, eso era lo único que encontrábamos,
        Por eso
        En parte tenías razón
        Pero no debiste dejarnos solos.
        Y si te dijera que después te buscábamos?
        Y si te dijera que te llamábamos a gritos y que te suplicábamos que aparecieras y que vinieras de nuevo a darnos un consuelo en nuestra
    maldita vida?
        !Ideal! !Ideal! !Ideal! !Ideal! !Ideal!
        Maldita sea. Por qué no aparecías?
        Llegó el día en que nos cansamos de buscarte, Ideal. No, no te hagas ilusiones...
        Te odiábamos pero te considerábamos necesario, solo eso.
        Entonces nos dimos cuenta que lo mejor era perseguirte y acabar contigo.
        Para que tu presencia se perdiera, y así poder vivir nosotros en paz
        Sin recordarte
        ! uno
        dos y tres
        otra vez !
        Necesitábamos matarte, Ideal...Era necesario
        Ahora escribo esto para recordarte, para poder escribir nuevamente
    tu palabra cinco veces:
     
        1. Ideal
        2. Ideal
        3. Ideal
        4. Ideal
        5. Ideal    Ya no existes, Ideal. Tal vez vivamos felices, no podría decirlo.
        Sería igual asegurar que uno -a uno y que dos es igual dos mas d o
    dds dos. Por eso, porque no existes, no nos preocupamos de nada.
    No tenemos propósitos, dejamos que todo nos suceda porque sí...
    No por que nosotros estemos interesados en que pase
        Por eso, porque no
                                    Existes
                                                Existirás
                                                Exististe.    Pero, amls
        Pero, mansdd
        Pero, malsd
        Pero, maldiss
        Pero, Mald
        Pero, Maldito Ideal
        Por qué no acudiste a nuestro llanto?
     

Noche sin fortuna (Andrés Caicedo)



    Sentado en mi taburete yo contemplaba: Que
        Antígona había puesto los codos sobre los flaquitos
        flaquitos brazos de mi primo, las rodillas sobre sus
    muslos esmirriados, dejándolo, pues, inmovilizado. Empezó a frotarle
    las orejas hasta dejárselas rojas y luego se las arrancó a mordiscos.
    Siguió con la nariz, las encías, luego a lamerle la manzana de Adán,
    y él no protestaba casi, yo veía como sus ojos giraban por todo ese
    cuarto, cuadros de sus padres, fotos ampliadísimas de paseos y fincas,
    fusiles sin balas, yo sentado, asombrado, quieto, sintiendo como mis
    granos ebullían, contemplando como era devorado mi primo, y ella
    ni se movía casi, a no ser que su estómago bajara y subiera sobre él
    en la respiración agitada del que come con hambre.
            ¿Cuanto haría que ella no comía? ¿Qué pensaría mi primo, le
    abrí la puerta al primer visitante y me dejó entrar la muerte? Y no la
    muerte a secas señores, la muerte en esa forma. Luego ella empezó a
    susurrar las palabras más amorosas del mundo y bajó la mano y le bajó
    el cierre relámpago de su Blue-jean Levis y tenía el pipí parado! me
    levanté muerto de celos, patié esa mano que agarraba el miembro en
    forma de pepino, enorme para su edad.
            Mi primo soltó un berrido, ella me voltió a ver con carne blanca
    y pelos negros en la boca y me alejó con una especie de resoplido de
    ballena o de tigre y tiburón. "Está bien, está bien",pensé, y me senté
    de nuevo. Ahora el que hablaba era él.
            Decía que le lamiera primero el pecho y que después mordiera,
    ¿Así?", decía ella, y acto seguido mordía, y él "sí, así", y luego "más
    duro", y ella "¿más duro qué?", "la lamida, la lamida", decía él, claro,
    por que la mordida no podía ser, porque cada mordida era duro, debía
    doler terriblemente. Reloj en mano comprobé cuanto duró la cosa,
    hasta los huesos, hasta que ella no necesitó agazaparse sino reclinarse
    como en posición yoga y chupar los fémures, exquisitos, los cartílagos
    de codos y rodillas, le dio una chupada a cada bola de cada rodilla, no
    dejó una sola sobra, un solo desperdicio, operación limpísima, limpísimo
    el esqueleto de Mariátegui mientras yo sentía un río de agua hirviendo
    adentro y podía avergonzarme del olor que despedía mi piel toda, lista
    para ser comida, ella respiraba cada vez más espaciadamente y luego
    se echó sobre el esqueleto y reposó, y yo me paré del taburete inquieto,
    y te pregunté: "¨Y ahora yo? ¨Y yo qué?". Ella no me contestó: dormía. "Noche sin fortuna"


 
            Cae la tarde, la luna que vendrá a nosotros. Pasa de nuevo,
    mujer, porque me gustas. Te doy un pase para el cine club? un pase a
    mi corazón, te lo diría mejor así tengo una muralla de humo a mi
    alrededor, y nadie, nadie se equivoca con respecto a mí. Gracias a ti, Antígona, que me elegiste de sólo posar tu mirada en mí y me diste el entendimiento, la inmediata comprensión de que me habías elegido, y
    de que en ese acto se me iba, está bien, digamos, mi razón, mi orden,
    mi especial modo de ser con la disciplina que confunde a mis compañeros,
    a mis seres queridos, ya no más queridos si te quiero a ti y los comparo
    con ellos. Erraré por estas calles y te buscaré hasta encontrarte, hasta
    que sientas una vez más deseo de mí, deseo de la carne fresca que te
    consigo. "Tengo para ti muchachos rubios, de bolas infladas para que mordisquees y chupes y soples si te sientes asesina. Búscame y
    encuéntrame, te lo suplico. No me dejes más en este andén, sufriendo
    las burlas de mis conocidos, de la gente que me mira y tiene que
    comentar, tiene que contar e inventar canciones de la que llaman mi decadencia. Pero como va a ser decadencia si tengo un motivo tuyo
    entre mis cejas, entre mi árbol del pan, mi cinturón de Hermes,
    averiado y todo pero férreo en ti, si lo hubiera utilizado para amarrarte,
    para golpearte en la cara y azotarte en la espalda cada vez que me
    fallaras, cada vez que olvidaras darme la oportunidad de probarte que
    yo no te fallaré jamás, Eva primigenio, que me encontrarás en esta
    esquina a la hora que te dé la gana divina, la gana hermosa de venir a
    mí y estar bien, parar tu carrito Simca, abrir la puerta, tenderme la
    mano, reclamarme, ayudarme a parar, yo me desgonzaré y dejaré que
    me sobes la cabecita, porque me lo merezco, porque he esperado
    mucho y he sufrido, me sobarás la cabecita y me besarás el cuello, y
    me dirás las mil razones de tu necesidad de mí, me instruirás, me
    indicarás en la dirección que ahora quieres ir, la edad de las víctimas,
    se me da un pepino que sean en realidad los mejores amigos, en
    realidad, los mejores amigos míos. Ven, ven por mí.