No otorgo ninguna importancia a la vida
No sujeto con un alfiler el más mínimo anuncio vital que se da importancia
No ofrezco ninguna importancia a la vida
Pero los ramajes de sal los blancos ramajes
Todas las burbujas de sombra
Y las anémonas de mar
Descienden y respiran en el interior de mi pensamiento
Nacen de los llantos que no derramo
Pasos que no doy pasos que son dos veces pasos
Y cuya arena recuerda la marea ascendente
Los barrotes están en el interior de la jaula
Y las aves proceden de muy alto a cantar ante estos barrotes
Un pasaje subterráneo une todos los perfumes
Un día se internó una mujer
esta mujer se hizo tan radiante que me fue imposible verla
Con estos ojos que me vieron arder a mí mismo
Tenía ya la edad que tengo ahora
Y vigilaba sobre mi pensamiento como un guardián nocturno en una fábrica
inmensa
Único guardián
La glorieta encantaba siempre los mismos tranvías
Las imágenes de yeso no habían perdido nada de su expresión
Mordían el higo de la sonrisa
Conozco un tapiz en una ciudad desaparecida
Si se me ocurriera mostrarme ante vosotros envuelto en ese tapiz
Creeríais en la proximidad de vuestro fin
Como en el mío
Al fin las fontanas comprenderían que no es preciso decir Fontana
Se atrae a los lobos con los espejos de nieve
Poseo una barca desatada de todo clima
Soy arrastrado por un banco de hielo con dientes de llama
Corto y atravieso la madera de este árbol que siempre será verde
Un músico se pierde en las cuerdas de su instrumento
El Pabellón Negro del tiempo de ninguna fábula infantil
Aborda un bajel que ahora es solo el fanatsma del suyo
Hay tal vez una guardia en esta espada
Pero en esa guardia ya existe un duelo
En el curso del cual dos adversarios se desarman
El muerto es el menos ofendido
El porvenir es jamás
Las cortinas que nunca fueron alzadas
Flotan en las ventanas de futuras mansiones
Los lechos formados de todos los lirios
Se deslizan bajo las lámparas de rocío
Alguna tarde llegará
Las pepitas de luz permanecen inmóviles bajo el musgo azul
Las manos que hacen y deshacen los nudos del amor y del aire
Guardan toda su transparencia para los que ven
Ven las palmas en las manos
Las coronas en los ojos
Pero el brasero de coronas y de palmas
Se ilumina no hace más que iluminarse en lo más profundo de la floresta
Allí donde los ciervos inclinando la cabeza contemplan los años
Aún no se escucha sino un débil latido
De donde proceden mil ruidos más leves o más sordos
Y ese latido se perpetúa
Existen vestidos que palpitan
Y su palpitar existe al unísono de ese latido
Pero cuando quiero ver el rostro de aquéllas que los llevan
Una densa niebla se alza de la tierra
Al pie de los campanarios detrás de los más elegantes depósitos de vida y de
riqueza
En las gargantas que oscurecen entre dos montañas
Sobre el mar a la hora en que el sol comienza a extinguirse
Los seres que me hacen señales están separados por las estrellas
Y sin embargo el coche que pasa a toda velocidad
Lleva incluso mi última indecisión
Quién me espera allá en la ciudad donde las estatuas de bronce y de piedras
han cambiado de lugar con las estatuas de cera
Banianos banianos
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