Caía en el sueño como en una
blanda densidad de extraña hambre;
sabía que al final de la incerteza
del dormir o no, del reposo o la ortiga
hiriente en los ojos,
estaba la futura mañana agostada
o el día jovial, puro y refrescante.
Mas era imposible calmar nervio a nervio,
desechar visiones, borrar pensamientos,
disolver las horas con la indiferencia
con que vemos pasar ante la vista
las nadas insignificantes.
Y los ojos, queriendo ser durmientes,
lucharon contra sí hora tras hora.
La mañana fue llegando como sucia
vidriera en derredor; el aire era
pesado lienzo húmedo de sueño,
y mientras deambulaba por el tiempo
en tránsito a otra noche prometida,
ansia de llorar bostezos fluía
de mi cuerpo cansado como un mundo.
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