sábado, 14 de enero de 2012

Una Flor Amarilla (Julio Cortázar)

Parece una broma, pero somos inmortales. Lo sé por la negativa, lo sé porque conozco al único mortal. Me contó su historia en un bistró de la rue Cambronne, tan borracho que no le costaba nada decir la verdad aunque el patrón y los viejos clientes del mostrador se rieran hasta que el vino se les salía por los ojos. A mí debió verme algún interés pintado en la cara, porque se me apiló firme y acabamos dándonos el lujo de la mesa en un rincón donde se podía beber y hablar en paz. Me contó que era jubilado de la municipalidad y que su mujer se había vuelto con sus padres por una temporada, un modo como otro cualquiera de admitir que lo había abandonado. Era un tipo nada viejo y nada ignorante, de cara reseca y ojos tuberculosos. Realmente bebía para olvidar, y lo proclamaba a partir del quinto vaso de tinto. No le sentí ese olor que es la firma de París pero que al parecer sólo olemos los extranjeros. Y tenía las uñas cuidadas, y nada de caspa. 

Contó que en un autobús de la línea 95 había visto a un chico de unos trece años, y que al rato de mirarlo descubrió que el chico se parecía mucho a él, por lo menos se parecía al recuerdo que guardaba de sí mismo a esa edad. Poco a poco fue admitiendo que se le parecía en todo, la cara y las manos, el mechón cayéndole en la frente, los ojos muy separados, y más aun en la timidez, la forma en que se refugiaba en una revista de historietas, el gesto de echarse el pelo hacia atrás, la torpeza irremediable de los movimientos. Se le parecía de tal manera que casi le dio risa, pero cuando el chico bajó en la rue de Rennes, él bajó también y dejó plantado a un amigo que lo esperaba en Montparnasse. Buscó un pretexto para hablar con el chico, le preguntó por una calle y oyó ya sin sorpresa una voz que era su voz de la infancia. El chico iba hacia esa calle, caminaron tímidamente juntos unas cuadras. A esa altura una especie de revelación cayó sobre él. Nada estaba explicado pero era algo que podía prescindir de explicación, que se volvía borroso o estúpido cuando se pretendía-como ahora-explicarlo. 

Resumiendo, se las arregló para conocer la casa del chico, y con el prestigio que le daba un pasado de instructor de boy scouts se abrió paso hasta esa fortaleza de fortalezas, un hogar francés. Encontró una miseria decorosa y una madre avejentada, un tío jubilado, dos gatos. Después no le costó demasiado que un hermano suyo le confiara a su hijo que andaba por los catorce años, y los dos chicos se hicieron amigos. Empezó a ir todas las semanas a casa de Luc; la madre lo recibía con café recocido, hablaban de la guerra, de la ocupación, también de Luc. Lo que había empezado como una revelación se organizaba geométricamente, iba tomando ese perfil demostrativo que a la gente le gusta llamar fatalidad. Incluso era posible formularlo con las palabras de todos los días: Luc era otra vez él, no había mortalidad, éramos todos inmortales. 

-Todos inmortales, viejo. Fíjese, nadie había podido comprobarlo y me toca a mí, en un 95. Un pequeño error en el mecanismo, un pliegue del tiempo, un avatar simultáneo en vez de consecutivo, Luc hubiera tenido que nacer después de mi muerte, y en cambio... Sin contar la fabulosa casualidad de encontrármelo en el autobús. Creo que ya se lo dije, fue una especie de seguridad total, sin palabras. Era eso y se acabó. Pero después empezaron las dudas, por que en esos casos uno se trata de imbécil o toma tranquilizantes. Y junto con las dudas, matándolas una por una, las demostraciones de que no estaba equivocado, de que no había razón para dudar. Lo que le voy a decir es lo que más risa les da a esos imbéciles, cuando a veces se me ocurre contarles. Luc no solamente era yo otra vez, sino que iba a ser como yo, como este pobre infeliz que le habla. No había más que verlo jugar, verlo caerse siempre mal, torciéndose un pie o sacándose una clavícula, esos sentimientos a flor de piel, ese rubor que le subía a la cara apenas se le preguntaba cualquier cosa. La madre, en cambio, cómo les gusta hablar, cómo le cuentan a uno cualquier cosa aunque el chico esté ahí muriéndose de vergüenza, las intimidades más increíbles, las anécdotas del primer diente, los dibujos de los ocho años, las enfermedades... La buena señora no sospechaba nada, claro, y el tío jugaba conmigo al ajedrez, yo era como de la familia, hasta les adelanté dinero para llegar a un fin de mes. No me costó ningún trabajo conocer el pasado de Luc, bastaba intercalar preguntas entre los temas que interesaban a los viejos: el reumatismo del tío, las maldades de la portera, la política. Así fui conociendo la infancia de Luc entre jaques al rey y reflexiones sobre el precio de la carne, y así la demostración se fue cumpliendo infalible. Pero entiéndame, mientras pedimos otra copa: Luc era yo, lo que yo había sido de niño, pero no se lo imagine como un calco. Más bien una figura análoga, comprende, es decir que a los siete años yo me había dislocado una muñeca y Luc la clavícula, y a los nueve habíamos tenido respectivamente el sarampión y la escarlatina, y además la historia intervenía, viejo, a mí el sarampión me había durado quince días mientras que a Luc lo habían curado en cuatro, los progresos de la medicina y cosas por el estilo. Todo era análogo y por eso, para ponerle un ejemplo al caso, bien podría suceder que el panadero de la esquina fuese un avatar de Napoleón, y él no lo sabe porque el orden no se ha alterado, porque no podrá encontrar se nunca con la verdad en un autobús; pero si de alguna manera llegara a darse cuenta de esa verdad, podría comprender que ha repetido y que está repitiendo a Napoleón, que pasar de lavaplatos a dueño de una buena panadería en Montparnasse es la misma figura que saltar de Córcega al trono de Francia, y que escarbando despacio en la historia de su vida encontraría los momentos que corresponden a la campaña de Egipto, al consulado y a Austerlitz, y hasta se daría cuenta de que algo le va a pasar con su panadería dentro de unos años, y que acabará en una Santa Helena que a lo mejor es una piecita en un sexto piso, pero también vencido, también rodeado por el agua de la soledad, también orgulloso de su panadería que fue como un vuelo de águilas. Usted se da cuenta, ¿no?. 

Yo me daba cuenta, pero opiné que en la infancia todos tenemos enfermedades típicas a plazo fijo, y que casi todos nos rompemos alguna cosa jugando al fútbol. 
-Ya sé, no le he hablado más que de las coincidencias visibles. Por ejemplo, que Luc se pareciera a mí no tenía importancia, aunque sí la tuvo para la revelación en el autobús. Lo verdaderamente importante eran las secuencias, y eso es difícil de explicar porque tocan al carácter, a recuerdos imprecisos, a fábulas de la infancia. En ese tiempo, quiero decir cuando tenía la edad de Luc, yo había pasado por una época amarga que empezó con una enfermedad interminable, después en plena convalecencia me fui a jugar con los amigos y me rompí un brazo, y apenas había salido de eso me enamoré de la hermana de un condiscípulo y sufrí como se sufre cuando se es incapaz de mirar en los ojos a una chica que se está burlando de uno. Luc se enfermó también, apenas convaleciente lo invitaron al circo y al bajar de las graderías resbaló y se dislocó un tobillo. Poco después su madre lo sorprendió una tarde llorando al lado de la ventana, con un pañuelito azul estrujado en la mano, un pañuelo que no era de la casa. 

Como alguien tiene que hacer de contradictor en esta vida, dije que los amores infantiles son el complemento inevitable de los machucones y las pleuresías. Pero admití que lo del avión ya era otra cosa. Un avión con hélice a resorte, que él había traído para su cumpleaños. 
-Cuando se lo di me acordé una vez más del Meccano que mi madre me había regalado a los catorce años, y de lo que me pasó. Pasó que estaba en el jardín, a pesar de que se venía una tormenta de verano y se oían ya los truenos, y me había puesto a armar una grúa sobre la mesa de la glorieta, cerca de la puerta de calle. Alguien me llamó desde la casa, y tuve que entrar un minuto. Cuando volví, la caja del Meccano había desaparecido y la puerta estaba abierta. Gritando desesperado corrí a la calle donde ya no se veía a nadie, y en ese mismo instante cayó un rayo en el chalet de enfrente. Todo eso ocurrió como en un solo acto, y yo lo estaba recordando mientras le daba el avión a Luc y él se quedaba mirándolo con la misma felicidad con que yo había mirado mi Meccano. La madre vino a traerme una taza de café, y cambiábamos las frases de siempre cuando oímos un grito. Luc había corrido a la ventana como si quisiera tirarse al vacío. Tenía la cara blanca y los ojos llenos de lágrimas, alcanzó a balbucear que el avión se había desviado en su vuelo, pasando exactamente por el hueco de la ventana entreabierta. "No se lo ve más, no se lo ve más", repetía llorando. Oímos gritar más abajo, el tío entró corriendo para anunciar que había un incendio en la casa de enfrente. ¿Comprende, ahora? Sí, mejor nos tomamos otra copa. 

Después, como yo me callaba, el hombre dijo que había empezado a pensar solamente en Luc, en la suerte de Luc. Su madre lo destinaba a una escuela de artes y oficios, para que modestamente se abriera lo que ella llamaba su camino en la vida, pero ese camino ya estaba abierto y solamente él, que no hubiera podido hablar sin que lo tomaran por loco y lo separaran para siempre de Luc, podía decirle a la madre y al tío que todo era inútil, que cualquier cosa que hicieran el resultado sería el mismo, la humillación, la rutina lamentable, los años monótonos, los fracasos que van royendo la ropa y el alma, el refugio en una soledad resentida, en un bistró de barrio. Pero lo peor de todo no era el destino de Luc; lo peor era que Luc moriría a su vez y otro hombre repetiría la figura de Luc y su propia figura, hasta morir para que otro hombre entrara a su vez en la rueda. Luc ya casi no le importaba; de noche, su insomnio se proyectaba más allá hasta otro Luc, hasta otros que se llamarían Robert o Claude o Michel, una teoría al infinito de pobres diablos repitiendo la figura sin saberlo, convencidos de su libertad y su albedrío. El hombre tenía el vino triste, no había nada que hacerle. 

   -Ahora se ríen de mí cuando les digo que Luc murió unos meses después, son demasiado estúpidos para entender que... Sí, no se ponga usted también a mirarme con esos ojos. Murió unos meses después, empezó por una especie de bronquitis, así como a esa misma edad yo había tenido una infección hepática. A mí me internaron en el hospital, pero la madre de Luc se empeñó en cuidarlo en casa, y yo iba casi todos los días, y a veces llevaba a mi sobrino para que jugara con Luc. Había tanta miseria en esa casa que mis visitas eran un consuelo en todo sentido, la compañía para Luc, el paquete de arenques o el pastel de damascos. Se acostumbraron a que yo me encargara de comprar los medicamentos, después que les hablé de una farmacia donde me hacían un descuento especial. Terminaron por admitirme como enfermero de Luc, y ya se imagina que en una casa como ésa, donde el médico entra y sale sin mayor interés, nadie se fija mucho si los síntomas finales coinciden del todo con el primer diagnóstico... ¿Por qué me mira así? ¿He dicho algo que no esté bien? 
No, no había dicho nada que no estuviera bien, sobre todo a esa altura del vino. Muy al contrario, a menos de imaginar algo horrible la muerte del pobre Luc venía a demostrar que cualquiera dado a la imaginación puede empezar un fantaseo en un autobús 95 y terminarlo al lado de la cama donde se está muriendo calladamente un niño. Para tranquilizarlo, se lo dije. Se quedó mirando un rato el aire antes de volver a hablar. 

-Bueno, como quiera. La verdad es que en esas semanas después del entierro sentí por primera vez algo que podía parecerse a la felicidad. Todavía iba cada tanto a visitar a la madre de Luc, le llevaba un paquete de bizcochos, pero poco me importaba ya de ella o de la casa, estaba como anegado por la certidumbre maravillosa de ser el primer mortal, de sentir que mi vida se seguía desgastando día tras día, vino tras vino, y que al final se acabaría en cualquier parte y a cualquier hora, repitiendo hasta lo último el destino de algún desconocido muerto vaya a saber dónde y cuándo, pero yo sí que estaría muerto de verdad, sin un Luc que entrara en la rueda para repetir estúpidamente una estúpida vida. Comprenda esa plenitud, viejo, envídieme tanta felicidad mientras duró. 

Porque, al parecer, no había durado. El bistró y el vino barato lo probaban, y esos ojos donde brillaba una fiebre que no era del cuerpo. Y sin embargo había vivido algunos meses saboreando cada momento de su mediocridad cotidiana, de su fracaso conyugal, de su ruina a los cincuenta años, seguro de su mortalidad inalienable. Una tarde, cruzando el Luxemburgo, vio una flor. 

-Estaba al borde de un cantero, una flor amarilla cualquiera. Me había detenido a encender un cigarrillo y me distraje mirándola. Fue un poco como si también la flor me mirara, esos contactos, a veces... Usted sabe, cualquiera los siente, eso que llaman la belleza. Justamente eso, la flor era bella, era una lindísima flor. Y yo estaba condenado, yo me iba a morir un día para siempre. La flor era hermosa, siempre habría flores para los hombres futuros. De golpe comprendí la nada, eso que había creído la paz, el término de la cadena. Yo me iba a morir y Luc ya estaba muerto, no habría nunca más una flor para alguien como nosotros, no habría nada, no habría absolutamente nada, y la nada era eso, que no hubiera nunca más una flor. El fósforo encendido me abrasó los dedos. En la plaza salté a un autobús que iba a cualquier lado y me puse absurdamente a mirar, a mirar todo lo que se veía en la calle y todo lo que había en el autobús. Cuando llegamos al término mino, bajé y subí a otro autobús que llevaba a los suburbios. Toda la tarde, hasta entrada la noche, subí y bajé de los autobuses pensando en la flor y en Luc, buscando entre los pasajeros a alguien que se pareciera a Luc, a alguien que se pareciera a mí o a Luc, a alguien que pudiera ser yo otra vez, a alguien a quien mirar sabiendo que era yo, y luego dejarlo irse sin decirle nada, casi protegiéndolo para que siguiera por su pobre vida estúpida, su imbécil vida fracasada hacia otra imbécil vida fracasada hacia otra imbécil vida fracasada hacia otra... 

viernes, 13 de enero de 2012

Alas rotas (Khalil Gibrán)

Todo joven recuerda su primer amor y trata de volver a poseer esa extraña hora, cuyo recuerdo transforma sus más hondos sentimientos y le da tan inefable felicidad, a pesar de toda la amargura de su misterio.
En la vida de todo joven hay una "Selma", que súbitamente se le aparece en la primavera de la vida, que transforma su soledad en momentos felices, y que llena el silencio de sus noches con música.


Por aquella época estaba yo absorto en profundos pensamientos y contemplaciones, y trataba de entender el significado de la naturaleza y la revelación de los libros y de las Escrituras, cuando oí al Amor susurrando en mis oídos a través de los labios de Selma. Mi vida era un estado de coma, vacía como la de Adán en el Paraíso, cuando vi a Selma en pie, ante mí, como una columna. de  luz. Era la Eva de mi corazón, que lo llenó de secretos y maravillas, y que me hizo comprender el significado de la vida.


La primera Eva, por su propia voluntad, hizo que Adán saliera del Paraíso, mientras que Selma, involuntariamente, me hizo entrar en el Paraíso del amor puro y de la virtud, con su dulzura y su amor; pero lo que ocurrió al primer hombre también me sucedió a mí, y. la espada de fuego que expulsó a Adán del Paraíso fue la misma que atemorizó con su filo resplandeciente y me obligó a apartarme del paraíso de mi amor, sin haber desobedecido ningún mandato, y sin haber probado el fruto del árbol prohibido.""
Hoy, después de haber transcurrido muchos años, no me queda de aquel hermoso sueño sino un cúmulo de dolorosos recuerdos que aletean con alas invisibles en torno mío, que llenan de tristeza las profundidades de mi corazón, y que llevan lágrimas a mis ojos; y mi bien amada, la hermosa Selma, ha muerto, y nada queda de ella para preservar su memoria, sino mi roto corazón, y una tumba rodeada de cipreses. Esa tumba y este corazón son todo lo que ha quedado para dar testimonio de Selma.
El silencio que custodia la tumba no revela el secreto de Dios, oculto en la oscuridad del ataúd, y el crujido de las ramas cuyas raíces absorben los elementos del cuerpo no des cifran los misterios de la tumba, pero los suspiros de dolor de mi corazón anuncian a los vivientes el drama que han representado el amor, la belleza y la muerte.

¡Oh amigos de mi juventud, que estáis dispersos en la ciudad de Beirut!: cuando paséis por ese cementerio, junto al bosque de pinos, entrad en él silenciosamente, y caminad despacio, para que el ruido de vuestros pasos no, turbe el tranquilo sueño de los muertos, y deteneos humildemente ante la tumba de Selma; reverenciad la tierra que cubre su cuerpo y decid mi nombre en un hondo suspiro, al tiempo que decís internamente estas palabras:
"Aquí, todas las esperanzas de Gibrán, que vive como prisionero del amor más allá de los mares; todas sus esperanzas, fueron enterradas. En este sitio perdió Gibrán su felicidad, vertió todas sus lágrimas, y olvidó su sonrisa.
"Junto a esa tumba crece la tristeza de Gibrán, al mismo tiempo que los cipreses, y sobre la tumba su espíritu arde todas las noches como una lámpara votiva consagrada a Selma, y entona a coro con las ramas de los árboles un triste lamento, en lastimero duelo por la partida de Selma, que ayer, apenas ayer, era un hermoso canto en los labios de la Vida, y que hoy es un silente secreto en el seno de la tierra."
""¡Oh camaradas de mi juventud! Os conjuro, en nombre de aquellas vírgenes que vuestros corazones han amado, a que coloquéis una guirnalda de flores en la desamparada Tumba de mi bien amada, pues las flores que coloquéis sobre la tumba de Selma serán como gotas de rocío desprendidas de los ojos de la aurora, para refrescarlos pétalos de una rosa que se marchita.

domingo, 8 de enero de 2012

HIJA DEL VIENTO (Alejandra Pizarnik)


Han venido.
Invaden la sangre.
Huelen a plumas,
a carencias,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.

Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.

Tú lloras debajo del llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.

Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.

jueves, 5 de enero de 2012

PÓRTICO (José Martí)


Frente a casas ruines, en los mismos 
Sacros lugares donde Franklin bueno 
Citò al rayo y lo atò,— por entre truncos 
Muros, cerros de piedras, boqueantes 
Fosos, y los cimientos asomados 
Como dientes que nacen a una encía 
Un pòrtico gigante se elevaba. 
Rondaba cerca de él la muchedumbre 
[............] que siempre en torno
De las fábricas nuevas se congrega:


Cuál, que ésta es siempre distinciòn de necios, 
Absorto ante el tamaño: piedra el otro 
Que no penetra el sol, y cuál en ira, 
De que fuera mayor que su estatura. 
Entre el tosco andamiaje, y las nacientes 
Paredes, el pòrtico [.......]
En un cráneo sin tope parecía
Un labio enorme, lívido e hinchado.
Ruedas y hombres el aire sometieron:
Trepaban en la sombra: más arriba 
Fueron que las iglesias: de las nubes 
La fábrica magnífica colgaron: 
Y en medio entonces de los altos muros 
Se vio el pòrtico en toda su hermosura.

A LOS ESPACIOS (José Martí)


 
A los espacios entregarme quiero
Donde se vive en paz, y con un manto 
De luz, en gozo embriagador henchido, 
Sobre las nubes blancas se pasea,— 
Y donde Dante y las estrellas viven. 
Yo sé, yo sé, porque lo tengo visto 
En ciertas horas puras, còmo rompe 
Su cáliz una flor,— y no es diverso 
Del modo, no, con que lo quiebra el alma,

Escuchad, y os diré: —viene de pronto
Como una aurora inesperada, y como
A la primera luz de primavera
De flor se cubren las amables lilas...
Triste de mí: contároslo quería
Y en espera del verso, las grandiosas
Imágenes en fila ante mis ojos
Como águilas alegres vi sentadas.
Pero las voces de los hombres echan
De junto a mí las nobles aves de oro:
Ya se van, ya se van: ved còmo rueda 
La sangre de mi herida. 
Si me pedís un símbolo del mundo 
En estos tiempos, vedlo: un ala rota. 
Se labra mucho el oro, el alma apenas!— 
Ved còmo sufro: vive el alma mía 
Cual cierva en una cueva acorralada:— 
Oh, no está bien:
me vengaré, llorando!

CRIN HIRSUTA (José Martí)


Que como crin hirsuta de espantado 
Caballo que en los troncos secos mira 
Garras y dientes de tremendo lobo, 
Mi destrozado verso se levanta...? 
Sí,: pero se levanta! —a la manera 
Como cuando el puñal se hunde en el cuello 
De la res, sube al cielo hilo de sangre:— 
Sòlo el amor engendra melodías.

HOMAGNO AUDAZ (José Martí)


 

Homagno audaz, de tanto haber vivido
Con el alma, que quema, se moría.— 
Por las còncavas sienes las canosas 
Lasas guedejas le colgaban: hinca 
Las silenciosas manos en los secos. 
Muslos: los labios, como ofensa augusta 
Al negro pueblo universal, horrible 
Pueblo infeliz y hediondo de los Midas,
Junta como quien niega: y en los claros 
Ojos de ansia y amor, que la vislumbre 
De la muerte feliz, arroba, brilla 
Como en selva nocturna hoguera blanca 
La mirada caudal de un Dios que muere 
Remordido de hormigas:
Suplicante

A sus llagados pies Jòveno hermoso 
Tiéndese y llora; y en los negros ojos 
Desolaciòn patética le brilla: 
No, no Homagno, ¡negras ropas visten 
Las mujeres de estos tiempos! —en que— 
Como hojas verdes en invierno, lucen:
Oh las mujeres, oh las necias, trajes 
De rosas sin olor: —jubòn rosado, 
Con trajes anchos de perlada seda:— 
En los [...............] el galano
Talle le ciñen: —oh dime, dime Homagno,
De este palacio de que sales; dime
Qué secreto conjuro la uva rompe
De las sabrosas mieles: di qué llave
Abre las puertas del placer profundo
Que fortalece y embalsama: dilo,
Oh noble Homagno, a Jòveno extranjero:—

La sublime piedad abriò los labios 
Del moribundo noble musitando:
La llave quieres, Jòveno, del mundo? 
La llave de la fuerza, la del goce 
Sereno y penetrante, la del hondo 
Valor que a mundos y a villas, 
Cual gigante amazona desafía;
La del escudo impenetrable, escudo 
Contra la tentadora humana Infamia! 
Yo ni de dioses ni de filtro tengo 
Fuerzas maravillosas: he vivido, 
Y la divinidad está en la vida!:
¡Mira si no la frente de los viejos!

Estréchame la mano: no, no esperes
A que yo te la tienda: ¡yo sabia
Antes tenderla, de mi hermoso modo
Que envolvía en sombra de amor el Universo!
Hoy, ya no puedo alzarla de la piedra
Donde me asiento: aunque el corazòn
Plumas nuevas se viste y tiende el ala:
¡No acaba el alma humana en este mundo! 
Ya, cual bucles de piedra, en mi mondado 
Cráneo cuelgan mis últimos cabellos;
Pero debajo no! debajo vibra 
Todo el fuego magnífico y sonoro 
Que mantiene la tierra!
Ven y toma 
Esta mano que ha visto mucha pena! 
Dicen que así verás lo que yo he visto. 
¡Aprieta bien, aprieta bien mi mano! 
Es bueno ir de la mano de los jòvenes!:
¡Así, de sombra a luz, crece la vida! 
¡Déjame divagar: la mente vaga 
Como las nubes, madres de la tierra!

Mozo, ven, pues: ase mi mano y mira:
Aquí están, a tus ojos, en hilera, 
Frías y dormidas como estatuas, todas 
Las que de amor el pecho te han movido:
¡Las llaves falsas, Jòveno, del cielo!
Una no más sencillamente lo abre
Como nuestro dominio: pero nota
Còmo estas barbas a la tierra llegan
Blancas y ensangrentadas, y aún no topo
Con la que me pudiera abrir el cielo.
En cambio, mira a mi redor: la tierra
Está amasada con las llaves rotas
Con que he probado a abrirlo: —y que éste es todo

El mundo dicen los bellacos luego! 
¡Viene después un cierto olor de rosa, 
Un trono en una nube, un vuelo vago, 
Y un aire y una sangre hecha de besos! 
¡Pompa de claridad la muerte miro!:
¡Palpa cuál, de pensarla, están calientes, 
Finos, como si fuesen a una boda, 
Ágiles como alas, y sedosos, 
Como la mocedad después del baño, 
Estos bucles de piedra! Gruñes, gruñes 
De estas cosas de viejo...
Ahí están todas 
las mujeres que amaste; llaves falsas 
Con que en vano echa el hombre a abrir el cielo. 
Por la magia sutil de mi experiencia 
Las miro como son: cáscaras todas, 
Esta de nácar, cual la Aurora brinda, 
Humo como la Aurora; ésta de bronce;
Marfil ésta; ésa ébano; y aquella 
De esos diestros barrillos italianos 
De diversos colores... ¡cuenta! Es fijo... 
¿Cuántos años cumpliste? Treinta? Es fijo 
Que has amado, y es poco, a más de ciento:
¡Se hacen muy fácilmente, y duran poco, 
Las estatuas de cieno! Gruñes, gruñes 
De estas cosas de viejo...
A ver qué tienen 
Las cáscaras por dentro! ¡Abajo, abajo 
Esa hermosa de nácar! ¡qué riqueza 
Viene al suelo de espalda y hombros finos! 
¡Parece una onda de òpalo cuajada! 
¡Sube un aroma que perfuma el viento,— 
Que me enciende la carne, que me anubla 
El juicio, a tanta costa trabajado!:
Pero vuélvela a diestra y a siniestra, 
A la luna y el sol: no hay nada adentro!

Y en la de bronce ¿qué hallas? ¡con que modo 
Loco y ardiente buscas!: aún humea 
Esa de bronce en restos: ¿qué has hallado 
Que con espanto tal la echas en tierra?:
¡Ah, lo que corre el duende negro: un cerdo!

Y ésa? ¡una uña! Y ¿ésa? ¡ay! una piedra 
Más dura que mis bucles: la más terrible 
Es esa de la piedra! Y ¿esta moza 
Toda de colorines? saca! saca! 
¡Esta por corazòn tiene un vasillo 
Hueco, forrado en láminas de modas! 
Esa? nada! Esa? nada! Esa? Una doble 
Dentadura, y manchado cada diente 
De una sangre distinta: ¡mata, mata! 
¡Mata con el talòn a esa culebra! 
Y ésa? Una hamaca! Y ¿ésa, pues, la última, 
La postrer de las cien, qué le has hallado 
Que le besas los pies, que la rehaces 
De prisa con tus manos, que la cubres 
Con sus mismos cabellos, que la amparas 
Con tu cuerpo, que te echas de rodillas? 
¿Qué tienes? ¿qué levantas en las manos 
Lentamente como una ofrenda al cielo? 
¿Entrañas de mujer? No en vano el cielo 
Con una luz tan suave se ilumina, 
¡Eso es arpa: eso es sol: [.........]!
¿De cien mujeres, una con entrañas?
¡Abrázala! arrebátala! con ella
Vive, que serás rey, doquier que vivas:

Cruza los bosques, que los lobos mismos 
Su presa te darán, y acatamiento:
Cruza los mares, y las olas lomo
Blando te prestarán; los hombres cruza
Que no te morderán, aunque te juro
Que lo que ven lo muerden, y si es bello 
Lo muerden más; y dondequier que muerden 
Lo despedazan todo y envenenan. 
Ya no eres hombre, Jòveno, si hallaste 
Una mujer amante! o no:— ya lo eres!

ASTRO PURO (José Martí)



De un muerto, que al calor de un astro puro,
De paso por la tierra, como un manto
De oro sintiò sobre sus huesos tibios
El polvo de la tumba, al sol radiante
Resucitò gozoso, viviò un día,
Y se volviò a morir,— son estos versos:

Alma piadosa que a mi tumba llamas 
Y cual la blanca luz de astros de Enero, 
Por el palacio de mi pecho en ruinas 
Entras, e irradias, y los restos fríos 
De los que en él voraces habitaron 
Truecas, oh maga! en candidas palomas:—
Espíritu, pureza, luz, ternura, 
Aves sin pies que el ruido humano espanta, 
Señora de la negra cabellera,

El verso muerto a tu presencia surge 
Como a las dulces horas el rocío 
En el oscuro mar el sol dorado 
Y álzase por el aire, cuanto existe 
Cual su manto en el vuelo recogiendo, 
Y a ti llega, y se postra, y por la tierra 
En colosales pliegues [...........]
Con majestad de púrpura romana. 
Besé tus pies,— te vi pasar: Señora, 
Perfume y luz tiene por fin la tierra! 
El verso aquel que a dentelladas duras 
La vida diaria y ruin me remordía 
Y en ásperos retazos, de mis secos 
Y codiciosos labios se exhalaba, 
Ora triunfante y melodioso bulle, 
Y como ola de mar al sol sereno 
Bajo el espacio azul rueda en espuma:
Oh mago, oh mago amor!
Ya compañía 
Tengo para afrontar la vida eterna:
Para la hora de la luz, la hora 
De reposo y de flor, ya tengo cita.

Esto diciendo, los abiertos brazos 
Tendiò el cantor, como a abrazar. El vivo 
Amor que su viril estrofa mueve 
Sòlo durò lo que la estrofa dura:
Alma infeliz el alma ardiente, aquélla
En que el ascua más leve alza un incendio
[...........""..........] y el sueño 

Que vio esplender, y quiso asir, hundiòse 
Como un águila muerta: el ígneo, el [...] 
Callò, brillò, volviò solo a su tumba.

MUJERES (José Martí)


1
Ésta, es rubia: ésa, oscura: aquélla, extraña 
Mujer de ojos de mar y cejas negras:
Y una cual palma egipcia alta y solemne 
Y otra como un canario gorjeadora. 
Pasan, y muerden: los cabellos luengos 
Echan, como una red: como un juguete
La lánguida beldad ponen al labio 
Casto y febril del amador que a un templo 
Con menos devociòn que al cuerpo llega 
De la mujer amada: ella, sin velos. 
Yace, y a su merced; —él, casto y mudo 
En la inflamada sombra alza dichoso 
Como un manto imperial de luz de aurora. 
Cual un pájaro loco en tanto ausente 
En frágil rama y en menudas flores 
De la mujer el alma travesea:
Noble furor enciende al sacerdote 
Y a la insensata, contra el ara augusta 
Como una copa de cristal rompiera:— 
Pájaros, sòlo pájaros: el alma 
Su ardiente amor reserve al universo.

2

Vino hirviente es amor: del vaso afuera, 
Echa, brillando al Sol, la alegre espuma:

Y en sus claras burbujas, desmayados 
Cuerpos, rizosos niños, cenadores 
Fragantes y amistosas alamedas 
Y juguetones ciervos se retratan:
De joyas, de esmeraldas, de rubíes, 
De ònices y turquesas y del duro 
Diamante al fuego eterno derretidos, 
Se hace el vino satánico: Mañana 
El vaso sin ventura que lo tuvo 
Cual comido de hienas, y espantosa 
Lava mordente se verá quemado.

3

Bien duerma, bien despierte, bien recline— 
Aunque no lo reclino— bien de hinojos, 
Ante un niño que llega el cuerpo doble 
Que no se dobla a viles y a tiranos, 
Siento que siempre estoy en pie: —si suelo 
Cual del niño en los rizos suele el aire 
Benigno, en los piadosos labios tristes 
Dejar que vuele una sonrisa, —es fijo
Así, sépalo el mozo, así sonríen 
Cuantos nobles y crédulos buscaron 
El sol eterno en la belleza humana. 
Sòlo hay un vaso que la sed apague 
De hermosura y amor: Naturaleza 
Abrazos deleitosos, híbleos besos 
A sus amantes pròdiga regala.

4

Para que el hombre los tallara puso
El monte y el volcán Naturaleza,—
El mar, para que el hombre ver pudiese
Que era menor que su cerebro,— en horno
Igual, sol, aire y hombres elabora.
Porque los dome, el pecho al hombre inunda
Con pardos brutos y con torvas fieras.
¡Y el hombre, no alza el monte: no en el libre
Aire, ni en sol magnífico se trueca:
Y en sus manos sin honra, a las sensuales 
Bestias del pecho el corazòn ofrece:
A los pies de la esclava vencedora:
El hombre yace, deshonrado, muerto.

ESTROFA NUEVA (José Martí)


Cuando, oh Poesía, 
Cuando en tu seno reposar me es dado!— 
Ancha es y hermosa y fúlgida la vida:
Que éste o aquél o yo vivamos tristes, 
Culpa de éste o aquél será, o mi culpa! 
Nace el corcel, del ala más lejano 
Que el hombre, en quien el ala encumbradora 
Ya en los ingentes brazos se diseña:
Sin más brida el corcel nace que el viento 
Espoleador y flameador,— al hombre 
La vida echa sus riendas en la cuna! 
Si las tuerce o revuelve, y si tropieza 
Y da en atolladero, a sí se culpe 
Y del incendio o del zarzal redima 
La destrozada brida: sin que al noble 
Sol y [.................] vida desafíe.
De nuestro bien o mal autores somos,
Y cada cual autor de sí: la queja
A la torpeza y la deshonra añade
De nuestro error: cantemos, sí, cantemos
Aunque las hidras nuestro pecho roan
El Universo colosal y hermoso!

Un obrero tiznado, una enfermiza
Mujer, de faz enjuta y dedos gruesos:
Otra que al dar al sol los entumidos 
Miembros en el taller, como una egipcia 
Voluptuosa y feliz, la saya burda 
Con las manos recoge, y canta, y danza:
Un niño que, sin miedo a la ventisca,

Como el soldado con el arma al hombro, 
Va con sus libros a la escuela: el denso 
Rebaño de hombres que en silencio triste 
Sale a la aurora y con la noche vuelve 
Del pan del día en la difícil busca,— 
Cual la luz a Memnòn, mueven mi lira. 
Los niños, versos vivos, los heroicos 
Y pálidos ancianos, los oscuros 
Hornos donde en bridòn o tritòn truecan 
Los hombres victoriosos las montañas 
Astiánax son y Andròmaca mejores, 
Mejores, si, que los del viejo Homero.

Naturaleza siempre viva: el mundo 
De minotauro yendo a mariposa 
Que de rondar el sol enferma y muere:
Dejad, por Dios, que la mujer cansada 
De amar, con leche y menjurjes 
Su piel rugosa y su verdad restaure, 
Repíntense las viejas: la doncella 
Con rosas naturales se corone:— 
La sed de luz, que como el mar salado 
La de los labios, con el agua amarga 
De la vida se irrita: la columna 
Compacta de asaltantes, que sin miedo, 
Al Dios de ayer en los desnudos hombros 
La mano libre y desferrada ponen,—

Y los ligeros pies en el vacío,— 
Poesía son, y estrofa alada, y grito 
Que ni en tercetos ni en octava estrecha 
Ni en remilgados serventesios caben:

Vaciad un monte,— en tajo de Sol vivo 
Tallad un plectro: o de la mar brillante 
El seno rojo y nacarado, el molde 
De la triunfante estrofa nueva sea!

Como nobles de Nápoles, fantasmas
Sin carne ya y sin sangre, que en palacios
Muertos y oscuros con añejas chupas
De comido blasòn, a paso sordo
Andan, y al mundo que camina enseñan
Como un grito sin voz la seca encía,
Así, sobre los árboles cansados,
Y los ciriales rotos, y los huecos
De oxidadas diademas, duendecillos
Con chupa vieja y metro viejo asoman!
No en tronco seco y muerto hacen sus nidos,
Alegres recaderos de mañana,
Las lindas aves, cuerdas y gentiles:
Ramaje quieren suelto y denso, y tronco 
Alto y robusto, en fibra rico y savia. 
Mas con el sol se alza el deber: se pone 
Mucho después que el sol: de la hornería 
Y su batalla y su fragor cansada 
La mente plena en el rendido cuerpo, 
Atormentada duerme, —como el verso 
Vivo en los aires, por la lira rota 
Sin dar sonidos desolado pasa!

Perdona, pues, oh estrofa nueva, el tosco 
Alarde de mi amor. Cuando, oh Poesía, 
Cuando en tu seno reposar me es dado.

HE VIVIDO: ME HE MUERTO... (José Martí)


He vivido: me he muerto: y en mi andante 
Fosa sigo viviendo: una armadura 
Del hierro montaraz del siglo octavo, 
Menos, sí, menos que mi rostro pesa. 
Al cráneo inquieto lo mantengo fijo

Porque al rodar por tierra el mar de llanto 
[............................], no asombre.
Quejarme, no me quejo: que es de lacayos 
Quejarse, y de mujeres, 
Y de aprendices de la trova, manos 
Nuevas en liras viejas: —Pero vivo 
Cual si mi ser entero en un agudo 
Desgarrador sollozo se exhalara.— 
De tierra, a cada sol mis restos propios 
Recojo, en junto los apilo, a rastras 
A la implacable luz y a los voraces 
Hombres cual si viviesen los paseo:
Mas si frente a la luz me fuese dado
Como en la sombra donde duermo, al polvo
Mis disfraces echar, viérase súbito
Un cuerpo sin calor venir a tierra
Tal como un monte muerto que en sus propias
Inanimadas faldas se derrumba.

He vivido: al deber juré mis armas
Y ni una vez el sol doblò las cuestas 
Sin que mi lidia y mi victoria viere:— 
Ni hablar, ni ver, ni pensar yo quisiera! 
Cruzados ambos brazos, como en nube 
Parda, en mortal sosiego me hundiría. 
De noche, cuando al sueño a sus soldados 
En el negro cuartel llama la vida, 
La espalda vuelvo a cuanto vive: al muro 
La frente doy, y como jugo y copia 
De mis batallas en la tierra miro— 
La rubia cabellera de una niña 
Y la cabeza blanca de un anciano!

ÁGUILA BLANCA (José Martí)


De pie, cada mañana, 
Junto a mi áspero lecho está el verdugo.—

Brilla el sol, nace el mundo, el aire ahuyenta
Del cráneo la malicia,— 
Y mi águila infeliz, mi águila blanca
Que cada noche en mi alma se renueva,
Al alba universal las alas tiende
Y camino del sol emprende el vuelo.
Y silencioso el bárbaro verdugo
De un nuevo golpe de puñal le quiebra
El fuerte corazòn cada mañana.
Y en vez del claro vuelo al sol altivo
Por entre pies, ensangrentada, rota,
De un grano en busca el águila rastrea.

Oh noche, sol del triste, amable seno
Donde su fuerza el corazòn revive,
Perdura, apaga el sol, toma la forma
De mujer, libre y pura, a que yo pueda
Ungir tus pies, y con mis besos locos
Ceñir tu frente y calentar tus manos.
Líbrame, eterna noche, del verdugo,
O dale, a que me dé, con la primera
Alba, una limpia y redentora espada.
Que con qué la has de hacer? Con luz de estrellas!

¡OH, MARGARITA! (José Martí)


Una cita a la sombra de tu oscuro 
Portal donde el friecillo nos convida 
A apretarnos los dos, de tan estrecho 
Modo, que un solo cuerpo los dos sean:
Deja que el aire zumbador resbale, 
Cargado de salud, como travieso 
Mozo que las corteja, entre las hojas,
Y en el pino 
Rumor y majestad mi verso aprenda. 
Sòlo la noche del amor es digna. 
La oscuridad, la soledad convienen. 
Ya no se puede amar, ¡oh Margarita!

SED DE BELLEZA (José Martí)


Solo, estoy solo: viene el verso amigo, 
Como el esposo diligente acude 
De la erizada tòrtola al reclamo. 
Cual de los altos montes en deshielo 
Por breñas y por valles en copiosos 
Hilos las nieves desatadas bajan— 
Así por mis entrañas oprimidas 
Un balsámico amor y una avaricia 
Celeste de hermosura se derraman. 
Tal desde el vasto azul, sobre la tierra, 
Cual si de alma de virgen la sombría 
Humanidad sangrienta perfumasen, 
Su luz benigna las estrellas vierten 
Esposas del silencio! —y de las flores 
Tal el aroma vago se levanta.

Dadme lo sumo y lo perfecto: dadme 
Un dibujo de Angelo: una espada 
Con puño de Cellini, más hermosa 
Que las techumbres de marfil calado 
Que se place en labrar Naturaleza.


El cráneo augusto dadme donde ardieron 
El universo Hamlet y la furia 
Tempestuosa del moro: —la manceba
India que a orillas del ameno río 
Que del viejo Chichén los muros baña 
A la sombra de un plátano pomposo 
Y sus propios cabellos, el esbelto 
Cuerpo bruñido y nítido enjugaba. 
Dadme mi cielo azul... dadme la pura 
Alma de mármol que al soberbio Louvre 
Dio, cual su espuma y flor, Milo famosa.

ISLA FAMOSA (José Martí)


Aquí estoy, solo estoy, despedazado. 
Ruge el cielo: las nubes se aglomeran, 
Y aprietan, y ennegrecen, y desgajan:
Los vapores del mar la roca ciñen:
Sacra angustia y horror mis ojos comen:
A qué, Naturaleza embravecida,
A qué la esteril soledad en torno
De quien de ansia de amor rebosa y muere?
Dònde, Cristo sin cruz, los ojos pones?
Dònde, oh sombra enemiga, dònde el ara
Digna por fin de recibir mi frente?
En pro de quién derramaré mi vida?

—Rasgòse el velo: por un tajo ameno 
De claro azul, como en sus lienzos abre 
Entre mazos de sombra Díaz famoso, 
El hombre triste de la roca mira 
En lindo campo tropical, galanes 
Blancos, y Venus negras, de unas flores 
Fétidas y fangosas coronados:


Danzando van: a cada giro nuevo 
Bajo los muelles pies la tierra cede! 
Y cuando en ancho beso los gastados 
Labios sin lustre ya, trémulos juntan, 
Sáltanle de los labios agoreras 
Aves tintas en hiel, aves de muerte.

YUGO Y ESTRELLA (José Martí)


Cuando nací, sin sol, mi madre dijo:
—Flor de mi seno, Homagno generoso 
De mí y de la Creaciòn suma y reflejo, 
Pez que en ave y corcel y hombre se torna, 
Mira estas dos, que con dolor te brindo, 
Insignias de la vida: ve y escoge. 
Éste, es un yugo: quien lo acepta, goza:
Hace de manso buey, y como presta 
Servicio a los señores, duerme en paja 
Caliente, y tiene rica y ancha avena. 
Ésta, oh misterio que de mí naciste 
Cual la lumbre naciò de la montaña, 
Ésta, que alumbra y mata, es una estrella:
Como que riega luz, los pecadores 
Huyen de quien la lleva, y en la vida, 
Cual un monstruo de crímenes cargado, 
Todo el que lleva luz, se queda solo. 
Pero el hombre que al buey sin pena imita, 
Buey vuelve a ser, y en apagado bruto 
La escala universal de nuevo empieza. 
El que la estrella sin temor se ciñe, 
Como que crea, crece!
Cuando al mundo 
De su copa el licor vaciò ya el vivo:
Cuando, para manjar de la sangrienta 
Fiesta humana, sacò contento y grave 
Su propio corazòn: cuando a los vientos 
De Norte y Sur virtiò su voz sagrada,— 
La estrella como un manto, en luz lo envuelve,

Se enciende, como a fiesta, el aire claro,
Y el vivo que a vivir no tuvo miedo,
Se oye que un paso más sube en la sombra!

—Dame el yugo, oh mi madre, de manera 
Que puesto en él de pie, luzca en mi frente 
Mejor la estrella que ilumina y mata.