lunes, 21 de febrero de 2011

El verbo ser (André Breton)

Conozco la desesperación a grandes rasgos. La desesperación no tiene alas, no se halla necesariamente en una mesa servida en una terraza, en el atardecer, al borde del mar. Es la desesperación y no el regreso de una cantidad de hechos sin importancia como las semillas al caer la noche dejan un surco por otro. No es el musgo sobre una roca o el vaso para beber. Es un barco acribillado por la nieve si queréis, como los pájaros que caen y su sangre no tiene el más mínimo espesor. Conozco la desesperación a grandes rasgos. Una forma muy pequeña delimitada por joyas capilares. Es la desesperación. Un collar de perlas para el cual uno no sabría encontrar un broche y cuya existencia ni se sostiene en un hilo, tal la desesperación. Del resto no hablemos. No hemos terminado de desesperarnos si comenzáramos. Yo, me desespero por la pantalla a las cuatro, me desespero por el abanico a medianoche, me desespero por el cigarrillo de los condenados. Conozco la desesperación a grandes rasgos. La desesperación no tiene corazón, la mano queda siempre en la desesperación sin fuerza, en la desesperación cuyos hielos no nos dicen jamás si murió. Vivo de esta desesperación que me encanta. Amo esta mosca azul que vuela en el cielo a la hora que musitan las estrellas. A grandes rasgos conozco la desesperación, de vastos asombros menudos, la desesperación de la altivez, la desesperación de la cólera. Me levanto cada día como todo el mundo y descanso los brazos sobre un papel floreado, no me acuerdo de nada y siempre es con desesperación como descubro los hermosos árboles desarraigados de la noche. El aire de la habitación es bello como palillos de tambor. Hace un tiempo increíble. Conozco la desesperación a grandes rasgos. Es como el viento de la cortina que me asiste. ¡Se conoce semejante desesperación! ¡Fuego! Oh van a venir de nuevo... ¡Socorro! Helos aquí cayendo por la escalera... Y los anuncios del periódico y los avisos luminosos a lo largo del canal. ¡Montón de arena, vete, especie de montón de arena! En sus grandes rasgos la desesperación no tiene importancia. Es un hacinamiento de árboles que una vez más van a hacer una foresta, es un hacinamiento de estrellas que una vez más van a hacer un día de menos, es un hacinamiento de días que una vez más va a hacer mi vida.

Las actitudes espectrales (André Breton)


No otorgo ninguna importancia a la vida
No sujeto con un alfiler el más mínimo anuncio vital que se da importancia
No ofrezco ninguna importancia a la vida
Pero los ramajes de sal los blancos ramajes
Todas las burbujas de sombra
Y las anémonas de mar
Descienden y respiran en el interior de mi pensamiento
Nacen de los llantos que no derramo
Pasos que no doy pasos que son dos veces pasos
Y cuya arena recuerda la marea ascendente
Los barrotes están en el interior de la jaula
Y las aves proceden de muy alto a cantar ante estos barrotes
Un pasaje subterráneo une todos los perfumes
Un día se internó una mujer
esta mujer se hizo tan radiante que me fue imposible verla
Con estos ojos que me vieron arder a mí mismo
Tenía ya la edad que tengo ahora
Y vigilaba sobre mi pensamiento como un guardián nocturno en una fábrica
inmensa
Único guardián
La glorieta encantaba siempre los mismos tranvías
Las imágenes de yeso no habían perdido nada de su expresión
Mordían el higo de la sonrisa
Conozco un tapiz en una ciudad desaparecida
Si se me ocurriera mostrarme ante vosotros envuelto en ese tapiz
Creeríais en la proximidad de vuestro fin
Como en el mío
Al fin las fontanas comprenderían que no es preciso decir Fontana
Se atrae a los lobos con los espejos de nieve
Poseo una barca desatada de todo clima
Soy arrastrado por un banco de hielo con dientes de llama
Corto y atravieso la madera de este árbol que siempre será verde
Un músico se pierde en las cuerdas de su instrumento
El Pabellón Negro del tiempo de ninguna fábula infantil
Aborda un bajel que ahora es solo el fanatsma del suyo
Hay tal vez una guardia en esta espada
Pero en esa guardia ya existe un duelo
En el curso del cual dos adversarios se desarman
El muerto es el menos ofendido
El porvenir es jamás

Las cortinas que nunca fueron alzadas
Flotan en las ventanas de futuras mansiones
Los lechos formados de todos los lirios
Se deslizan bajo las lámparas de rocío
Alguna tarde llegará
Las pepitas de luz permanecen inmóviles bajo el musgo azul
Las manos que hacen y deshacen los nudos del amor y del aire
Guardan toda su transparencia para los que ven
Ven las palmas en las manos
Las coronas en los ojos
Pero el brasero de coronas y de palmas
Se ilumina no hace más que iluminarse en lo más profundo de la floresta
Allí donde los ciervos inclinando la cabeza contemplan los años
Aún no se escucha sino un débil latido
De donde proceden mil ruidos más leves o más sordos
Y ese latido se perpetúa
Existen vestidos que palpitan
Y su palpitar existe al unísono de ese latido
Pero cuando quiero ver el rostro de aquéllas que los llevan
Una densa niebla se alza de la tierra
Al pie de los campanarios detrás de los más elegantes depósitos de vida y de
riqueza
En las gargantas que oscurecen entre dos montañas
Sobre el mar a la hora en que el sol comienza a extinguirse
Los seres que me hacen señales están separados por las estrellas
Y sin embargo el coche que pasa a toda velocidad
Lleva incluso mi última indecisión
Quién me espera allá en la ciudad donde las estatuas de bronce y de piedras
han cambiado de lugar con las estatuas de cera
Banianos banianos

No ha lugar (André Breton)


Arte matinal arte nocturno
La balanza de las heridas llamada Perdona
Balanza roja y sensible al peso de un vuelo de pájaro
Cuando las amazonas cuello de nieve las manos vacías
Impulsan sus carros de vapor por los prados
Veo esta balanza siempre enloquecida
Veo el ibis de finos modales
Que regresa del estanque atado en mi corazón
Las ruedas del sueño encantan los espléndidos carriles
Que se elevan muy alto sobre las caracolas de sus vestidos
Y el asombro se precipita aquí y allá sobre el mar
Ve mi querida aurora no olvides nada de mi vida
Toma esas rosas que trepan al pozo de los espejos
Toma el aleteo de todas las pestañas
Toma hasta los hilos que mantienen el paso de los danzarines de cuerda y de las gotas de agua
Arte matinal arte nocturno
Aparezco a la ventana muy lejos en una ciudad presa de espanto
Afuera hombres en bicornio se persiguen a intervalos regulares
Parecidos a las lluvias que yo amaba
Cuando hacía un tiempo tan hermoso
"A la rage de Dieu" es el nombre de un cabaret donde entré ayer
Está escrito en el vidrio blanco con letras más palidecidas
Pero las mujeres-marinos que tras el cristal se deslizan
Demasiado felices son para sentir miedo
Aquí el cuerpo siempre el asesinato sin pruebas
Nunca el cielo siempre el silencio
Nunca la libertad sino para la libertad

La unión libre (André Breton)

Mi mujer cabellera de lumbre de leño
Pensamientos de relámpagos de calor
Talle de reloj de arena
Mi mujer talle de nutria bajo los dientes del tigre
Mi mujer boca de escarapela y de ramillete de estrellas de última magnitud
Dientes de huellas de ratón blanco sobre la tierra blanca
Lengua de ámbar y de vidrio frotados
Mi mujer lengua de hostia apuñalada
Lengua de muñeca que abre y cierra los ojos
Lengua de piedra increíble
Mi mujer pestañas de palotes de escritura de niño
Cejas de borde de nido de golondrina
Mi mujer sienes de pizarra de invernadero
Y de vapor en los cristales
Mi mujer hombros de champaña
Y de fontana con testas de delfines bajo el hielo
Mi mujer muñecas de fósforos
Mi mujer deds de azar y de as de corazón
Dedos de heno segado
Mi mujer axilas de marta y de fasces
De noche de San Juan
De alheña y de nido de escalares
Brazos de espuma de mar y de esclusa
Y de alianza de trigo y de molino
Mi mujer piernas de fuegos artificiales
De movimientos de relojería y de desesperación
Mi mujer pantorrilas de médula de saúco
Mi mujer pies de iniciales
Pies de manojos de llaves pies de calafates en trance de beber
Mi mujer cuello perlado de cereales
Mi mujer pechos de Val d'or
De citas en el lecho mismo del torrente
Senos nocturnos
Mi mujer senos de collado
Mi mujer senos de crisol de rubíes
Senos de espectro de la rosa bajo el rocío
Mi mujer vientre de despliegue de abanico de los días
Vientre de garra gigantesca
Mi mujer dorso de pájaro que huye vertical
Dorso de azogue
Dorso de luz
Nuca de canto rodado y de tiza mojada
Y de precipitación de un vaso donde se acaba de beber
Mi mujer caderas de navecilla
Caderas de lámpara y de plumas de flecha
Y de tallos de plumas de blanco pavorreal
De balanza insensible
Mi mujer nalgas de greda y de amianto
Mi mujer nalgas de dorso de cisne
Mi mujer nalgas de primavera
Sexo de gladiolo
Mi mujer sexo de yacimiento y de ornitorrinco
Mi mujer sexo de alga y de bombones antiguos
Mi mujer sexo de espejo
Mi mujer ojos llenos de lágrimas
Ojos de panoplia violeta y de agua imantada
Mi mujer ojos de sabana
Mi mujer ojos de agua para beber en prisión
Mi mujer ojos de leño siempre bajo el hacha
Ojos de nivel de agua de nivel de aire de tierra y de fuego

Línea Quebrada(André Breton)



Nosotros el pan seco y el agua en las prisiones del cielo
Nosotros los adoquines del amor todas las señales interrumpidas
Que simbolizamos la gracia del poema
Nada nos expresa más allá de la muerte
Cuando la noche para salir se calza sus botines de charol
Tomamos el tiempo como se presenta
Como un muro divisorio a aquél de nuestras prisiones
Las arañas hacen encallar el barco en la rada
No hay más que tocar no hay nada que ver
Más tarde enseñaréis lo que somos
Nuestras obras se hallan aún bien protegidas
Pero es el alba de la última costa el tiempo se echa a perder
Luego portaremos allende el lujo de la peste
Nosotros un mínimo de escarcha sobre los hacinamientos humanos
Y nada más
El aguardiente cura las heridas en una bodega cuyo tragaluz deja ver un camino ribeteado por grandes paciencias vacías
No preguntéis dónde estáis
Nosotros el pan seco y el agua en las prisiones del cielo
El juego de cartas al cielo raso
Levantamos apenas una punta del velo
El restaurador de vajilla trabaja sobre una escala
Parece joven a pesar de la losa
Llevamos su luto en amarillo
El pacto no ha sido todavía firmado
Las hermanas de la caridad provocan
Evasiones al horizonte
Atenuamos tal vez al mismo tiempo el bien y el mal
Es así como se cumple la voluntad de los sueños
Gente que podríais
Nuestro rigor desaparece en el pesar de los deshechos
Somos las estrellas de la seducción más terrible
El colmillo del ropavejero Mastín sobre los trapos floridos
Nos lanza al furor de ávidos tesoros
No agreguéis nada a la deshonra de vuestro propio perdón
Basta para una causa sin fin
Armar vuestros ojos con esas lágrimas ridículas que nos alivian
El cuerpo de las palabras es dorado esta noche y ya nada existe en vano


Airón (André Breton)

Si al menos alumbrara el sol esta noche
Si en el fondo de la Opera dos senos relucientes y claros
Compusieran para la voz amor la más maravillosa letra viviente
Si el pavimento de madera se entreabriese en la cima de las montañas
Si el armiño mirara con aspecto suplicante
Al sacerdote de turbantes rojos
De vuelta del baño contando los coches cerrados
Si el eco lujoso de los arroyos que yo importuno
No lanzara sino mi cuerpo en los prados de París
Por qué no graniza en el interior de las joyerías
La primavera al menos no me causaría más temor
Si al menos yo fuera una raíz del árbol del cielo
Por último el bien en la caña de azúcar del aire
Si se hiciera un estribo con las manos a las mujeres
Que contemplas bella silenciosa
Bajo el arco de triunfo del Carrousel
Si el placer ordenara bajo la apariencia de un transeúnte eterno
Los Aposentos no siendo más surcados que por el guiño violeta de los
senderos
Qué no daría yo para que un brazo del Sena se deslizara bajo la Mañana
De todas maneras perdida
No estoy resignado tampoco a las salas acariciantes
Donde suena el teléfono de las multas del atardecer
Al partir he prendido fuego a un mechón de cabello que es el de una bomba
Y el mechón ahonda un túnel bajo París
Si al menos mi tren penetrara ese tú
nel

Una y mil veces (André Breton)

Al amparo de las pisadas que en la tarde alcanzan una torre frecuentada por
signos misteriosos en número de once
La nieve que tomo con la mano y que se funde
Esta nieve que adoro sueña y soy uno de esos sueños
Yo que sólo concedo al día y a la noche la estricta juventud necesaria
Son dos jardines en los cuales se asean mis manos que no tienen nada que
hacer
Y mientras los once signos descansan
Tomo parte en el amor que es un mecanismo de cobre y de plata en los setos
Soy uno de los más delicados engranajes del amor terrestre
Y el amor terrestre oculta los otros amores
A la manera de los signos que ocultan mi espíritu
Una cuchillada perdida silba al oído del paseante
Deshago el cielo como un lecho maravilloso
Pende mi brazo del cielo con un rosario de estrellas
Que día a día desciende
Y cuya primera cuenta va a desaparecer en el mar
En lugar de mis colores vivientes
Pronto no habrá más que la nieve sobre el mar
Los signos aparecen en la puerta
Son de once colores diferentes y sus dimensiones respectivas os harían morir
de piedad
Uno de ellos tiene por obligación bajar y cruzarse de brazos para entrar en la
torre
Oigo al otro arder en una región floreciente
Y aquel a caballo en la industria en la escasa industria montañosa
Parecida al onagro que se alimenta de truchas
Los cabellos los largos cabellos manchados
Definen el signo que porta el escudo dos veces ojival
Desconfiad de la idea que hacen rodar los torrentes
Mi construcción mi bella construcción página a página
Casa hecha necesariamente de vidrios a cielo abierto a suelo totalmente
abierto
Es una falla en la roca suspendida por unos anillos en la varilla del mundo
Es una cortina metálica que se tira sobre inscripciones divinas
Que vosotros no sabéis descifrar
Los signos no han tocado a nadie más que a mí
Irrumpo en el desorden infinito de las súplicas
Vivo muero de un extremo a otro de esta línea
Línea extrañamente medida que une mi corazón al antepecho de vuestra
ventana
Me comunico a través de ella con todos los prisioneros del mundo

Silueta de paja (André Breton)

Dadme unas joyas de ahogadas
Dos nidos
Una cola de caballo y una testa de maniquí
Perdonadme luego
No tengo tiempo para respirar
Soy un sortilegio
La construcción solar me ha retenido hasta aquí
Ahora ya no tengo más que dejarme matar
Pedid la tabla
De prisa el puño cerrado encima de mi cabeza que comienza a sonar
Un vaso donde se entreabre un ojo amarillo
El sentimiento también se abre
Mas las princesas se aferran al aire puro
Tengo necesidad de orgullo
Y de algunas gotas insípidas
Para recalentar la marmita de enmohecidas flores
Al pie de la escalera
Pensamiento divino en el cuadrado constelado de cielo azul
La expresión de las bañistas es la muerte del lobo
Tomadme por amiga
La amiga de los fuegos y de los hurones
Os mira profundamente
Alisad vuestras penas
Mi remo de palisandro hace cantar vuestros cabellos
Un sonido palpable sirve la playa
Negra por el furor de las sepias
Y roja por el letrero

Primero la vida (André Breton)



Primero la vida a esos prismas sin espesor así los colores sean más puros
Primero a esta hora siempre gris a esos terribles automóviles de frías llamas
A estas piedras reblandecidas
Primero este corazón trabado
A esta ciénaga de murmullos
Y a este blanco tejido cantando a la vez en el aire y en la tierra
A esta bendición nupcial que une mi frente a la de la vanidad total 
Primero la vida

Primero la vida con sus sábanas conjuratorias
Sus cicatrices de evasión
Primero la vida primero esta roseta sobre mi tumba
La vida de la presencia nada más que la presencia
Donde una voz dice ¿Estás ahí? y otra responde ¿Estás ahí?
Ay casi no estoy
Y aun cuando favoreciéramos a aquéllos que damos muerte 
Primero la vida

Primero la vida primero la vida Infancia venerable
La cinta que sale de un faquir
Se parece a la barrera del mundo
Pese a que el sol sea un deshecho
Por muy poco que el cuerpo de una mujer se le parezca
Sueñas contemplando detenidamente la trayectoria
O sólo cerrando los ojos sobre la tormenta adorable llamada tu mano 
Primero la vida

Primero la vida con sus salas de espera
Cuando uno sabe que nunca será admitido
Primero la vida a estas fuentes termales
Donde el servicio está hecho por collares
Primero la vida desfavorable y larga
Cuando aquí los libros se volvieran a cerrar sobre anaqueles menos suaves
Y cuando allí se estuviera más a gusto que nunca se estuviera libre 
Primero la vida

Primero la vida como fondo de desdén
A este rostro suficientemente bello
Como el antídoto de esta perfección que ella pide y teme
La vida ese embuste de Dios
La vida tal un pasaporte virgen
Una pequeña ciudad tal Pont-á-Mousson
Y como todo ya se dijo 
Primero la vida

domingo, 20 de febrero de 2011

Poema 8 (Espantapájaros) (Oliverio Girondo)


Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.
En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.
Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.
¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera!
Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.
¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?
El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia… de un egoísmo… de una falta de tacto…
Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.
Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.

sábado, 19 de febrero de 2011

Vecindad (Eugenio Montejo)


Mi cuerpo errante se fatiga
de llevarme despacio por la tierra,
de andar conmigo horas y horas
caviloso, al lado de su huésped.

A veces dócil se detiene
para suplirme un ademán, un gesto;
después se suelta de mis manos,
se distrae contemplando las piedras…

Así paseamos juntos la ciudad,
absortos, hostiles en secreto;
él con la forma de mis padres,
su sangre, su materia,
yo con lo que queda de su sueño,
los dos tan cerca que los pasos
se nos confunden en la niebla.

Escribo para ser perdonado (Alexis Romero)


Digo estas cosas para ser perdonado
elegí las ceremonias de los falsos equilibrios
acepté la vida como un perpetuo abandono

por ello me he vuelto monotemático
un oficio que despreciaba cuando hablaba con mi padre
con los seres de pocas pero inmensas necesidades
con los cantos de lo necesario y suficiente

escribo para ser perdonado

no puedo crear la belleza
sólo puedo herirme para repetirla
para acercarme a ella estando distante

el oficio es repetir los secretos de Dios
las decisiones de la sombra
los bocetos de la luz insistente

repito para ser perdonado

recibo la magia del desencanto
una oración cargada de imperativos

he querido marcharme
he tocado la flauta del suicida
pero no sé desprenderme del tallo

escribo para ser perdonado
porque soy una mano
cargada de insuficiencias

Manoa (Eugenio Montejo)


No vi a Manoa, no hallé sus torres en el aire,
ningún indicio de sus piedras.
Seguí el cortejo de sombras ilusorias
que dibujan sus mapas.
Crucé el río de los tigres
y el hervor del silencio en los pantanos.
Nada vi parecido a Manoa
ni a su leyenda.

Anduve absorto detrás del arco iris
que se cruza hacia el sur y no se alcanza.
Manoa no estaba allí, quedaba a leguas de esos mundos
–siempre más lejos.

Ya fatigado de buscarla me detengo,
¿qué me importa el hallazgo de sus torres?
Manoa no fue cantada como Troya
ni cayó en sitio
ni grabó sus paredes con hexámetros.
Manoa no es un lugar
sino un sentimiento.
A veces en un rostro, un paisaje, una calle
su sol de pronto resplandece.
Toda mujer que amamos se vuelve Manoa
sin darnos cuenta.
Manoa es la otra luz del horizonte,
quien sueña puede divisarla, va en camino,
pero quien ama ya llegó, ya vive en ella.

Las últimas lluvias (Bernardo Soares)


Desde que las últimas lluvias han pasado hacia el sur, y sólo ha quedado el viento que las barrió, ha regresado a las aglomeraciones de la ciudad la alegría del sol seguro y ha aparecido mucha ropa blanca colgada saltando en las cuerdas estiradas por los palos en las ventanas altas de las casas de todos los colores.
También me he puesto yo contento, porque existo. He salido de casa con un gran objetivo, que era, al final, llegar a tiempo a la oficina. Pero, este día, la propia compulsión de la vida participaba de aquella otra buena compulsión que hace que el sol venga a las horas del almanaque, conforme a la latitud y a la longitud de los lugares de la tierra. Me he sentido feliz porque no podía sentirme desgraciado. He bajado la calle reposadamente, lleno de seguridad, porque, en fin, la oficina conocida, la gente conocida que hay en ella, eran seguridades. No es de admirar que me sintiese libre, sin saber de qué. En los cestos puestos en los bordes de las aceras de la Calle de la Plata, los plátanos en venta, bajo el sol, eran de un amarillo grande. 

Me contento, después de todo, con muy poco: el que haya cesado la lluvia, el que haya un sol bueno en este Sur feliz, plátanos más amarillos porque tienen manchas negras, la gente que los vende porque habla, las aceras de la Calle de la Plata, el Tajo al fondo, azul verdoso tirando a oro, todo este rincón doméstico del sistema del Universo.
Llegará el día en que ya no vea esto, en que sobrevivirán los plátanos del borde de la acera, y las voces de las vendedoras sagaces, y los periódicos del día que el pequeño ha desplegado de un lado a otro de la esquina en la otra acera de la calle. Bien sé que los plátanos serán otros y que las vendedoras serán otras, y que los periódicos tendrán, para quien se incline a verlos, una fecha que no es la de hoy. Pero ellos, porque no viven, duran aunque sean otros; yo, porque vivo, paso aunque sea el mismo.

Este momento podría solemnizarlo comprando plátanos, pues me parece que en éstos se ha proyectado todo el sol del día como una linterna sin máquina. Pero me da vergüenza de los rituales, de los símbolos, de comprar cosas en la calle. Podrían no envolver bien los plátanos, no vendérmelos como deben ser vendidos por no saber comprarlos yo como deben ser comprados. Podrían extrañar mi voz al preguntar el precio. Más vale escribir que atreverse a vivir, aunque vivir no fuese más que comprar plátanos a sol, mientras hay sol y hay plátanos en venta. 
Más tarde, quizás... Sí, más tarde... Otro, quizás... No sé...

Por el camino de Swann (extracto): amada en palabras (Marcel Proust)


Yo siempre tenía a la mano un plano de París, que me parecía un tesoro porque en él podía distinguirse la calle donde habitaban los señores de Swann. Y, por gusto, y por una especie de caballeresca fidelidad, a poco que viniera a cuento, pronunciaba el nombre de esa calle, tanto que mi padre, que no estaba enterado de mi amor, como mi abuela y mi madre, me preguntó:

–Yo no sé por qué estás siempre hablando de esa calle; no tiene nada de particular. Se debe de vivir bien allí, porque está a dos pasos del Bosque, pero también hay otras que les pasa lo mismo.

Yo me las arreglaba para hacer pronunciar a mis padres, a cualquier propósito, el nombre de Swann; claro que mentalmente yo no dejaba de repetírmelo un momento, pero además necesitaba oír su deliciosa sonoridad y hacer que me tocaran esa música, con cuya muda lectura no me satisfacía. Ese nombre de Swann, aunque le conocía yo de antiguo, era para mí ahora un nombre nuevo, como sucede a los afásicos con las palabras más usuales. Y mi alma, aunque siempre le tenía presente, no podía acostumbrarse a él. Yo le descomponía, le deletreaba; su ortografía era para mí una sorpresa. Y al mismo tiempo que dejó de ser familiar para mí, dejó también de ser inocente. Me parecía tan culpable el gozo que sentía yo al oírle, que muchas veces, cuando yo intentaba hacérselo pronunciar a mis padres se me figuraba que me adivinaban el pensamiento y que desviaban la conversación. Entonces yo hacía recaer la charla sobre temas referentes a Gilberta, machacaba sobre idénticas palabras, porque aunque sabía muy bien que no eran más que palabras –palabras pronunciadas allí, lejos de ella, que no oía, palabras sin virtud alguna que repetían lo que era, pero sin poder modificarlo–, sin embargo, se me antojaba que, a fuerza de manejar y de resolver todo lo que tocaba a Gilberta, quizás saldría de allí una chispa de felicidad.

Al vaho de nuestro tiempo (Arturo Gutiérrez Plaza)


Qué le vamos a hacer
si uno le reza a Dios
y es ateo.

Cómo podemos remediar
el hecho de ser
un dado que de tanto lanzarlo,
día a día
se lima más en sus esquinas.
A quién responderle,
si aún se confía en el agua
que en el vaso se derrama
y se escribe para ahuyentar
la promiscua soledad de los hoteles.

Qué le vamos a hacer
si las palabras resultan lujuriosas
y no nos obedecen. Inventando
mitologías, mientras otros, más cautos,
hablan de amor a escondidas en los ascensores
y trotan en los parques buscando, incesantemente,
           la eternidad.

Cómo podemos remediar
el hecho cierto
de que la felicidad, a veces,
se me parece a tus ojos
y yo a un papagayo sujeto
a los antojos de la intemperie.

Transcurso (Anónimo)


Hay días que son cantos rodados
otros son cristales
algunos están cubiertos de óxido
todos hechos de aristas

Hay días que desde ojos fracturados
brotan henchidos de recuerdos
a veces traen heridas
asestadas por dagas de lunas

Hay días extraviados
porosos rugosos sin tallar
dormidos entre bolsillos desamados
lodo seco sobre costuras de zapatos

Hay días fraguados en el concreto
entibados con la palma de las manos
otros requieren ser armados
para sostener el peso enorme de sus olvidos

Hay días que suceden
a días que no suceden
son voces arrastradas
por un llanto consumido en despedidas

Días
que no logran despertar
amanecen colmados de noche

Camino esos días
descalzo sobre las ruinas

La prohibición (John Donne)




Cuídate de amarme,
Recuerda al menos que te lo he prohibido;
No es que compense mi derroche de sangre y aliento
Con tus lágrimas y suspiros,
Siendo contigo como tú fuiste para mí;
Pero es tanta la alegría que nuestra vida goza,
Que al menos que tu amor se frustre con mi muerte,
Si me amas, cuídate de amarme.

Cuídate de odiarme,
O de triunfar con exceso en la victoria.
No es que quiera defenderme,
Y devolver odio por odio,
Mas perderás tu hábito de conquistador,
Si yo, tu conquista, perezco bajo tu odio.
Entonces, para que mi nulidad no te disminuya,
Si me odias, cuídate de odiarme.

No obstante, ámame y ódiame,
Para que estos extremos se neutralicen;
Ámame, y podré morir de la manera más dulce;
Ódiame, pues tu amor es demasiado para mí:
O deja que ambas cosas se marchiten, y no yo,
Que siendo tu escenario, viviré sin triunfar,
No sea que destroces tu amor, tu odio y a mí mismo,
Para dejarme vivir, oh ámame y ódiame.

Los muertos están ebrios... (Oscar Wladislas de Lubicz Milosz )

Los muertos están ebrios de lluvia antigua y sucia
allá en el cementerio extraño de Lofoten.
El reloj del deshielo tabletea lejano
entre los ataúdes sórdidos de Lofoten.

Y gracias a las fosas que el entretiempo ahueca,
con fría carne humana los cuervos se han cebado,
y gracias al delgado viento con voz de niño,
dulce para los muertos es el sueño de Lofoten.

Ya no veré jamás, jamás sin duda,
ni la mar ni las tumbas de Lofoten,
y sin embargo hay algo en mí que me hace amar
ese rincón extremo y toda su congoja.

Suicidas, alejados y desaparecidos
del cementerio extraño de Lofoten
-¡qué raro y dulce suena su nombre en mi oído!-
decidme si es verdad que allí, que allí dormís.

Bien podrías contarme cosas más ocurrentes,
clarete que rebasas en mi copa de plata;
historias más amables o menos alocadas
y dejarme tranquilo con tu eterno Lofoten.

Que está haciendo buen tiempo y suave se desliza
en el hogar la voz del mes más melancólico.
¡Ah, los muertos, los muertos, aun los de Lofoten,
los muertos, en el fondo, lo están menos que yo!

Despertar (Oscar Wladislas de Lubicz Milosz )


En un país de infancia recuperada entre lágrimas,
en una ciudad con latidos de corazones muertos
(todo un arrullador zurco de latidos de vuelo,
de latidos de alas de pájaros de la muerte;
de chapaleos de alas negras sobre el agua de la muerte),
en un pasado fuera del tiempo, enfermo de arrobamiento,
los gratos ojos dolidos del amor arden todavía
con un fuego manso de mineral rojizo, con un triste encanto,
en un país de infancia recuperada entre lágrimas...
Sin embargo, el día llueve sobre el vacío absoluto.

¿Por qué me has sonreído en la gastada luz,
y por qué y cómo me has reconocido,
extraña muchachita de arcangélicos párpados,
de reidores, azulados, suspirantes párpados,
hiedra de noche estival sobre la luna de las piedras?
¿Y por qué y cómo, no habiendo jamás entrevisto
ni mi rostro ni mi duelo, ni la miseria
de los días, me has reconocido tan de pronto,
cálida, musical, brumosa, pálida amada?
¿Por quién morir en la noche inmensa de tus párpados?
Sin embargo, el día llueve sobre el vacío absoluto.

¿Qué palabras, qué músicas terriblemente caducas
se estremecen en mí con tu presencia irreal,
sombría paloma de los días lejanos, tibia, bella?
¿Bajo cuáles frondas de soledumbre antiquísima,
en qué silencio, en qué melodía o en qué
voz de niño enfermo volver a encontrarte, oh bella,
oh casta, oh música escuchada en el sueño?
Sin embargo, el día llueve sobre el vacío absoluto.

Hoy cumplo treinta y seis años (George Gordon)

Este día el corazón debería estar inmóvil
Puesto que a otros ha dejado de mover:
Pero aunque yo no pueda ser querido,
Déjenme amar.

Mis días yacen entre hojas amarillas,
Se fueron flores y frutos del amor,
El gusano, la llaga y la profunda pena
Son lo único mío.

El fuego que de mi seno hace presa
Arde a solas como una isla volcánica,
Ninguna antorcha se enciende en su hoguera -
Una pira funeraria.

Esperanza, miedo, celoso cuidado,
Mi exaltada porción de dolor,
El poder del amor no puedo compartir,
Sino su corrupción.

Pero no es hora -ni éste el lugar-
Para que tales ideas agiten mi alma
Cuando el ataúd ornamenta la gloria del héroe
Si ella no rodea su frente.

La espada, el estandarte, la tierra,
la gloria y Grecia veo en torno a mí.
El espartano detrás de su escudo
No fue más libre.

¡Despierten! (no Grecia: ella vigila).
Mi espíritu despierte. Piensa por dónde
La sangre vital fluye del lago original
Y golpea en ti.

Pisa esas pasiones revividas
-Indigna virilidad-: indiferentes
Para ti la sonrisa o el ceño adusto
De la belleza deberían ser.

Si reniegas de tu juventud, ¿para qué vivir?
La tierra de la muerte honorable
Está aquí: entra al campo y entrega
Tu aliento.

Busca -menos a menudo se busca que se encuentra-
La tumba del soldado, la mejor para ti;
Mira alrededor, elige tu parcela
Y toma tu descanso.

Te tiendes sobre ti misma sin adorno (Juan Rodolfo Wilcock )


Te tiendes sobre ti misma sin adorno

toda recorrida por pequeños guerreros
que dejas hacer, inmóvil, inmaginando,
y con un lento brazo te acarician
los cabellos derramados en castillos
y el cuerpo enjoyado de prefecturas,
de Paduas, de Sienas, de Venecias,
¡oh marismeña de cola blanca
lamida por el petróleo y por el plástico!
Enamoraste, desmemoriada, enamoras.

Aprovechemos que hay una fuente (Juan Rodolfo Wilcock )

Aprovechemos que hay una fuente,
y el silencio y la noche y las rocas negras
y la orilla que es negra sobre el cielo negro
con pocas estrellas porque es una noche oscura
y los árboles se sacuden en el viento,
piensa que hacen eso toda la noche,
sería extraño que tú estuvieras aquí
para escuchar el rumor de una fuente
en la oscuridad majestuosa de la montaña,
ni en sueños vendrías aquí arriba,
si no hubiese espantando un halcón
pensaría que ni siquiera yo estoy aquí,
no obstante, no obstante, aun si no estás,
y ni siquiera yo sé si estoy,
por cierto querría que estuviésemos aquí
y que tu mundo se uniese al mío
por el único punto en que se tocan,
aprovechando que hay una fuente
y el silencio y la noche y las rocas negras
y la orilla que es negra sobre el cielo negro.

De "La parola morte" (Juan Rodolfo Wilcock)

Coma o gruta estrellada de los moribundos,
galería de escarcha sin sintaxis,
esferoide inmóvil sin gravitación,
navecita espacial sin ruidos,
coma o amnios de los solitarios moribundos,
que hace angélicas las vidas infames
cuando las hace mudas finalmente,
proyectando hacia atrás estalactitas
de decoro sobre las últimas palabras,
abyectas como las precedentes,
coma o aureola de los inicuos moribundos,
avenida geométrica de cristales de hielo,
lago perfectamente navegable,
nube como hotel vasto de lujo
pero deshabitado, servido por invisibles,
estación de lavado de cerebro
sucio de sustantivos e imperativos,
coma o patatús final de los moribundos
que los retrotrae a topos, peces, lagartos
y, con estertores rítmicos, bestias que duermen,
molienda sutilísima del lenguaje,
globo de luz en cuyo centro flota
la indiferencia muda del homo sapiens,
descompresor frío donde se gasifica,
con todas las otras, la palabra muerte.

Arte poética (Rafael Bielsa )

Dijo que todas ellas murieron, sí
lo dijo, que son como ademán de polvo
en las ventanas. Dijo
que ni pupila ni trance ni acróbata:
humilde anillo, en cambio, cabeza
de alfiler. Dijo: mirarlas
como a resplandor. Las palabras -dijo-,
hay grandes verdades en ellas;
caminos vacíos, una ciudad de cal
en donde un puñado de monos melancólicos
busca para refugio los lugares frescos.

Mi mejor verso (Vladimiro Maiacovski)



El auditorio
arroja sus preguntas hirientes,
insiste en un desafío de papeletas.
"Camarada Maiacovski,
lea su verso mejor".
Mientras pienso
tomado de la mesa,
quizá leerles éste,
o tal vez aquél.
Mientras reviso
mi viejo arsenal poético,
y muda, en silencio,
la sala espera,
el secretario del Obrero del Norte,
murmurándome
al oído
me dijo...
Y yo grité, saliéndome del tono poético,
más fuerte que las trompetas de Jericó:
"¡Camaradas"
¡Los obreros
y las tropas de Cantón
tomaron Shangai!"
Como si al aplauso
lo amasaran con las palmas de las manos,
crecía la ovación,
crecía su fuerza.
Cinco,
diez,
quince minutos
aplaudía el salón.
Parecía que la tormenta
cubría leguas y leguas,
en respuesta a todas las notas Chamberlánicas,
y rodaba hasta llegar a la China,
alejando los torpederos de Shangai.
No comparo la mejor jalea poética,
cualquiera de las más grandes glorias poéticas,
con la sencilla noticia del diario
si a esta noticia
la aplaude así nuestro auditorio.
¿Acaso hay ligadura de fuerza mayor
que la solidaridad
de la colmena obrera?
¡Aplaude
obrero textil
a los desconocidos
y queridos
coolíes de la China!

1925

Purgatorio, Canto segundo (Dante Alighieri )

Ya estaba el sol al horizonte junto,
cuyo meridional cerco domina
a Jerusalén con su más alto punto;

y la noche, que opuesta a él gira,
salía del Ganges con la Balanza, *
que cae de sus manos cuando se estira,

tal que las blancas y las bermejas mejillas,
allá donde yo estaba, de la bella Aurora,
al pasar el tiempo se hacían naranjas.

Estábamos junto al mar todavía,
como gente que piensa su camino,
y con el corazón va, y con el cuerpo se demora.

Y entonces, como, sorprendido a la mañana
por el grueso vapor, Marte enrojece
allá al poniente, sobre suelo marino,

se me apareció, como si aún la viera,
una luz que por el mar iba tan rápida,
que a su andar ningún vuelo se compara.

Y a ésta, como un poco hube retirado
el ojo para preguntar al duca mío,
la vi de nuevo más grande y reluciente.

Luego, de cada lado se me apareció
un no sé qué blanco, y desde abajo,
poco a poco, un otro blanco se asomó.

Aún no decía palabra mi maestro,
hasta que los primeros blancos parecieron alas;
entonces, aunque bien conocía al batelero,

gritó: "Dobla, dobla las rodillas,
Es el ángel de Dios: une las manos;
desde ahora verás tales ministros.

"Mira cómo desprecia los humanos medios,
tal que remo no quiere ni otra vela,
entre apartadas playas, que sus alas.

"Mira cómo las levantó hacia el cielo,
moviendo el aire con las eternas plumas,
que no se mudan, como el mortal pelo".

Luego, como más y más cerca vino
el divino pájaro, más claro parecía,
y como el ojo no puede resistirlo,

me incliné, y aquél llegó a la playa
con un barquito tan ligero y fino
que el agua nada lo engullía.

En la popa estaba el celestial barquero,
tal que haría beato a quien lo viera;
y más de cien espíritus sentados dentro.

"In exitu Israel de Aegypto", **
cantaban todos juntos a una voz,
y todo lo que en ese salmo sigue, escrito.

Luego les hizo el signo de la santa cruz,
con lo que se arrojaron todas a la playa;
y él se fue, tal como llegó, veloz.

La turba que quedó allí, extrañada
parecía del lugar, mirando en torno,
como aquel que nuevas cosas prueba.

Por todas partes asaeteaba al día
el sol, que con las doradas saetas
había cazado la Cabra en mitad del cielo,

cuando la nueva gente alzó la frente
hacia nosotros, diciéndonos: "Si saben,
muéstrennos la forma de ir al monte".

Y Virgilio respondió: "Creen ustedes
que tal vez somos expertos de este sitio,
pero somos peregrinos, como ustedes son.

"Hace poco llegamos, ustedes apenas luego,
por otro camino, tan áspero y fuerte,
que subir ahora será para nosotros juego".

Las almas, que de mí se dieron cuenta,
por la respiración, que aún estaba vivo,
maravilladas, empalidecieron.

Y como al mensajero que porta olivo
acude la gente para oír noticias,
y de pisarse nadie allí es esquivo,

así en mi rostro se fijaron ellas,
almas afortunadas, todas juntas,
casi olvidando el ir a hacerse bellas.

Yo vi una de aquellas venir hacia adelante
para abrazarme, con tan grande afecto,
que me movió a hacer un acto semejante.

¡Ah, sombras vanas, sólo en el aspecto!
Tres veces detrás de ella uní las manos,
y otras tantas regresaron a mi pecho.

De la maravilla, creo, me pinté;
y la sombra sonreía y se alejaba,
y yo, siguiéndola, avancé.

Suavemente dijo que yo me detuviera:
entonces supe quién era y le rogué
que, para hablarme, un poco se parara.

Respondió: "Así como te amé
en el cuerpo mortal, así te amo liberada:
por eso me detengo; pero tú, ¿por qué vas?"

"Casella mío, por regresar de nuevo ***
allá de donde soy, hago este viaje",
dije, "pero ¿cómo tantas horas te restaron?"

Y él a mí: "De nadie he recibido ultraje,
si el que lleva cuándo y a quien le place
muchas veces me ha negado el paso,

"porque hace lo suyo según su voluntad;
verdad es que hace tres meses trae
a quien ha querido entrar, con toda paz.

"Por lo que yo, que había a la marina regresado,
donde el agua del Tíber vuélvese salada,
benignamente fui por él recolectado.

"Hacia aquella salida endereza el ala,
ya que allí se congregan siempre
los que al Aqueronte no descienden".

Y yo: "¡Si nueva ley no te ha quitado
memoria o el uso del amoroso canto,
que solía mitigarme los dolores,

"de tales te plazca consolar un tanto
mi alma, con su persona
venida aquí, y preocupada tanto!"

"Amor que en la mente me razona", ****
comenzó él, tan dulcemente,
que la dulzura aún dentro de mí suena.

Mi maestro y yo y aquella gente
que estaban con él parecían tan contentos,
como si a nadie tocase otro la mente.

Estábamos parados allí y atentos
a sus notas; y apareció el viejo honesto
gritando: "¿Qué sucede, espíritus lentos?

"qué negligencia, qué esperarse es esto?
Corran al monte a despojarse del escollo
que ser no les permite en Dios manifiesto".

Como cuando, tomando su alimento,
las palomas juntas en los pastos,
quietas, sin mostrar su usual orgullo,

si algo aparece allí que dé pavura,
súbitamente dejan estar la hierba,
porque asaltadas son de mayor cura,

así vi yo a aquella bandada fresca
dejar el canto y escapar hacia la costa,
como quien no sabe adónde irá a parar;
no fue nuestra partida menos presta.

miércoles, 16 de febrero de 2011

LA CARTA QUE NUNCA ESCRIBIRÉ


.. motín del horizonte, pan de la aurora...
Joaquín Sabina


I

Resulta inevitable hablar de amor.


Yo prometo ser bueno.
Tú podrías dejar de ser tan mala.

Sé que en mi corazón, patio de cárcel,

hay piedras que hablan solas.


II

Me tocaron tus ojos como dos buenas cartas
que jugué con los míos sin ambición ninguna,
en contra de la suerte. Una vez más,
me miras. Son tus ojos
dos charcos aburridos donde no salta nadie.
Tatuados en ellos tus diecinueve años,
el tiempo, ese aliado que conozco de siempre,
tiene el viento en la suelas
y el corazón intacto en un rincón pequeño

que en pocas ocasiones hemos llamado vida.

Hoy solo sé,
sin que nadie me escuche,
que soy ese lugar que olvidaremos
esperando que vuelvan días mejores.
Pero si no volvieran,
tú que trucas la luna como un dado envidioso
reinventando sin suerte el sabor de la culpa,
acuérdate de mí, que siento envidia
del agua de la ducha
que brinda con tu piel mientras aplaude.

Te conocí en abril, adicto yo a tus ojos
y a tu risa –que no le sobra un gramo–,
y amar no era una forma del verbo fracasar.
Hablo de aquellos ojos
como quien habla de fantasmas.
En tu mirada –hoy– hay flores muertas.
Sembrado está de minas tu silencio
y yo en tu corazón sigo metido

como una marioneta en una caja.

Quise olvidar la vida,
esa huella cansada del beso que no he dado.
Nos duele amar, lo sé;
duele también no hacerlo.
Y hay caminos que guardan los pasos que no dimos
como el labio contiene la palabra no dicha.
Todas las noches eran distintas en tu boca.
Yo apretaba los dientes pensando en desnudarte,
sin pedirte permiso, sin preguntarte nada.
Pero a veces ocurre… ¡Amar es tan difícil!
"Ni lo intentes", decías. Y hay olor a tristeza
entre todas las sábanas y los labios sin eco.
Y al reloj se le olvidan las horas que buscábamos.

Es la traición
como un tiro que hiere
a quien dispara.
La vida es fea.
Mejor cierra los ojos
conmigo dentro.
No sabes cuántas veces
han cedido mis labios, temerosos,
mojados de tus labios
en el agua bendita de tu sexo,
empapado de sol…
En tu pequeño corazón de niña
doy señales de vida.
Y cabe la esperanza de volver
a hablar con mis juguetes,

a agujerear la goma de borrar a preguntas.

La luna insomne en el jardín sin luz
invita a la nostalgia.
Y es más fácil saber.
Yo solo sé de ti cuando te beso
y es el sol en tus labios como una mandarina,
ese reflejo anaranjado

de mi boca sin ti al recordarte.

¿Vivir sin ti?
Tal vez sí pueda, amor, pero no quiero.
En tus ojos sin paz se mueren las palomas.
Ya sé que nos esperan
cientos de amores en el mundo,
pero también lo sabes: nunca el mismo dos veces.
La vida es lo que pasa
mientras el agua de la ducha

se va por la rejilla.

Cuesta soltar amarras,
no digamos remar al horizonte,
a ese sol que salpica con su luz insumisa
hasta torcer las sombras.
La vida cambia a cada paso
y a veces toca fondo.
Y no es la realidad una buena metáfora.

He cerrado los libros, he roto los espejos…
No conozco otra cosa que el rojo de tus labios.
Ya no miro la noche pasar por tu desnudo
ni buscaré tu hombro como quien va a la luna
en esta madrugada que me sé de memoria.
¿Por qué el amanecer no promete un comienzo

y la esperanza es solo insolación?

El hombre solo acepta lo que puede explicar.
¿No representa eso lo que ambos despreciamos?
Los amantes que pasan
con la complicidad de las agujas

del tiempo que encerramos bajo el cristal más frío.

No llueve y no es domingo.
El sol es una aguja ensartada de oro,
motín del horizonte, pan de la aurora.
Una puerta de paz
para la que no existe llave.
La vida, ese cartero que no llama dos veces.

Yo ya no seré yo cuando te vayas.
Tú ya no serás tú a partir de entonces.


III

Por fin logro entender por qué los peces
reclaman como propio un barco hundido

Ausencia en Navidad (Ignacia)

Me dejaste el brillo de tu estrella
en el firmamento en donde imagino tu tiempo
tu sombra ausente bajo el pino,
lejanas tus manos del retablo aquel
que pintaste un día cuando yo era niña
inventándome el pesebre de Belén.

Me dejaste tus pasos en profunda huella
como Melchor, Gaspar y Baltasar
y el anciano del trineo y los venados
que conocen la voz de la eternidad
paso a paso en el tiempo yo voy
por el sendero de tu palabra florecida.

Me dejaste raíces
de un antiguo continente,
tu sonrisa y tu nobleza
en la vigilia del viento,
en el retablo de Belén
tu presencia ausente,
el legado de tu nombre
el recuerdo de tu voz
la transparencia de tus alas.
en el gris brumoso de las nubes del tiempo.

Ausencia (Anonimo)

Desde mi útero helado
te llamo con gritos húmedos
Con mis manos vacías de tu ausencia
te abrazo sin abrazos

Mi hijo ausente
mi único y real tesoro imposible
mi don prohibido
te busco entre mis escombros

Llamo tus miles de nombres
princesa, príncipe soñado
ausente desde siempre
Busco el reflejo fantasmal
de tus ojos en los míos

Soy la tierra que jamás dará nada
el destino sin flores, ni semillas
Mi vida se acaba conmigo
y mis destellos

¿Me miras desde alguna parte
angelito inexistente?
espero tu beso, tu vocecita inocente,
tu ser indefenso protegido en mis pechos

Te he buscado con esperanzas,
ansias, desvelos, desgarros,
soledad, desahucio...

Y a pesar de que ya no te sueño
bajo mi almohada espero
algún yerro del destino
que te traiga a mis brazos

Entonces, por un segundo siquiera,
podré ver mi reflejo
en el centro de tus ojitos pequeños
aunque sólo sea en sueños.

La hora de Tinieblas (Rafael Pombo)


Cogitavi dies antiquos ;  
et annos aeternos in mente habui.  
Et meditatus sum nocte cum corde meo, et exercitabar, 
et scopebam spiritum meum.  
øNumquid in aeternum projuciet deus ;  
aut non apponet ut complacitior sit adhuc ? 
  
( PensÈ en los dÌas antiguos, y tuve en mi espÌritu 
los anos eternos. De noche meditÈ en mi corazÛn : me 
ejercitaba y purificaba mi espÌritu. øpor ventura de- 
sechar· Dios para siempre o no volver· a ser benÈvolo ?) 
øpor quÈ, si puede Dios, no satisface a la hambre  
cruel que nos devora ?