domingo, 19 de febrero de 2012

El Diablo Tranquilizado (E.M Cioran)




¿Por qué Dios es tan incoloro, tan débil, tan mediocremente pintoresco? ¿Por qué carece de interés, de vigor y de actualidad y se nos parece  tan poco? ¿Existe una imagen menos antropomórfica y más gratuitamente lejana? ¿Cómo hemos podido proyectar sobre él resplandores tan pálidos y fuerzas tan claudicantes? ¿A dónde han fluido nuestras energías, en dónde se  han vertido nuestros deseos? ¿Quién ha absorbido entonces nuestro superávit de insolencia vital? ¿Nos volveremos hacia el Diablo? Pero no sabríamos dirigirle oraciones: adorarle sería rezar introspectivamente, rezarnos a nosotros. No se ora a la evidencia: lo exacto no es objeto de culto. Hemos colocado en nuestro doble todos nuestros atributos y, para realzarle con un semblante de solemnidad, le hemos vestido de negro: nuestras vidas y nuestras virtudes, de luto. Dotándole de maldad y de perseverancia, nuestras cualidades dominantes, nos hemos agotado para volverle tan vivo como sea posible; 
nuestras fuerzas se han consumido en forjar su imagen, en hacerla de arcilla, saltarina, inteligente, irónica y, sobre todo, mezquina. Las reservas de energías con las que contábamos para forjar a Dios se reducían a nada. 

Entonces recurrimos a la imaginación y a la poca sangre que nos quedaba: Dios no podía ser sino el fruto de 
nuestra anemia: una imagen tambaleante y raquítica. Es bueno, suave, sublime, justo. Pero,  ¿quién  se  reconoce  en  esa  mezcla  fragante  de  agua  de  rosas  relegada  en  la trascendencia? Un ser sin doblez carece  de profundidad y de  misterio; no esconde nada. Sólo la impureza es signo de realidad. Y si los santos no carecen completamente de interés, es que su sublimidad se mezcla con la novela y su eternidad se presta a la biografía; sus vidas indican que han abandonado el mundo por un género susceptible de cautivarnos de vez en cuando... Porque rebosa vida, el Diablo no tienen ningún altar: el hombre se reconoce demasiado en él para adorarle; le detesta a sabiendas;  se repudia y cultiva los atributos indigentes de Dios. Pero el Diablo no se queja y no aspira a fundar una religión: ¿no estamos nosotros aquí para precaverle de la inanición y el olvido?



Emile Cioran (1949) Brevario de la Pobredumbre. Pp 16-17

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