lunes, 10 de enero de 2011

Dolor (Rafael Millán)

Cuando llega, felinamente artero,
desprevenidos estamos.
Puede pensarse en él a todas horas,
su helado silbido conocer,
pero cuando llega con garras y dientes,
desprevenidos estamos.
Y nuestra entereza de súbito es talada
como un bosquecillo de flébiles arbustos.
La lágrima, blandamente agria,
asoma su brillo y espera,
paciente junto a nuestra espera,
por si su presencia, total como un ay,
fuese necesaria
(hay dolor tan fuerte como mil dolores).
Es inútil aguardarlo,
la vigilia puede ser infructuosa:
sólo una cosecha de temor y miedos.
Mejor sustraerse, pensar en Ann Arbor,
en los verdes campos de la Pennsilvania,
en Málaga, en Cuenca, en las olorosas
tascas cordobesas...
Y cuando ya estemos a orillas de todo,
el dolor vendrá
     —sorprendentemente—.

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