lunes, 23 de enero de 2012

Destinitos fatales (Andrés Caicedo)




    I
            A un hombrecito le gusta el cine y llega y funda un cine club,
    y lo primero que hace es programar un ciclo larguísimo de películas de vampiros, desde Murnau y Dreyer hasta Fisher y ese film que vio hace
    poco de Dan Curtis. Al principio hay mucha acogida y todo: el teatro
    se llena. Pero semana tras semana va bajando la audiencia. Como se sabe,
    el público cineclubista está compuesto en su mayoría por gente despistada
    que acude a ver acá "el cine de calidad" que no puede ver en los teatros cuando estos sólo exhiben vaqueros y espías: Imbéciles que abuchean
    una película de John Ford con John Wayne "porque el ejército de EE.UU. siempre mata muchos indios", que le dicen imbécil a Jerry Lewis.
    Esa gente cómo le va a coger la onda a los vampiros, no falta por allí uno
    que insulte al hombrecito del cineclub por estar exhibiendo cosas de éstas, cuando los estudiantes luchan en las calles, gente que únicamente sufría
    de noche y que siempre duerme bien y al otro día se despiertan y pueden hablar de amor, de papitas, de viajes, de política y cuando llega la noche
    se ponen a soñar de lo mismo que han hablado durante todo el día.
    Pues bien, el hombrecito de nuestra historia comenzó a perder grandes cantidades de dinero, porque ya al final no iban más que diez personas
    a sus películas de vampiros, 9, 8, 7, 6, 5, los últimos 4 sí empezaron a conversar, a contarse recuerdos, pasó el tiempo y uno de ellos se mudó
    de ciudad, otro amaneció un día muerto, uno se graduó de arquitectura
    y nunca nadie más lo volvió a ver por estas tierras.
            El hecho es que el sábado 25 de septiembre de 1971,
    el hombrecito encontró, al ir a introducir el último film del ciclo,
    que no había más que un espectador en la sala, allá detrás,
    en un rincón, mitad luz y mitad sombra.
    El hombrecito iba a comenzar a hablar de la película que amaba tanto,
    pero el Conde se paró de su butaca y le sonrió, y el hombrecito tuvo
    que bajar los ojos.

    II
            Un empleado público se monta a las 2 del día en su bus de todos
    los días, paga, registra, y para su satisfacción queda un puesto por allá,
    se dirige al asiento vacío sin ver a nadie conocido, pero para qué conocidos
    a esta hora y con este calor, así que el empleado público en lo único que piensa es en el almuerzo que su mamá le tiene cuando llegue a casa en la siestesita de 5 minutos, en el sueñito que sueñe, y por pensar en eso ni se
    ha dado cuenta que este bus en el que se ha montado no para cada 4
    cuadras ni para en ninguna parte, y cuando cae en la cuenta el hombrecito
    lo que hace es apretar las manos que le sudan pero nada más ,o tal vez
    voltear a mirar a los pasajeros, todos hombres, una mujer en la última
    banca vestida de negro, todos de piel oscura y por que ser que todos
    están así de flacos y por que a todos se les ve el hambre en la cara, por
    que, sobre todo el chofer cuando voltea la cara y lo mira a él. Y da la
    señal. Entonces el bus para y todos se le van encima, y cuando al
    hombrecito le arrancan el primer pedazo de mejilla piensa en lo que dirán
    sus compañeros de oficina cuando salga mañana en el periódico. Pero
    mañana no va a salir nada en el periódico.

    III
            Un hombrecito va por allí caminando fresco, cargando un libro de
    Mr. Edgar Allan Poe que pesa 5 kilos. De pronto un gordo lo ve pasar
    y se acerca y le pregunta:
            - Dígame, ¿no le molesta andar con ese libro tan pesado parriba y
    pabajo?
            El hombrecito, que es muy bondadoso y un poco ingenuo, no se
    da cuenta que el gordo se quiere burlar de él, y por eso piensa antes de
    contestar, para darle la respuesta exacta; y ella es:
            - Lo que pasa es que desde hace un tiempo para acá me di cuenta
    que yo vivo mi vida montado en un globo, y el libro de Edgar me
    sirve de lastre. Lastre para no elevarme tanto, para no ir a parar a una
    región desconocida, habitada por gente que a lo mejor no me gusta,
    que no conozco. Además la persona que más supo de globos en el
    mundo fue mi amigo Edgar. Y el gordo al oír eso se le ríe en la cara.
    Y el hombrecito comprende ahora y se pone muy triste. Y la tristeza
    le dura cinco días. Hasta que se encuentra en una película una actriz
    americana de la que se puede enamorar fácil, y la tristeza se le pasa.

Canibalismo (Andrés Caicedo)


    Hay varias maneras de comerse a una
        persona.            Empezando porque debe ser diferente
        comerse a una mujer que comerse a un hombre.
        Yo he visto comer hombres, pero no mujeres.
        No se‚ si me gustara ver comer a una mujer
    alguna vez. Debe ser muy diferente. Lo que yo por mi parte conozco, son
    tres maneras de comerse a un hombre. Se puede partir en seis pedazos a la persona: cabeza, tronco, brazos, pelvis, muslos, piernas, incluyendo, claro esta ,Hay varias maneras de comerse a una persona. Empezando porque
    debe ser diferente comerse a una mujer que comerse a un hombre. Yo he visto comer hombres, pero no mujeres. No se‚ si me gustara ver comer a
    una mujer alguna vez. Debe ser muy diferente. Lo que yo por mi parte conozco, son tres maneras de comerse a un hombre. Se puede partir en
    seis pedazos a la persona: cabeza, tronco, brazos, pelvis, muslos, piernas, incluyendo, claro esta, manos y pies. Sé que hay personas que parten a la persona en ocho pedazos, ya que les gusta sacar también las rodillas, el
    hueso redondo de las rodillas, recubierto con la única porción de carne
    roja que tiene el ser humano. La otra forma que conozco es comerse a
    la persona entera, así no más, a mordiscos lentos, comer un día hasta
    hartarse y meter el cuerpo al refrigerador y sacarlo al otro día para el desayuno, así. Como comerse un mango a mordiscos. Porque yo puedo
    decir que a mi antes me gustaba muchísmo el mango verde, y después
    vino esa moda de partir el mango en pedacitos y fue apenas hace como
    una semana que me vine a dar cuenta que los mangos verdes me habían venido a gustar menos y supe también que era porque me los comía
    partidos, así que seguí comprándolos enteros, comiéndolos a mordiscos,
    y me han vuelto a gustar casi tanto como cuando estaba chiquito.. Eso
    mismo debe pasar con los cuerpos. La persona que ya lleva siglos comiéndolos tiene que darse las maneras de variar el plato para no
    aburrirse, porque si no como hacen. Yo no se‚ si ustedes leyeron la otra
    vez en la prensa que habían encontrado el cuerpo de un coronel retirado, metido en una chuspa de papel y amarrado con cabuya, lo que dijeron
    fue que lo habían encontrado por el Club Campestre, y que había
    expectación por el extraño estado en que se había hallado el cuerpo.
    Era un coronel Rodriguez, un tipo ni flaco ni gordo, de bigotico, y con
    una chucha que arrasaba. Claro que los periódicos nunca dijeron en que consistía ese "extraño estado en que se había hallado el cuerpo", pero
    como yo estoy al tanto de las cosas yo sé que el cuerpo ese lo que estaba
    era todo mordido. No se lo acabaron de todo porque mi coronel ya tenia
    52, allí fue cuando se dieron cuenta que no había como la carne de gente joven, fresca. Los ojos, por ejemplo, que dizque son lo más exquisito,
    dicen que cuando la persona pasa de los 35, se endurecen y se agrian,
    ya no vale la pena comerlos. 

Angelitos Empantanados (Andrés Caicedo)



     "No sabemos a qué obedece tu presencia,
        pero estás allí, amor, totalmente desarraigada
        de lo que nos rodea. Estás allí sólo para que
        podamos amar, dispuesta nada más a que
        nuestros cuerpos pataleén enchuspados en el
    tuyo y se revuelquen por turno o a un mismo tiempo en tus entrañas
    dulces y jugosas. Y ya lo ves, estoy hablando de ti otra vez, sé que
    no se puede, que es imposible, pero no importa, me gusta inventar.
    Nada importa si total, hundimos la cabeza entre tus senos y chupamos
    tu pelo como si fuera apio. Adivinarnos lo que está sintiendo tu cuerpo
    cuando tus rodillas nos golpean, nos maltratan en su orden de que convirtamos todo lo que te pertenece en una bella masa líquida.
    Y vemos nuestras caras retratadas allí donde sabes que está la palabra felicidad escrita de la forma más desconocida. Yo le tomé una fotografía
    y al revelarla, no había más que un relampaguée manchoso. Ni siquiera
    una cámara fotográfica pudo llegar a recordarla. Ella metía la mano entre
    mis piernas y agarraba todo, y así dormía. Repetía que sólo nos tenía
    a nosotros, que fuera de nosotros no existía nada, porque juntos conjurábamos a la eternidad. Nos empujaba hasta el borde de la cama. Descolgaba las piernas y nosotros, apoyados sobre la pared,
    nos tirábamos de cabeza por el único camino que había en el mundo.
    Y nos dijo que se iba a ir, y la vieja Carmen que tocaba a la puerta,
    para que le apuraramos. Pero nosotros jamás saldremos".
     

            Quisiera tenerla aquí a mi lado para contarle que Ricaurte aún le
    chupa los dientes a su novia. Que Marta, la de William, fue atropellada
    por un carro fantasma. Le contaría también que el único que sintió de
    veras su partida fui yo, que tanto William como Ricaurte se van a estudiar ingeniería a los Estados Unidos, William con una beca, como si no hubiera pasado por acá nada. Le contaría también que Angelita viene a visitarme,
    que me coge la mano y me habla desde muy cerquita, me cuenta historias
    de niños, como si con eso me fuera a encontrar algún consuelo a su
    ausencia. La próxima vez le voy a decir que por favor se olvide, que
    por favor no vuelva. Ya no quiero seguir estudiando más, para qué,
    pedazo de cordero. Ahora sólo tengo tiempo para mirar a mi ventana,
    la que antes era de Abigaíl Smith, y que yo he convertido en una
    ventana con forma de aguja y forma de iglesia, iglesias como esas que
    salen pintadas en las enciclopedias. Y también tiene forma de aguja,
    de ojo de aguja. Y la cúspide de la iglesia y la punta de la aguja están sostenidas por seis barrotes largos, grises, en forma de lanza.Y mi mundo mide 3 x 1.76 metros. Y mi mundo posee 3 centímetros de cielo limpio,
    más allá de los árboles, más allá del edificio de 52 pisos que levantaron
    al otro lado del alambre de púas, y que me robó casi todo el cielo de mi mundo. Y en las noches no puedo ver la luna. Pero entre barrote y
    barrote veo la muerte de los árboles, los mangos que caen y se quedan,
    los policías, lo que hace el Río. Y los boleros de mi madre que me
    acompañan a la distancia. Y me la paso pensando en mis cosas.
    Recuerdo que el hombre tuvo que enterrar viva a su amada para
    extraerle los dientes que le habían negado toda paz; eso lo relató el mayordomo, que los dientes cayeron de la cajita transparente y rodaron
    por el suelo. Soy nave sin regreso, un amor en vano, un terco peliador
    de media noche. Yo guardo los 7 trocitos blancos que arranqué de sus
    encías. Tuve que botar el resto porque estaba lleno de caries.
    Raíces del cielo. Yo poseo una caja negra, pulida, redonda, en donde
    guardo las puntas de sus senos y bien conservado ese par suyo de ojos,
    y un poco de su pelo. Y ahora voy a comprar un equipo completísimo
    de aire acondicionado. Ven a visitarme. 

Infección (Andrés Caicedo)





(Odio la Avenida Sexta por creer encontrar en ella la bienhechora importancia de la verdadera personalidad. Odio el club campestre por ser a la vez un lugar estúpido, artificial e hipócrita. Odio el teatro Calima por estar siempre los sábados lleno de gente conocida. Odio al muchacho contento que pasa al lado, perdió al fin del año cinco materias, pero eso no le importa, porque su amiga se dejó besar en su propia cama. Odio a todos los maricas por estúpidos en toda la extensión de la palabra. Odio a mis maestros y sus intachables hipocresías. Odio las malditas horas de estudios por conseguir una buena nota. Odio a todos aquellos que se cagan en la juventud todos los días).
***
Odio a todas las putas por andar vendiendo adoraciones falsas en todas sus casas y sus calles.
(Odio la Avenida Sexta por creer encontrar en ella la bienhechora importancia de la verdadera personalidad. Odio el club campestre por ser a la vez un lugar estúpido, artificial e hipócrita. Odio el teatro Calima por estar siempre los sábados lleno de gente conocida. Odio al muchacho contento que pasa al lado, perdió al fin del año cinco materias, pero eso no le importa, porque su amiga se dejó besar en su propia cama. Odio a todos los maricas por estúpidos en toda la extensión de la palabra. Odio a mis maestros y sus intachables hipocresías. Odio las malditas horas de estudios por conseguir una buena nota. Odio a todos aquellos que se cagan en la juventud todos los días).
***
Odio a todas las putas por andar vendiendo adoraciones falsas en todas sus casas y sus calles.
Odio las misas mal oídas... odio todas las misas. Me odio, por no saber encontrar mi misión verdadera. Por eso me odio... y a ustedes les importa?
Si, odio todo esto, todo eso, todo. Y lo odio porque lucho por conseguirlo, unas veces puedo vencer, otras no. Por eso lo odio, porque lucho por su compañía. Lo odio porque odiar es querer y aprender a amar. Me entienden? Lo odio, no he aprendido a amar, y necesito de eso. Por eso, odio a todo el mundo, no dejo de odiar a nadie, a nada...
a nada
a nadie
sin excepción!

CONTRA LA GUERRA (Vicente Aleixandre)


Se ven pobres mujeres que corren en las calles

como bultos o espanto entre la niebla. 

Las casas contraídas,

las casas rotas, salpicadas de sangre:

las habitaciones donde un grito quedó temblando,

donde la nada estalló de repente,

polvo lívido de paredes flotantes,

asoman su fantasma pasado por la muerte.

Son las oscuras casas donde murieron niños.

Miradlas. Como gajos

se abrieron en la noche bajo la luz terrible.

Niños dormían, blancos en su oscuro.

Niños nacidos con rumor a vida.

Niños o blandos cuerpos ofrecidos que,

callados los vientos, descansaban.

Las mujeres corrieron.

Por las ventanas salpicó la sangre.

¿Quién vio, quién vio un bracito salir roto en la noche

con la luz de sangre o estrella apuñalada?

¿Quién vio la sangre niña en mil gotas gritando:

¡crimen, crimen!,

alzada hasta los cielos

como un puñito inmenso, clamoroso?

Rostros pequeños, las mejillas, los pechos,

El inocente vientre que respira:

La metralla los busca,

la metralla, la súbita serpiente,

muerte estrellada para su martirio.

Ríos de niños muertos van buscando

un destino final, un mundo alto.

Bajo la luz de la luna se vieron

Las hediondas aves de la muerte;

Aviones, motores, buitres oscuros cuyo plumaje encierra

la destrucción de la carne que late,

La horrible muerte a pedazos que palpitan

Y esta voz de las las víctimas

Rota por las gargantas, que irrumpe en la ciudad como un

gemido.Todos la oímos.

los niños han gritado.

Su voz está sonando.

¿No ois? Suena en lo oscuro.

Suena en la luz. Suena en las calles.


Todas las casas gritan.

Pasais, y de esa ventana rota sale un grito de muerte.

Seguís. De ese hueco sin puerta

Sale una sangre y grita.

Las ventanas, las puertas, las torres, los tejados

Gritan, gritan. Son niños que murieron.

Por la ciudad gritando,un río pasa:

un río clamoroso de dolor que no acaba.

No lo mireis; sentidlo.

Pequeños corazones, pechos difuntos, caritas destrozadas.

No los miréis; oídlos.

Por la ciudad un río de dolor grita y convoca.

Sube y sube y nos llama.

La ciudad anegada se alza por los tejados

y alza un brazo terrible.Un solo brazo.

Mutilación heroica de la ciudad o su pecho.

Un puño clamoroso, rojo de sangre libre,

que la ciudad esgrime, iracunda y dispara.

miércoles, 18 de enero de 2012

LAFAYETTE STREET - JOSÉ MARÍA FONOLLOSA


Esta es la mujer mía. Pueden verla,
no tengan pena, de perfil, de frente.
Pueden acariciarla con los ojos.
Está desnuda bajo su vestido.

Es hermosa, ¿verdad? Todos lo dicen.
Ella también lo sabe. Es muy hermosa.
Mírenla de perfil, de frente. Desde
la uña del pie al cabello es muy hermosa.

Hasta los automóviles más caros
frenan para admirarla cuando pasa.

Vean a las demás. Se han vuelto feas
cuando ha entrado en el bar ella conmigo.
Y nada le pregunta a la cerveza
para hacer maravillas en la cama.

Esta es la mujer mía. No, no hay otra
tan completa cual ella. Es una lástima
que no encuentren ustedes otra igual.
Pueden acariciarla con los ojos.

Para qué he vivido? (Bertrand Russell)


Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación.

He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad, esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura mística, la visión anticipada del cielo que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin- he hallado.

Con igual pasión he buscado el conocimiento. He deseado entender el corazón de los hombres. He deseado saber por qué brillan las estrellas. Y he tratado de aprehender el poder pitagórico en virtud del cual el número domina al flujo. Algo de esto he logrado, aunque no mucho.

El amor y el conocimiento, en la medida en que ambos eran posibles, me transportaban hacia el cielo. Pero siempre la piedad me hacía volver a la tierra. Resuena en mi corazón el eco de gritos de dolor. Niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores, ancianos desvalidos, carga odiosa para sus hijos, y todo un mundo de soledad, pobreza y dolor convierten en una burla lo que debería ser la existencia humana. Deseo ardientemente aliviar el mal, pero no puedo, y yo también sufro.

Ésta ha sido mi vida. La he hallado digna de vivirse, y con gusto volvería a vivirla si se me ofreciese la oportunidad 

                                                                                                                                     Autobiografía , 1967

sábado, 14 de enero de 2012

Una Flor Amarilla (Julio Cortázar)

Parece una broma, pero somos inmortales. Lo sé por la negativa, lo sé porque conozco al único mortal. Me contó su historia en un bistró de la rue Cambronne, tan borracho que no le costaba nada decir la verdad aunque el patrón y los viejos clientes del mostrador se rieran hasta que el vino se les salía por los ojos. A mí debió verme algún interés pintado en la cara, porque se me apiló firme y acabamos dándonos el lujo de la mesa en un rincón donde se podía beber y hablar en paz. Me contó que era jubilado de la municipalidad y que su mujer se había vuelto con sus padres por una temporada, un modo como otro cualquiera de admitir que lo había abandonado. Era un tipo nada viejo y nada ignorante, de cara reseca y ojos tuberculosos. Realmente bebía para olvidar, y lo proclamaba a partir del quinto vaso de tinto. No le sentí ese olor que es la firma de París pero que al parecer sólo olemos los extranjeros. Y tenía las uñas cuidadas, y nada de caspa. 

Contó que en un autobús de la línea 95 había visto a un chico de unos trece años, y que al rato de mirarlo descubrió que el chico se parecía mucho a él, por lo menos se parecía al recuerdo que guardaba de sí mismo a esa edad. Poco a poco fue admitiendo que se le parecía en todo, la cara y las manos, el mechón cayéndole en la frente, los ojos muy separados, y más aun en la timidez, la forma en que se refugiaba en una revista de historietas, el gesto de echarse el pelo hacia atrás, la torpeza irremediable de los movimientos. Se le parecía de tal manera que casi le dio risa, pero cuando el chico bajó en la rue de Rennes, él bajó también y dejó plantado a un amigo que lo esperaba en Montparnasse. Buscó un pretexto para hablar con el chico, le preguntó por una calle y oyó ya sin sorpresa una voz que era su voz de la infancia. El chico iba hacia esa calle, caminaron tímidamente juntos unas cuadras. A esa altura una especie de revelación cayó sobre él. Nada estaba explicado pero era algo que podía prescindir de explicación, que se volvía borroso o estúpido cuando se pretendía-como ahora-explicarlo. 

Resumiendo, se las arregló para conocer la casa del chico, y con el prestigio que le daba un pasado de instructor de boy scouts se abrió paso hasta esa fortaleza de fortalezas, un hogar francés. Encontró una miseria decorosa y una madre avejentada, un tío jubilado, dos gatos. Después no le costó demasiado que un hermano suyo le confiara a su hijo que andaba por los catorce años, y los dos chicos se hicieron amigos. Empezó a ir todas las semanas a casa de Luc; la madre lo recibía con café recocido, hablaban de la guerra, de la ocupación, también de Luc. Lo que había empezado como una revelación se organizaba geométricamente, iba tomando ese perfil demostrativo que a la gente le gusta llamar fatalidad. Incluso era posible formularlo con las palabras de todos los días: Luc era otra vez él, no había mortalidad, éramos todos inmortales. 

-Todos inmortales, viejo. Fíjese, nadie había podido comprobarlo y me toca a mí, en un 95. Un pequeño error en el mecanismo, un pliegue del tiempo, un avatar simultáneo en vez de consecutivo, Luc hubiera tenido que nacer después de mi muerte, y en cambio... Sin contar la fabulosa casualidad de encontrármelo en el autobús. Creo que ya se lo dije, fue una especie de seguridad total, sin palabras. Era eso y se acabó. Pero después empezaron las dudas, por que en esos casos uno se trata de imbécil o toma tranquilizantes. Y junto con las dudas, matándolas una por una, las demostraciones de que no estaba equivocado, de que no había razón para dudar. Lo que le voy a decir es lo que más risa les da a esos imbéciles, cuando a veces se me ocurre contarles. Luc no solamente era yo otra vez, sino que iba a ser como yo, como este pobre infeliz que le habla. No había más que verlo jugar, verlo caerse siempre mal, torciéndose un pie o sacándose una clavícula, esos sentimientos a flor de piel, ese rubor que le subía a la cara apenas se le preguntaba cualquier cosa. La madre, en cambio, cómo les gusta hablar, cómo le cuentan a uno cualquier cosa aunque el chico esté ahí muriéndose de vergüenza, las intimidades más increíbles, las anécdotas del primer diente, los dibujos de los ocho años, las enfermedades... La buena señora no sospechaba nada, claro, y el tío jugaba conmigo al ajedrez, yo era como de la familia, hasta les adelanté dinero para llegar a un fin de mes. No me costó ningún trabajo conocer el pasado de Luc, bastaba intercalar preguntas entre los temas que interesaban a los viejos: el reumatismo del tío, las maldades de la portera, la política. Así fui conociendo la infancia de Luc entre jaques al rey y reflexiones sobre el precio de la carne, y así la demostración se fue cumpliendo infalible. Pero entiéndame, mientras pedimos otra copa: Luc era yo, lo que yo había sido de niño, pero no se lo imagine como un calco. Más bien una figura análoga, comprende, es decir que a los siete años yo me había dislocado una muñeca y Luc la clavícula, y a los nueve habíamos tenido respectivamente el sarampión y la escarlatina, y además la historia intervenía, viejo, a mí el sarampión me había durado quince días mientras que a Luc lo habían curado en cuatro, los progresos de la medicina y cosas por el estilo. Todo era análogo y por eso, para ponerle un ejemplo al caso, bien podría suceder que el panadero de la esquina fuese un avatar de Napoleón, y él no lo sabe porque el orden no se ha alterado, porque no podrá encontrar se nunca con la verdad en un autobús; pero si de alguna manera llegara a darse cuenta de esa verdad, podría comprender que ha repetido y que está repitiendo a Napoleón, que pasar de lavaplatos a dueño de una buena panadería en Montparnasse es la misma figura que saltar de Córcega al trono de Francia, y que escarbando despacio en la historia de su vida encontraría los momentos que corresponden a la campaña de Egipto, al consulado y a Austerlitz, y hasta se daría cuenta de que algo le va a pasar con su panadería dentro de unos años, y que acabará en una Santa Helena que a lo mejor es una piecita en un sexto piso, pero también vencido, también rodeado por el agua de la soledad, también orgulloso de su panadería que fue como un vuelo de águilas. Usted se da cuenta, ¿no?. 

Yo me daba cuenta, pero opiné que en la infancia todos tenemos enfermedades típicas a plazo fijo, y que casi todos nos rompemos alguna cosa jugando al fútbol. 
-Ya sé, no le he hablado más que de las coincidencias visibles. Por ejemplo, que Luc se pareciera a mí no tenía importancia, aunque sí la tuvo para la revelación en el autobús. Lo verdaderamente importante eran las secuencias, y eso es difícil de explicar porque tocan al carácter, a recuerdos imprecisos, a fábulas de la infancia. En ese tiempo, quiero decir cuando tenía la edad de Luc, yo había pasado por una época amarga que empezó con una enfermedad interminable, después en plena convalecencia me fui a jugar con los amigos y me rompí un brazo, y apenas había salido de eso me enamoré de la hermana de un condiscípulo y sufrí como se sufre cuando se es incapaz de mirar en los ojos a una chica que se está burlando de uno. Luc se enfermó también, apenas convaleciente lo invitaron al circo y al bajar de las graderías resbaló y se dislocó un tobillo. Poco después su madre lo sorprendió una tarde llorando al lado de la ventana, con un pañuelito azul estrujado en la mano, un pañuelo que no era de la casa. 

Como alguien tiene que hacer de contradictor en esta vida, dije que los amores infantiles son el complemento inevitable de los machucones y las pleuresías. Pero admití que lo del avión ya era otra cosa. Un avión con hélice a resorte, que él había traído para su cumpleaños. 
-Cuando se lo di me acordé una vez más del Meccano que mi madre me había regalado a los catorce años, y de lo que me pasó. Pasó que estaba en el jardín, a pesar de que se venía una tormenta de verano y se oían ya los truenos, y me había puesto a armar una grúa sobre la mesa de la glorieta, cerca de la puerta de calle. Alguien me llamó desde la casa, y tuve que entrar un minuto. Cuando volví, la caja del Meccano había desaparecido y la puerta estaba abierta. Gritando desesperado corrí a la calle donde ya no se veía a nadie, y en ese mismo instante cayó un rayo en el chalet de enfrente. Todo eso ocurrió como en un solo acto, y yo lo estaba recordando mientras le daba el avión a Luc y él se quedaba mirándolo con la misma felicidad con que yo había mirado mi Meccano. La madre vino a traerme una taza de café, y cambiábamos las frases de siempre cuando oímos un grito. Luc había corrido a la ventana como si quisiera tirarse al vacío. Tenía la cara blanca y los ojos llenos de lágrimas, alcanzó a balbucear que el avión se había desviado en su vuelo, pasando exactamente por el hueco de la ventana entreabierta. "No se lo ve más, no se lo ve más", repetía llorando. Oímos gritar más abajo, el tío entró corriendo para anunciar que había un incendio en la casa de enfrente. ¿Comprende, ahora? Sí, mejor nos tomamos otra copa. 

Después, como yo me callaba, el hombre dijo que había empezado a pensar solamente en Luc, en la suerte de Luc. Su madre lo destinaba a una escuela de artes y oficios, para que modestamente se abriera lo que ella llamaba su camino en la vida, pero ese camino ya estaba abierto y solamente él, que no hubiera podido hablar sin que lo tomaran por loco y lo separaran para siempre de Luc, podía decirle a la madre y al tío que todo era inútil, que cualquier cosa que hicieran el resultado sería el mismo, la humillación, la rutina lamentable, los años monótonos, los fracasos que van royendo la ropa y el alma, el refugio en una soledad resentida, en un bistró de barrio. Pero lo peor de todo no era el destino de Luc; lo peor era que Luc moriría a su vez y otro hombre repetiría la figura de Luc y su propia figura, hasta morir para que otro hombre entrara a su vez en la rueda. Luc ya casi no le importaba; de noche, su insomnio se proyectaba más allá hasta otro Luc, hasta otros que se llamarían Robert o Claude o Michel, una teoría al infinito de pobres diablos repitiendo la figura sin saberlo, convencidos de su libertad y su albedrío. El hombre tenía el vino triste, no había nada que hacerle. 

   -Ahora se ríen de mí cuando les digo que Luc murió unos meses después, son demasiado estúpidos para entender que... Sí, no se ponga usted también a mirarme con esos ojos. Murió unos meses después, empezó por una especie de bronquitis, así como a esa misma edad yo había tenido una infección hepática. A mí me internaron en el hospital, pero la madre de Luc se empeñó en cuidarlo en casa, y yo iba casi todos los días, y a veces llevaba a mi sobrino para que jugara con Luc. Había tanta miseria en esa casa que mis visitas eran un consuelo en todo sentido, la compañía para Luc, el paquete de arenques o el pastel de damascos. Se acostumbraron a que yo me encargara de comprar los medicamentos, después que les hablé de una farmacia donde me hacían un descuento especial. Terminaron por admitirme como enfermero de Luc, y ya se imagina que en una casa como ésa, donde el médico entra y sale sin mayor interés, nadie se fija mucho si los síntomas finales coinciden del todo con el primer diagnóstico... ¿Por qué me mira así? ¿He dicho algo que no esté bien? 
No, no había dicho nada que no estuviera bien, sobre todo a esa altura del vino. Muy al contrario, a menos de imaginar algo horrible la muerte del pobre Luc venía a demostrar que cualquiera dado a la imaginación puede empezar un fantaseo en un autobús 95 y terminarlo al lado de la cama donde se está muriendo calladamente un niño. Para tranquilizarlo, se lo dije. Se quedó mirando un rato el aire antes de volver a hablar. 

-Bueno, como quiera. La verdad es que en esas semanas después del entierro sentí por primera vez algo que podía parecerse a la felicidad. Todavía iba cada tanto a visitar a la madre de Luc, le llevaba un paquete de bizcochos, pero poco me importaba ya de ella o de la casa, estaba como anegado por la certidumbre maravillosa de ser el primer mortal, de sentir que mi vida se seguía desgastando día tras día, vino tras vino, y que al final se acabaría en cualquier parte y a cualquier hora, repitiendo hasta lo último el destino de algún desconocido muerto vaya a saber dónde y cuándo, pero yo sí que estaría muerto de verdad, sin un Luc que entrara en la rueda para repetir estúpidamente una estúpida vida. Comprenda esa plenitud, viejo, envídieme tanta felicidad mientras duró. 

Porque, al parecer, no había durado. El bistró y el vino barato lo probaban, y esos ojos donde brillaba una fiebre que no era del cuerpo. Y sin embargo había vivido algunos meses saboreando cada momento de su mediocridad cotidiana, de su fracaso conyugal, de su ruina a los cincuenta años, seguro de su mortalidad inalienable. Una tarde, cruzando el Luxemburgo, vio una flor. 

-Estaba al borde de un cantero, una flor amarilla cualquiera. Me había detenido a encender un cigarrillo y me distraje mirándola. Fue un poco como si también la flor me mirara, esos contactos, a veces... Usted sabe, cualquiera los siente, eso que llaman la belleza. Justamente eso, la flor era bella, era una lindísima flor. Y yo estaba condenado, yo me iba a morir un día para siempre. La flor era hermosa, siempre habría flores para los hombres futuros. De golpe comprendí la nada, eso que había creído la paz, el término de la cadena. Yo me iba a morir y Luc ya estaba muerto, no habría nunca más una flor para alguien como nosotros, no habría nada, no habría absolutamente nada, y la nada era eso, que no hubiera nunca más una flor. El fósforo encendido me abrasó los dedos. En la plaza salté a un autobús que iba a cualquier lado y me puse absurdamente a mirar, a mirar todo lo que se veía en la calle y todo lo que había en el autobús. Cuando llegamos al término mino, bajé y subí a otro autobús que llevaba a los suburbios. Toda la tarde, hasta entrada la noche, subí y bajé de los autobuses pensando en la flor y en Luc, buscando entre los pasajeros a alguien que se pareciera a Luc, a alguien que se pareciera a mí o a Luc, a alguien que pudiera ser yo otra vez, a alguien a quien mirar sabiendo que era yo, y luego dejarlo irse sin decirle nada, casi protegiéndolo para que siguiera por su pobre vida estúpida, su imbécil vida fracasada hacia otra imbécil vida fracasada hacia otra imbécil vida fracasada hacia otra... 

viernes, 13 de enero de 2012

Alas rotas (Khalil Gibrán)

Todo joven recuerda su primer amor y trata de volver a poseer esa extraña hora, cuyo recuerdo transforma sus más hondos sentimientos y le da tan inefable felicidad, a pesar de toda la amargura de su misterio.
En la vida de todo joven hay una "Selma", que súbitamente se le aparece en la primavera de la vida, que transforma su soledad en momentos felices, y que llena el silencio de sus noches con música.


Por aquella época estaba yo absorto en profundos pensamientos y contemplaciones, y trataba de entender el significado de la naturaleza y la revelación de los libros y de las Escrituras, cuando oí al Amor susurrando en mis oídos a través de los labios de Selma. Mi vida era un estado de coma, vacía como la de Adán en el Paraíso, cuando vi a Selma en pie, ante mí, como una columna. de  luz. Era la Eva de mi corazón, que lo llenó de secretos y maravillas, y que me hizo comprender el significado de la vida.


La primera Eva, por su propia voluntad, hizo que Adán saliera del Paraíso, mientras que Selma, involuntariamente, me hizo entrar en el Paraíso del amor puro y de la virtud, con su dulzura y su amor; pero lo que ocurrió al primer hombre también me sucedió a mí, y. la espada de fuego que expulsó a Adán del Paraíso fue la misma que atemorizó con su filo resplandeciente y me obligó a apartarme del paraíso de mi amor, sin haber desobedecido ningún mandato, y sin haber probado el fruto del árbol prohibido.""
Hoy, después de haber transcurrido muchos años, no me queda de aquel hermoso sueño sino un cúmulo de dolorosos recuerdos que aletean con alas invisibles en torno mío, que llenan de tristeza las profundidades de mi corazón, y que llevan lágrimas a mis ojos; y mi bien amada, la hermosa Selma, ha muerto, y nada queda de ella para preservar su memoria, sino mi roto corazón, y una tumba rodeada de cipreses. Esa tumba y este corazón son todo lo que ha quedado para dar testimonio de Selma.
El silencio que custodia la tumba no revela el secreto de Dios, oculto en la oscuridad del ataúd, y el crujido de las ramas cuyas raíces absorben los elementos del cuerpo no des cifran los misterios de la tumba, pero los suspiros de dolor de mi corazón anuncian a los vivientes el drama que han representado el amor, la belleza y la muerte.

¡Oh amigos de mi juventud, que estáis dispersos en la ciudad de Beirut!: cuando paséis por ese cementerio, junto al bosque de pinos, entrad en él silenciosamente, y caminad despacio, para que el ruido de vuestros pasos no, turbe el tranquilo sueño de los muertos, y deteneos humildemente ante la tumba de Selma; reverenciad la tierra que cubre su cuerpo y decid mi nombre en un hondo suspiro, al tiempo que decís internamente estas palabras:
"Aquí, todas las esperanzas de Gibrán, que vive como prisionero del amor más allá de los mares; todas sus esperanzas, fueron enterradas. En este sitio perdió Gibrán su felicidad, vertió todas sus lágrimas, y olvidó su sonrisa.
"Junto a esa tumba crece la tristeza de Gibrán, al mismo tiempo que los cipreses, y sobre la tumba su espíritu arde todas las noches como una lámpara votiva consagrada a Selma, y entona a coro con las ramas de los árboles un triste lamento, en lastimero duelo por la partida de Selma, que ayer, apenas ayer, era un hermoso canto en los labios de la Vida, y que hoy es un silente secreto en el seno de la tierra."
""¡Oh camaradas de mi juventud! Os conjuro, en nombre de aquellas vírgenes que vuestros corazones han amado, a que coloquéis una guirnalda de flores en la desamparada Tumba de mi bien amada, pues las flores que coloquéis sobre la tumba de Selma serán como gotas de rocío desprendidas de los ojos de la aurora, para refrescarlos pétalos de una rosa que se marchita.

domingo, 8 de enero de 2012

HIJA DEL VIENTO (Alejandra Pizarnik)


Han venido.
Invaden la sangre.
Huelen a plumas,
a carencias,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.

Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.

Tú lloras debajo del llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.

Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.

jueves, 5 de enero de 2012

PÓRTICO (José Martí)


Frente a casas ruines, en los mismos 
Sacros lugares donde Franklin bueno 
Citò al rayo y lo atò,— por entre truncos 
Muros, cerros de piedras, boqueantes 
Fosos, y los cimientos asomados 
Como dientes que nacen a una encía 
Un pòrtico gigante se elevaba. 
Rondaba cerca de él la muchedumbre 
[............] que siempre en torno
De las fábricas nuevas se congrega:


Cuál, que ésta es siempre distinciòn de necios, 
Absorto ante el tamaño: piedra el otro 
Que no penetra el sol, y cuál en ira, 
De que fuera mayor que su estatura. 
Entre el tosco andamiaje, y las nacientes 
Paredes, el pòrtico [.......]
En un cráneo sin tope parecía
Un labio enorme, lívido e hinchado.
Ruedas y hombres el aire sometieron:
Trepaban en la sombra: más arriba 
Fueron que las iglesias: de las nubes 
La fábrica magnífica colgaron: 
Y en medio entonces de los altos muros 
Se vio el pòrtico en toda su hermosura.

A LOS ESPACIOS (José Martí)


 
A los espacios entregarme quiero
Donde se vive en paz, y con un manto 
De luz, en gozo embriagador henchido, 
Sobre las nubes blancas se pasea,— 
Y donde Dante y las estrellas viven. 
Yo sé, yo sé, porque lo tengo visto 
En ciertas horas puras, còmo rompe 
Su cáliz una flor,— y no es diverso 
Del modo, no, con que lo quiebra el alma,

Escuchad, y os diré: —viene de pronto
Como una aurora inesperada, y como
A la primera luz de primavera
De flor se cubren las amables lilas...
Triste de mí: contároslo quería
Y en espera del verso, las grandiosas
Imágenes en fila ante mis ojos
Como águilas alegres vi sentadas.
Pero las voces de los hombres echan
De junto a mí las nobles aves de oro:
Ya se van, ya se van: ved còmo rueda 
La sangre de mi herida. 
Si me pedís un símbolo del mundo 
En estos tiempos, vedlo: un ala rota. 
Se labra mucho el oro, el alma apenas!— 
Ved còmo sufro: vive el alma mía 
Cual cierva en una cueva acorralada:— 
Oh, no está bien:
me vengaré, llorando!

CRIN HIRSUTA (José Martí)


Que como crin hirsuta de espantado 
Caballo que en los troncos secos mira 
Garras y dientes de tremendo lobo, 
Mi destrozado verso se levanta...? 
Sí,: pero se levanta! —a la manera 
Como cuando el puñal se hunde en el cuello 
De la res, sube al cielo hilo de sangre:— 
Sòlo el amor engendra melodías.

HOMAGNO AUDAZ (José Martí)


 

Homagno audaz, de tanto haber vivido
Con el alma, que quema, se moría.— 
Por las còncavas sienes las canosas 
Lasas guedejas le colgaban: hinca 
Las silenciosas manos en los secos. 
Muslos: los labios, como ofensa augusta 
Al negro pueblo universal, horrible 
Pueblo infeliz y hediondo de los Midas,
Junta como quien niega: y en los claros 
Ojos de ansia y amor, que la vislumbre 
De la muerte feliz, arroba, brilla 
Como en selva nocturna hoguera blanca 
La mirada caudal de un Dios que muere 
Remordido de hormigas:
Suplicante

A sus llagados pies Jòveno hermoso 
Tiéndese y llora; y en los negros ojos 
Desolaciòn patética le brilla: 
No, no Homagno, ¡negras ropas visten 
Las mujeres de estos tiempos! —en que— 
Como hojas verdes en invierno, lucen:
Oh las mujeres, oh las necias, trajes 
De rosas sin olor: —jubòn rosado, 
Con trajes anchos de perlada seda:— 
En los [...............] el galano
Talle le ciñen: —oh dime, dime Homagno,
De este palacio de que sales; dime
Qué secreto conjuro la uva rompe
De las sabrosas mieles: di qué llave
Abre las puertas del placer profundo
Que fortalece y embalsama: dilo,
Oh noble Homagno, a Jòveno extranjero:—

La sublime piedad abriò los labios 
Del moribundo noble musitando:
La llave quieres, Jòveno, del mundo? 
La llave de la fuerza, la del goce 
Sereno y penetrante, la del hondo 
Valor que a mundos y a villas, 
Cual gigante amazona desafía;
La del escudo impenetrable, escudo 
Contra la tentadora humana Infamia! 
Yo ni de dioses ni de filtro tengo 
Fuerzas maravillosas: he vivido, 
Y la divinidad está en la vida!:
¡Mira si no la frente de los viejos!

Estréchame la mano: no, no esperes
A que yo te la tienda: ¡yo sabia
Antes tenderla, de mi hermoso modo
Que envolvía en sombra de amor el Universo!
Hoy, ya no puedo alzarla de la piedra
Donde me asiento: aunque el corazòn
Plumas nuevas se viste y tiende el ala:
¡No acaba el alma humana en este mundo! 
Ya, cual bucles de piedra, en mi mondado 
Cráneo cuelgan mis últimos cabellos;
Pero debajo no! debajo vibra 
Todo el fuego magnífico y sonoro 
Que mantiene la tierra!
Ven y toma 
Esta mano que ha visto mucha pena! 
Dicen que así verás lo que yo he visto. 
¡Aprieta bien, aprieta bien mi mano! 
Es bueno ir de la mano de los jòvenes!:
¡Así, de sombra a luz, crece la vida! 
¡Déjame divagar: la mente vaga 
Como las nubes, madres de la tierra!

Mozo, ven, pues: ase mi mano y mira:
Aquí están, a tus ojos, en hilera, 
Frías y dormidas como estatuas, todas 
Las que de amor el pecho te han movido:
¡Las llaves falsas, Jòveno, del cielo!
Una no más sencillamente lo abre
Como nuestro dominio: pero nota
Còmo estas barbas a la tierra llegan
Blancas y ensangrentadas, y aún no topo
Con la que me pudiera abrir el cielo.
En cambio, mira a mi redor: la tierra
Está amasada con las llaves rotas
Con que he probado a abrirlo: —y que éste es todo

El mundo dicen los bellacos luego! 
¡Viene después un cierto olor de rosa, 
Un trono en una nube, un vuelo vago, 
Y un aire y una sangre hecha de besos! 
¡Pompa de claridad la muerte miro!:
¡Palpa cuál, de pensarla, están calientes, 
Finos, como si fuesen a una boda, 
Ágiles como alas, y sedosos, 
Como la mocedad después del baño, 
Estos bucles de piedra! Gruñes, gruñes 
De estas cosas de viejo...
Ahí están todas 
las mujeres que amaste; llaves falsas 
Con que en vano echa el hombre a abrir el cielo. 
Por la magia sutil de mi experiencia 
Las miro como son: cáscaras todas, 
Esta de nácar, cual la Aurora brinda, 
Humo como la Aurora; ésta de bronce;
Marfil ésta; ésa ébano; y aquella 
De esos diestros barrillos italianos 
De diversos colores... ¡cuenta! Es fijo... 
¿Cuántos años cumpliste? Treinta? Es fijo 
Que has amado, y es poco, a más de ciento:
¡Se hacen muy fácilmente, y duran poco, 
Las estatuas de cieno! Gruñes, gruñes 
De estas cosas de viejo...
A ver qué tienen 
Las cáscaras por dentro! ¡Abajo, abajo 
Esa hermosa de nácar! ¡qué riqueza 
Viene al suelo de espalda y hombros finos! 
¡Parece una onda de òpalo cuajada! 
¡Sube un aroma que perfuma el viento,— 
Que me enciende la carne, que me anubla 
El juicio, a tanta costa trabajado!:
Pero vuélvela a diestra y a siniestra, 
A la luna y el sol: no hay nada adentro!

Y en la de bronce ¿qué hallas? ¡con que modo 
Loco y ardiente buscas!: aún humea 
Esa de bronce en restos: ¿qué has hallado 
Que con espanto tal la echas en tierra?:
¡Ah, lo que corre el duende negro: un cerdo!

Y ésa? ¡una uña! Y ¿ésa? ¡ay! una piedra 
Más dura que mis bucles: la más terrible 
Es esa de la piedra! Y ¿esta moza 
Toda de colorines? saca! saca! 
¡Esta por corazòn tiene un vasillo 
Hueco, forrado en láminas de modas! 
Esa? nada! Esa? nada! Esa? Una doble 
Dentadura, y manchado cada diente 
De una sangre distinta: ¡mata, mata! 
¡Mata con el talòn a esa culebra! 
Y ésa? Una hamaca! Y ¿ésa, pues, la última, 
La postrer de las cien, qué le has hallado 
Que le besas los pies, que la rehaces 
De prisa con tus manos, que la cubres 
Con sus mismos cabellos, que la amparas 
Con tu cuerpo, que te echas de rodillas? 
¿Qué tienes? ¿qué levantas en las manos 
Lentamente como una ofrenda al cielo? 
¿Entrañas de mujer? No en vano el cielo 
Con una luz tan suave se ilumina, 
¡Eso es arpa: eso es sol: [.........]!
¿De cien mujeres, una con entrañas?
¡Abrázala! arrebátala! con ella
Vive, que serás rey, doquier que vivas:

Cruza los bosques, que los lobos mismos 
Su presa te darán, y acatamiento:
Cruza los mares, y las olas lomo
Blando te prestarán; los hombres cruza
Que no te morderán, aunque te juro
Que lo que ven lo muerden, y si es bello 
Lo muerden más; y dondequier que muerden 
Lo despedazan todo y envenenan. 
Ya no eres hombre, Jòveno, si hallaste 
Una mujer amante! o no:— ya lo eres!

ASTRO PURO (José Martí)



De un muerto, que al calor de un astro puro,
De paso por la tierra, como un manto
De oro sintiò sobre sus huesos tibios
El polvo de la tumba, al sol radiante
Resucitò gozoso, viviò un día,
Y se volviò a morir,— son estos versos:

Alma piadosa que a mi tumba llamas 
Y cual la blanca luz de astros de Enero, 
Por el palacio de mi pecho en ruinas 
Entras, e irradias, y los restos fríos 
De los que en él voraces habitaron 
Truecas, oh maga! en candidas palomas:—
Espíritu, pureza, luz, ternura, 
Aves sin pies que el ruido humano espanta, 
Señora de la negra cabellera,

El verso muerto a tu presencia surge 
Como a las dulces horas el rocío 
En el oscuro mar el sol dorado 
Y álzase por el aire, cuanto existe 
Cual su manto en el vuelo recogiendo, 
Y a ti llega, y se postra, y por la tierra 
En colosales pliegues [...........]
Con majestad de púrpura romana. 
Besé tus pies,— te vi pasar: Señora, 
Perfume y luz tiene por fin la tierra! 
El verso aquel que a dentelladas duras 
La vida diaria y ruin me remordía 
Y en ásperos retazos, de mis secos 
Y codiciosos labios se exhalaba, 
Ora triunfante y melodioso bulle, 
Y como ola de mar al sol sereno 
Bajo el espacio azul rueda en espuma:
Oh mago, oh mago amor!
Ya compañía 
Tengo para afrontar la vida eterna:
Para la hora de la luz, la hora 
De reposo y de flor, ya tengo cita.

Esto diciendo, los abiertos brazos 
Tendiò el cantor, como a abrazar. El vivo 
Amor que su viril estrofa mueve 
Sòlo durò lo que la estrofa dura:
Alma infeliz el alma ardiente, aquélla
En que el ascua más leve alza un incendio
[...........""..........] y el sueño 

Que vio esplender, y quiso asir, hundiòse 
Como un águila muerta: el ígneo, el [...] 
Callò, brillò, volviò solo a su tumba.

MUJERES (José Martí)


1
Ésta, es rubia: ésa, oscura: aquélla, extraña 
Mujer de ojos de mar y cejas negras:
Y una cual palma egipcia alta y solemne 
Y otra como un canario gorjeadora. 
Pasan, y muerden: los cabellos luengos 
Echan, como una red: como un juguete
La lánguida beldad ponen al labio 
Casto y febril del amador que a un templo 
Con menos devociòn que al cuerpo llega 
De la mujer amada: ella, sin velos. 
Yace, y a su merced; —él, casto y mudo 
En la inflamada sombra alza dichoso 
Como un manto imperial de luz de aurora. 
Cual un pájaro loco en tanto ausente 
En frágil rama y en menudas flores 
De la mujer el alma travesea:
Noble furor enciende al sacerdote 
Y a la insensata, contra el ara augusta 
Como una copa de cristal rompiera:— 
Pájaros, sòlo pájaros: el alma 
Su ardiente amor reserve al universo.

2

Vino hirviente es amor: del vaso afuera, 
Echa, brillando al Sol, la alegre espuma:

Y en sus claras burbujas, desmayados 
Cuerpos, rizosos niños, cenadores 
Fragantes y amistosas alamedas 
Y juguetones ciervos se retratan:
De joyas, de esmeraldas, de rubíes, 
De ònices y turquesas y del duro 
Diamante al fuego eterno derretidos, 
Se hace el vino satánico: Mañana 
El vaso sin ventura que lo tuvo 
Cual comido de hienas, y espantosa 
Lava mordente se verá quemado.

3

Bien duerma, bien despierte, bien recline— 
Aunque no lo reclino— bien de hinojos, 
Ante un niño que llega el cuerpo doble 
Que no se dobla a viles y a tiranos, 
Siento que siempre estoy en pie: —si suelo 
Cual del niño en los rizos suele el aire 
Benigno, en los piadosos labios tristes 
Dejar que vuele una sonrisa, —es fijo
Así, sépalo el mozo, así sonríen 
Cuantos nobles y crédulos buscaron 
El sol eterno en la belleza humana. 
Sòlo hay un vaso que la sed apague 
De hermosura y amor: Naturaleza 
Abrazos deleitosos, híbleos besos 
A sus amantes pròdiga regala.

4

Para que el hombre los tallara puso
El monte y el volcán Naturaleza,—
El mar, para que el hombre ver pudiese
Que era menor que su cerebro,— en horno
Igual, sol, aire y hombres elabora.
Porque los dome, el pecho al hombre inunda
Con pardos brutos y con torvas fieras.
¡Y el hombre, no alza el monte: no en el libre
Aire, ni en sol magnífico se trueca:
Y en sus manos sin honra, a las sensuales 
Bestias del pecho el corazòn ofrece:
A los pies de la esclava vencedora:
El hombre yace, deshonrado, muerto.