.. motín del horizonte, pan de la aurora...
Joaquín Sabina
I
Resulta inevitable hablar de amor.
Yo prometo ser bueno.
Tú podrías dejar de ser tan mala.
Sé que en mi corazón, patio de cárcel,
hay piedras que hablan solas.
II
Me tocaron tus ojos como dos buenas cartas
que jugué con los míos sin ambición ninguna,
en contra de la suerte. Una vez más,
me miras. Son tus ojos
dos charcos aburridos donde no salta nadie.
Tatuados en ellos tus diecinueve años,
el tiempo, ese aliado que conozco de siempre,
tiene el viento en la suelas
y el corazón intacto en un rincón pequeño
que en pocas ocasiones hemos llamado vida.
Hoy solo sé,
sin que nadie me escuche,
que soy ese lugar que olvidaremos
esperando que vuelvan días mejores.
Pero si no volvieran,
tú que trucas la luna como un dado envidioso
reinventando sin suerte el sabor de la culpa,
acuérdate de mí, que siento envidia
del agua de la ducha
que brinda con tu piel mientras aplaude.
Te conocí en abril, adicto yo a tus ojos
y a tu risa –que no le sobra un gramo–,
y amar no era una forma del verbo fracasar.
Hablo de aquellos ojos
como quien habla de fantasmas.
En tu mirada –hoy– hay flores muertas.
Sembrado está de minas tu silencio
y yo en tu corazón sigo metido
como una marioneta en una caja.
Quise olvidar la vida,
esa huella cansada del beso que no he dado.
Nos duele amar, lo sé;
duele también no hacerlo.
Y hay caminos que guardan los pasos que no dimos
como el labio contiene la palabra no dicha.
Todas las noches eran distintas en tu boca.
Yo apretaba los dientes pensando en desnudarte,
sin pedirte permiso, sin preguntarte nada.
Pero a veces ocurre… ¡Amar es tan difícil!
"Ni lo intentes", decías. Y hay olor a tristeza
entre todas las sábanas y los labios sin eco.
Y al reloj se le olvidan las horas que buscábamos.
Es la traición
como un tiro que hiere
a quien dispara.
La vida es fea.
Mejor cierra los ojos
conmigo dentro.
No sabes cuántas veces
han cedido mis labios, temerosos,
mojados de tus labios
en el agua bendita de tu sexo,
empapado de sol…
En tu pequeño corazón de niña
doy señales de vida.
Y cabe la esperanza de volver
a hablar con mis juguetes,
a agujerear la goma de borrar a preguntas.
La luna insomne en el jardín sin luz
invita a la nostalgia.
Y es más fácil saber.
Yo solo sé de ti cuando te beso
y es el sol en tus labios como una mandarina,
ese reflejo anaranjado
de mi boca sin ti al recordarte.
¿Vivir sin ti?
Tal vez sí pueda, amor, pero no quiero.
En tus ojos sin paz se mueren las palomas.
Ya sé que nos esperan
cientos de amores en el mundo,
pero también lo sabes: nunca el mismo dos veces.
La vida es lo que pasa
mientras el agua de la ducha
se va por la rejilla.
Cuesta soltar amarras,
no digamos remar al horizonte,
a ese sol que salpica con su luz insumisa
hasta torcer las sombras.
La vida cambia a cada paso
y a veces toca fondo.
Y no es la realidad una buena metáfora.
He cerrado los libros, he roto los espejos…
No conozco otra cosa que el rojo de tus labios.
Ya no miro la noche pasar por tu desnudo
ni buscaré tu hombro como quien va a la luna
en esta madrugada que me sé de memoria.
¿Por qué el amanecer no promete un comienzo
y la esperanza es solo insolación?
El hombre solo acepta lo que puede explicar.
¿No representa eso lo que ambos despreciamos?
Los amantes que pasan
con la complicidad de las agujas
del tiempo que encerramos bajo el cristal más frío.
No llueve y no es domingo.
El sol es una aguja ensartada de oro,
motín del horizonte, pan de la aurora.
Una puerta de paz
para la que no existe llave.
La vida, ese cartero que no llama dos veces.
Yo ya no seré yo cuando te vayas.
Tú ya no serás tú a partir de entonces.
III
Por fin logro entender por qué los peces
reclaman como propio un barco hundido