Ilustración de Julio
César Gómez Penagos
“Fui
a los bosques porque quería vivir a conciencia, quería vivir a fondo y extraer
todo el meollo a la vida, y dejar a un lado todo lo que no fuese vida, para no
descubrir en el momento de mi muerte, que no había vivido.” Robi
Williams (El club de los poetas muertos)
Ahora que pienso, es raro que escriba
algo empezando por el título, pero hoy, este domingo lluvioso, me ha sucedido
así, dando vueltas al tema que podría seguir tratando me ha saltado este
título. Y con él puesto como guía comencé a escribir.
Podría decirse que el
pasado no es tan maldito ni tan pasado, pero que incierto es el futuro y que a
pesar de ser tan incierto como desea, esta vida es caprichosa, me da mucho y me
quita más, da alegrías que luego vuelve amargas y nos pone trampas en que los
débiles como yo caemos tan fácilmente…y ahora me acuesto, sola, cansada, y
tremendamente adolorida con todo lo que implica el dolor, el del alma y el del
cuerpo. Un cuerpo cansado que lidia a diario con este duro presente y un alma
que intenta a diario olvidar ese oscuro pasado que a toda costa oculto de los
demás, porque me avergüenza y podría quitármelo todo en un segundo, todo
incluido el presente…todo incluido el futuro.
Pero, supongo que hoy es
uno de esos días en que debería estar tranquila, o desanimada, como cualquier
domingo. Había pasado un buen rato observando la lluvia por la única ventana
que había en mi habitación. Había pasado un buen rato observando cómo cada gota
no era suficiente para calmar la ansiedad,
que no dejaba respirar con tranquilidad a mis pulmones. Aquella ventana
estaba rociada por gotas de agua condensadas en los cristales de doble filo,
que me daban visión a las rejas de un verde pantano donde muchos niños, solían
ir a jugar, suponiendo yo que se divertían, así mismo, a una triste terraza,
mojada, encharcada donde de vez en cuando se asomaba una anciana, ya poco
agotada por los años. Los arboles raquíticos y esqueléticos que observaba en
aquella penumbra parecían llorar, pues a cada trueno, caía una hoja marrón,
seca, como las lágrimas de mi rostro. Olor ha mojado.
Una visión perversa,
perfecta, de un día gris. ¿Nunca has observado cómo se carboniza la madera
cuando se quema?, ¿nunca has mirado fijamente el humo de un cigarrillo o la
belleza de unos labios carbonizando su interior? Tal vez no, porque la mayoría
de las personas no lo hace, tal vez porque algunos no aprecian cada segundo,
porque aunque sientan alegría, siguen pensando en ellos mismos. Y cuando
sienten soledad creen que el mundo se vuelve contra ellos, cuando en realidad
nunca hemos estado solos, pero los que tal vez nos sentimos solos simplemente
sonreímos, pues hemos aprendido a llorar por dentro y sonreír por fuera; la
soledad tiene belleza…Pero, ¿qué es mínimamente bello? El brillo de la alegría
en unos ojos que han llorado por la tristeza, un corazón palpitante de emoción,
unos labios diciendo cualquier cosa, un sitio caótico, el canto de una niña
desamparada…y si esto es bello, entonces, ¿qué es lo triste? El mundo y sus
enfermedades creadas a fuego y leña, es triste sucumbir ante la realidad, es
triste ver un color apagado sin vida. Triste, como los domingos, como el llanto
de un niño, como el resurgir de una primavera triste después de un invierno
alegre.
Aún así no hacemos nada,
nada para aliviar la acidez que crece en la garganta cuando no se puede llorar,
y se desea…no puedo hacer nada por mis manos cuando ya están temblando,
actuando por sí solas. Es inútil observar amuletos, los amuletos no sirven de
nada; siempre he pensado, que los mejores amuletos, son las personas que amas.
Aunque los defraudemos sabemos que en realidad los amamos, y duele cuando esas
personas nos niegan, porque hieren los sentimientos más profundos…
Y así, seguí toda la noche
pensando en las tristezas, en las alegrías, en lo absurdo, en lo infame…de
repente algo empezaba a calentar mis piernas, entre las rejas empezaba a entrar
la luz del sol, observaba como poco a poco las baldosas de la terraza se
secaban; y pensar que yo creía que los ángeles llorando provocaban la lluvia. Eso era lo que yo pensaba, pero a través de
los años, la ciencia a pasos agigantados, nos quita esa ilusión que la dulce
infancia había creado…esa dulce tristeza.
En el cuarto nefasto en el que me encontraba, donde tan sólo un
poco de luz asomaba, donde las voces de los niños que se encontraban
atravesando el gran muro de mi habitación pensé: No sé como terminé aquí. No sé
cómo me atraparon, no comprendo cómo fue que me encerraron si hasta ayer
jugaban alegremente conmigo. No sé que hice mal, si supiera contar el tiempo podría
saber cuánto llevo aquí, pues solo la luz del sol y la luna pasaban por estas
cuatro paredes plagadas de cosas extrañas. Recuerdo que todos los días un
caballo de madera sin ojos, me contaba que él estaba hecho para llevar
personas, pero nunca entendió porque cada vez que quería avanzar se quedaba en
el mismo lugar. Sólo sentía como su cuerpo se movía de atrás para adelante sin
parar. Nunca vio un rostro, pero sí podía escuchar las risas de los que se
montaban en él. De un día para otro este caballo inmóvil fue encerrado
en esta pieza oscura al igual que a mí, nadie le dio ninguna explicación. Siempre le quedó la duda del porqué fue
encerrado. Me quedé muy apenada por la triste historia del caballo,
pero me tenía más preocupada la razón de mi encierro.
Recuerdo que de niña
además del caballo de
madera sin ojos que me acompañaba, tenía
una muñeca amiga que adoraba dormir en mi
cama, vistiendo sus viejas pijamas y
sonriendo al quedarse dormida. Tenía un cuaderno de poemas en donde rimaba mis penas escribiendo infantiles estrofas de sueños, amores y rosas que inventaba gracias a la
gran fantasía e imaginación que de niña tenía. Así mismo, gracias a las paredes
olor a sílex dibujaba siluetas de seres extraños, que divertían con grandes
carcajadas de sonrisas mi soledad. Finalmente, recuerdo la siluetas que todas
las noches dibujaba en el techo que intensamente lograba recrear antes de
conciliar el sueño… oh! que silueta tan hermosa era la que recreaba, la de una
mujer hermosa, que había creado para suplir
la partida de mi madre que me había dejado años atrás, y que ni un adiós
fue capaz de decir.
Sin
embargo, luego de haber transcurrido muchos años, en mi doliente adolescencia, se me ocurrió
una tarde crearle un nombre a mi madre y escribirle algunos poemas que guardo
en un baúl a la espera de que ella algún día regrese.
Desde pequeña siempre he creído que nací
por nacer, sin saber a qué venía, vivo huyendo, asustada, buscando refugio,
leo... vago en sombras, mi mente me abandona ahogada por la nostalgia, me
esmero en vivir aunque agonizo, desato mi tristeza vomitando letras inspiradas
en una musa de cristal, torturado por la cruel certeza de que mi madre nunca
las leerá.
En este punto soy claro y no tengo
dudas, mi soledad me acompaña y mi tristeza me alegra, y por fuerte que
parezca, mi soledad necesita sentir algo más, lastimosamente no he sido capaz
de lograr tal sensación en ella. Mi tristeza por su parte se encarga de buscar
aquello que no está en mí. De repente y sin saberlo, mi soledad necesitaba de
una compañía, que curioso pero muchas veces uno hace y siente cosas que están
totalmente en contra de nuestra propia naturaleza, pero la compañía que
necesitaba mi soledad nunca fue satisfecha por mí, algo que sí logró hacer mi
tristeza, mi tristeza era el complemento perfecto para mi soledad, fueron
amigas, confidentes, no discutían, lograban una convivencia envidiable, y por
demás, en aquella relación tan fuerte, el único que sobraba era yo.
…Fue así que llego el momento que
siempre temí, mi tristeza y mi soledad me abandonaban, no necesitaban más de
mí, mi tristeza y mi soledad me dejaban, no hay forma de detenerlas, salían sin
despedirse, no dejaban esperanza alguna para un reencuentro, para una
reconciliación, era el fin de todo, mi tristeza y mi soledad partían sin dejar
mayores explicaciones, ya no podría ser tan presumida y decir que estoy sola o
que estoy triste, mi soledad se acompañaba de mi tristeza y mi tristeza era
feliz. Y si algún día las pueden ver por ahí en la calle, les rogaría a ustedes
que les dieran un saludo de mi parte: para mi soledad y mi tristeza de parte
mía. ¿Qué será de mí en este mundo?, algunos dirán sin mayor desenfado: allá va
la persona sin soledad y sin tristeza, para algunos será un hecho envidiable,
para otros será no creíble, pero para mí, para mí es totalmente desconcertante
y miserable. Espero encontrarme a mi soledad y a mi tristeza tal y como lo
fueron siempre para mí, mi única compañía y mi única alegría.