miércoles, 29 de diciembre de 2010

Medellín, a solas contigo (Gonzalo Arango)

Un bus me deja a mitad de camino. Por 30 centavos compro 15 minutos de paisaje. A la montaña subo a pie, jadeando de calor hasta coronar la cumbre. A la casa donde voy se entra por una avenida de rosas cuyos botones estallaron esta tarde al sol. Todavía, en el perfume del aire, mi carne percibe la cópula de la naturaleza.

La visión de la ciudad es espléndida desde esta altura. Puede pensarse en un paisaje ideal para místicos, pero aquí viven los industriales antioqueños.

Todavía no me tomé una copa, y ya estoy ebrio. La voluptuosidad del aire emborracha mis sentidos. Me niego a beber para conservarme lúcido, y gozar este paisaje fascinante tan parecido a la gloria. Para empezar, un jugo de moras.

Marina me enseña el nombre de las matas que crecen en su jardín: gardenias, alelíes, crisantemos y girasoles. ¡Qué derroche de belleza! No falta un color, y todos los aromas están presentes. Escandalosa lujuria de esta tierra donde brota el milagro por el amor de un corazón y unas manos de mujer.

Quisiera vivir en medio de este esplendor de fuerza, sol y poesía. Pero tal vez no. Esta violencia desencadenada terminaría por matarme, es demasiado inhumana. Mi alma también ama la pobreza, la aridez y las piedras. Mi dicha muere en el exceso. Y esta belleza es perfecta. La felicidad tendría aquí su reino, pero también una muerte melancólica. El corazón necesita ausencias para alimentar el deseo.

Nos instalamos en la biblioteca. Tomamos un licor seco, excitante, y estamos felices. Tras los vidrios una terracita sembrada de pinos semeja un balcón sobre un abismo que titila: ¡La ciudad!

Anclada en la oscuridad, chisporrotea con sus neones brillantes. El viento mece los árboles. El cielo centellea apacible. Me siento despojado de espíritu, vacío de ideas, sólo abierto a las embriagueces del cuerpo.

Lenta y cálida invasión de felicidad que nace al mismo tiempo que la noche. Reconciliación de mi ser con el mundo. Esta noche sólo existo para afirmar, para consentir. No tengo dudas sobre nada. Ni siquiera los asesinos pensamientos de muerte. Perfecta plenitud en el mundo y en mi alma: una paz de piedra, dicha sin fondo.

Olor de eucaliptus y rosas en la biblioteca. Me digo: es el buen olor de la sabiduría, esta inocencia que no está escrita más que en el aire, y más alto aún, en las estrellas.

Cuando a media noche salgo en la terracita veo la ciudad iluminada, feliz bajo la fresca noche de verano.

¡Oh, mi amada Medellín, ciudad que amo, en la que he sufrido, en la que tanto muero! Mi pensamiento se hizo trágico entre tus altas montañas, en la penumbra casta de tus parques, en tu loco afán de dinero. Pero amo tus cielos claros y azules, como ojos de gringa.

De tu corazón de máquina me arrojabas al exilio en la alta noche de tus chimeneas donde sólo se oía tu pulmón de acero, tu tisis industrial y el susurro de un santo rosario detrás de tus paredes.

Bajo estos cielos divinos me obligaste a vivir en el infierno de la desilusión. Pero no podía abandonarte a los mercaderes que ofician en templos de vidrio a dioses sin espíritu.

Te confieso que no me gustaba tu filosofía de la acción, y elegí para mí la poesía. Este era el precio de mi orgullo y mi desprendimiento.

Tus mañanas son las más bellas que han amanecido en ciudad alguna. Pero me negaba a perder su contemplación por tus oficinas burocráticas. No, Medellín: prefería esperar tus mañanas en un bar, o en un parque solitario para que te vomitaras plena de libertad y radiante de sol sobre mi corazón borracho.

Por eso me decías “vago”, porque nunca fui avaro con tu belleza. En cambio tú nunca fuiste generosa con mi locura. Yo te daba mucho amor y te adoraba. Pero de tanto amarte casi me destruyes.

Huí de tu belleza y de tus glorias para conquistar las mías, en vista de que no parecías orgullosa de mis alabanzas, y me despreciabas como a un bastardo porque no hacía lo de todos: rezar el rosario, casarme, trabajar como un negro y después morir.

De noche te era fiel, era tu testigo desvelado para que tu belleza no fuera inútil: te aseguraba un reino en mi conciencia y una dicha en mi corazón exaltado. Pero nunca comprendiste la humilde gloria de tener un poeta errando por el corazón desierto de tus noches considerándote mi hogar, mi amante, y mi única patria.

Eres utilitaria en cambio, y preferías acostarte con gerentes y mercaderes. También eres tiránica, pues te place la servidumbre, dominar soberana en el reposo de los vencidos y los muertos.

Sola y pura con tu gloria inhumana. Avara con tu majestuosa belleza. No te das porque a todos has matado, Medellín asesina, Medellín de corazón de oro y de pan amargo.

¿Por qué te empeñas en matar el Espíritu? Yo sé: porque el Espíritu tiene sus glorias que te rivalizan en poder.

No todo es Hacer, Medellín. También No-Hacer es creador, pues no sólo de hacer vive el hombre. Dijo Lawrence: “Prefiero la falta de pan a la falta de vida”. Pero tu fanatismo laborioso no te da tiempo para asimilar otras filosofías de la vida. No has tenido tiempo de aprender el Poder sin la Gloria. A veces le coqueteas al Espíritu, pero pesas demasiado con tu materialismo para permitirte una grandeza que no es elevada, que no es del alma.

No tienes corazón ni ojos para estas gardenias que me rodean, estos lotos en su laguna, ni para esta carga embriagadora de perfumes, y esta dicha carnal que me llega del silencio. Eres de una inocencia perversa porque asesinas el alma de las flores; porque arruinas el cielo con tus vomitadoras chimeneas; porque robas al sueño su silencio con tus ronquidos de producción en serie.

Hay otras mercancías que no produces: los alimentos del alma. Ni siquiera tienes una fabriquita para alimentos del alma. Tus politécnicos y universidades sólo vomitan burócratas, peones, jefes de personal y millares de contadores para tu potente máquina económica, tus cerebros electrónicos y tu Bolsa Negra.

¡Castrados de espíritu! Y yo sé que no son brutos. Al contrario, son idealistas y mesiánicos, herederos de conquistadores. Pero tú eres horriblemente frustradora.

Eres incapaz de producir un líder espiritual, ni siquiera un mártir. Porque antes de que el Iluminado diga su mensaje de salvación, ya tú le has ofrecido un puestecito en el Banco Comercial Antioqueño, y lo conquistas para heredero de tus tradiciones, socio de la Venerable Congregación de los Fabulosos Ingresos Per Cápita y Caballero del Santo Sepulcro.

Así coaccionas el espíritu de creación, la libertad y la rebelión. Eres endemoniadamente astuta para conservar la vigencia de tus estúpidas tradiciones. No admites cambios en tu poderosa alma encementada. Sólo te apasiona la pasión del dinero y aforar bultos de cosas para colmar con tus mercancías los supermercados.

Esto no estaría mal si con tus excesos y tus delirios productivos te acordaras de que tienes alma. Pero el tiempo del ocio lo ocupas en engrasar tus poderosos engranajes que mueven día y noche tu filosofía del Hacer, tu pensamiento reproductor.

A veces apestas a gasolina y hollín, mi pequeña Detroit. Cuando me abrumas con tus puercos olores siento piedad por tu insensato autodesprecio. Ni siquiera hay un rinconcito en tu monstruoso corazón de máquina para que florezca la flor bella, la flor inútil de la Poesía.

* * *

Y así... tu belleza me daba el gusto amargo de la muerte. Tu desprecio en vez de anonadarme me infundía coraje y una terrible fuerza para conquistar los cielos, los mares y los amores imposibles, y a mí mismo que estaba muerto en la nada.

A pesar de ti, te debo lo que soy, pues no sería nada si no hubiera nacido bajo tu cielo. Tu tradición me predestinó desde siempre a la rebeldía. La demencia de tu producción me arrojó en los hornos de la pasión creadora y la contemplación.

He sabido estimarme en la medida en que me despreciabas. Abracé la soledad porque me arrojaste de tus templos, tus fábricas y tus cementerios donde no daba la medida de la muerte. Me cerraste todas las puertas y me quedé fuera de tí, sin tí, y me obligaste a mirar hacia lo alto y hacia el fondo, a mi alma y al cielo.

En tus calles besé el rostro amargo del fracaso. Te suplicaba en silencio en tus noches de eterna belleza, pero no entendías mi lenguaje de oración. Había que enternecerte a martillazos, hacerte razonable a golpes de sacrificio: cabeza dura de cemento, alma de caldera, arterias de hierro galvanizado que alimentan de aceite tu corazón. No de sangre, y por eso eres más insensible que un zapato.

Tu desalmada indiferencia me obligó a vencer mis feroces enemigos: esos fantasmas interiores que crucificaban mi carne joven con fieros clavos de auto-destrucción. Yo chillaba de dolor silencioso en el mismo corazón de tu desprecio.

Lo que más me atormentaba era un áspero deseo de suicidio que intenté con horribles venenos entre tus petulantes rascacielos, o en la sordidez de tus burdeles donde me consagraba a horrendas orgías con ancianas, mendigas harapientas y niñitas rameras que podían ser mis hijas.

Pero fue inútil, yo soy alma difícil de crucificar. Veinte años antes me habías hecho heroico cuando de niño asaltaba tus montañas acosado por el hambre. Con las primeras guayabas que te robé me hiciste invencible y poeta de la rebelión.

¿Recuerdas el susto que me diste aquella tarde cuando enviaste tus policías a la verde y desolada colina donde la estatua del Salvador abraza la ciudad?

Yacíamos de cara al sol de la tarde mi amiga y yo, modestamente abrazados leyendo un libro de poemas. Nos apuntas con un revólver asesino porque según tu moral eso era pecado, o sea, estar allí solos y benditos de cara al cielo azul. Te empeñabas en que éramos dos delincuentes por estar allí “profanando” la estatua de yeso de nuestro querido Señor Jesucristo. Pero no se te ocurre que el amor entre dos seres vivos es la cosa más santa que hizo Dios. Y además, era falso lo que estabas pensando, pues estábamos muy puros leyendo a Walt Whitman esperando que cayera la noche para meternos a un montecito a... Bueno, eso a ti no te importa, vieja chismosa.

Te empeñaste en inventarnos un crimen para meternos en la cárcel, lo que intentaste hacer si yo no te hubiera sobornado con mi recordada estilográfica “Parker” para que no cometieras esa burrada con mi compañerita que estaba llorando de dolor, sintiéndose una horrible prostituta dentro del sombrío ataúd rodante donde nos embutiste como un par de tenebrosos criminales.

Nunca te perdonaré aquellas lágrimas, Medellín malo, pues mataste en el amor de mi niña la inocencia animal de su cuerpo...

Y como eres una beata farisea y retenida, nos niegas hasta la felicidad barata de esa cama verde tendida por Dios para sus pobres amantes que por decencia no pueden ir a los burdeles donde bendices la degradación de las almas, y hasta expides carnets para legalizar el envilecimiento del amor.

Tu morbosa imaginación no puede concebir dos seres puros hijos del sol, o de la noche, porque los condenas con tu diabólica moral redactada por inquisidores prostáticos.

Francamente, Medellín, eres peligrosa. Eres como el diablo para comprarle las almas, con la diferencia de que tú no las condenas al Infierno, sino al No-ser.

No te enojes, mi querida, te amo más de lo que crees, pues al fin tú me has hecho posible. A tí, que no me has dado nada, salvo soledad y un poco de dura miseria, te debo la riqueza infinita y humilde de mi ser, que no cambio por todo el oro de tus bancos comerciales.

Después de todo eres milagrosa. Haces posible lo imposible: hasta eres capaz de producir un loco idealista como yo. ¡Bendita seas!

Tu incomprensión ha creado en mí un hombre nuevo, distinto a los hombres que produces en serie como si fueran bultos de tela, muertos, o botellas de ron.

En ese desamparo me hice fuerte para la lucha, y te negué el homenaje de mis bodas con la muerte y la resignación. Y además, te debo gratitud, porque esa tu manera de parir “monstruos” me regaló un santo que fue mi maestro Fernando González. Te vuelvo a bendecir por él, a quien tanto hiciste sufrir, y tanto te amó.

* * *

Todo es calmo esta noche de una manera dulce, sin furor. El cielo se derrama en una brisa de estrellas. Esta luz esparce beatitud por el inmenso Valle de Aburrá. En lo más claro del cielo se dibuja un elefante con alas que son enormes plumas de nubes. Semeja un ángel en reposo, en pausa para elevar el vuelo al fondo más azul de la noche. Luego se desintegra en una constelación de luces. Creo que estoy borracho.

En un sitio no lejos de este monte, una mujer duerme su sueño puro. ¿O será desesperado? A esa mujer la amé hace años. Aún oigo sus canciones de amor, su voz excitante y carnal. Siento que el corazón es ingrato y acumula tumbas en la juventud que luego olvida. Al principio las riega de amor, de besos, de lágrimas, de flores. Y luego de indiferencia.

¿Qué será de esa mujer a la que antes había hecho el homenaje de mi vida, y ahora soy incapaz de rendirle el de un recuerdo, ni siquiera un deseo, ni nada que no sea este desgarramiento de indiferencia?

En la biblioteca, hermosa fiesta de silencios. Afuera todo calla, hasta mi corazón tumultoso. En lo alto del cielo, todo se apacigua: el rumor de la ciudad, los sauces, el viento, mientras la noche cruza silenciosa sobre este universo puro y sin memoria. Mi corazón enamorado cesa de latir para que lo poseas con tu gloria, ¡oh cielo sagrado!

Puro dolor de dicha en esta noche desierta, sin amarte, sin teléfono para llamar a Dios, solo con mi soledad que no sabe dónde buscarte mi amor perdido, mi monja.

¡Oh, alma mía, qué amarga es la belleza!

* * *

Amanece.

Mi amigo se ofrece a bajarme en auto, pero me niego. El cielo estalla de estrellas, mil aromas, un canto salvaje de cigarras, el rocío. Un aire tibio se pega a mi piel como si fuera una amante.

Desciendo fumando cigarrillo, feliz con las manos en los bolsillos por una carretera solitaria donde se derrama la luz llena de la luna. No me inquieta el peligro.

Pero como siempre que estoy feliz sintiéndome predestinado, llegas a interrumpir mis éxtasis con la santa naturaleza, y me atropellas con un catafalco del que se baja un sargento muy categórico que me pide identidad.

Me pones “¡manos arriba!” y me requisas a ver si tengo puñales o armas asesinas, y me acorralas como a una rata. Entonces te enseño una cédula donde quedé con cara de delincuente común, lo cual fue mi perdición.

—¿Qué hace a esta hora por la carretera?—preguntas.

—Nada—te digo—, paseo... existo...

Era la pura verdad, ¿qué mas podía decirte?

—Ja, ja, ¿oyeron a este imbécil? Dice que existe, ja ja ja.

¿No ves? Te burlas porque existo, porque soy poeta, y me declaras culpable una vez más porque no estoy fabricando trapos, ni durmiendo “como todo el mundo”. Entonces me empujas a tu asquerosa ambulancia y me depositas en un hediondo calabozo lleno de estiércol y marihuaneros.

Desgraciadamente esa noche no tenía siquiera cigarrillos para conquistarte, para proponerte un “negocito” que es el único lenguaje que te conmueve.

A cualquier precio querías hacer de mí un delincuente, y en verdad no me explico por qué no lo soy, si hasta me dejaste el estigma de un horrible complejo de culpa. Mi atormentada cara de poeta sufriente fue siempre para ti un delito.

Mi hermano Jaime madruga a pagar mi rescate, lo cual hace con inmensa piedad, y de paso me regala un sermón marca “Made in Medellín”, y un paquete de cigarrillos.

Para justificarme, le digo a la salida: “Oye compañero, te juro que soy inocente, lo que pasa es que tengo cara de poeta maldito”.

* * *

Aquella mañana de expresidiario reincidente fui a tu plaza de mercado a comer naranjas, y una vez más soy feliz a pesar de mis desventuras, y adoro tus contrastes. ¡Qué bello, puro y viril es tu pueblo antioqueño!

Imagínate que un culebrero nos reúne en torno a su cacharros, y nos dice que “algunos del respetable público” estamos condenados. Promete sacarnos el Diablo del cuerpo con una pomada milagrosa por la módica suma de un peso. Eleva un brazo peludo de predicador y exclama:

—¡No tengan miedo, mis hermanos... Yo no les voy a robar... Este brazo es antioqueño y honrado, sólo lo uso para acariciar la ninfa y dominar el oso!

Pues sí, estuve a punto de abrazar a ese culebrero sucio y fornido, ¿sabes por qué, Medellín? Porque eres capaz de inspirar a un estafador la frase que habría hecho inmortal a Don Miguel de Cervantes.

Sobra decir que el filósofo ateo Gonzalo Arango fue el primero en comprar la cajita de pomada milagrosa para sacarse el diablo del cuerpo. Pero sin esperanzas de mejoría, pues cada vez que me la unto, mi novia dice: ¡Amor mío, hueles a diablo!

Compartiendo el botín (Hristo Botev )

Somos hermanos de espíritu, tú y yo
Abrigando los mismos ideales,
Y creo que no existe nada en este mundo
De lo que nos debamos arrepentir, tú y yo.

La posteridad nos juzgará
Hicimos el bien o el mal,
Pero por ahora - mano a mano
¡Caminemos hacia adelante, con pasos más seguros!

El sufrimiento y la pobreza en una tierra extranjera
Fueron nuestros compañeros de vida,
Pero los compartimos como hermanos
Y las compartiremos de nuevo, los dos...

Compartiremos coros de reprimenda, tú y yo
Y sufriremos la burla de los tontos
Sufriremos - pero no lloraremos
Bajo tormento humano de ningún tipo.

Y no inclinaremos nuestras cabezas
Ante pasiones e ídolos profanos:
Nuestras dos tristes liras
Nos han contado lo que hay en nuestros corazones.

Así que adelante ahora, con espíritu e ideales
A compartir por última vez el botín:
A cumplir con nuestro juramento sagrado
¡Hacia la muerte hermano, vayamos hacia la muerte!

Me encanta Dios (Jaime Sabines )

Me encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe con las manos.
Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo, o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero esto a él no le preocupa mucho: nos conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, que el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte: para que la vida ?no tú ni yo? la vida, sea para siempre.
Ahora los científicos salen con su teoría del Big Bang… Pero ¿qué importa si el universo se expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto sólo para agencias de viajes.
A mí me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho ?frente al ataque de los antibióticos? ¡bacterias mutantes!
Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.
Mueve una mano y hace el mar, y mueve la otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.
Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, y manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la tierra que cambia ?y se agita y crece? cuando Dios se aleja.
Dios siempre está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy.
A mí me gusta, a mí me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios.

Llorar a lágrima viva (Oliverio Girondo)

Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.

Abrir las canillas,
las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma,
la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.

Asistir a los cursos de antropología,
llorando.
Festejar los cumpleaños familiares,
llorando.
Atravesar el África,
llorando.

Llorar como un cacuy,
como un cocodrilo...
si es verdad
que los cacuyes y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.


Llorarlo todo,
pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz,
con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo,
por la boca.

Llorar de amor,
de hastío,
de alegría.
Llorar de frac,
de flato, de flacura.
Llorar improvisando,
de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

No se me importa un pito que las mujeres...(Oliverio Girondo)

No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de sorportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.

El Amor (Ibn al-Farid)

Es el amor. Preserva tus entrañas,
que la pasión no es fácil,
y todo lo que elige se consume,
aunque tenga razón.
Vive libre de él,
que la calma de amor es la fatiga,
dolencia es su comienzo, y muerte su final.
Para mí, sin embargo,
el morir por amor es un vivir,
y el favor se lo debo a aquel que amo.
Te doy estos consejos
conociendo muy bien qué es el amor,
pero si tú prefieres contradecirme,
elige por ti mismo lo que te plazca.
Si deseas vivir gozosamente,
muere mártir por él; s¡ no lo haces,
el amor tiene ya su propia gente.
Quien no muere de amor, por él no vive.
Y la miel no se puede cosechar
sin exponerse al daño de las abejas.

La Muerte, El Amor, La Vida (Paul Éluard)

Creí que me rompería lo inmenso lo profundo.
Con mi pena desnuda, sin contacto, sin eco,
me tendí en mi prisión de puertas vírgenes
como un muerto sensato que había sabido morir.
Un muerto coronado sólo de su nada …
Me tendí sobre las olas absurdas del verano
absorbido por amor a la ceniza.
La soledad me pareció más viva que la sangre.

Quería desunir la vida,
quería compartir la muerte con la muerte,
entregar mi corazón vacío a la vida
borrarlo todo, que no hubiera ni vidrio ni vaho…
Nada delante, nada detrás, nada entero.
Había eliminado el hielo de las manos juntas,
había eliminado la osamenta invernal
del voto de vivir que se anula.
Tú viniste y se reanimó el fuego,
cedió la sombra el frío,
aquí abajo se llenó de estrellas
y se cubrió la tierra.
De tu carne clara me sentí ligero…
Viniste, la soledad fue vencida,
tuve una guía sobre la tierra y supe
dirigirme, me sabía sin medida,
adelantaba ganaba tierra y espacio

Iba sin fin hacia la luz …
La vida tenía un cuerpo, la esperanza tendía sus velas
promisoria de miradas confiadas para el alba.
De la noche surgía una cascada se sueños.

Los rayos de tus brazos entreabrían la niebla.
El primer rocío humedecía tu boca
deslumbrando reposo remplazaba el cansancio.
Yo amaba el amor como en mis primeros días.

Los campos están labrados las fábricas resplandecen
y el trigo hace su nido en una enorme marea,
las mieses, la vendimia, tienen muchos testigos,
nada es singular ni simple,
el mar está en los ojos del cielo o de la noche,
el bosque da a los árboles seguridad
y los muros de las casas tienen una piel común,
los caminos siempre se encuentran.

Los hombres están hechos para entenderse
para comprenderse, para amarse,
tienen hijos que serán padres de los hombres,
tienen hijos sin fuego ni lugar
que inventarán de nuevo a los hombres,
y la naturaleza y su patria
la de todos los hombres
la de todos los tiempos.

Mi amor es como un río caudaloso (Gioconda Belli)

Chorreándose en el cuerpo de mi hombre,
mi amor toca tambor y flauta
en las montañas de mi tierra,
dispara con ametralladora
su descarga de besos.
Es un amor de guerra
con «adiós» y «nos vemos»
un amor con señales de humo
-a lo lejos-
un amor para llevarse en mochilas
para andar clandestino
por ciudades y valles.
Es un amor para cantar victoria,
para llorar heridos
y aprender de derrotas.
Mi amor es bien contento
aunque -a veces- me haga brotar el llanto
es grande como la esperanza
y el valor de mi pueblo;
tiene olores de finca
huele a tierra mojada y campo.
Mi amor es fiero,
ardiente como la libertad,
no conoce de tiempo,
anda dentro de mí
desbocado y rebelde.
Me ha llenado de luz
y lo llevo cargado como un fusil al hombro
lloro y río por él
por este amor hermoso,
claro, como tus ojos.

¿Por qué no viniste? (Jairo Aníbal Niño)

¿Por qué no viniste?
Me hiciste comprar dos boletas
para ver esa película de gangsters
y te estuve esperando todo el tiempo en la
puerta del teatro.
¿Por qué no viniste?
Dos chocolatinas con avellanas
se quedaron sin hacer nada en mi bolsillo,
mientras la película me llegaba hecha sonidos,
ulular de sirenas, estruendo de pistolas,
graznido de misterioso animal mecánico
y una voz que de pronto dice garling.
¿Por qué no viniste?
Me hiciste comprar inúltimente una barra
de Halls Mentol – Lyptos para perfumarme el aliento
y estrené en balde la camisa con
el dibujo de un dragón que tenía reservada
para el día en que el Deportivo Independiente
Medellín ganara el campeonato nacional de fútbol.
¿Por qué no viniste?
Me quedé en la puerta del teatro hasta el final
de la película y luego regresé a mi casa por las
calles más oscuras y solitarias como si fuera un
gato ciego obligado por su condición a comprar un
bastón blanco puesto en venta por una pandilla de
ratones y que para conseguirlo entregó a cambio dos
boletas inútiles, una barra de Halls Mentol – Lyptos
ligeramente usada, dos chocolatinas derretidas
y unas inmensas ganas de llorar.

Visión de Los cálices vacíos (Delmira Agustini)

¿Acaso fue en un marco de ilusión,
en el profundo espejo del deseo,
o fue divina y simplemente en vida
que yo te vi velar mi sueño la otra noche?

En mi alcoba agrandada de soledad y miedo,
taciturno a mi lado apareciste
como un hongo gigante, muerto y vivo,
brotado en los rincones de la noche
húmedos de silencio,
y engrasados de sombra y soledad.

Te inclinabas a mí supremamente,
como a la copa de cristal de un lago
sobre el mantel de fuego del desierto;
te inclinabas a mí, como un enfermo
de la vida a los opios infalibles
y a las vendas de piedra de la Muerte;
te inclinabas a mí como el creyente
a la oblea de cielo de la hostia…
gota de nieve con sabor de estrellas
que alimenta los lirios de la Carne,
chispa de Dios que estrella los espíritus.
Te inclinabas a mí como el gran sauce
de la Melancolía
a las hondas lagunas del silencio;
te inclinabas a mí
de mármol del Orgullo,
minada por un monstruo de tristeza,
a la hermana solemne de su sombra…
te inclinabas a mí como si fuera
mi cuerpo la inicial de tu destino
en la página oscura de mi lecho;
te inclinabas a mí como al milagro
de una ventana abierta al más allá

¡Y te inclinabas más que todo eso!

Y era mi mirada una culebra
apuntada entre zarzas de pestañas,
al cisne reverente de tu cuerpo.
Y era mi deseo una culebra
glisando entre los riscos de la sombra
¡a la estatua de lirios de tu cuerpo!

Tú te inclinabas más y más…y tanto,
y tanto te inclinaste,
que mis flores eróticas son dobles,
y mi estrella es más grande desde entonces.
Toda tu vida se imprimió en mi vida…

Yo esperaba suspensa el aletazo
del abrazo magnífico; un abrazo
de cuatro brazos que la gloria viste
de fiebre y de milagro, será un vuelo!
Y pueden ser los hechizados brazos
cuatro raíces de una raza nueva.

Y esperaba suspensa el aletazo
del abrazo magnífico…
¡y cuando
te abrí los ojos como un alma, y vi
que te hacías hacia atrás y te envolvías
en yo no sé qué pliegue inmenso de la sombra!

El Exilio (Fernando Charry Lara )

El hombre entristecido mira

caer vehemente la luz a su ventana:

distraído contempla la distancia

de espumas como olas, lejanías.
Leves despiertan a su nostalgia

los reflejos de otros días,

y es ocio y congoja de una tarde

por gracia de este cielo,

que a su imagen
es mar azul, playas doradas, islas,

regresar desde la claridad de unas nubes

en el desmayo ávido del instante

hacia la antigua soledad remota.
Mas no puede la frente melancólica

soñar con esperanza sus recuerdos.

Volver a la tierra perdida

sería también deslumbramiento amargo:

un sol ajeno se levanta

como espada en mano enemiga.

Y su deseo es apenas

la pasión lánguida de la adolescencia en olvido,

un indolente jardín o una calle,

su deseo es apenas un aire,

si nocturno, de borrosas estrellas,

si de fulgor o nieve,

si de sol sangriento en el ocaso.
Sin testigo,

la obscuridad del rostro en los cristales,

bajo la luz que anochece punzante a la ventana

sus miradas entonces se obstinan,

frías, tenaces de silencio,

más allá,

entre vagas nubes o mares.
Puñal siempre en el pecho es la memoria.

Callar consuelo ha sido.

Mejor será
 morir secretamente a solas.

Noche de lluvia (Juana de Ibarbourou)

Llueve... espera, no duermas.
Estate atento a lo que dice el viento,
y a lo que dice el agua que golpea
con sus dedos menudos en los vidrios.
Todo mi corazón se vuelve oídos
para escuchar a la hechizada hermana
que ha dormido en el cielo,
que ha visto el sol de cerca,
y baja ahora elástica y alegre de la mano del viento,
igual que una viajera que torna
de un país de maravilla.
Cómo estará de alegre el trigo, amante.
Con qué avidez se esponjará la hierba,
cuántos diamantes colgarán ahora
del ramaje profundo de los pinos.
Espera, no te duermas.
Escuchemos el ritmo de la lluvia.
Apoya entre mis senos tu frente taciturna.

Rubaiyat, fragmento . (Omar Khayyam )

¿Qué vale más? ¿Examinar nuestra conciencia sentados en una taberna
o posternarnos en una mezquita con el alma ausente?
No me preocupa saber si tenemos un Dios ni el destino que nos reserva.

Procede en forma tal que tu prójimo no se sienta humillado con tu sabiduría.
Domínate, domínate. Jamás te abandones a la ira.
Si quieres conquistar la paz definitiva,
sonríe al Destino que se ensaña contigo y nunca te ensañes con nadie.

Puesto que ignoras lo que te reserva el mañana, esfuérzate por ser feliz hoy.
Toma un cántaro de vino, siéntate a la luz de la luna
y bebe pensando en que mañana quizá la luna te busque inútilmente.

Más allá de los límites de la Tierra, más allá del límite Infinito,
buscaba yo el Cielo y el Infierno.
Pero una voz severa me advirtió: "El Cielo y el Infierno están en ti.

El mundo inabarcable: Un grano de polvo en el espacio.
Toda la ciencia del hombre: Las palabras.
Los pueblos, las bestias y las flores de siete climas son sombras.
La Nada es el fruto de tu constante meditación.

La vida no es más que un juego monótono en el que con certeza encontrarás dos premios:
El dolor y la muerte. ¡Feliz el niño que murió al poco de nacer!
¡Más feliz aún aquel que no tocó el mundo!

En la feria que atraviesas, no procures encontrar algún amigo.
Tampoco busques sólido refugio.
Con ánimo valiente, acepta el dolor sin la esperanza de un remedio inexistente.
Sonríe ante la desgracia y no le pidas a nadie que te sonría: perderás el tiempo.

Imposible observar el cielo.¡Llevo en los ojos un cendal de lágrimas!
Gráciles chispas son las hogueras del Infierno frente a las llamas que me consumen.
El Paraíso para mí, no es más que un instante de paz.

Mi nacimiento no trajo ningún bien al mundo.
Mi muerte no disminuirá ni su esplendor ni su grandeza.
Nadie pudo jamás explicarme para que he venido, ni por qué he venido ni por qué me iré.

En el vértigo de la vida sólo son felices los que presumen de sabios y los que no tratan de educarse.
Me incliné sobre todos los secretos del Cosmos
y retorné a la soledad envidiando a los ciegos que hallé por el camino.

Cuando muera habrán muerto las rosas, los cipreses, los sabios bermejos y el vino perfumado.
No habrá más albas ni crepúsculos, ni penas ni alegrías. El mundo habrá dejado de existir.
El mundo es real; sólo en función del pensamiento.

martes, 28 de diciembre de 2010

Soy un caso perdido ( Mario Benedetti)


Por fin un crítico sagaz reveló 
(ya sabía yo que iban a descubrirlo)
que en mis cuentos soy parcial
y tangencialmente me exhorta
a que asuma la neutralidad
como cualquier intelectual que se respete

creo que tiene razón
soy parcial
de esto no cabe duda
más aún yo diría que un parcial irrescatable
caso perdido en fin
ya que por más esfuerzos que haga
nunca podré llegar a ser neutral

en varios países de este continente
especialistas destacados
han hecho lo posible y lo imposible
por curarme de la parcialidad
por ejemplo en la biblioteca nacional de mi país
ordenaron el expurgo parcial
de mis libros parciales
en argentina me dieron cuarenta y ocho horas
(y si no me mataban) para que me fuera
con mi parcialidad a cuestas
por último en perú incomunicaron mi parcialidad
y a mi me deportaron

de haber sido neutral
no habría necesitado
esas terapias intensivas
pero qué voy a hacerle
soy parcial
incurablemente parcial
y aunque pueda sonar un poco extraño
totalmente
parcial

ya sé
eso significa que no podré aspirar
a tantísimos honores y reputaciones
y preces y dignidades
que el mundo reserva para los intelectuales
que se respeten
es decir para los neutrales
con un agravante
como cada vez hay menos neutrales
las distinciones se reparten
entre poquísimos


después de todo y a partir
de mis confesadas limitaciones
debo reconocer que a esos pocos neutrales
les tengo cierta admiración
o mejor les reservo cierto asombro
ya que en realidad se precisa un temple de acero
para mantenerse neutral ante episodios como
girón
tlatelolco
trelew
pando
la moneda

es claro que uno
y quizá sea esto lo que quería decirme el crítico
podría ser parcial en la vida privada
y neutral en las bellas letras
digamos indignarse contra pinochet
durante el insomnio
y escribir cuentos diurnos
sobre la atlántida

no es mala idea
y claro
tiene la ventaja
de que por un lado
uno tiene conflictos de conciencia
y eso siempre representa
un buen nutrimento para el arte
y por otro no deja flancos para que lo vapulee
la prensa burguesa y/o neutral

no es mala idea
pero
ya me veo descubriendo o imaginando
en el continente sumergido
la existencia de oprimidos y opresores
parciales y neutrales
torturados y verdugos
o sea la misma pelotera
cuba sí yanquis no
de los continentes no sumergidos
de manera que
como parece que no tengo remedio
y estoy definitivamente perdido
para la fructuosa neutralidad
lo más probable es que siga escribiendo
cuentos no neutrales
y poemas y ensayos y canciones y novelas
no neutrales
pero advierto que será así
aunque no traten de torturas y cárceles
u otros tópicos que al parecer
resultan insoportables a los neutros

será así aunque traten de mariposas y nubes
y duendes y pescaditos.

Bandoneón (Mario Benedetti)

Me jode confesarlo
pero la vida es también un bandoneón
hay quien sostiene que lo toca dios
pero yo estoy seguro que es troilo
ya que dios apenas toca el arpa
y mal

fuere quien fuere lo cierto es

que nos estira en un solo ademán purísimo
y luego nos reduce de a poco a casi nada
y claro nos arranca confesiones
quejas que son clamores
vértebras de alegría
esperanzas que vuelven
como los hijos pródigos
y sobre todo como los estribillos

me jode confesarlo

porque lo cierto es que hoy en día
pocos
quieren ser tango
la natural tendencia
es a ser rumba o mambo o chachachá
o merengue o bolero o tal vez casino
en último caso valsecito o milonga
pasodoble jamás
pero cuando dios o pichuco o quien sea
toma entre sus manos la vida bandoneón
y le sugiere que llore o regocije
uno siente el tremendo decoro de ser tango
y se deja cantar y ni se acuerda
que allá espera
el estuche.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Lo que contó sobre el pasado cierto hombre del futuro (Nicolás Suescún.)

Y Lilith, la bestia uraña
que habitaba en el desierto
se apoderó del mundo,
hizo de todos los hombres
sus hijos,
los hizo esconderse en sus casas,
los hizo taparse las caras
y llevar una máscara sonriente,
los obligó a hacer cuentas
y a calcular su vida,
a computar su muerte,
a venderse y comprarse.
Vivirán sin su pasado, dijo,
y no volvió a pasar un solo automóvil
por las autopistas bien iluminadas
que quedaron de pronto en tinieblas
y fueron invadidas por perros
que aullaban como lobos,
mientras en sus pantallas
veían las últimas imágenes
—imágenes ellos—
los últimos hombres del pasado,
que destruyeron el mundo,
por olvidarlo.

Este realmente no es el momento (Nicolás Suescún.)

Este realmente no es el momento
de pintar basiliscos,
los intrincados trazados de sus lomos,
ni de hacer la apología del animal doméstico,
gato, perro o periquillo.
Uno lo mira, el cielo,
sin nubes y mucho más azul
que aquel tan amorosamente descrito por poetas,
cubriendo el mundo intermedio de los hombres.
Ningún obstáculo. Sino
al contrario, necesario elemento
de sus proezas, sus idas y venidas,
testigo en el fondo inalterable
a pesar de las mudables nubes,
que guarda su secreto
hasta el último momento de luz iridiscente,
acogiéndolo todo.
No, el animal no tiene, ¿o tiene?
lugar en este instante,
gato, perro o periquillo
observando a su amo hacer el tonto,
con los ojos tapados,
doméstico y sumiso.

Confucio reinterpretado (Nicolás Suescún.)

Reunirse en lugares
donde no se reunieron nuestros antepasados,
celebrar ceremonias que no celebraron,
tocar la música que no conocieron,
respetar a quienes despreciaban,
amar a los que odiaban,
servir a los vivos porque están vivos,
olvidar a los muertos,
que bien muertos están.

Canción del señor en el campo (Nicolás Suescún.)

Yo no fui quien nació cuando nací,
yo no recuerdo nada de mi vida,
yo me veo morir y no soy yo,
yo ignoro si he aumentado de estatura
y jamás me he visto crecer un solo pelo.
Cuando alguien que dice conocerme
me saluda, yo protesto y le digo:
Perdone usted, ¿decía? Y si él me dice:
“¿No es usted tal y tal?, yo lo conozco,
conozco a su padre y a su señora madre,
hemos hablado mucho, hemos bebido juntos”,
le respondo: “Yo no bebo, no hablo, no veo
yo no tengo ni padre ni madre”.
A mí nadie me ha visto, que yo sepa,
y ahora que me levante de esta silla
me llamaré por otro nombre
y tendría que mirar algún retrato
para saber quién era el que estaba sentado.
Yo me indigno, yo no hice lo que hice,
yo protesto, que no me den razones, que no estoy,
y diga que el señor está en el campo esta semana.

Utopías (Nicolás Suescún.)

El paraíso terrenal, el jardín del Edén
—para Adán, la vasta tierra entera:
¿no era mejor un sitio sin el árbol
de la ciencia del bien y del mal
y montañas, y más de cuatro ríos?—
es cosa, se sabe, de sueños y de ensueños,
materia de esas tierras fantásticas y exóticas,
creadas por hombres que imaginaron
mundos mejores que éste en que vivimos,
sólo islas a veces, pequeños estados ideales,
perfectos, armoniosos, pacíficos y gratos,
con jerarquías férreas y mucha disciplina,
o donde todos los hombres eran iguales
en comunidades, gremios, falansterios
y en idílicos y hermosos jardines naturales
o ciudades simétricas, higiénicas y bellas,
del remoto pasado o el lejano futuro
en fulgentes Atlántidas o urbes futuristas,
nebulosas comarcas y fantásticos edenes
de habitantes con perfecta salud y larga vida
entregados a dulces y espirituales usos,
o a los mismos oficios de siempre, sin sudor
y sin lágrimas, con orden y justicia, o sólo orden;
amables tiranías, o comunas anárquicas y laxas.
Ácratas mansos, soñadores exactos,
Utóposes ilusos todos ellos: Platón,
Moro, Bacon, Campanella, Fourier
y Owen, Huxley, Orwell y todo el resto,
con sus barcos de papel y castillos en el aire,
sus pesadillas, visiones o leyes ideales;
y también los que buscaron y lucharon
por el Edén perdido en la dura tierra
que pisaban, para hacerla buena y suave
y pródiga, y que pusiera deliciosos frutos
en sus bocas, y donde en brazos del amor
olvidarían el mundo, el tiempo y el espacio

Aplastamiento de las gotas (Julio Cortázar)

Yo no sé, mirá, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones
cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana, se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo
y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae.

Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes mientras le crece la barriga,
ya es una gotaza que cuelga majestuosa y de pronto zup ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.

Pero las hay que se suicidan y se entregan en seguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran, me parece ver la vibración
del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse.

Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.

Llegar a ti, entonces, es buscar... (Oscar Acosta)

Llegar a ti, entonces, es buscar
la voz de un niño entre las multitud,
recoger el miedo interminable
que origina un viento nocturno,
iluminar el amor con una lámpara
de primitivo y de dulce aceite,
tocar con los dedos un pájaro de azúcar
que besa el cuello de las mujeres,
limitar la invasión de la nieve
que llega con sus armaduras de frío
y verte tranquilo y reposado
quemando el intacto silencio.

Los amantes (Oscar Acosta)

Los amantes se tienden en el lecho
y suavemente van ocultando las palabras y los besos.
Están desnudos como niños desvalidos
y en sus sentidos se concentra el mundo.
No hay luz y sombra para sus ojos apagados
y la vida no tiene para ellos forma alguna.
La hermosa cabellera de la mujer puede ser una rosa,
el agua tibia o un surtidor enamorado.
El fuego es solamente un golpe oscuro.
Los amantes están tendidos en el lecho.

Estrella (Oscar Acosta)

Sobre mi pecho abatido por los golpes
está tu estrella tibia, dolorosamente azul,
diríase un cielo toda ella.
No quiebra el agua su perfecta dulzura,
su sencillez es transparente y tiene
el uniforme brillo de la lluvia alta.
Déjame este lucero, este cuerpo celeste
sembrando sobre mi pecho lleno de golpes,
estás ya tan humilde que tu nombre
se puede decir con respeto y con pequeñas
letras de amor, dios mío.

Formas de Amor (Oscar Acosta)



Mis manos tocan, niña mía, tu rumorosa piel,
tu dulcísima carne que tranquilos ángeles habitan,
tu cabellera suave,
tu corazón pequeño.

Oye la campana del día
apagando el luto de la noche
mira la luz que silenciosamente nos cubre,
mira el cielo:
ese jardín sobre tu pecho;
respira el aire quieto
que el ruiseñor anuncia con su lanza,
conduce tu desamor
a un lago sepultado
y háblame con tus labios excelsos.

Llegué a sentir sobre las manos
el agua efímera,
el verano derribando sus torres,
el abismo cerrando sus ventanas,
el fruto abandonado,
el mar abriéndose las venas,
el fuego hundido,
hasta que tú, niña mía,
perfecta virgen repetida,
me entregaste tu rostro.

Veo de cerca la copa
confusa de las aguas,
busco tu claro nombre entre las rosas,
tu dulzura en la esencia de los árboles,
tu vigilia en el beso,
tu olor en los duraznos,
tu luz en el rocío
y me doy cuenta sorprendido
que todo me lo traes, niña mía,
con tu mano sagrada.

Escrito en Piedra (Oscar Acosta)

Yo vi, joven señora,
su bello cuerpo
entre las piedras
como una orquídea.

No había fuego entonces
al servicio del hombre,
ni dúctiles metales
mostraban al asombro
del primitivo ser
sus formas.

Andábamos descalzos
como niños,
desnudos como peces
en el agua
y corríamos libres
como ágiles leopardos
Era el año dos mil
o cuatro mil
antes de Jesucristo.
Las tribus combatían
con pedernales,
con piedras
y cuchillos.
Antes de ir al combate
pinto estos signos
en la pared antigua
de una cálida cueva,
junto a otros símbolos
que mis antepasados
en ocasiones similares
escribieron.

Ignoro quién recogerá
estas frases.
Es posible que entonces
no seamos, tú y yo,
ni estática ceniza
ni barro sumergido.
Desde mi monarquía
compartida, te recuerdo.
Y si volvieras a nacer
te prometo que siempre
serías, como ahora lo eres,
mi mujer y mi reina.
II
En la mesa veo frutas,
agua en los cántaros,
peces con los ojos abiertos
en las cuerdas del patio,
el maíz calentándose en los cuartos.

El cazador soy yo,
el cazador que sale
en la noche a buscar
el alimento diario,
las hojas para el lecho,
la fibra para el manto,
la flor para tu pelo,
la piel para el zapato.

Hoy te traigo una flor
selvática, una luna caída,
un perfume barato,
yo quiero que la pongas
en tu pecho blanquísimo,
en tu seno cubierto
con cuero de venado.

Eso te traigo ahora,
compañera mía, ojo
para mi llanto.
III
Para ti  las fúlgidas naranjas,
la dura carne de las ciruelas,
el azúcar  mojado de la piña,
la suavísima daga del plátano,
la invicta blancura de la caña,
el agua limpia del cocotero,
el vello niño del durazno,
la división de la guanábana,
la aristocracia de la manzana
y la tristeza de la guayaba.

Para ti todo eso con la mano
que recoge en el monte la fruta,
la deja en la mesa de cedro
y la corta todas las mañanas.

El Rostro (Oscar Acosta)

De tu rostro purísimo y resplandeciente
surge una luz silenciosa
que todo lo desnuda, descubre
paraísos y mares de ceniza,
oculta sombras con su bella campana
y vuela como un pájaro.
Olvidar tu rostro es ahogar el corazón,
tratar de ignorarlo es vivir
a ciegas, dando tumbos;
no es necesario volver a decir
que tu rostro nos promete un reino
en un universo inmóvil y destruido.

En nombre de la patría (Oscar Acosta)

Mi patria es altísima.
No puedo escribir una letra sin oír
el viento que viene de su nombre.
Su forma irregular la hace más bella
porque dan deseos de formarla, de hacerla
como a un niño a quien se enseña a hablar,
a decir palabras tiernas y verdaderas,
a quien se le muestran los peligros del mundo.

Mi patria es altísima.
Por eso digo que su nombre se descompone
en millones de cosas para recordármela.
Lo he oído sonar en los caracoles incesantes.
Venía en los caballos y en los fuegos
que mis ojos han visto y admirado.
Lo traían las muchachas hermosas en la voz
y en una guitarra.

Mi patria es altísima.
No puedo imaginármela bajo el mar
o escondiéndose bajo su propia sombra.
Por eso digo que más allá del hombre,
del amor que nos dan en cucharadas,
de la presencia viva del cadáver,
está ardiendo el nombre de la patria.

Fuego (Oscar Acosta)

Frotó el indio la yesca,
el pedernal, el pino
con otro pino viejo,
la madera, las hojas
de roble, la corteza
de los ceibos caídos,
el cuerpo del animal
salvaje, el carbón
mineral endurecido.

El mundo cambió entonces
otro espejo movible
que no era el del agua,
alzó su brazo rojo
en la espesa maleza,
en el ámbito crudo
de miles de años
a la sombra, iluminados
solamente por el rayo
o por el centelleo
de los lúcidos ojos
de las fieras.

Tú te callaste entonces
viendo crecer la lengua
clarísima, la llama
que levantó su lanza,
su corona de espinas
y que lamió la noche
como animal salvaje.
Ante tu limpio rostro
de indígena doncella
nacía otro milagro:
el milagro del fuego.

Carta desde Torremolinos (Oscar Acosta)

Un laurel es tu mano entre mi mano
y agua unitiva el río de tu brazo,
ansias somos unidas por un lazo
tenso de resistir y cotidiano.

El roce de tus labios no fue en vano
y para comprobarlo te doy plazo:
sobre mi pecho de hombre está tu trazo
y tu aliento a mi boca está cercano.

Mujer ausente y todopoderosa
no deseo olvidar tu cuerpo fino,
ni tu caricia misericordiosa.

Amo tu risa de fulgente lino
y al recordarte ahora, dolorosa
se me vuelve la sangre y agrio el vino.

Cabello de muchacha (Oscar Acosta)

Tu cabello es de humo dorado,
una copa con un jugo encendido,
un caracol de ondeado vidrio,
una flor de bronce tímido.

Tu pelo existe, tiembla suavemente
cuando mi mano llega a su rocío,
cuando lo beso entusiasmado,
cuando llora como los niños.

Tu cabello es un odre con frío,
una estrella dulce, un pistilo
que lucha por ser lirio.

Es una paloma convertida en durazno,
una corona que alumbra con sus cirios
y que calienta la sangre como el vino.

Venta de la esperanza (Otto Raul Gonzalez)

País donde hay campesinos sin tierra
que para subsistir se vean precisados
a vender su esperanza
país con niños desnutridos
país con desempleo y telarañas
salarios de hambre y atole con el dedo
país de corrupción y bandidaje
de fraudes maquinados y aquí devuelvo todo
país en donde se persiguen las ideas
como persiguen a las zorras los ingleses
país en donde se tortura a los patriotas
país en donde la libertad tenga cadenas
es un país que tiene la luna mutilada.

Muerta Primavera (Otto Raul Gonzalez)

Todo país con luna mutilada
es un país de muerta primavera
con tasas de mortalidad muy altas
de niños por lombrices o por hambre
y de adultos por balas y torturas
un país en donde crecen ortigas y alimañas.
Un país con luna mutilada
es un país de vergüenzas
de corrupción y de cinismo
en donde la dignidad está en la cárcel
el patriotismo bajo tierra
y el decoro en el exilio.

En un país con luna mutilada
son "felices" los cerdos y las ratas
las suripantas de los farones
y las hienas llenas del establecimiento.

En un país con luna mutilada
los perros ladran larga inútilmente
al sonámbulo hueso de la luna.

Patria expatriada (Otto Raul Gonzalez)

El país de la luna mutilada
a diario se desangra a diario expira
el trompo del terror gira que gira
y es su giro una sombra atormentada.
En toda la ciudad ensangrentada
un aire denso y fosco se respira
el territorio es una inmensa pira
donde arde todo lo que no es espada.
En el aire rural la nube espesa
de los odios encógese y estira
porque la patria misma está expatriada.
el cielo está nublado de tristeza
porque es triste mirar si es que se mira
el muñón de la luna mutilada.

Sueño Racionado (Otto Raul Gonzalez)

Sueño racionado es igual a la luna mutilada
los que estamos al margen
no tenemos el menor derecho
al manjar de los sueños
y menos a mover un dedo
para mezclar la realidad y el sueño.

Y seguimos existiendo
subsistiendo
sobreviviendo
aunque nos sean ajenos
el pan
el sueño
la alegría
la salud
y la limpieza
excepto el aguardiente.

Y esto sucede en muchos mapas
de la cicatrizada
geografía de la tierra
en donde hay viejos países y jóvenes naciones
con el sueño racíonado y la luna mutilada.

Voy a nombrar las cosas... (Eliseo Diego)

Voy a nombrar las cosas, los sonoros
altos que ven el festejar del viento,
los portales profundos, las mamparas
cerradas a la sombra y al silencio.

Y el interior sagrado, la penumbra
que surcan los oficios polvorientos,
la madera del hombre, la nocturna
madera de mi cuerpo cuando duermo.

Y la pobreza del lugar, y el polvo
en que testaron las huellas de mi padre,
sitios de piedra decidida y limpia,
despojados de sombra, siempre iguales.

Sin olvidar la compasión del fuego
en la intemperie del solar distante
ni el sacramento gozoso de la lluvia
en el humilde cáliz de mi parque.

Ni el estupendo muro, mediodía,
terso y añil e interminable.

Con la mirada inmóvil del verano
mi cariño sabrá de las veredas
por donde huyen los ávidos domingos
y regresan, ya lunes, cabizbajos.

Y nombraré las cosas, tan despacio
que cuando pierda el Paraíso de mi calle
y mis olvidos me la vuelvan sueño,
pueda llamarla de pronto con el alba.

Venid, amigos, a la fiesta mia (Eliseo Diego)

Venid, amigos, a la fiesta mía,
a donde el campo grava el sol de rojo,
campo mi sangre en que mi vida acojo,
árbol mi sangre en que se encarna el día.

Pues mi casa renace en alegría
y el diario pan su eterno sol ofrece,
criaturas de mi sueño que os merece,
venid, amigos, a la fiesta mía.

Veréis que entera os doy la antigua tarde,
el camino y el árbol, la palabra
querida que dijimos ya muy tarde.

Pues cuando el pecho mi vigilia abra,
vendréis donde mi pan, donde mi vino arde,
al abrigado amor de mi palabra.

Testamento (Eliseo Diego)

Habiendo llegado al tiempo en que
la penumbra ya no me consuela más
y me apocan los presagios pequeños;

habiendo llegado a este tiempo;

y como las heces del café
abren de pronto ahora para mí
sus redondas bocas amargas;

habiendo llegado a este tiempo;

y perdida ya toda esperanza de
algún merecido ascenso, de
ver el manar sereno de la sombra;

y no poseyendo más que este tiempo;

no poseyendo más, en fin,
que mi memoria de las noches y
su vibrante delicadeza enorme;

no poseyendo más
entre cielo y tierra que
mi memoria, que este tiempo;

decido hacer mi testamento.

Es este:
les dejo
el tiempo, todo el tiempo.

Nostalgia de por la tarde (Eliseo Diego)

El que tenía costumbre de poner las manos
sobre la mesa blanca junto al pan y el agua,
traje rugoso de fervor y alpaca,
y aquella su esperanza filial en los domingos,

ya no conmueve nunca el suave pensamiento de la fronda
con el doblado consejo de su paso.
Y el taciturno banco entre los álamos dormido
y aquel campito hirsuto a quien las lluvias respetaban.

Qué tedio los sepulta como la muerte a los ojos
que no los cruza nunca la bendición de unas palomas,
que tengo que soñarlos, mi amiga, tan despacio
como quien sueña un grave color que nunca viera,
como quien sueña un sueño y eso es todo.

Porque quién vio jamás
pasar al viejecillo
de cándido sombrero bajo el puente
ni al orador sagrado en la colina.

Yo vi al lagarto de liviana sombra
distraerse de pronto entre su sangre,
quedar inmóvil, sí, tumbado,
pesando e incapaz de confundirse ya nunca con la tierra.

(El que tenía costumbre de cruzar las manos
sobre la mesa blanca para mejor mirarnos,
su mueca de morir cuándo la he visto,
su mueca parda.)

He visto al pez de indestructible púrpura,
en la mañana arde como criatura perpetua de la llama,
olvida los trabajos mugrientos de su sangre,
yace perfecto y la madera sagrada lo levanta.

Pero quién vio jamás
el ruedo misterioso de tu falda
mientras cortas las rosas en la tarde
ni el roce y la tristeza de la lluvia
como un ajeno llanto por mi cara.

Porque quién vio jamás las cosas que yo amo.

No es más... (Eliseo Diego)

Un poema no es más
que una conversación en la penumbra
del horno viejo, cuando ya
todos se han ido, y cruje
afuera el hondo bosque; un poema

no es más que unas palabras
que uno ha querido, y cambian
de sitio con el tiempo, y ya
no son más que una mancha,
una esperanza indecible;

un poema no es más
que la felicidad, que una conversación
en la penumbra, que todo
cuanto se ha ido, y ya
es silencio.

Cuadernillo de Bella (Eliseo Diego)

1

Cómo llevar a las palabras
la sensación, el roce de tu mano
por vez primera entre la mía.
Su forma frágil, delicada,
su ser, su estar en mí, su suave entrega.
"Esta es la mano, en fin, de tu muchacha",
me dices no sé cómo, mientras siento
"esta es la mano de la niña mía".

Mayor delicia habrá,
si tiempo y suerte quieren.
Ninguna habrá tan absoluta y pura.

2

Reverente imagino tus muñecas
en tus brazos menudos acunadas.
Cómo se llaman, digo. Y me respondes
en una voz que la distancia vela
desde el hondo del patio. Deja. Mira,
tú estás feliz, eres feliz, qué importa.

Tú estás hecha de infancias, niña mía.
tú eres toda de niños. Vida solo.

3

Ya te miro venir, ligera y leve,
volando las escalas del teatro,
la boina al sesgo de tu pelo lacio,
radiante y feliz, hecha de aromas.
Das a mi amigo un libro, me sonríes,
después te vuelves y tu esbelta espalda
escaleras abajo es una música
y es una puertecilla hacia la dicha.

4

Quién sabe cómo fue ni cuándo y dónde
me dijiste que sí, que me entregabas
el huerto de ti misma, paraíso
de magias y delicias y qué glorias.
Y yo ciego de mí te acepto a ciegas
del esplendor terrible de tu llama
tan frágil y menuda entre mis brazos.
Pues tú eres tú y eras la vida y todo
cuanto va desde el júbilo a lo trágico,
desde el alba a las fiestas de la tarde.

5

Y tus muñecas fueron al fin hijos,
oh música del mundo, oh maravilla,
mi cajita de asombros, mi señora!
Y el dueño de tu huerto florecido,
el taciturno, te volvió la espalda,
te dejó a solas con tus juegos mágicos,
los únicos que importan, y lloraste.
¿Cómo pude yo hacer que sollozaras?
¡La boina al sesgo del cabello pulcro,
tú, la del rostro terso, radiante,
quién pudo imaginarte entonces lágrimas!
Y sin embargo fuimos los dos uno,
no se puede ser más, y tú has llorado.

6

Todo es al fin no más un cuento mágico.
Quién sabe cómo, todo cuento acaba.
Yo di su vida a los muñecos tuyos
como un brujo hechizado. Me embrujaste
con solo ser tan niña a vida pura.
Como a través de un vidrio estoy mirándote.
Turbio vidrio mi asombro de saberte
tal cual eres, mi niña desdichada.
Me hechizaste, y en cambio te hice daño.
Mas yo sólo te amé porque tú eras.

Comienza un lunes (Eliseo Diego)

La eternidad por fin comienza un lunes
y el día siguiente apenas tiene nombre
y el otro es el oscuro, al abolido.

Y en él se apagan todos los murmullos
y aquel rostro qua amábamos se esfuma
y en vano es ya la espera, nadie viene.

La eternidad ignora las costumbres,
le da lo mismo rojo que azul tierno,
se inclina al gris, al humo, a la ceniza.

Nombre y fecha tú grabas en un mármol,
los roza displicente con el hombro,
ni un montoncillo de amargura deja.

Y sin embargo, ves, me aferro al lunes
y al día siguiente doy el nombre tuyo
y con la punta del cigarro escribo
en plena oscuridad: aquí he vivido.

Canción para todas las que eres (Eliseo Diego)

No solo el hoy fragante de tus ojos amo
sino a la niña oculta que allá dentro
mira la vastedad del mundo con redondo azoro,
y amo a la extraña gris que me recuerda
en un rincón del tiempo que el invierno ampara.
La multitud de ti, la fuga de tus horas,
amo tus mil imágenes en vuelo
como un bando de pájaros salvajes.
No solo tu domingo breve de delicias
sino también un viernes trágico, quien sabe,
y un sábado de triunfos y de glorias
que no veré yo nunca, pero alabo.
Niña y muchacha y joven ya mujer, tú todas,
colman mi corazón, y en paz las amo.

Calma (Eliseo Diego)

Este silencio,
blanco, ilimitado,
este silencio
del mar tranquilo, inmóvil,

que de pronto
rompen los leves caracoles
por un impulso de la brisa,

Se extiende acaso
de la tarde a la noche, se remansa
tal vez por la arenilla
de fuego,

la infinita
playa desierta,
de manera

que no acaba,
quizás,
este silencio,

nunca?

Asombro (Eliseo Diego)

Me asombran las hormigas que al ir vienen
tan seguras de sí que me dan miedo
porque están donde van sin más preguntas
y aunque asomos de vida son perfectas
si minúsculas máquinas que saben
el dónde y el adónde que les toca
y a la muerte la ignoran como a nada
si no fuese tan útil instrumento
con que hacer de lo inerme nueva vida.

Pero aunque agrande su minucia viva
el azoro redondo en que las miro
y me apena que no se sepan nunca
tal como son en su afanarse oscuro
ya tan inmemorial como la Tierra

más me asombra mi pena y me convence
de que saberse el ser bien que la vale
aun cuando el precio sea tan alto como
el enorme silencio de allá afuera.

Suburbia (Mario Benedetti)


En el centro de mi vida
en el núcleo capital de mi vida
hay una fuente luminosa un surtidor
que alza convicciones de colores
y es lindo contemplarlas y seguirlas

en el centro de mi vida
en el núcleo capital de mi vida
hay un dolor que palmo a palmo
va ganando su tiempo
y es útil aprender su huella firme

en el centro de mi vida
en el núcleo capital de mi vida
la muerte queda lejos
la calma tiene olor a lluvia
la lluvia tiene olor a tierra

esto me lo contaron porque yo
nunca estoy en el centro de mi vida.

domingo, 26 de diciembre de 2010

EL ESTUDIANTE (Anton Chejov)

En principio, el tiempo era bueno y tranquilo. Los mirlos gorjeaban y de los pantanos vecinos llegaba el zumbido lastimoso de algo vivo, igual que si soplaran en una botella vacía. Una becada1 inició el vuelo, y un disparo retumbó en el aire primaveral con alegría y estrépito. Pero cuando oscureció en el bosque, empezó a soplar el intempestivo y frío viento del este y todo quedó en silencio. Los charcos se cubrieron de agujas de hielo y el bosque adquirió un aspecto desapacible, sórdido y solitario. Olía a invierno.
Iván Velikopolski, estudiante de la academia eclesiástica, hijo de un sacristán, volvía de cazar y se dirigía a su casa por un sendero junto a un prado anegado. Tenía los dedos entumecidos y el viento le quemaba la cara. Le parecía que ese frío repentino quebraba el orden y la armonía, que la propia naturaleza sentía miedo y que, por ello, había oscurecido antes de tiempo. A su alrededor todo estaba desierto y parecía especialmente sombrío. Sólo en la huerta de las viudas, junto al río, brillaba una luz; en unas cuatro verstas a la redonda, hasta donde estaba la aldea, todo estaba sumido en la fría oscuridad de la noche. El estudiante recordó que cuando salió de casa, su madre, descalza, sentada en el suelo del zaguán, limpiaba el samovar, y su padre estaba echado junto a la estufa y tosía; al ser Viernes Santo, en su casa no habían hecho comida y sentía un hambre atroz. Ahora, encogido de frío, el estudiante pensaba que ese mismo viento soplaba en tiempos de Riurik, de Iván el Terrible y de Pedro el Grande y que también en aquellos tiempos había existido esa brutal pobreza, esa hambruna, esas agujereadas techumbres de paja, la ignorancia, la tristeza, ese mismo entorno desierto, la oscuridad y el sentimiento de opresión. Todos esos horrores habían existido, existían y existirían y, aun cuando pasaran mil años más, la vida no sería mejor. No tenía ganas de volver a casa.
La huerta de las viudas se llamaba así porque la cuidaban dos viudas, madre e hija. Una hoguera ardía vivamente, entre chasquidos y chisporroteos, iluminando a su alrededor la tierra labrada. La viuda Vasilisa, una vieja alta y robusta, vestida con una zamarra de hombre, estaba junto al fuego y miraba con aire pensativo las llamas; su hija Lukeria, baja, de rostro abobado, picado de viruelas, estaba sentada en el suelo y fregaba el caldero y las cucharas. Seguramente acababan de cenar. Se oían voces de hombre; eran los trabajadores del lugar que llevaban los caballos a abrevar al río
-Ha vuelto el invierno -dijo el estudiante, acercándose a la hoguera-. ¡Buenas noches!
Vasilisa se estremeció, pero enseguida lo reconoció y sonrió afablemente.
-No te había reconocido, Dios mío. Eso es que vas a ser rico.
Se pusieron a conversar. Vasilisa era una mujer que había vivido mucho. Había servido en un tiempo como nodriza y después como niñera en casa de unos señores, se expresaba con delicadeza y su rostro mostraba siempre una leve y sensata sonrisa. Lukeria, su hija, era una aldeana, sumisa ante su marido, se limitaba a mirar al estudiante y a permanecer callada, con una expresión extraña en el rostro, como la de un sordomudo.
-En una noche igual de fría que ésta, se calentaba en la hoguera el apóstol Pedro -dijo el estudiante, extendiendo las manos hacia el fuego-. Eso quiere decir que también entonces hacía frío. ¡Ah, qué noche tan terrible fue esa! ¡Una noche larga y triste a más no poder!
Miró a la oscuridad que le rodeaba, sacudió convulsivamente la cabeza y preguntó:
-¿Fuiste a la lectura del Evangelio?
-Sí, fui.
-Entonces te acordarás de que durante la Última Cena, Pedro dijo a Jesús: «Estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte». Y el Señor le contestó: «Pedro, en verdad te digo que antes de que cante el gallo, negarás tres veces que me conoces». Después de la cena, Jesús se puso muy triste en el huerto y rezó, mientras el pobre Pedro, completamente agotado, con los párpados pesados, no pudo vencer al sueño y se durmió. Luego oirías que Judas besó a Jesús y lo entregó a sus verdugos aquella misma noche. Lo llevaron atado ante el sumo pontífice y lo azotaron, mientras Pedro, exhausto, atormentado por la angustia y la tristeza, ¿lo entiendes?, desvelado, presintiendo que algo terrible iba a suceder en la tierra, los siguió... Quería con locura a Jesús y ahora veía, desde lejos, cómo lo azotaban...
Lukeria dejó las cucharas y fijó su inmóvil mirada en el estudiante.

-Llegaron adonde estaba el sumo pontífice -prosiguió- y comenzaron a interrogar a Jesús, mientras los criados encendieron una hoguera en medio del patio, pues hacía frío, y se calentaban. Con ellos, cerca de la hoguera, estaba Pedro y también se calentaba, como yo ahora. Una mujer, al verlo, dijo: «Éste también estaba con Jesús», lo que quería decir que también a él había que llevarlo al interrogatorio. Todos los criados que se hallaban junto al fuego le miraron, seguro, severamente, con recelo, puesto que él, agitado, dijo: «No lo conozco». Poco después, alguien lo reconoció de nuevo como uno de los discípulos de Jesús y dijo: «Tú también eres de los suyos». Y él lo volvió a negar. Y por tercera vez, alguien se dirigió a él: «¿Acaso no te he visto hoy con él en el huerto?». Y él lo negó por tercera vez. Justo después de eso, cantó el gallo y Pedro, mirando desde lejos a Jesús, recordó las palabras que él le había dicho durante la cena... Las recordó, volvió en sí, salió del patio y rompió a llorar amargamente. El Evangelio dice: «Tras salir de allí, lloró amargamente». Así me lo imagino: un jardín tranquilo, muy tranquilo, y oscuro, muy oscuro, y en medio del silencio apenas se oye un callado sollozo...
El estudiante suspiró y se quedó pensativo. Vasilisa, que seguía sonriente, sollozó de pronto, gruesas y abundantes lágrimas se deslizaron por sus mejillas mientras ella interponía una manga entre su rostro y el fuego, como si se avergonzara de sus propias lágrimas. Lukeria, por su parte, miraba fijamente al estudiante, ruborizada, con la expresión grave y tensa, como la de quien siente un fuerte dolor.
Los trabajadores volvían del río, y uno de ellos, montado a caballo, ya estaba cerca y la luz de la hoguera oscilaba ante él. El estudiante dio las buenas noches a las viudas y reemprendió la marcha. De nuevo lo envolvió la oscuridad y se entumecieron sus manos. Hacía mucho viento; parecía, en efecto, que el invierno había vuelto y no que al cabo de dos días llegaría la Pascua. Ahora el estudiante pensaba en Vasilisa: si se echó a llorar es porque lo que le sucedió a Pedro aquella terrible noche guarda alguna relación con ella...

Miró atrás. El fuego solitario crepitaba en la oscuridad, y a su lado ya no se veía a nadie. El estudiante volvió a pensar que si Vasilisa se echó a llorar y su hija se conmovió, era evidente que aquello que él había contado, lo que sucedió diecinueve siglos antes, tenía relación con el presente, con las dos mujeres y, probablemente, con aquella aldea desierta, con él mismo y con todo el mundo. Si la vieja se echó a llorar no fue porque él lo supiera contar de manera conmovedora, sino porque Pedro le resultaba cercano a ella y porque ella se interesaba con todo su ser en lo que había ocurrido en el alma de Pedro.
Una súbita alegría agitó su alma, e incluso tuvo que pararse para recobrar el aliento. "El pasado -pensó- y el presente están unidos por una cadena ininterrumpida de acontecimientos que surgen unos de otros". Y le pareció que acababa de ver los dos extremos de esa cadena: al tocar uno de ellos, vibraba el otro.
Luego, cruzó el río en una balsa y después, al subir la colina, contempló su aldea natal y el poniente, donde en la raya del ocaso brillaba una luz púrpura y fría. Entonces pensó que la verdad y la belleza que habían orientado la vida humana en el huerto y en el palacio del sumo pontífice, habían continuado sin interrupción hasta el tiempo presente y siempre constituirían lo más importante de la vida humana y de toda la tierra. Un sentimiento de juventud, de salud, de fuerza (sólo tenía veintidós años), y una inefable y dulce esperanza de felicidad, de una misteriosa y desconocida felicidad, se apoderaron poco a poco de él, y la vida le pareció admirable, encantadora, llena de un elevado sentido.

FIN

El paso del Retorno (Vicente Huidobro)


A RAQUEL QUE ME DIJO
UN DÍA CUANDO Tú TE
ALEJAS UN SOLO INSTANTE,
EL TIEMPO Y YO LLORAMOS


Yo soy ese que salió hace un año de su tierra
Buscando lejanías de vida y muerte
Su propio corazón y el corazón del mundo
Cuando el viento silbaba entrañas
En un crepúsculo gigante y sin recuerdos

Guiado por mi estrella
Con el pecho vacío
Y los ojos clavados en la altura
Salí hacia mi destino

Oh mis buenos amigos
¿Me habéis reconocido?
He vivido una vida que no puede vivirse
Pero tú Poesía no me has abandonado un solo instante

Oh mis amigos aquí estoy
Vosotros sabéis acaso lo que yo era
Pero nadie sabe lo que soy
El viento me hizo viento
La sombra me hizo sombra
El horizonte me hizo horizonte preparado a todo

La tarde me hizo tarde
Y el alba me hizo alba para cantar de nuevo

Oh poeta esos tremendos ojos
Ese andar de alma de acero y de bondad de mármol
Este es aquel que llegó al final del último camino
Y que vuelve quizás con otro paso
Hago al andar el ruido de la muerte
Y si mis ojos os dicen
Cuánta vida he vivido y cuánta muerte he muerto
Ellos podrían también deciros
Cuánta vida he muerto y cuánta muerte he vivido

¡Oh mis fantasmas! ¡Oh mis queridos espectros!
La noche ha dejado noche en mis cabellos
¿En dónde estuve? ¿Por dónde he andado?
¿Pero era ausencia aquélla o era mayor presencia?

Cuando las piedras oyen mi paso
Sienten una ternura que les ensancha el alma
Se hacen señas furtivas y hablan bajo:
Allí se acerca el buen amigo
El hombre de las distancias
Que viene fatigado de tanta muerte al hombro
De tanta vida en el pecho
Y busca donde pasar la noche

Heme aquí ante vuestros limpios ojos
Heme aquí vestido de lejanías
Atrás quedaron los negros nubarrones
Los años de tinieblas en el antro olvidado
Traigo un alma lavada por el fuego
Vosotros me llamáis sin saber a quién llamáis
Traigo un cristal sin sombra un corazón que no decae
La imagen de la nada y un rostro que sonríe
Traigo un amor muy parecido al universo
La Poesía me despejó el camino
Ya no hay banalidades en mi vida
¿Quién guió mis pasos de modo tan certero?

Mis ojos dicen a aquellos que cayeron
Disparad contra mí vuestros dardos
Vengad en mí vuestras angustias
Vengad en mí vuestros fracasos
Yo soy invulnerable
He tomado mi sitio en el cielo como el silencio

Los siglos de la tierra me caen en los brazos
Yo soy amigos el viajero sin fin
Las alas de la enorme aventura
Batían entre inviernos y veranos
Mirad cómo suben estrellas en mi alma
Desde que he expulsado las serpientes del tiempo oscurecido

¿Cómo podremos entendernos?
Heme aquí de regreso de donde no se vuelve
Compasión de las olas y piedad de los astros
¡Cuánto tiempo perdido! Este es el hombre de las lejanías
El que daba vuelta las páginas de los muertos
Sin tiempo sin espacio sin corazón sin sangre
El que andaba de un lado para otro
Desesperado y solo en las tinieblas
Solo en el vacío
Como un perro que ladra hacia el fondo de un abismo

¡Oh vosotros! ¡Oh mis buenos amigos!
Los que habéis tocado mis manos
¿Qué habéis tocado?
Y vosotros que habéis escuchado mi voz
¿Qué habéis escuchado?
Y los que habéis contemplado mis ojos
¿Qué habéis contemplado?

Lo he perdido todo y todo lo he ganado
Y ni siquiera pido
La parte de la vida que me corresponde
Ni montañas de fuego ni mares cultivados
Es tanto más lo que he ganado que lo que he perdido
Así es el viaje al fin del mundo
Y ésta es la corona de sangre de la gran experiencia
La corona regalo de mi estrella
¿En dónde estuve en dónde estoy?

Los árboles lloran un pájaro canta inconsolable
Decid ¿quién es el muerto?
El viento me solloza
¡Qué inquietudes me has dado!
Algunas flores exclaman
¿Estás vivo aún?
¿Quién es el muerto entonces?
Las aguas gimen tristemente
¿Quién ha muerto en estas tierras?
Ahora sé lo que soy y lo que era
Conozco la distancia que va del hombre a la verdad
Conozco la palabra que aman los muertos
Este es el que ha llorado el mundo el que ha llorado resplandores

Las lágrimas se hinchan se dilatan
Y empiezan a girar sobre su eje.
Heme aquí ante vosotros
Cómo podremos entendernos Cómo saber lo que decimos
Hay tantos muertos que me llaman
Allí donde la tierra pierde su ruido
Allí donde me esperan mis queridos fantasmas
Mis queridos espectros
Miradme os amo tanto pero soy extranjero
¿Quién salió de su tierra
Sin saber el hondor de su aventura?
Al desplegar las alas
Él mismo no sabía qué vuelo era su vuelo

Vuestro tiempo y vuestro espacio
No son mi espacio ni mí tiempo
¿Quién es el extranjero? ¿Reconocéis su andar?
Es el que vuelve con un sabor de eternidad en la garganta
Con un olor de olvido en los cabellos
Con un sonar de venas misteriosas
Es este que está llorando el universo
Que sobrepasó la muerte y el rumor de la selva secreta
Soy impalpable ahora como ciertas semillas
Que el viento mismo que las lleva no las siente
Oh Poesía nuestro reino empieza

Este es aquel que durmió muchas veces
Allí donde hay que estar alerta
Donde las rocas prohíben la palabra
Allí donde se confunde la muerte con el canto del mar
Ahora vengo a saber que fui a buscar las llaves
He aquí las llaves
¿Quién las había perdido?
¿Cuánto tiempo ha que se perdieron?
Nadie encontró las llaves perdidas en el tiempo y en las brumas
¡Cuántos siglos perdidas!

Al fondo de las tumbas
Al fondo de los mares
Al fondo del murmullo de los vientos
Al fondo del silencio
He aquí los signos
¡Cuánto tiempo olvidados!
Pero entonces amigo ¿qué vas a decirnos?
¿Quién ha de comprenderte? ¿De dónde vienes?
¿En dónde estabas? ¿En qué alturas en qué profundidades?
Andaba por la Historia del brazo con la muerte

Oh hermano, nada voy a decirte
Cuando hayas tocado lo que nadie puede tocar
Más que el árbol te gustará callar.

Sombra (Vicente Huidobro)

La sombra es un pedazo que se aleja
Camino de otras playas

En mi memoria un ruiseñor se queja
                    Ruiseñor de las batallas
                    Que canta sobre todas las balas

             HASTA CUANDO SANGRARÁN LA VIDA
La misma luna herida
No tiene sino una ala

                              El corazón hizo su nido
                              En medio del vacío

Sin embargo
           Al borde del mundo florecen las encinas
Y LA PRIMAVERA VIENE SOBRE LAS GOLONDRINAS