Uno se sienta de frente y se vacían los primeros vasos
lentamente, contemplando fijamente al rival con adversa mirada.
Después se espera el borboteo del vino. Se mira al vacío,
Bromeando. Si tiemblan todavía los músculos,
también le tiemblan al rival. Hay que esforzarse
para no beber de un trago y embriagarse de golpe.
Allende el bosque, se oye el bailable y se ven faroles
bamboleantes -sólo han quedado mujeres
en el entarimado. El bofetón asestado a la rubia
congregó a todo el mundo para regodearse con el lance.
Los rivales notaban en la boca un gusto de rabia
y de sangre; ahora notan el gusto del vino.
Para liarse a golpes, es preciso estar solos,
como para hacer el amor, pero siempre está la noche.
En el entarimado, los faroles de papel y las mujeres
no están quietos con el aire fresco. La rubia, nerviosa,
se sienta e intenta reír, pero se imagina un prado
en que los dos contienden y se desangran.
Les ha oído vocear más allá de la vegetación.
Melancólica, sobre el entarimado, una pareja de mujeres
pasea en círculo; alguna que otra rodea a la rubia
y se informan acerca de si en verdad le duele la cara.
Para liarse a golpes es preciso estar solos.
Entre los compañeros siempre hay alguno que charla
y es objeto de bromas. La porfía del vino
ni siquiera es un desahogo: uno nota la rabia
borboteando en el eructo y quemando el gaznate.
El rival, más sosegado, ase el vaso
y lo apura sin interrupción. Ha trasegado un litro
y acomete el segundo. El calor de la sangre,
al igual que una estufa, seca pronto los vasos.
Los compañeros en derredor tienen rostros lívidos
y oscilantes, las voces apenas se oyen.
Se busca el vaso y no está. Por esta noche
-incluso venciendo- la rubia regresa sola a casa.
El viejo tiene la tierra durante el día y, de noche,
tiene una mujer que es suya -que hasta ayer fue suya.
Le gustaba desnudarla, como quien abre la tierra,
y mirarla largo tiempo, boca arriba en la sombra,
esperando. La mujer sonreía con sus ojos cerrados.
Se ha sentado el viejo esta noche al borde
de su campo desnudo, pero no escruta la mancha
del seto lejano, no extiende su mano
para arrancar la hierba. Contempla entre los surcos
un pensamiento candente. La tierra revela
si alguien ha colocado sus manos sobre ella y la ha violado:
lo revela incluso en la oscuridad. Más no hay mujer viviente
que conserve el vestigio del abrazo del hombre.
El viejo ha advertido que la mujer sonríe
únicamente con los ojos cerrados, esperando supina,
y comprende de pronto que sobre su joven cuerpo
pasa, en sueños, el abrazo de otro recuerdo.
El viejo ya no contempla el campo en la sombra.
Se ha arrodillado, estrechando la tierra
como si fuese una mujer que supiera hablar.
Pero la mujer, tendida en la sombra, no habla.
Allí donde está tendida, con los ojos cerrados, la mujer no habla
ni sonríe, esta noche, desde la boca torcida
al hombro lívido. Revela en su cuerpo,
finalmente, el abrazo de un hombre: el único
que podría dejarle huella y que le ha borrado la sonrisa.
Bienvenidos a la página Literaria de Julie Paola Lizcano Roa. Aquí, podrán encontrar recopilación de textos de todo tipo de literatura, así mismo algunos textos de la creadora de este blog!
jueves, 23 de diciembre de 2010
Vendrá La Muerte Y Tendrá Tus Ojos (Cesar Pavese)
-esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola sobre ti misma te inclinas
en el espejo. Oh querida esperanza,
también ese día sabremos nosotros
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como contemplar en el espejo
el resurgir de un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Mudos, descenderemos en el remolino
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola sobre ti misma te inclinas
en el espejo. Oh querida esperanza,
también ese día sabremos nosotros
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como contemplar en el espejo
el resurgir de un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Mudos, descenderemos en el remolino
El Enemigo. (Antón Chéjov )
Es de noche, la criadita Varka, una chiquilla de trece años, mece en la cuna al niño, canturreando: Duerme, duerme, niño lindo, que viene el coco...
Una lámpara verde, encendida ante el icono, alumbra con luz débil e incierta. Colgados en una cuerda se ven unos pañales y un pantalón negro. La lámpara proyecta en el techo un gran círculo verde; las sombras de los pañales y el pantalón se agitan, como sacudidos por el viento, sobre la estufa, sobre la cuna y sobre Varka.
La atmósfera es densa. Huele a pieles y a sopa de col.
El niño llora. Está afónico de tanto llorar, pero sigue gritando cuanto le permiten sus fuerzas. Diríase que su llanto no va a acabar nunca.
Varka está muerta de sueño. A pesar de todos sus esfuerzos, sus ojos se cierran y, por más que intenta evitarlo, cabecea. Apenas puede mover los labios; siente el rostro como de madera y la cabeza pequeñita como la de un alfiler.
Duerme, duerme, niño lindo...
Se oye el canto monótono de un grillo escondido en una grieta de la estufa. En el cuarto inmediato roncan el maestro y el aprendiz Afanazy. La cuna, al mecerse, gime quejumbrosamente. Todos estos ruidos se mezclan con el canturreo de Varka en una música adormecedora, que es grato oír desde la cama. Pero Varka no puede acostarse, y la música la exaspera, pues le da sueño y ella no puede dormir. Si se durmiese los amos le pegarían.
La lámpara está a punto de apagarse. El círculo verde del techo y las sombras se agitan ante los ojos entrecerrados de Varka, en cuyo cerebro medio dormido surgen vagos recuerdos.
En ellos ve correr por el cielo nubes negras que lloran a gritos, como niños de teta. Pero el viento no tarda en barrerlas, y Varka ve un ancho camino, lleno de lodo, por el que transitan, en fila interminable, coches, gentes con talegos a la espalda y sombras. A uno y otro lado del camino, envueltos en la niebla hay bosques. De súbito, las sombras y los caminantes de los talegos se tienden en el lodo.
-¿Por qué hacéis eso? -les pregunta Varka.
-¡Para dormir! -le contestan- Queremos dormir.
Y se duermen como lirones.
Cuervos y urracas, posados en los alambres del telégrafo, se empeñan en despertarlos.
Duerme, duerme, niño lindo... canturrea Varka entre sueños.
Momentos después sueña hallarse en casa de su padre. La casa es angosta y oscura. Su padre, Efim Stepanov, fallecido hace tiempo, se revuelca por el suelo. Ella no lo ve, pero oye sus gemidos de dolor. Sufre tanto (de no se sabe qué enfermedad) que no puede hablar. Jadea y rechina los dientes.
-Bu-bu-bu-bu...
La madre de Varka corre a la casa señorial a anunciar que su marido está muriéndose. Pero, ¿por qué tarda tanto en volver? Hace largo rato que se ha ido y debía estar de vuelta ya.
Varka, acostada en la estufa, sueña que sigue oyendo quejarse y rechinar los dientes a su padre. Más he aquí que se acerca gente a la casa. Se oye un trotar de caballos. Los señores han enviado al joven médico a ver al moribundo. Entra. No se le ve en la obscuridad, pero se le oye toser y abrir la puerta.
-¡Encended alguna luz! -dice.
-¡Bu-bu-bu! —responde Efim, rechinando los dientes.
La madre de Varka va y viene por el cuarto, buscando cerillas. Reina el silencio durante algunos instantes. El médico saca del bolsillo una cerilla y la enciende.
-¡Espere un instante, señor doctor! -dice la madre.
Sale corriendo y vuelve a poco con un cabo de vela.
Las mejillas del moribundo están rojas, sus ojos brillan, sus miradas parecen hundirse extrañamente agudas en el médico, en las paredes.
-¿Qué te pasa, muchacho? -le pregunta el médico, inclinándose sobre él- ¿Hace mucho que estás enfermo?
-¡Estoy en las últimas, excelencia! -contesta, con mucho trabajo, Efim- No me hago ilusiones...
-¡Vamos, no digas sandeces! Ya verás como te curas...
-Gracias, excelencia; pero bien sé yo que no hay remedio... Cuando la muerte llama a la puerta, es inútil querer luchar contra ella...
El médico reconoce detenidamente al enfermo y declara:
-Yo no puedo hacer nada. hay que llevarlo al hospital para que lo operen. Pero sin perdida de tiempo. Aunque ya es muy tarde, no importa; te daré cuatro letras para el médico y te recibirá. ¡Pero enseguida, enseguida!
-Señor doctor, ¿y cómo va a ir? -pregunta la madre- No tenemos caballo.
-No importa; hablaré a los señores para que os dejen uno.
El médico se marcha, la vela se apaga y de nuevo se oye el rechinar de dientes del moribundo.
-Bu-bu-bu-bu...
Media hora después un coche se detiene ante la casa; lo mandan los señores para llevar a Efim al hospital. A poco el coche se aleja, conduciendo al enfermo. Por fin la noche acaba y sale el sol. La mañana es hermosa, clara. Varka se queda sola en casa; su madre se ha ido al hospital a ver cómo sigue el marido.
Se oye llorar a un niño, se oye también una canción:
Duerme, duerme, niño lindo...
A Varka le parece que la voz que canta es su propia voz. Su madre no tarda en regresar. Se persigna y dice:
-¡Acaban de operarlo, pero ha muerto! ¡Que Dios lo tenga en su gloria! El médico dice que ha sido demasiado tarde; que debía habérsele operado hace mucho tiempo.
Varka sale de la casa y se dirige al bosque. Pero, de pronto, siente un terrible manotazo en la nuca. Se despierta y ve con horror a su amo, que le grita:
-¡Ah, sinvergüenza! ¡El niño llorando y tú durmiendo!
Le da un tirón de orejas; ella sacude la cabeza como para ahuyentar el sueño irresistible y empieza de nuevo a mecer la cuna, canturreando con voz ahogada. El círculo verde del techo y las sombras siguen produciendo un efecto adormecedor en Varka, que, cuando su amo se va, torna a dormirse. Y empieza otra vez a soñar.
Ve de nuevo el camino enlodado. Infinidad de gente, cargada con talegos, yace dormida en la tierra. Varka quiere acostarse también; pero su madre, que camina a su lado, no la deja; ambas se dirigen a la ciudad en busca de trabajo.
-¡Una limosna por el amor de Dios! -implora la madre a los caminantes- ¡Tened compasión de nosotros, buenos cristianos!
-¡Dame el niño! -grita de pronto una voz que le es muy conocida- ¡Ya te has dormido otra vez, sinvergüenza!
Varka se levanta bruscamente, mira en torno suyo y se da cuenta de la realidad. No hay camino ni caminantes, ni su madre está junto a ella; sólo ve a su ama que ha venido a darle teta al niño.
Mientras el niño mama, Varka, en pie, espera que acabe. el aire empieza a azulear tras los cristales, el círculo verde del techo y las sombras van palideciendo. La noche cede el paso a la mañana.
-¡Toma el niño! -ordena a los pocos minutos el ama, abotonándose la camisa- Siempre está llorando. ¡No sé qué le pasa!
Varka coge el niño, lo acuesta en la cuna, y empieza otra vez a mecerlo. El círculo verde y las sombras, menos perceptibles a cada instante, no ejercen ya ningún influjo sobre su cerebro. Sin embargo, sigue teniendo sueño. Su necesidad de dormir es imperiosa, irresistible. Apoya la cabeza en el bordee de la cuna y balancea el cuerpo siguiendo el ritmo del mueble, para despabilarse. Pero los ojos se le cierran y siente en la frente un peso plúmbeo.
-¡Varka, enciende la estufa! -grita el ama al otro lado de la puerta.
Es de día. Hay que empezar el trabajo.
Varka deja la cuna y va por leña al cobertizo. Se anima un poco; es más fácil resistir el sueño andando que sentado. Lleva leña y enciende la estufa. La niebla que envolvía su cerebro se va disipando.
-¡Varka, prepara el samovar! -grita el ama.
Varka empieza a encender astillas, pero su ama la interrumpe con una nueva orden:
-¡Varka, limpia los chanclos del amo!
Varka, mientras limpia los chanclos, sentada en el suelo, piensa que sería delicioso meter la cabeza en uno de aquellos zapatones para dormir un rato. De pronto, el chanclo que estaba limpiando crece, se hincha, llena toda la estancia. Varka suelta el cepillo y empieza a dormirse; pero hace un nuevo esfuerzo, sacude la cabeza y abre los ojos cuanto puede, para evitar que los trastos que hay a su alrededor sigan moviéndose y creciendo.
-¡Varka, ve a lavar la escalera! -ordena el ama a voces- Está tan cochina, que cuando sube un parroquiano la cara me cae de vergüenza.
Varka lava la escalera, barre las habitaciones, enciende después otra estufa, corre varias veces a la tienda. Son tantos sus quehaceres que no tiene un momento libre. Lo que más esfuerzo le cuesta es permanecer en pie, inmóvil, ante la mesa de la cocina, mondando patatas. Su cabeza se inclina, sin que ella lo pueda evitar, hacia la mesa; las patatas cobran formas fantásticas; su mano no puede sostener el cuchillo. Sin embargo, es necesario no dejarse vencer por el sueño, pues allí está el ama, gorda, malévola, chillona. Hay momentos en que a la pobre muchacha la acomete un violenta tentación de tenderse en el suelo y dormir, dormir, dormir...
Varka, mirando como las tinieblas enlutan las ventanas, se aprieta las sienes, que se siente como de madera, y sonríe de un modo estúpido, sin ningún motivo. Las tinieblas acarician sus ojos y hacen renacer en su alma la esperanza de poder dormir.
Aquella noche hay visitas en la casa.
-¡Varka, enciende el samovar! -grita el ama.
El samovar es muy pequeño y, para que todos puedan tomar té, hay que encenderlo cinco veces. Luego Varka, en pie, espera órdenes, fijos los ojos en los visitantes.
-¡Varka, ve por vodka! Varka, ¿dónde está el sacacorchos? ¡Varka, limpia un arenque!
Por fin las visitas se marchan. Se apagan las luces. Los amos se acuestan.
-¡Varka, mece al niño! -es la última orden.
El grillo canta en la estufa. El círculo verde en el techo y las sombras vuelven a agitarse ante los ojos, medio cerrados, de Varka y a envolverle el cerebro en una niebla.
Duerme, duerme, niño lindo... canturrea la pobre muchacha con voz soñolienta...
El niño berrea tanto que está a dos dedos de encanarse.
Varka, medio dormida, sueña con el ancho camino enlodado, con los caminantes de las talegas, con su madre, con su padre moribundo. No puede darse cuenta de lo que pasa en torno suyo. Sólo sabe que hay algo que la paraliza, pesa sobre ella, le impide vivir. Abre los ojos, tratando de inquirir qué fuerza, qué potencia es esa, y no saca nada en limpio.
Agotada mira el círculo verde, las sombras. En ese momento oye gritar al niño y piensa:
Ése es el enemigo que me impide vivir.
El enemigo es el niño.
Varka se echa a reír. ¿Cómo no se le había ocurrido hasta ahora una idea tan sencilla? Completamente absorbida por tal idea, se levanta y, sonriente, da algunos pasos por la estancia. La llena de gozo el pensar que va a librarse en seguida del niño enemigo. Lo matará y podrá dormir todo lo que quiera.
Riendo, guiñando los ojos, se acerca sigilosamente a la cuna y se inclina sobre el niño. Con las dos manos le atenaza el cuello. El niño se pone azul y a los pocos instantes muere.
Varka, entonces, alegre, feliz, se tiende en el suelo y se queda inmediatamente dormida, con un sueño profundo...
Dones para donar (Rodolfo Alonso)
Te doy lo que me dieron:
aquel sagrado olor
a la tierra mojada,
y esa voz que es el viento
entre las ramas altas.
Devuelvo lo que tuve:
los árboles hermanos,
las flores que modula
la niebla, el grillo, el pájaro
cantando en la garúa.
Ni herencia, ni legado.
Sólo pasión y tiempo.
La intensa vida, el aire,
la mañana radiante
y cielos en los ojos.
No nos llevamos nada.
¿Es que lo merecimos?
La llama del instante,
colores en el sol,
el crepúsculo juntos.
El fuego de la hoguera
donde vamos ardiendo.
¿Y veo lo que me ve?
En el momento justo,
el liso resplandor
del neto mediodía
sobre una mesa blanca
y frutas entonadas
como parientes próximos:
la luz, la gama, el iris,
limones con bananas
y la manzana verde.
En la lluvia cabemos
instantáneos, de pronto,
íntimos y gregarios,
cercanos y distantes.
La lluvia es nuestro templo.
La canción evidente,
la palabra encarnada,
lo que llegó de afuera
porque sonaba dentro.
¿O es que no somos, lengua?
Y el fuego de la especie,
horizonte y pasado.
aquel sagrado olor
a la tierra mojada,
y esa voz que es el viento
entre las ramas altas.
Devuelvo lo que tuve:
los árboles hermanos,
las flores que modula
la niebla, el grillo, el pájaro
cantando en la garúa.
Ni herencia, ni legado.
Sólo pasión y tiempo.
La intensa vida, el aire,
la mañana radiante
y cielos en los ojos.
No nos llevamos nada.
¿Es que lo merecimos?
La llama del instante,
colores en el sol,
el crepúsculo juntos.
El fuego de la hoguera
donde vamos ardiendo.
¿Y veo lo que me ve?
En el momento justo,
el liso resplandor
del neto mediodía
sobre una mesa blanca
y frutas entonadas
como parientes próximos:
la luz, la gama, el iris,
limones con bananas
y la manzana verde.
En la lluvia cabemos
instantáneos, de pronto,
íntimos y gregarios,
cercanos y distantes.
La lluvia es nuestro templo.
La canción evidente,
la palabra encarnada,
lo que llegó de afuera
porque sonaba dentro.
¿O es que no somos, lengua?
Y el fuego de la especie,
horizonte y pasado.
martes, 21 de diciembre de 2010
Villancico (Alonso de Ledesma)
El perdido que es perdido,
por buscar a quien se pierde,
que se pierda, ¿qué se pierde?.
Que se pierda, que os perdáis,
niño, cuando vos queréis,
pues por ganarme os perdéis
y tan cierto me ganáis.
Si el tiempo tan bien gastáis
en buscar a quien se pierde,
que se pierda, ¿qué se pierde?.
¿Qué se pierde (bien mirado)
si ha recoger ha venido
al más ganado perdido,
al más perdido ganado?.
Quien tan bien anda ocupado
en buscar a quien se pierde,
que se pierda, ¿qué se pierde?.
Gutierre de Cetina
Cubrir los bellos ojos
con la mano que ya me tiene muerto,
cautela fue por cierto,
que ansí doblar pensastes mis enojos.
Pero de tal cautela
harto mayor ha sido el bien que el daño,
que el resplandor extraño
del sol se puede ver mientra se cela.
Así que aunque pensastes
cubrir vuestra beldad, única, inmensa,
yo os perdono la ofensa,
pues, cubiertos, mejor verlos dejastes.
Rodrigo Caro
Esto, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa.
Aquí de Cipïón la vencedora
colonia fue. Por tierra derribado
yace el temido honor de la espantosa
muralla, y lastimosa
reliquia es solamente.
De su invencible gente
sólo quedan memorias funerales, donde erraron ya sombras de alto ejemplo.
Este llano fue plaza; allí fue templo;
de todo apenas quedan señales.
Del gimnasio y las termas regaladas
leves vuelan cenizas desdichadas;
las torres que desprecio al aire fuero
a su gran pesadumbre se rindieron.
Francisco de Quevedo
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;
mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
hora a su afán ansioso lisonjera;
mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
Cuartetos ( Francisco González Léon)
Aunque el uno es insomne,
y el otro un somnolente,
el gato y el grillo se parecen
en que buscan del fogón
la ceniza caliente.
Ron, ron del gato;
del grillo el cri, cri persistente;
límpida noche en enero
temblando en estrellas.
Cruzado de brazos
el gato medita;
y el grillo parece
que está de rodillas.
Penumbras friolentas
enturbian mi estancia.
Roto sedimento de amarga fragancia
vaga en el recuerdo
de vieja ilusión.
Hay algo que vuela
y algo que se esconde.
Y en estos instantes
que el tiempo alargó,
callan dos silencios
y hablan dos rumores:
el gato y el grillo;
las sombras,
y yo.
y el otro un somnolente,
el gato y el grillo se parecen
en que buscan del fogón
la ceniza caliente.
Ron, ron del gato;
del grillo el cri, cri persistente;
límpida noche en enero
temblando en estrellas.
Cruzado de brazos
el gato medita;
y el grillo parece
que está de rodillas.
Penumbras friolentas
enturbian mi estancia.
Roto sedimento de amarga fragancia
vaga en el recuerdo
de vieja ilusión.
Hay algo que vuela
y algo que se esconde.
Y en estos instantes
que el tiempo alargó,
callan dos silencios
y hablan dos rumores:
el gato y el grillo;
las sombras,
y yo.
Elegía a Ramón Sijé (Miguel Hernandez)
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me
ha muerto como el rayo, Ramón Sijé,
con quien tanto quería.)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas,
y órganos mi dolor sin instrumentos,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler, me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo voy
de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano está rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes,
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero mirar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera,
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas
y tu sangre se irá a cada lado,
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas,
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
ha muerto como el rayo, Ramón Sijé,
con quien tanto quería.)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas,
y órganos mi dolor sin instrumentos,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler, me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo voy
de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano está rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes,
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero mirar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera,
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas
y tu sangre se irá a cada lado,
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas,
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
lunes, 20 de diciembre de 2010
Recuerdo De Marie A. (Bertolt Brecht)
1
En aquel día de luna azul de septiembre
en silencio bajo un joven ciruelo
estreché a mi pálido amor callado
entre mis brazos como un sueño bendito.
Y por encima de nosotros en el hermoso cielo estival
había una nube, que contemplé mucho tiempo;
era muy blanca y tremendamente alta
y cuando volví a mirar hacia arriba, ya no estaba.
2
Desde aquel día muchas, muchas lunas
se han zambullido en silencio y han pasado.
Los ciruelos habrán sido arrancados
y si me preguntas ¿qué fue de aquel amor?
entonces te contesto: no consigo acordarme,
pero aun así, es cierto, sé a qué te refieres.
Aunque su rostro, de verdad, no lo recuerdo,
ahora sé tan sólo que entonces la besé.
3
Y también el beso lo habría olvidado hace tiempo
de no haber estado allí aquella nube;
a ella sí la recuerdo y siempre la recordaré,
era muy blanca y venía de arriba.
Puede que los ciruelos todavía florezcan
y que aquella mujer tenga ya siete hijos,
pero aquella nube floreció sólo algunos minutos
y cuando miré a lo alto se estaba desvaneciendo en el viento.
En aquel día de luna azul de septiembre
en silencio bajo un joven ciruelo
estreché a mi pálido amor callado
entre mis brazos como un sueño bendito.
Y por encima de nosotros en el hermoso cielo estival
había una nube, que contemplé mucho tiempo;
era muy blanca y tremendamente alta
y cuando volví a mirar hacia arriba, ya no estaba.
2
Desde aquel día muchas, muchas lunas
se han zambullido en silencio y han pasado.
Los ciruelos habrán sido arrancados
y si me preguntas ¿qué fue de aquel amor?
entonces te contesto: no consigo acordarme,
pero aun así, es cierto, sé a qué te refieres.
Aunque su rostro, de verdad, no lo recuerdo,
ahora sé tan sólo que entonces la besé.
3
Y también el beso lo habría olvidado hace tiempo
de no haber estado allí aquella nube;
a ella sí la recuerdo y siempre la recordaré,
era muy blanca y venía de arriba.
Puede que los ciruelos todavía florezcan
y que aquella mujer tenga ya siete hijos,
pero aquella nube floreció sólo algunos minutos
y cuando miré a lo alto se estaba desvaneciendo en el viento.
domingo, 19 de diciembre de 2010
Escrito de Osho
Saraha es el fundador del Tantra así como Bodhidharma es el fundador del Zen.
Si yo tuviera que contar con mis dedos, cinco de los factores de la humanidad, sería uno de ellos.
Saraha nació en Vidarbha, en Maharashtra, muy cerca de Poona. Era hijo de un brahmin erudito que estaba en la corte del rey Mahapala... El rey estaba dispuesto a dar su propia hija a Saraha, pero Saraha quería renunciar, quería ser sannyasin. El se hizo discípulo de Sri Kirti, un budista. Lo primero que Sri Kirti le dijo a Saraha fue que dejara todos los vedas, que dejara atrás toda su sabiduría.
Los años pasaron y Saraha se transformó en un gran meditante. Un día, cuando estaba meditando, tuvo la visión de una mujer que estaba en el mercado, que iba a ser su verdadera maestra. Sri Kirti lo había puesto justo en el camino, pero la verdadera enseñanza iba a venir de una mujer. Entonces le dijo a Sri Kirti: `Tú has limpiado mi pizarra, ahora estoy listo para hacer la otra mitad de mi trabajo`. Y partió con las bendiciones de Kirti, que estaba feliz.
Encontró a la mujer de su visión en el mercado. Ella estaba haciendo un arco. Se dedicaba a hacer arcos. Era una mujer de clase baja, de casta baja. Para Saraha, que era un brahmin erudito que había pertenecido a la corte del rey, ir a una mujer que se dedicaba a hacer arcos, era simbólico. El erudito tiene que ir a lo vital, el plástico tiene que ir a lo real.
Vio a esta mujer, una mujer joven, llena de vida, radiante de vida, que estaba cortando el eje del arco, totalmente absorta en lo que estaba haciendo. El inmediatamente sintió algo extraordinario en su presencia... estaba absolutamente abstraída en su acción.
Saraha la miró atentamente. Una vez que el arco estuvo listo, la mujer cerrando un ojo y abriendo el otro, asumió la postura de estar apuntando a un objetivo invisible, a un blanco invisible...
Y algo sucedió, algo como una comunión. En ese preciso momento, el significado espiritual de lo que ella estaba haciendo, se le representó a Saraha. El no la vio por mirar a la derecha, ni por mirar a la izquierda. El había escuchado tantas veces, él había oído, pensado, discutido con otros acerca de ésto: que estar en el centro es lo correcto, y ahora por primera vez, lo vio en acción y estaba tan absolutamente abstraída, tan totalmente en la acción, que comprendió claramente este mensaje budista: ser total en la acción es estar totalmente libre en la acción. Sé total y serás libre. La belleza, la luminosidad de la mujer vino por su total abstracción. Por primera vez él entendió que la meditación no era sentarse por un tiempo especial y repetir un mantra; tampoco ir a la iglesia o al templo o a la mezquita, sino estar con vida, continuar haciendo cosas triviales, pero con tal abstracción, que la profundidad es revelada en cada acción. El lo podía sentir, incluso lo podría haber tocado...
Saraha se transformó en un tantrika bajo la guía de la mujer arquera, un discípulo y un maestro. Es un romance de amor del alma. Saraha había encontrado su compañera del alma. Ellos encontraron un amor tremendo, un amor grande, que rara vez sucede en la tierra. Ella le enseñó Tantra... Saraha primero tuvo que dejar los vedas, las escrituras, el conocimiento. Ahora dejó incluso la meditación. Ahora la celebración era su estilo de vida total.
Saraha y la mujer que hacía arcos fueron a un campo de cremación y vivieron juntos. Vivir en un campo de cremación y celebrar, vivir dónde sólo la muerte ocurre y vivir felices. Si tú puedes ser feliz, si tú puedes celebrar allí, entonces la felicidad radiante ocurre en ti. Ahora es incondicional. El juego entró en el ser de Saraha y a través del juego, la verdadera religión nació.
miércoles, 15 de diciembre de 2010
Homenaje a Jerónimo Bosco (Jean Cocteau)
Tú quien tú que tú con tu techumbre panza de cornamusa
La escalera de rana y la bula del Papa
Y los misteriosos viñedos de Príapo
Y la vergüenza de la pareja del unicornio desnudo
Y el vergel absurdo y la comitiva en marcha
Hacia sí misma y el viento en una vela de hueso
Soplado por el trasero de un patriarca
Que te empuja hacia el Escorial Dioniso
Y tu risa escondida tras una mano virgen
Y el mundo espantado por el rayo de un pedo
Los paraísos perdidos y las lágrimas de cirio
Formando un lago debajo de lo más sospechoso
La escalera de rana y la bula del Papa
Y los misteriosos viñedos de Príapo
Y la vergüenza de la pareja del unicornio desnudo
Y el vergel absurdo y la comitiva en marcha
Hacia sí misma y el viento en una vela de hueso
Soplado por el trasero de un patriarca
Que te empuja hacia el Escorial Dioniso
Y tu risa escondida tras una mano virgen
Y el mundo espantado por el rayo de un pedo
Los paraísos perdidos y las lágrimas de cirio
Formando un lago debajo de lo más sospechoso
The Swan of my Youth
I awoke in the middle of a summer night,
To see her resting outside my window,
Reposing on a patch of lilacs, crashed
Flowers under her sparse plumage, looking out-of-place,
And out-of-time, depleted after many summers
Of migrating between the many lakes,
Searching for food or friendship or refuge from
The ill-tempered geese.
Unfurling her long neck, she assumed the pale moon,
And conveyed her solemn song with dignity.
My mother painted a self-portrait
That now hangs in my apartment,
I am staring at that painting now,
Remembering how, in her final days,
She retreated into her room,
And held herself there--above all of nature--
Without the taint of fear.
I remember when I rushed into her room, crying
How she poised herself,
Without a single feather stirring.
Jason y el vellocino de oro El Oro en la Mitologia Griega
Frixo, hijo del rey de Beocia, comarca de la Grecia oriental, había sido maltratado por su madrastra, así que su propia madre dispuso que su hermana y él escapasen a lomos de un carnero alado cuyo vellón era de oro puro, preciado don que ella habla recibido de Hermes (por servicios no precisados).
Difícilmente podría haber sido cómodo el viaje, porque el vellocino de oro tenía que pesar mucho incluso para un carnero proporcionado por Hermes. Ah parecer, Hele, la hermana de Frixo, se mateó y, careciendo de los medios de la aeronáutica moderna, cayó del carnero y se precipitó al mar. El paraje en donde se ahogó fue llamado Helesponto en su honor.
Frixo prosiguió el vuelo. Tras recorrer más de 1.000 Km. fue al fin depositado por el carnero en la Cólquida, una región emplazada en la orilla del extremo oriental del mar Negro. Dichoso de hallarse sano y salvo, sacrificó el carnero a Zeus y ofreció el vellocino al rey de la comarca, Eetes. Éste se mostró encantado porque un oráculo le había dicho que su vida dependía de la posesión de ese vellón.
En consecuencia, clavó el vellocino de oro en un árbol de un bosquecillo sagrado y contrató a un dragón enorme y sanguinario para que lo guardara. Mientras tanto, en la Grecia septentrional, un rey llamado Pelias decidió que había llegado el momento de desembarazarse de su sobrino Jasón, un joven apuesto y popular que reivindicaba el derecho de su familia al trono. Pelias dijo a Jasón que podría conseguirlo si antes realizaba una hazaña «apropiada para tu juventud e inalcanzable a mis años E...] Trae el vellocino del carnero de oro y conseguirás el reino y el cetro».
Pelias nunca imaginó que Jasón triunfaría y volvería un día con su magnífica presa; al contrario, estaba seguro de que perecería en el camino o al menos en las fauces del dragón guardián. Jasón se apoderó del vellocino de oro con la ayuda de sus compañeros, los argonautas, pero sólo tras una larga serie de aventuras espeluznantes. Incluso habría fracasado de no haber sido por la ayuda de la hechicera Medea, hija de Eetes. Ella había sido alcanzada por un dardo de Eros y estaba locamente enamorada de Jasón, así que utilizó toda su arte de magia para llamar la atención de éste.
Jasón se sintió lo bastante tentado como para ofrecerse a llevarla consigo a Grecia, pero con la condición de que le ayudara a obtener el vellocino de oro. Aunque le amase mucho, Medea no quería ceder ante lo que podía ser un engaño.
«0h, extranjero! —le dijo—. ¡Jura por tus dioses y en presencia de tus amigos que no me abandonarás cuando me encuentre sola, extraña en tu tierra!» Jasón juró que la convertiría en su «legítima esposa» en cuanto llegaran a Grecia. Como tales juramentos tenían una garantía tan firme como la de los contratos escritos de nuestra época, Medea infundió al dragón un profundo sueño, mientras Jasón retiraba del árbol el vellocino de oro. La historia no tiene un final feliz, debido a la ambición de Jasón. Lo que le interesaba desde el principio era convertirse en rey de su patria.
Arriesgó su propia vida y la de sus compañeros en la búsqueda de una piel de carnero cubierta de polvo áureo. Utilizó a la hija de un rey para que le diera hijos y prometió casarse con ella. Cuando regresó a Grecia y descubrió que no podía acceder al trono, huyó con Medea a Corinto. Allí procedió a cortejar a la hija del rey Creonte, pero le dijo a su esposa que obraba así sólo porque Creonte había accedido a su compromiso matrimonial con la princesa.
Cuando Medea, in consolable, le recordó el solemne juramento que había hecho en la Cólquida, Jasón se justificó diciendo que sus hijos gozarían de un futuro espléndido ya que su prometida tenía en Corinto mejores relaciones sociales y políticas que Medea. El único alivio que le brindó fue algo de oro y el pedirle a unos amigos que le proporcionasen hospitalidad. Medea deshizo sus planes. Con una estratagema muy adecuada para la ocasión, confeccionó un espléndido traje con paño de oro y lo empapó en veneno. Luego lo ofreció a la novia. Encantada al contemplar semejante vestido, la desdichada joven se lo puso, sujetó a sus cabellos la guirnalda de oro y sufrió una muerte horrible.
Medea completó entonces su acto de venganza matando a sus propios hijos y escapó después por los aires en un carro tirado por un dragón al que había hechizado. Jasón, por su parte, se arrojó sobre su espada y pereció en el umbral de su casa. El oro del vellocino de Eetes había prometido poder a Jasón. Ese poder le ganó una princesa que le prometía un trono. Pero, al final, fue el oro lo que le arrebató tanto la novia como su futuro.
lunes, 13 de diciembre de 2010
Cree... (Carpe diem)
Mira siempre de frente al horizonte
y si vuelves la vista a tus espaldas,
que sea para hundir el mal del hombre
que quebró tu cariño y tu esperanza.
Sigue siempre adelante, que el camino
se abre más amplio cada vez que pasas.
La luz es para todos, y el destino
nos prueba a veces, y otras nos encauza.
No esperes vanas ilusiones muertas,
no creas más en lo que tú batallas,
que cuando tu morada esté desierta,
muy pocos buscarán recuperarla.
Pero cree en la vida porque es bella
y en la gente que de tí no se separa.
Cree en la flor, el niño, las estrellas
y cree en Dios porque jamás te falla.
y si vuelves la vista a tus espaldas,
que sea para hundir el mal del hombre
que quebró tu cariño y tu esperanza.
Sigue siempre adelante, que el camino
se abre más amplio cada vez que pasas.
La luz es para todos, y el destino
nos prueba a veces, y otras nos encauza.
No esperes vanas ilusiones muertas,
no creas más en lo que tú batallas,
que cuando tu morada esté desierta,
muy pocos buscarán recuperarla.
Pero cree en la vida porque es bella
y en la gente que de tí no se separa.
Cree en la flor, el niño, las estrellas
y cree en Dios porque jamás te falla.
A eso... (Carpe diem)
de fracasar y volver a comenzar,
de seguir un camino y tener que torcerlo,
de encontrar el dolor y tener que afrontarlo.
A eso no le llames adversidad, llámale sabiduría.
A eso de sentir la mano de Dios y saberte impotente,
de fijarte una meta y tener que seguir otra,
de huir de una prueba y tener que encararla,
de planear un vuelo y tener que recortarlo.,
de aspirar y no poder,
de querer y no saber,
de avanzar y no llegar.
A eso no le llames castigo, llámale enseñanza.
A eso de pasar juntos días radiantes,
días felices y días tristes,
días de soledad y días de compañía.
A eso no le llames rutina, llámale experiencia.
A eso de que tus ojos miren y tus oídos oigan,
tu cerebro funcione y tus manos trabajen,
tu alma irradie, tu sensibilidad sienta, y tu corazón ame.
A eso, no le llames poder humano, llámale milagro divino...
de seguir un camino y tener que torcerlo,
de encontrar el dolor y tener que afrontarlo.
A eso no le llames adversidad, llámale sabiduría.
A eso de sentir la mano de Dios y saberte impotente,
de fijarte una meta y tener que seguir otra,
de huir de una prueba y tener que encararla,
de planear un vuelo y tener que recortarlo.,
de aspirar y no poder,
de querer y no saber,
de avanzar y no llegar.
A eso no le llames castigo, llámale enseñanza.
A eso de pasar juntos días radiantes,
días felices y días tristes,
días de soledad y días de compañía.
A eso no le llames rutina, llámale experiencia.
A eso de que tus ojos miren y tus oídos oigan,
tu cerebro funcione y tus manos trabajen,
tu alma irradie, tu sensibilidad sienta, y tu corazón ame.
A eso, no le llames poder humano, llámale milagro divino...
domingo, 12 de diciembre de 2010
Piedritas en mi ventana (Mario Benedetti)
tira piedritas contra mi ventana
quiere avisarme que está ahí esperando
pero me siento calmo
casi diría ecuánime
voy a guardar la angustia en un escondite
y luego a tenderme cara al techo
que es una posición gallarda y cómoda
para filtrar noticias y creerlas
quién sabe dónde quedan mis próximas huellas
ni cuándo mi historia va a ser computada
quién sabe qué consejos voy a inventar aún
y qué atajo hallaré para no seguirlos
está bien no jugaré al desahucio
no tatuaré el recuerdo con olvidos
mucho queda por decir y callar
y también quedan uvas para llenar la boca
está bien me doy por persuadido
que la alegría no tire más piedritas
abriré la ventana
abriré la ventana.
viernes, 10 de diciembre de 2010
Elegir mi paisaje (Mario Benedetti)
Si pudiera elegir mi paisaje
de cosas memorables,mi paisaje
de otoño desolado,
elegiría, robaría esta calle
que es anterior a mí y a todos.
Ella devuelve mi mirada inservible,
la de hace apenas quince o veinte años
cuando la casa verde envenenaba el cielo.
Por eso es cruel dejarla recién atardecida
con tantos balcones como nidos a solas
y tantos pasos como nunca esperados.
Aquí estarán siempre, aquí, los enemigos,
los espías aleves de la soledad,
las piernas de mujer que arrastran a mis ojos
lejos de la ecuación dedos incógnitas.
Aquí hay pájaros, lluvia, alguna muerte,
hojas secas, bocinas y nombres desolados,
nubes que van creciendo en mi ventana
mientras la humedad trae lamentos y moscas.
Sin embargo existe también el pasado
con sus súbitas rosas y modestos escándalos
con sus duros sonidos de una ansiedad cualquiera
y su insignificante comezón de recuerdos.
Ah si pudiera elegir mi paisaje
elegiría, robaría esta calle,
esta callerecién atardecida
en la que encarnizadamente revivo
y de la que sé con estricta nostalgia
el número y el nombre de sus setenta árboles.
Crepúsculo (José asunción Silva )
En la tarde, en las horas del divino
crepúsculo sereno,
se pueblan de tinieblas los espacios
y las almas de sueños.
Sobre un fondo de tonos nacarados
la silueta del templo
las altas tapias del jardín antiguo
y los árboles negros,
cuyas ramas semejan un encaje
movidas por el viento
se destacan oscuras, melancólicas
como un extraño espectro!
En estas horas de solemne calma
vagan los pensamientos
y buscan a la sombra de lo ignoto
la quietud y el silencio.
Se recuerdan las caras adoradas
de los queridos muertos
que duermen para siempre en el sepulcro
y hace tanto no vemos.
Bajan sobre las cosas de la vida
las sombras de lo eterno
y las almas emprenden su viaje
al país del recuerdo.
También vamos cruzando lentamente
de la vida el desierto
también en el sepulcro helada sima
más tarde dormiremos.
Que en la tarde, en las horas del divino
crepúsculo sereno
se pueblan de tinieblas los espacios
y las almas de sueños!
Vejeces (José asunción Silva)
Las cosas viejas, tristes, desteñidas,
sin voz y sin color, saben secretos
de las épocas muertas, de las vidas
que ya nadie conserva en la memoria,
y a veces a los hombres, cuando inquietos
las miran y las palpan, con extrañas
voces de agonizante dicen, paso,
casi al oído, alguna rara historia
que tiene oscuridad de telarañas,
son de laúd, y suavidad de raso.
¡Colores de anticuada miniatura,
hoy, de algún mueble en el cajón, dormida;
cincelado puñal; carta borrosa,
tabla en que se deshace la pintura
por el tiempo y el polvo ennegrecida;
histórico blasón, donde se pierde
la divisa latina, presuntuosa,
medio borrada por el liquen verde;
misales de las viejas sacristías;
de otros siglos fantásticos espejos
que en el azogue de las lunas frías
guardáis de lo pasado los reflejos;
arca, en un tiempo de ducados llena,
crucifijo que tanto moribundo,
humedeció con lágrimas de pena
y besó con amor grave y profundo;
negro sillón de Córdoba; alacena
que guardaba un tesoro peregrino
y donde anida la polilla sola;
sortija que adornaste el dedo fino
de algún hidalgo de espadín y gola;
mayúsculas del viejo pergamino;
batista tenue que a vainilla hueles;
seda que te deshaces en la trama
confusa de los ricos brocateles;
arpa olvidada que al sonar, te quejas;
barrotes que formáis un monograma
incomprensible en las antiguas rejas,
el vulgo os huye, el soñador os ama
y en vuestra muda sociedad reclama
las confidencias de las cosas viejas!
El pasado perfuma los ensueños
con esencias fantásticas y añejas
y nos lleva a lugares halagüeños
en épocas distantes y mejores,
por eso a los poetas soñadores,
les son dulces, gratísimas y caras,
las crónicas, historias y consejas,
las formas, los estilos, los colores
las sugestiones místicas y raras
y los perfumes de las cosas viejas!
Los heraldos Negros (Cesar Vallejo)
Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé.
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… Yo no sé.
Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como un charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes … Yo no sé!
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