jueves, 27 de enero de 2011

Chau numero trece (Mario Benedetti)

Te dejo con tu vida
tu trabajo
tu gente
con tus puestas de sol
y tus amaneceres
sembrando tu confianza
te dejo junto al mundo
derrotando imposibles
seguro sin seguro
te dejo frente al mar
descifrándote a solas
sin mi pregunta a ciegas
sin mi respuesta rota
te dejo sin mis dudas
pobres y malheridas
sin mis inmadureces
sin mi veteranía
pero tampoco creas
a pie juntillas todo
no creas nunca creas
este falso abandono
estaré donde menos
lo esperes
por ejemplo
en un árbol añoso
de oscuros cabeceos
estaré en un lejano
horizonte sin horas
en la huella del tacto
en tu sombra y mi sombra
estaré repartido
en cuatro o cinco pibes
de esos que vos mirás
y enseguida te siguen
y ojalá pueda estar
de tu sueño en la red
esperando tus ojos
y mirándote.

Ausencia de Dios (Mario Benedetti)

Digamos que te alejas definitivamente
hacia el pozo de olvido que prefieres,
pero la mejor parte de tu espacio,
en realidad la única constante de tu espacio,
quedará para siempre en mí, doliente,
persuadida, frustrada, silenciosa,
quedará en mí tu corazón inerte y sustancial,
tu corazón de una promesa única
en mí que estoy enteramente solo sobreviviéndote.

Después de ese dolor redondo y eficaz,
pacientemente agrio, de invencible ternura,
ya no importa que use tu insoportable ausencia
ni que me atreva a preguntar si cabes
como siempre en una palabra.

Lo cierto es que ahora ya no estás en mi noche
desgarradoramente idéntica a las otras
que repetí buscándote, rodeándote.
Hay solamente un eco irremediable
de mi voz como niño, esa que no sabía.

Ahora qué miedo inútil, qué vergüenza
no tener oración para morder,
no tener fe para clavar las uñas,
no tener nada más que la noche,
saber que dios se muere, se resbala,
saber que dios retrocede con los brazos cerrados,
con los labios cerrados, con la niebla,
como un campanario atrozmente en ruinas
que desandara siglos de ceniza.

Es tarde. Sin embargo yo daría
todos los juramentos y las lluvias,
las paredes con insultos y mimos,
las ventanas de invierno, el mar a veces,
por no tener tu corazón en mí,
tu corazón inevitable y doloroso
en mí que estoy enteramente solo
sobreviviéndote.

Asunción de ti (Mario Benedetti)

1
Quién hubiera creído que se hallaba
sola en el aire, oculta,
tu mirada.
Quién hubiera creído esa terrible
ocasión de nacer puesta al alcance
de mi suerte y mis ojos,
y que tú y yo iríamos, despojados
de todo bien, de todo mal, de todo,
a aherrojarnos en el mismo silencio,
a inclinarnos sobre la misma fuente
para vernos y vernos
mutuamente espiados en el fondo,
temblando desde el agua,
descubriendo, pretendiendo alcanzar
quién eras tú detrás de esa cortina,
quién era yo detrás de mí.
Y todavía no hemos visto nada.
Espero que alguien venga, inexorable,
siempre temo y espero,
y acabe por nombrarnos en un signo,
por situarnos en alguna estación
por dejarnos allí, como dos gritos
de asombro.
Pero nunca será. Tú no eres ésa,
yo no soy ése, ésos, los que fuimos
antes de ser nosotros.
Eras sí pero ahora
suenas un poco a mí.
Era sí pero ahora
vengo un poco de ti.
No demasiado, solamente un toque,
acaso un leve riesgo familiar,
pero que fuerce a todos a abarcarnos
a ti y a mí cuando nos piensen solos.
2
Hemos llegado al crepúsculo neutro
donde el día y la noche se funden y se igualan.
Nadie podrá olvidar este descanso.
Pasa sobre mis párpados el cielo fácil
a dejarme los ojos vacíos de ciudad.
No pienses ahora en el tiempo de agujas,
en el tiempo de pobres desesperaciones.
Ahora sólo existe el anhelo desnudo,
el sol que se desprende de sus nubes de llanto,
tu rostro que se interna noche adentro
hasta sólo ser voz y rumor de sonrisa.
3
Puedes querer el alba
cuando ames.
Puedes
venir a reclamarte como eres.
He conservado intacto tu paisaje.
Lo dejaré en tus manos
cuando éstas lleguen, como siempre,
anunciándote.
Puedes
venir a reclamarte como eras.
Aunque ya no seas tú.
Aunque mi voz te espere
sola en su azar
quemando
y tu sueño sea eso y mucho más.
Puedes amar el alba
cuando quieras.
Mi soledad ha aprendido a ostentarte.
Esta noche, otra noche
tú estarás
y volverá a gemir el tiempo giratorio
y los labios dirán
esta paz ahora, esta paz ahora.
Ahora puede venir a reclamarte,
penetrar en tus sábanas de alegre angustia,
reconocer tu tibio corazón sin excusas,
los cuadros persuadidos,
saberte aquí.
Habrá para vivir cualquier huida
y el momento de la espuma y el sol
que aquí permanecieron.
Habrá para aprender otra piedad
y el momento del sueño y el amor
que aquí permanecieron.
Esta noche, otra noche
tú estarás,
tibia estarás al alcance de mis ojos,
lejos ya de la ausencia que no nos pertenece.
He conservado intacto tu paisaje
pero no sé hasta dónde esté intacto sin ti,
sin que tú le prometas horizontes de niebla,
sin que tú le reclames su ventana de arena.
Puedes querer el alba cuando ames.
Debes venir a reclamarte como eras.
Aunque ya no seas tú,
aunque contigo traigas
dolor y otros milagros.
Aunque seas otro rostro
de tu cielo hasta mí.

Amor de Tarde (Mario Benedetti)

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cuatro
y acabo la planilla y pienso diez minutos
y estiro las piernas como todas las tardes
y hago así con los hombros para aflojar la espalda
y me doblo los dedos y les saco mentiras.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cinco
y soy una manija que calcula intereses
o dos manos que saltan sobre cuarenta teclas
o un oído que escucha como ladra el teléfono
o un tipo que hace números y les saca verdades.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las seis.
Podrías acercarte de sorpresa
y decirme "¿Qué tal?" y quedaríamos
yo con la mancha roja de tus labios
tú con el tizne azul de mi carbónico.

A tientas (Mario Benedetti)

Se retrocede con seguridad
pero se avanza a tientas
uno adelanta manos como un ciego
ciego imprudente por añadidura
pero lo absurdo es que no es ciego
y distingue el relámpago la lluvia
los rostros insepultos la ceniza
la sonrisa del necio las afrentas
un barrunto de pena en el espejo
la baranda oxidada con sus pájaros
la opaca incertidumbre de los otros
enfrentada a la propia incertidumbre
se avanza a tientas / lentamente
por lo común a contramano
de los convictos y confesos
en búsqueda tal vez
de amores residuales
que sirvan de consuelo y recompensa
o iluminen un pozo de nostalgias
se avanza a tientas/ vacilante
no importan la distancia ni el horario
ni que el futuro sea una vislumbre
o una pasión deshabitada
a tientas hasta que una noche
se queda uno sin cómplices ni tacto
y a ciegas otra vez y para siempre
se introduce en un túnel o destino
que no se sabe dónde acaba.

Gratia plena (Amado Nervo)

Todo en ella encantaba, todo en ella atraía:
su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar...
El ingenio de Francia de su boca fluía.
Era "llena de gracia", como el Avemaría;
¡quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!

Ingenua como el agua, diáfana como el día,
rubia y nevada como Margarita sin par,
al influjo de su alma celeste amanecía...
Era llena de gracia, como el Avemaría;
¡quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!

Cierta dulce y amable dignidad la investía
de no sé qué prestigio lejano y singular.
Más que muchas princesas, princesa parecía:
era llena de gracia, como el Avemaría;
¡quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!

Yo gocé el privilegio de encontrarla en mi vía
dolorosa; por ella tuvo fin mi anhelar,
y cadencias arcanas halló mi poesía.
Era llena de gracia, como el Avemaría;
¡quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!

!Cuánto, cuánto la quise! ¡Por diez años fue mía;
pero flores tan bellas nunca pueden durar!
¡Era llena de gracia, como el Avemaría,
y a la Fuente de gracia, de donde procedía,
se volvió... como gota que se vuelve a la mar!

miércoles, 26 de enero de 2011

BENDITA ADOPCION ( soneto alejandrino)

En el África oscura, me abrí a la luz del día,
El llanto del nacido, allí no hubo consuelo,
Ni padre, ni familia, a mi vera tenia,
Nada sobre la tierra y nada bajo el cielo...

Hoy conozco otro mundo, de paz y de alegría,
Donde tengo una madre, que cuida con desvelo…
Hermosa es y radiante, como una poesía,
Sus manos, sus caricias, como de terciopelo.

También, tengo una hermana, con nombre de canción
Y que nació del vientre de mi mama adorada…
Yo hube mas fortuna, crecí en su corazón…,

De su amor generoso, nacida y engendrada….
Para mi piel morena, ternura y emoción,
En esta nueva tierra, ardiente y soleada…

El Poema de Gilgamesh (fragmento)

(I)
Aquel que vio todo [hasta los confine]s de la tierra, [Que todas las cosa]s experimentó, [conside]ró todo. [...] juntamente [...], [...] de sabiduría, que todas las cosas.[..]. (5) Lo [o]culto vio, [desveló] lo velado. Informó antes del Diluvio, Llevó a cabo un largo viaje, cansado y [derren]gado. Todo su afán grabó en una estela de piedra. De la terraplenada Uruk el muro construyó, Del reverenciado Eannal, el santuario puro.
¡Contempla su muralla exterior, cuya cornisa es como el cobre! ¡Mira la muralla interior, que nada iguala! ¡Advierte su umbral, que de antiguo viene!
Acércate a Eanna, la morada de Istar, Que ni un rey futuro, ni un hombre, puede igualar. Levántate y anda por los muros de Uruk, Inspecciona la terraza de la base, examina sus ladrillos:
¿No es obra de ladrillo quemado? ¿No echaron sus cimientos los Siete [Sabios]?
Falta el resto de la columna. Un fragmento hitita [cf. J. Friedrich, ZA, XXXIX (1929), 2-5] corresponde en parte a la porción inicial deteriorada de nuestra columna 1l y, por ende, parece contener algo del material del final de la I columna. De tal fragmento se desprende que varios dioses intervienen en la formación de Gilgamesh, al que dotaron de talla sobrehumana. Finalmente, Gilgamesh llega a Uruk.

(II)
Dos tercios de él son dios, [un tercio de él es humano]. La forma de su cuerpo[...] (3-7) (líneas mutiladas o ausentes) (8) [...] como un buey salvaje altivo [...]; El empuje de sus armas no tiene par. Mediante el tambor se reúnen [sus] compañeros. Los nobles de Uruk están som[bríos] en [sus cáma]ras:
«Gilgamesh no deja el hijo a [su] padre; [Día] y [noche] es desenfrenada su arro[gancia]. [¿Es éste Gilga]mes, [el pastor de la amurallada] Uruk? ¿Es éste [nuestro] pastor, [osado, majestuoso, sabio]?
[Gilgamesh] no deja [la doncella a su madre], ¡La hija de guerrero, [la esposa del noble]! Los [dioses escucharon] sus quejas. Los dioses del cielo del señor de Uruk [ellos... ]:
«¿No parió [Aruru] este fuerte buey salvaje? [El empuje de sus armas] en verdad no tiene par. Mediante el tambor se reúnen sus [compañeros]. Gilgamesh no deja el hijo a su padre; Día y noche [es desenfrenada su arrogancia].
¿Es éste el pastor de [la amurallada] Uruk? ¿Es éste su [...] pastor, Osado, majestuoso (y) sabio?...
Gilgamesh no deja la doncella a [su madre], ¡La hija del guerrero, la esposa del noble!»
Cuando [Anu] hubo escuchado sus quejas, A la gran Aruru llamaron: «Tú, Aruru, creaste [el hombre]; Crea ahora su doble; Con su corazón tempestuoso haz que compita. ¡Luchen entre sí, para que Uruk conozca la paz!»
Cuando Aruru oyó esto, Un doble de Anu en su interior concibió. Aruru se lavó las manos, Cogió arcilla y la arrojó a la estepa. [En la este]pa creó al valiente Enkidu, Vástago de..., esencia de Ninurta. [Hirsu]to de pelo es todo su cuerpo, Posee cabello de cabeza como una mujer. Los rizos de su pelo brotan como Nisabal.
No conoce gentes ni tierra: Vestido va como Sumuqan. Con las gacelas pasta en las hierbas, Con las bestias salvajes se apretuja en las aguadas, Con las criaturas pululantes su corazón se deleita en el agua.
(Ahora bien) un cazador, un trampero, Se le encaró en el abrevadero [Un] día, un segundo y un tercero Se le encaró en el abrevadero Cuando el cazador le vio, su faz se inmovilizó.
El y sus animales entraron en su casa, [Transido de] miedo, quieto, sin un sonido, (Mientras) su corazón [se turbaba], nublado su rostro. Pues el pesar había [penetrado] en su vientre; Su cara era como la [de un viejero] llegado de lejos.

(III)
El cazador abrió [su boca] para hablar, Diciendo a [su padre]:
«Padre mío, hay [un] hombre que [ha venido de las colinas], Es el más poder[oso de la tierra]; vigor tiene. [¡Como la esencia] de Anu, tan tremendo es su vigor! [Siempre] recorre las colinas, [Siempre] con las bestias [se nutre de hierba]. [Siempre planta] los pies en la aguada. [¡Tan espantado estoy, que] no oso acercarme a él! [Cegó] las hoyas que yo había excavado, [Destrozó] mis trampas que yo había [puesto], Las bestias y las criaturas del llano [Hizo escapar de mis manos]. [¡No permite que] me dedique a la caza!»
[Su padre abrió la boca para hablar], Diciendo al cazador:
«[Hijo mío], en Uruk [vive] Gilgamesh. [Nadie hay más fuerte] que él. [¡Como la esencia de Anu, tan tre]mendo es su vigor! [Ve, pues; hacia Uruk dirige] tu faz, [Refiérele] el poder del hombre. [Haz que te entregue una ramera]. Lléva(la) [contigo]; (20) [Prevalecerá sobre él] a causa de [un mayor] poder. [Cuando abreve los animales en] la aguada, [Se quitará] el ves[tido, mostrando desnuda] su madurez. [En cuanto vea] a ella, a ella se acercará. ¡Le rechazarán las bestias [que crecieron] en su estepa!»
[Oyendo] el consejo de su padre, El cazador avanzó [hacia Gilgamesh]. Emprendió el camino, en Uruk puso [el pie]:
«[... ] Gilga[mes... ], Hay un hombre [que ha venido de las colinas], (30) El más poder[oso de la tierra; vigor tiene]. Como la esencia de Anu, tan tremendo es [su vigor]. [Siempre] recorre las colinas, Siempre con las bestias [se nutre de hierba]. Siempre [planta] los pies en la aguada. ¡Tan espantado estoy que no oso acercarme a [él]! Cegó las hoyas que [yo] había excavado, Destrozó mis trampas [que yo había puesto], Las bestias y las criaturas [del llano] Hizo escapar de mis manos. ¡No permite que me dedique a la caza!»
(40) Gilgamesh le dijo, [a]l cazador:
«Ve, cazador mío; lleva contigo una ramera. Cuando abreve los animales en la aguada, Se quitará el vestido, mostrando desnuda su madurez. En cuanto la vea, a ella se acercará. ¡Le rechazarán las bestias que crecieron en su estepa!»
Fuese el cazador, llevando con él una ramera. Emprendieron el camino, yendo rectos en su dirección. Al tercer día al sitio indicado llegaron. El cazador y la ramera se sentaron en sus lugares.
(50) Un día, un segundo día, estuvieron sentados, junto a la aguada. Las bestias salvajes llegaron a la aguada a beber. 

(IV)
Las criaturas pululantes llegaron, deleitándose su corazón en el agua. En cuanto a él, Enkidu, nacido en las colinas - Con las gacelas pasta en las hierbas, Con las bestias salvajes se abreva en la aguada, Con las criaturas pululantes su corazón se deleita en el agua -
La moza le contempló, al salvaje, Al hombre bárbaro de las profundidades del llano:
«¡Ahí está, oh moza! ¡Desciñe tus pechos, Desnuda tu seno para que posea tu sazón! ¡No seas esquiva! ¡Acoge su ardor! En cuanto te vea, se acercará a ti. Desecha tu vestido para que yazga sobre ti. ¡Muestra al salvaje la labor de una mujer! Le rechazarán las bestias salvajes que crecen en su estepa, Cuando su amor entre en ti».
La moza libertó sus pechos, desnudó su seno, Y él poseyó su madurez. No se mostró esquiva al recibir su ardor. Desechó su vestido y él descansó en ella. Mostró al salvaje el trato de una mujer, (20) Cuando su amor entró en ella. Durante seis días y siete noches Enkidu se presenta, Cohabitando con la moza. Después que (se) hubo saciado de sus encantos, Volvió el rostro hacia sus bestias salvajes. Al verle, Enkidu, las gacelas huyeron, Las bestias salvajes del llano se alejaron de su cuerpo. Sorprendióse Enkidu, su cuerpo estaba rígido, Sus rodillas inmóviles - pues sus bestias salvajes habían huido.
Enkidu hubo de aflojar el paso - no era como antaño Pero entonces tiene [sa]biduría, más [am]plia comprension. (30) Volvióse, sentándose a los pies de la ramera. Mira a la cara de la ramera, Atento el oído, cuando la ramera habla; [La ramera] le dice, a Enkidu:
«¡Tú eres [sabio], Enkidu, eres como un dios! ¿Por qué con las criaturas silvestres vagas por el llano? ¡Ea!, deja que te lleve [a] la amurallada Uruk, Al santo templo, morada de Anu e Istar, Donde vive Gilgamesh, perfecto en fuerza, Y como un buey salvaje señorea sobre el pueblo».
(40) Mientras le habla, sus palabras encuentra favor, Su corazón se ilumina, ansía un amigo. Enkidu le dice, a la ramera:
«¡Arriba, moza! Escóltame Al puro templo sagrado, morada de Anu e Istar, Donde vive Gilgamesh, perfecto en fuerza, Y como un buey salvaje señorea sobre el pueblo. Le retaré [y osada]mente me dirigiré a él, 

V

Gritaré en Uruk: "¡Yo soy el poderoso! [Yo soy aquel] que puede alterar los destinos, [(Aquel) que] nació en el llano es poderoso; vigor tiene"».
«[Levanta, pues, y vamos, para que vea] tu rostro. [Te mostraré Gilgamesh; donde] está bien sé. Vamos, pues, oh Enkidu, a la amurallada [Uruk], Donde la gente res[plande]ce en festiva indumentaria, (Donde) cada día es fiesta, Donde [...] mozos.... (10) Y mo[z]as [...] de figura. Su sazón [...] henchida de perfume. ¡Apartan a los grandes de sus lechos! A ti, oh Enkidu, que disfrutas de la vida, Mostraré a Gilgamesh, el hombre jocundo.
Mírale, contempla su faz; Radiante está de virilidad, fuerza tiene. Todo su cuerpo es suntuoso de madurez, Vigor más poderoso que tú tiene, Sin descansar jamás de día o de noche. (20) ¡Oh Enkidu, renuncia a tu presunción! Gilgamesh - a él estima Samas; Anu, Enlil y Ea dilataron su sabiduría. Antes de que bajes de las colinas, Gilgamesh te verá en (sus) sueños en Uruk:...»
Omitidas las restantes líneas de la versión asiria de la tablilla I, por cuanto la babilónica antigua de la tablilla II comienza en este punto.


martes, 25 de enero de 2011

Un cementerio que mira al Mar (Alfonsina Storni)

Decid, oh muertos, ¿quién os puso un día
Así acostados junto al mar sonoro?
¿Comprendía quien fuera que los muertos
Se hastían ya del canto de las aves
Y os han puesto muy cerca de las olas
Porque sintáis del mar azul, el ronco
Bramido que apavora?

Os estáis junto al mar que no se calla
Muy quietecitos, con el muerto oído
Oyendo cómo crece la marea,
Y aquel mar que se mueve a vuestro lado,
Es la promesa no cumplida, de una
Resurrección.

En primavera, el viento, suavemente,
Desde la barca que allá lejos pasa,
Os trae risas de mujeres... Tibio
Un beso viene con la risa, filtra
La piedra fría, y se acurruca, sabio,
En vuestra boca y os consuela un poco...
Pero en noches tremendas, cuando aúlla
El viento sobre el mar y allá a lo lejos
Los hombres vivos que navegan tiemblan
Sobre los cascos débiles, y el cielo
Se vuelca sobre el mar en aluviones,
Vosotros, los eternos contenidos,
No podéis más, y con esfuerzo enorme
Levantáis las cabezas de la tierra.

Y en un lenguaje que ninguno entiende
Gritáis: -Venid, olas del mar, rodando,
Venid de golpe y envolvednos como
Nos envolvieron, de pasión movidos,
Brazos amantes. Estrujadnos, olas,
Movednos de este lecho donde estamos
Horizontales, viendo cómo pasan
Los mundos por el cielo, noche a noche...
Entrad por nuestros ojos consumidos,
Buscad la lengua, la que habló, y movedla,
¡Echadnos fuera del sepulcro a golpes!

Y acaso el mar escuche, innumerable,
Vuestro llamado, monte por la playa,
¡Y os cubra al fin terriblemente hinchado!

Entonces, como obreros que comprenden,
Se detendrán las olas y leyendo
Las lápidas inscriptas, poco a poco
Las moverán a suaves golpes, hasta
Que las desplacen, lentas, -y os liberten.
¡Oh, qué hondo grito el que daréis, qué enorme
Grito de muerto, cuando el mar os coja
Entre sus brazos, y os arroje al seno
Del grande abismo que se mueve siempre!

Brazos cansados de guardar la misma
Horizontal postura; tibias largas,
Calaveras sonrientes: elegantes
Fémures corvos, confundidos todos,
Danzarán bajo el rayo de la luna
La milagrosa danza de las aguas.
Y algunas desprendidas cabelleras.
Rubias acaso, como el sol que baje
Curioso a veros, islas delicadas
Formarán sobre el mar y acaso atraigan
A los pequeños pájaros viajeros.

La Dama Sola (Miguel Arteche)


Qué tiempo aquel dorado de mi Dama la sola,
cuántas olas oscuras viniéndome a abrazar:
en qué secretas cámaras vi su cuerpo desnudo,
y en su cuerpo la noche que a veces tiene el mar.

Qué playas de este mundo, qué soles cuando siento
que muy sola mi Dama me convida a beber
su vino del pasado, y el vino en mi garganta
me hacen joven de nuevo con otro amanecer.

Qué lluvia hay en las sienes de mi Dama la sola.
Me levanto y le digo: cuánto frío hay aquí.
Y en el fondo del vino miro volar un pájaro
negro, y está nevando, y deseo partir.

Y la Dama me sigue: qué insistente es mi Dama:
cuánta niebla en sus manos, cómo sus ojos son
países desolados por el hambre y la luna
y las redes bermejas que le lanza el terror.

Cuánta nieve de antaño me ha traído mi Dama.
Cómo sus ojos brillan si la trato de tú.
Y siento que envejezco cuando me da una rosa,
la rosa que cortara allá en mi juventud.

La dama en el espejo ()


El vaho de mi aliento en el espejo:
dibujo un corazón.
Sobre su centro
mi índice descubre lo que de ti no espero:
un transito a mi imagen.
Sin embargo,
el vano de la calle no palpita
con el tono intermedio del reflejo.
Dibujo un corazón.
Sobre su centro 
el índice descubre que te has ido.

II

Violaré el territorio de la rosa
que has olido, la rosa
que refleja tu ausencia en el espejo.
Jamás podrás ser mía; con mi dedo
dibujaré la flor de tu silueta
y dejaré mis huellas en el vidrio.
Así, ya sin tu cuerpo,
tu reflejo y tu ausencia en esa rosa,
grabaré mi deseo.
Mas, quién sabe
si volverás aquí para ignorarme,
desdeñando el reflejo y mi grabado
al saber que no espero ya tu cuerpo;
o si, en cambio, querrás tocar la rosa
y añadir ese tacto a mi silueta
cuando la flor no tenga ya sentido,
cuando seas ausencia de ti misma,
y tu presencia estorbe a mi deseo.

II

Recuerdo ayer la imagen de una mujer hermosa
—y yo, frente al cristal, su punto débil...—
y hoy la imagen de un hombre que la quería.
Grito:
no se ha hecho pedazos. Me ha dejado,
por mucho que mis ojos la proyecten.
Ni en el engaño cruje el vidrio.
Creo
que nos hemos amado en otro ámbito
y no nos conocemos en persona.

III

Por fin, los dos materia de un espejo.
Pero...

—«Tú, ¿adónde miras?
¿Hacia ti, hacia mí?
¿Podremos vernos?»

Quizás nuestros latidos se reflejen
donde nosotros dos somos un cruce
y estamos enmarcados en el aire.

El Galán y la Dama (Tomas de Iriarte)

Cierto galán a quien París aclama,
petimetre del gusto más extraño,
que cuarenta vestidos muda al año
y el oro y plata sin temor derrama,

celebrando los días de su dama,
unas hebillas estrenó de estaño,
sólo para probar con este engaño
lo seguro que estaba de su fama.

«¡Bella plata! ¡Qué brillo tan hermoso!»,
dijo la dama, «¡viva el gusto y numen
del petimetre en todo primoroso!»

Y ahora digo yo: «Llene un volumen
de disparates un autor famoso,
y si no le alabaren, que me emplumen».

lunes, 24 de enero de 2011

Sólo Palabras...


Soy una persona tremendamente negativa, siempre lo he sido. ¿Nací así? No lo sé, pero vivo asqueado por una realidad que me horroriza y asusta; me aferro desesperadamente a las pocas cosas que me confortan, que me proporcionan algún alivio.

Detesto a la humanidad en su conjunto. Puedo sentir un fuerte cariño por determinados individuos, pero el género humano sólo me infunde desprecio y congoja. Odio casi todo lo que pasa por civilización. Odio el mundo actual, entre otros motivos porque está atiborrado de gente. Odio las hordas, las multitudes en esas inmensas ciudades llenas de vehículos abominables, de estruendo, de ajetreo incesante y absurdo. Odio los coches y la arquitectura moderna
Aborrezco la música popular contemporánea. No hay palabras para expresar cuánto me crispa los nervios su falsa, petulante y vacua fatuidad. Odio los negocios y el contacto con el dinero, uno de los inventos más repulsivos de la especie humana. Odio la cultura mercantil en que todo se compra y se vende sin dejar piedra por mover. Odio la comunicación de masas y cómo la gente se deja subyugar por ella.


Odio tener que levantarme cada mañana para encarar otra jornada de demencia. Odio la obligación de comer, cagar o mantener mi cuerpo: odio mi cuerpo. Me horroriza pensar en sus órganos y funciones internas, en el cerebro o la digestión, en el sistema nervioso.

La naturaleza es una atrocidad, no me parece ni grata ni benigna. Todo estriba en morir o matar. El mundo natural es un sitio muy peligroso repleto de fuerzas y bichos temibles, criminales. Odio el funcionamiento de la naturaleza. El sexo es particularmente execrable y pavoroso: el macho penetra con su verga en el orificio de la hembra, la fecunda, otro ser aparece dentro de ella y ésta habrá de soportar un penoso suplicio cuando la nueva criatura empuje para salir al exterior con el único objeto de repetir más tarde el mismo ciclo. ¿Acaso hay algo existencialmente más nauseabundo que la reproducción?

¡Cómo detesto la parada nupcial! Siempre he aborrecido mi propio apetito sexual, el cual no tiene tregua.. Mi conciencia vivía por ello en un conflicto permanente que jamás fui capaz de solventar. La vejez es el único alivio.

Odio el mecanismo del alma humana, la manera cómo nos traumatiza y marca estúpidamente en la primera infancia para pasar el resto de nuestras vidas tratando de superar esas fijaciones pueriles sin llegar nunca a culminar.

Detesto la religión organizada. Odio a todos los gobiernos: no son más que juegos de poder ejecutados por ambiciosos sin escrúpulos sobre las espaldas de los pobres, los débiles y los niños. Somos una cáfila de chulos y matones. Los adultos se meten con los niños y los niños mayores con los más chicos; los hombres avasallan a las mujeres y los ricos a los pobres; todos quieren imponerse.

Aborrezco el culto al poder, uno de los rasgos humanos más abyectos. Me repugna la inclinación de los hombres por el desquite y la venganza. Odio ver cómo los seres humanos tratan de engañar al prójimo, cómo estafan, timan, embaucan y se aprovechan del ingenuo, el incauto o el ignorante.
Detesto las conversaciones huecas, artificiosas y banales que prodiga la gente. A veces me asfixian de tal modo que quiero huir lo más lejos posible.

Mi propia condición humana consiste sobre todo en odiar lo que soy. Cuando de pronto advierto que soy uno de ellos, un alarido me viene a la garganta.

Celos (Paúl Geraldi)


Muriendo estoy de celos
¡Y tu ausente mientras tan solo estoy!
Siquiera a ti, tu amigo te acompaña
Que si mi dices, poco te divierte;
Puede ser distracción.

Sólo el recuerdo vivo te aproxima
Como rayo de luz en la penumbra
De esta soledad.

En tanto que cobija y me pregunta
Si a la distancia me amas todavía
¡Si me has olvidado ya!

Me agobia la distancia de tu ausencia
Pero en mi mente vives y perduras
Como siempre te vi.

Si poblado de risas y canciones
 De fiesta está París.

Yo me muero de tristeza y de contento
Con escribirte a ti.

Lucirás en las calles que recorres
El mágico sombrero de glicinas
Realzando tu tez.

Y entre el rumor de risas y de voces
Ha jugar el sol en tus cabellos
En tu tostada piel.

¿Me recuerdas aún? yo te diviso
Vagando en la campiña deslumbrante
Bajo su cielo azul.

Y entonces sufro preso de los celos
Pues nunca quise como ahora
¡Que falta me haces tú!

Te quiero con pasión. Me gustaría
Que extrañes cual yo te extraño
Que conmigo sufrieras tu también.

No, no es lo justo; y es sin duda torpe
Perdóname... ¿lo vez?
Te extraño tanto que yo bien quisiera
Que en medio de tus alegres debaneos
También dejases tú.

Todo eso que te encanta y alucina
La vida, el sol la hermosa primavera
Y el refinamiento azul.

Piensas así tranquilo viviría
Y un tanto más feliz
Si un poquito te duele la cabeza
¡Si algo te hace sufrir!

Las Abandonadas (Julio Sexto)

Como me dan pena las abandonadas
Que amaron creyendo también ser amadas
Y van por la vida llorando un cariño
Recordando un hombre y arrastrando un niño!

Como hay quien derribe del árbol la hoja
Y al verla en el suelo ya no la recoja,
Y hay quien a pedradas tira el fruto verde,
Y lo hecha rodando después que la muerde.

Las abandonadas son fruto caído
Del árbol frondoso y alto de la vida,
Son, más que caída, fruta derribada.
Por un beso artero como una pedrada.

Por las calles ruedan estas tristes frutas
Como maceradas manzanas enjutas;
Y en sus pobres cuerpos antaño turgentes
Llevan la indeleble marca de unos dientes.

Tienen dos caminos que escoger: el quicio 
De una puerta honrada o el aren del vicio,
Y en medio de tantos, de tantos rigores,
Aún hay quien a hablarles se atreven de amores!

Aquellos magnates que amparar las pueden,
Más las precipitan para que más rueden
Y hasta hay quien se vuelve su postrer verdugo
Queriendo exprimirlas si aún les queda jugo.

Las abandonadas son como el bagazo
Que alambica el beso y exprime el brazo,
Si aún les queda zumo lo chupa el dolor
Son triste bagazo, bagazo de amor!

Cuando los encuentro, me lleno de angustias,
Sus seños marchitos y sus caras mustias;
Y pienso que arrostra su arrepentimiento
Un niño que es hijo del remordimiento...

El remordimiento lo arrastra algún hombre
Oculto, que al niño niega techo y nombre;
Al ver esos niños de blondos cabellos,
Yo quisiera amarles y ser padre de ellos.

Las abandonadas me dan esas penas
Porque casi todas son mujeres buenas;
Son manzanas secas, son fruta caída
Del árbol frondoso y6 alto de la vida.

No hay quien los ampare, ni hay quien las recoja
Más que el mismo viento que arrastra la hoja...
De sus hondas cuitas, ni el señor se apiada,
Porque de estas cosas... Dios no sabe nada.

Marchan con los ojos fijos en el suelo,
Cansadas en vano de mirar al cielo!
Y así van las pobres llorando un cariño,
Recordando un hombre y arrastrando un niño!

Amor (Pablo Neruda)

Mujer, yo hubiera sido tu hijo, para beberte
La leche de los senos como de un manantial,
Por mirarte y sentirte a mi lado y tenerte
En la risa de oro y la voz de cristal.

Por sentirte en mis venas como Dios en los ríos 
Y adorarte en los tristes huesos de polvo y cal,
Porque tu ser posara sin pena al lado mío,
Y saliera en la estrofa limpio de todo mal.

Como sabría amarte, mujer, como sabría 
Amarte, amarte como nadie supo jamás.
Morir y todavía amarte más y más
Y todavía amarte mas y mas 

El Abuelo (Nicolás Guillén)

Esta mujer angélica de ojos septentrionales,
que vive atenta al ritmo de su sangre europea,
ignora que en lo hondo de ese ritmo golpea
un negro el parche duro de roncos atabales.

Bajo la línea escueta de su nariz aguda,
la boca, en fino trazo, traza una raya breve;
y no hay cuervo que manche la geografía de nieve
de su carne, que fulge temblorosa y desnuda.

¡Ah, mi señora! Mírate las venas misteriosas;
boga en el agua viva que allí dentro te fluye;
y ve pasando lirios, nelumbos, lotos, rosas;

que ya verás, inquieto, junto a la fresca orilla,
la dulce sombra oscura del abuelo que huye:
el que rizó por siempre tu cabeza amarilla.

Sabelo (Liber Falco)

Tras la luz con que alumbra
esta sangre de hoy,
está la luz que alumbrará mañana.

Amigo, si tú eres bueno
lo serás mañana.
Si tú eres dulce
lo serás mañana.

Final (Liber Falco)

Adiós dijo.
Adiós al mundo, muero...
Salud amigos,
y se fue cantando
entre los trigos.

Se fue el viajero.
Y una más que todas
triste espiga,
dobló su fruto
hacia la tierra amiga.

Esta calle vieja (Liber Falco)

Esta calle vieja
de viejas paredes
de aire viejo y triste
de muros y musgos.
Calle amarga
donde es triste vernos
vestidos de fantasmas
donde todo es triste
porque fue
y no ha sido.
Porque ya ha pasado
y porque el tiempo es triste.

Alba (Liber Falco)

Yo he visto a esa mujer. Yo la conozco.
La he sentido latir entre mi sangre.
Frente de harina. Pan sin nombre.
Yo he visto a esa mujer
como a mi madre misma.
-
Mujer, ¿quién levantó tu carne desde adentro,
para hacerte tan tierna la mejilla,tan como lirio bueno,
como flor de ternura?
-
Yo he visto a esta mujer,
a esta mi madre.En aquel rancho de arrabal en que nací,
calentaba el frío de los vientos.
Hoy va al frente de la columna en marcha.
Miseria, bondad, mirada de la ausencia.
Amor.
-
Pliegue de la bandera.
Frente de harina. Pan sin nombre.
Yo he visto a esta mujer.
Como a mi madre misma,
la he sentido latir entre mi sangre.

La Moneda (Liber Falco)

Mira cómo los niños,
en un aire y tiempo de otro tiempo,
ríen.
Cómo en su inocencia,
la Tierra es inocente
y es inocente el hombre.
Míralos cómo al descubrir la muerte
mueren, y ya definitivamente
ya sus ojos y sus dientes
comienzan a crecer junto a las horas.

Deja que ellos guarden sin saberlo,
el secreto último de su inocencia
nuestro último sueño, ya olvidado.

Cuando todo termine,
deja que un niño lleve
nuestra única y última moneda.

domingo, 23 de enero de 2011

Insomnio (Henrique Heine)

Cuando de noche pienso en Alemania,
No desciende a mis párpados el sueño;
Mis ojos no se cierran, mas los mojan
Mis lágrimas de fuego.
El tiempo va pasando; ya doce años
Desde que vi a mi madre trascurrieron;
Con la ausencia se acrecen cada día
Mi pena y mis deseos.
Aumentan mis deseos y mis penas;
De extraño hechizo preso,
A todas horas en mi mente viene
La viejecita, que conserve el cielo.
La pobre vieja me idolatra tanto,
Que hasta en sus cartas veo
Cómo su mano tiembla, y cuál se agita
Su corazón de madre allá en su pecho.
No se escapa mi madre de mi mente;
Doce años trascurrieron,
Doce años de dolor huyeron tardos,
Después que la estreché contra mi pecho.
Será eterna Alemania,
Es país de robusto y sano cuerpo:
Con sus fuertes encinas, con sus tilos,
Siempre podré encontrar su amado suelo.
Si allí mi pobre madre no viviera,
No suspirara por volver mi pecho.
No morirá Alemania, mas mi madre
Puede volar al cielo.
¡Cuántos, después que abandoné mi patria,
Besó la muerte con su helado beso!
¡Sangre derrama triste
Mi pobre corazón cuando los cuento!
Y es preciso contarlos; con el número
Aumenta mi dolor, y que los muertos,
Fríos y tristes ruedan,
Creo ¡gran Dios! sobre mi herido pecho.
¡Dios de bondad! por mi balcón penetra
Del sol de Francia el resplandor sereno;
Mi esposa llega, y su sonrisa aleja
Mis patrios melancólicos recuerdos.

A mi madre (Henrique Heine)


Siempre he llevado la cabeza erguida,
siempre fue mi carácter recio y bravo;
y aún frente a frente del monarca mismo,
nunca mis fieros ojos se bajaron.

Mas, confesarlo debo ¡oh madre mia!
Si en tu presencia angelical me hallo,
mi soberbia altivez desaparece,
y humilde tiemblo a tu amoroso lado.

¿Es tu alma, acaso, que en secreto impulso
me rinde... tu alma noble que a lo alto
el vuelo tiende, y lo penetra todo?

¿O es quizás, el recuerdo de que, ingrato,
heri una vez tu corazón sencible,
el tierno corazón que me ama tanto?

Loco una vez, abandone tu lado
y al mundo me lancé tras la divina
ilución del amor, que en mis ardientes
amantes sueños realizar queria.

Busqué el amor por todos los caminos
lo mendigué con alma adolorida
de puerta en puerta; y sólo obtuve, sólo,
frio en el corazón, odios y risas,

Y ¡oh, sorpresa feliz, madre querida
vi en tus ojos brillar eterno y puro
el santo amor conque soñado habia.

Desiderata (Anonimo)

Camina plácido entre el ruido y la 
Prisa y piensa en la paz que se
Puede encontrar en el silencio,
En cuanto sea posible y sin
Rendirse, mantén buenas relaciones
Con las personas, enuncia tu verdad
De una manera serena y clara
Y escucha a los demás
Incluso al torpe e ignorante,
También ellos tienen su propia
Historia, esquiva a las personas
Ruidosas  y agresivas, ya que son
Un fastidio para el espíritu,
Si te comparas con los demás,
Te volverás vano y amargado,
Pues siempre habrán personas
Más grandes y más pequeñas
Que tú.

Disfruta de tus éxitos, lo
Mismo que de tus planes
Mantén el interés en tu propia 
Carrera por humilde que sea ella,
Es un verdadero tesoro en el
Fortuito cambiar de los tiempos
Se cauto en tus negocios,
Pues el mundo está lleno de
Engaños, más no dejes que 
Esto te vuelva ciego para
La virtud que existe,
Hay muchas personas que se
Esfuerzan por alcanzar nobles
Ideales, la vida está llena 
De heroísmo.

Se sincero contigo mismo, en especial
No seas cínico en el amor, pues en
Medio de todas las avideces y desengaños
Es perenne como la hierva.
Acata dócilmente el consejo de los
Años, abandonando con donayre las
Cosas de la juventud, cultiva la firmeza
 Del espíritu para que te proteja en las
Adversidades repentinas, muchos temores
Nacen de la fatiga y la soledad,
Sobre una sana disciplina, se benigno
Contigo mismo.

Tú eres una criatura del universo no
Menos que las plantas y las estrellas
Tienes derecho a existir y sea que te
Resulte claro o no, indudablemente
El universo marcha por donde quiera
Por eso debes estar en paz con Dios,
Cualquiera que sea tu idea de El y sea
Cualesquiera tu trabajo y aspiraciones
Conserva la paz con tu alma, en la
Bullisiosa confusión de la vida aún
Con todas sus falsas penalidades y
Sueños fallidos, el mundo es todavía 
Hermoso, se cauto, esfuérzate por 
Ser feliz.

Solo (Liber Falco)

Un día tuve el mar
sobre mi corazón.
Como una lengua fría,
el mar
sobre mi corazón.
Y estaba lejos de ti, madre mía.
Y tú lejos de mí,
navegando en un viento sin banderas.
No había raíces que esperan
debajo de la tierra.
Ni árboles había sobre la tierra.
Y el mar lamía mi corazón,
como una lengua fría.

¡Ah! Sólo mis ojos.
En órbitas de hielo
y sin tener dónde mirar,
girando.

Si muriera esta noche (Liber Falco)

Si muriera esta noche
si pudiera morir
si me muriera
si este coito feroz
interminable
peleado y sin clemencia
abrazo sin piedad
beso sin tregua
alcanzara su colmo y se aflojara
si ahora mismo
si ahora
entornando los ojos me muriera
sintiera que ya está
que ya el afán cesó
y la luz ya no fuera un haz de espadas
y el aire ya no fuera un haz de espadas
y el dolor de los otros y el amor y vivir
y todo ya no fuera un haz de espadas
y acabara conmigo
para mí
para siempre
y que ya no doliera
y que ya no doliera.

Proclama (Liber Falco)

Aquí en Montevideo,
albas madrugadas del mundo
soñó mi corazón, ¡pobre andarín nocturno!
Muchachas de los puertos,
marineros borrachos, desde aquí
cáliz fué mi pecho de vuestro vino amargo.
Hermanos tristes,
yo he visto la Luna hacernos muecas
mientras la última estrella de la noche
azul y lejana se perdía...

Noche negra.
Como un recio patriarca, impenetrable, austera
vela la noche o Dios nuestro desvelo.
Y en vosotros la secreta lumbre
y la montaña empinada hacia el cielo
y el río que la ciñe, limpio abrazo.
Y más allá de la noche las estrellas.
Y vuestra lumbre oculta
y la nuestra encendida en los días,
¡hacia la montaña, más allá de la noche
a rescatar la estrella perdida!

Oración a la desesperanza (Liber Falco)

Noche sin luna
y yo aquí.
Ni velamen ni vientos,
ovillado en la noche
interrogante signo sin frase

Y este dolor
sin raigambre en las cosas
—fantasma sin memoria—
¿vino de un mundo donde no hay ojos,
que velen a la muerte?

Quiero solamente,
en bautismos de alegría y de dolor,
apretarme a la Tierra
bajo el ala quebrada del desvelo.

Recuerdo (Liber Falco)

Aquellos árboles
hacia el poniente
en fila navegando,
y una voz de mujer,
de tarde desmayada,
una voz que me llama,
están llamando.

Un cerco de cinacinas,
una paloma muerta en el camino
y una risa que ríe,
están llorando.

Oh paisaje viajero,
hacia el poniente huyendo,
me navegas la sangre
que te he dado.

Ultima Cita (Liber Falco)

Ya por el aire navega tu memoria
y todo viene a mí como fue entonces.
Oh! sueño, ensueño, tiempo y tiempo
para siempre y siempre detenido.

Monstruosamente múltiple
se alza
se alzaba el mar sobre los malecones
mordiendo los costados de la tierra.
Y tú tuviste miedo, frío, amor tuviste.
Y amor hubo, miedo, amor, en nuestros corazones.

Cuando entonces por eso
se puebla el mar a tu conjuro
y un aire conocido dispone sus fantasmas,
y yo estoy solo, y la furia del mar puebla la tierra,
seres de niebla, blancos, se sientan a mi lado
y conmigo conversan como hermanos.

Luego vienes tú, flotando como harina.
Y silenciosa y blanca, fina y fría
vas diciendo tu nombre, hermana mía,
y en el aire derramas tu aire triste.

Mas, ya no basta tu nombre y su dulzura
cuando ahora, el recuerdo de todo me golpea.
Tú del mar venida, hecha de bruma acaso,
o de los sueños acaso rescatada,
vete y déjame solo.

Deja morir lo que ha muerto.
Lo que hemos dejado morir,
muerto de frío
del otro lado de los sueños, sueña.
Del otro lado está, y para siempre,
en un aterdecer de mar y olvido.

Para no pensar lo que debes pensar (Liber Falco)

Para no pensar lo que debes pensar,
para no decirte lo que debes decirte,
ibas mirando algo que no existe.
Pero debes pensar y oír como se debe.

Mira los árboles.
Tienen hojas verdes ahora
y tú no las has mirado.
Palpaste más de una vez sus troncos
viste latir y subir su savia.
Mira sus hojas ahora.

Qué manía tienes.
Quieres estar en el fondo de las cosas
quieres ver las hojas cuando no existen
todavía.
Te quedarás ciego así, confundido;
olvidarás el verde
la forma de toda cosa, morirás.
Olvidarás todo así, todo.
Mira las hojas.
Tienen forma de hojas
y son verdes.

jueves, 20 de enero de 2011

REÍR LLORANDO - JUAN DE DIOS PEZA

Viendo a Garrik —actor de la Inglaterra—
el pueblo al aplaudirle le decía:
«Eres el mas gracioso de la tierra
y el más feliz...»
                                 Y el cómico reía.

Víctimas del spleen, los altos lores,
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores
y cambiaban su spleen en carcajadas.

Una vez, ante un médico famoso,
llegóse un hombre de mirar sombrío:
«Sufro —le dijo—, un mal tan espantoso
como esta palidez del rostro mío.

»Nada me causa encanto ni atractivo;
no me importan mi nombre ni mi suerte
en un eterno spleen muriendo vivo,
y es mi única ilusión, la de la muerte».

—Viajad y os distraeréis.
                                              — ¡Tanto he viajado!
—Las lecturas buscad.
                                          —¡Tanto he leído!
—Que os ame una mujer.
                                                —¡Si soy amado!
—¡Un título adquirid!
                                      —¡Noble he nacido!

—¿Pobre seréis quizá?
                                          —Tengo riquezas
—¿De lisonjas gustáis?
                                          —¡Tantas escucho!
—¿Que tenéis de familia?
                                              —Mis tristezas
—¿Vais a los cementerios?
                                                —Mucho... mucho...

—¿De vuestra vida actual, tenéis testigos?
—Sí, mas no dejo que me impongan yugos;
yo les llamo a los muertos mis amigos;
y les llamo a los vivos mis verdugos.

—Me deja —agrega el médico— perplejo
vuestro mal y no debo acobardaros;
Tomad hoy por receta este consejo:
sólo viendo a Garrik, podréis curaros.

—¿A Garrik?
                        —Sí, a Garrik... La más remisa
y austera sociedad le busca ansiosa;
todo aquél que lo ve, muere de risa:
tiene una gracia artística asombrosa.

—¿Y a mí, me hará reír?
                                              —¡Ah!, sí, os lo juro,
él sí y nadie más que él; mas... ¿qué os inquieta?
—Así —dijo el enfermo— no me curo;
¡Yo soy Garrik!... Cambiadme la receta.

¡Cuántos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reír como el actor suicida,
sin encontrar para su mal remedio!

¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora,
el alma gime cuando el rostro ríe!

Si se muere la fe, si huye la calma,
si sólo abrojos nuestra planta pisa,
lanza a la faz la tempestad del alma,
un relámpago triste: la sonrisa.

El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto
y también a llorar con carcajadas.

jueves, 13 de enero de 2011

Poema de Pedro Casariego Cordoba

¿Dónde está la fruta
para nosotros los débiles?
Caen las naranjas
siempre en otras manos
¿por nuestra culpa, madre,
todos esos gajos desprendidos?
Redobla la sangre
en los huertos de abajo
y hay cascadas amarillas
en los bosques de arriba
¡No hay culpa,
sólo hay herida!
Cristales antibalas los de nuestras gafas ¡guerras hay en todos nuestros ojos!
¡Porque no sabemos mirar,
porque no sabemos mirar
como miráis las madres!
¿Es la fiebre del egoísmo
lo que atenaza nuestros corazones?
¿Hay todavía en nosotros
una espiga de trigo?
Traen los cielos una hoz de tormenta
traen los ciervos la despedida
¡Fuertes son los que aman a los débiles!
¡Débiles somos los amados por los fuertes!
¡Y la única misión
es salvar a las madres!

La balada de la masturbadora solitaria (Anne Sexton)

Al final del asunto siempre es la muerte.
Ella es mi taller. Ojo resbaladizo,
fuera de la tribu de mí misma mi aliento
te echa en falta. Espanto
a los que están presentes. Estoy saciada.
De noche, sola, me caso con la cama.
Dedo a dedo, ahora es mía.
No está tan lejos. Es mi encuentro.
La taño como a una campana. Me detengo
en la glorieta donde solías montarla.
Me hiciste tuya sobre el edredón floreado.
De noche, sola, me caso con la cama.
Toma, por ejemplo, esta noche, amor mío,
en la que cada pareja mezcla
con un revolcón conjunto, debajo, arriba,
el abundante par en espuma y pluma,
hincándose y empujando, cabeza contra cabeza.
De noche, sola, me caso con la cama.
De esta forma escapo de mi cuerpo,
un milagro molesto, ¿Podría poner
en exhibición el mercado de los sueños?
Me despliego. Crucifico.
Mi pequeña ciruela, la llamabas.
De noche, sola, me caso con la cama.
Entonces llegó mi rival de ojos oscuros.
La dama acuática, irguiéndose en la playa,
un piano en la yema de los dedos, vergüenza
en los labios y una voz de flauta.
Entretanto, yo pasé a ser la escoba usada.
De noche, sola, me caso con la cama.
Ella te agarró como una mujer agarra
un vestido de saldo de un estante
y yo me rompí como se rompen una piedra.
Te devuelvo tus libros y tu caña de pescar.
El periódico de hoy dice que se han casado.
De noche, sola, me caso con la cama.
Muchachos y muchachas son uno esta noche.
Se desabotonan blusas. Se bajan cremalleras.
Se quitan zapatos. Apagan la luz.
Las brillantes criaturas están llenas de mentiras.
Se comen mutuamente. Están más que saciadas.
De noche, sola, me caso con la cama.

El asesino (Anne Sexton)

La muerte correcta está escrita.
Colmaré la necesidad.
Mi arco está tenso.
Mi arco está listo.
Soy la bala y el garfio.
Estoy armada y lista
Desde mi mira, lo tallo
como un escultor. Moldeo
su última mirada a todos.
Cambio sus ojos y su cráneo
constantemente de posición.
Conozco su sexo de macho
y lo recorro con mi dedo índice.
Su boca y su ano son uno.
Estoy en el centro de la sensación.
Un tren subterráneo
viaja a través de mi ballesta.
Tengo un cerrojo de sangre
y lo he hecho mío.
Con este hombre tomo en mis manos
su destino y con este revólver
tomo en mis manos el periódico y
con mi ardor tomaré posesión de él.
Se inclinará ante mí 
y sus venas saldrán en desorden
como niños… Dame
su bandera y sus ojos.
Dame su duro caparazón y su labio. 
Él es mi mal y mi manzana y
lo acompañaré a casa.

Deseando Morir (Anne Sexton)

Ahora que lo preguntas, la mayor parte 
de los días no puedo recordar.
Camino vestida, sin marcas de ese viaje.
Luego la casi innombrable lascivia regresa.

Ni siquiera entonces tengo nada contra la vida.
Conozco bien las hojas de hierba que mencionas,
los muebles que has puesto al sol.

Pero los suicidas poseen un lenguaje especial.
Al igual que carpinteros, quieren saber con qué 
herramientas.
Nunca preguntan por qué construir.

En dos ocasiones me he expresado con tanta sencillez,
he poseído al enemigo, comido al enemigo, 
he aceptado su destreza, su magia.

De este modo, grave y pensativa,
más tibia que el aceite o el agua,
he descansado, babeando por el agujero de mi boca.

No se me ocurrió exponer mi cuerpo a la aguja.
Hasta la córnea y la orina sobrante se perdieron.
Los suicidas ya han traicionado el cuerpo.

Nacidos sin vida, no siempre mueren,
pero deslumbrados, no pueden olvidar 
una droga tan dulce que hasta los niños 
mirarían con una sonrisa.

¡Empujar toda esa vida bajo tu lengua!
que, por sí misma, se convierte en pasión.
La muerte es un hueso triste, lleno de golpes, dirías,
y a pesar de todo ella me espera, año tras año, 
para reparar delicadamente una vieja herida, 
para liberar mi aliento de su dañina prisión.

Balanceándose allí, a veces se encuentran los suicidas,
rabiosos ante el fruto,  una luna inflada,
Dejando el pan que confundieron con un beso
Dejando la página del libro abierto descuidadamente
Algo sin decir, el teléfono descolgado
Y el amor, cualquiera que haya sido, una infección.

El Coloso (Sylvia Plath)

Nunca podré reunirte íntegramente,
juntar, pegar, articular como corresponde
Rebuznos de mula, gruñidos de cerdo, obscenos graznidos
provienen de tus grandes labios.
Peor que en un corral.
Quizá te consideres un oráculo,
portavoz de los muertos o de algún dios
Yo llevo treinta años esforzándome
por limpiar de fango tu garganta
y no he aprendido nada.
Trepando escaleritas con frascos de engrudo y baldes de lisol
me arrastro como una hormiga enlutada
por los campos cubiertos de maleza de tus cejas
para reparar tu inmenso cráneo y desbrozar
los descarnados, blancos túmulos de tus ojos.
Un firmamento azul de otra Orestíada
se cierne sobre nosotros. Oh padre, tú solo
eres una referencia histórica tan importante como el Foro Romano.
Aquí meriando, en una colina de seres siniestros.
las columnas de tus huesos y el acanto de tus cabellos vuelven
a su antigua anarquía esparciéndose hasta el horizonte.
Se necesita más que un rayo
para crear tanta ruina.
Algunas noches me acurruco en la cornucopia
de tu oreja, a salvo del viento,
y cuento estrellas rojas y estrellas color ciruela.
Sale el sol bajo el pilar de tu lengua.
Mis horas se desposan con la sombra.
Ya no escucho más el roce de la quilla
contra las sordas piedras del embarcadero.

Una vida (Sylvia Plath)



Tócala: no se encogerá como pupila
esta rareza oviforme, clara como una lágrima.
He aquí ayer, el año pasado: palmiforme lanza,
azucena, como flora distinta
de un tapiz en la quieta urdimbre vasta.

Toca este vaso con los dedos: sonará
como campana china al mínimo temblor del aire
aunque nadie lo note o se anime a contestar.
Los indígenas, como el corcho graves,
todos ocupadísimos para siempre jamás.

A sus pies las olas, en fila india,
no reventando nunca de irritación, se inclinan:
en el aire se atascan,
frenan, caracolean como caballos en plaza de armas.
Las nubes enarboladas y orondas, encima.

Como almohadones victorianos. Esta familia
de rostros habituales, a un coleccionista,
por auténtica, como porcelana buena, gustaría.

En otros lugares el paisaje es más franco.
Las luces mueren súbitas, cegadoramente.

Una mujer arrastra, circular, su sombra, de un calvo
platillo de hospital en torno, parece
la luna o una cuartilla de papel intacto.
Se diría que ha sufrido una particular guerra relámpago.
Vive silente.

Y sin vínculos, cual feto en frasco, la casa
anticuada, el mar, plano como una postal,
que una dimensión de más le impide penetrar.
Dolor y cólera neutralizadas,
ahora dejad la en paz.

El porvenir es una gaviota gris, charla
con voz felina de adioses, partida.
Edad y miedo, como enfermeras, la cuidan,
y un ahogado, quejándose del frío, se agazapa
saliendo a la orilla.

Voz (Antonia Pozzi)

Tenía voz en ti el universo de las cosas mudas
las esperanza que está sin alas en los nidos
que está bajo tierra no florecida.
Tenía voz en ti el misterio de la tarde
lo que junto a una muerte quiere tornarse vida.
El hilo de hierba bajo hojas podridas.
La risa primera de un niño salvado
al lado de una agonía
en un corredor de hospital.
Ahora, cuando de las altas ramas de los campanarios
cae un repique
y en el corazón se hunde
como un fruto en el campo arado
entonces,
tiene voz tú en mí
con esa nota amplia y sola
que dice los sueños sepultados del mundo
y la oprimida nostalgia de la luz.

Soledad (Antonia Pozzi)

Aunque el olor de las hojas nuevas te despierte a un deseo de humanos sol
y el ocaso aún no transfigurado en noche
te empuja por caminos de tierra,
lejanos los umbrales apagados del cielo,
inútilmente buscas a quien pueda en esta hora
llegar a través de tu deseo junto a tu corazón.
Verdad es que nadie llega a tu corazón inaccesible.
El está hecho solo.
Réprobo a los gritos de sus golondrinas.

Funeral Sin tristeza (Antonia Pozzi)

Esto no es estar muertos.
Esto es volver al pueblo, a la cama.
Claro está el día
como la sonrisa de una madre que había esperado
Campos de escarcha
árboles de plata
crisantemos rubios
las niñas vestidas de blanco con velos color de aljófar
voz del color del agua aún viva entre de tierra.
Las llamas de las velas desmayadas en la luz matutina
dicen lo que es este desvanecer de las cosas terrenas.
Dulces, este volver de los humanos por puentes aéreos de cielo
por cándidas crestas de montes soñados
a la otra orilla
a los prados del sol.

Cerca de ti (María Poliduri)



Cerca de ti no aúllan salvajes los vientos.
Cerca de ti queda la paz y la luz.
En el aspa dorada de nuestra mente
Se envuelve el rosado pensamiento.

Cerca de ti la quietud parece sonrisa
que refleja un par de ojos tiernos.
Si alguna vez hablamos, aletea
al lado nuestro el perezoso júbilo.

Cerca de ti la tristeza despunta como una flor
E imperceptible pasa en la vida.
Cerca de ti todo es suave,
Como caricia, como rocío, como soplo.

Préveza (Kostas Karyotakis)

Muerte son los pájaros que chocan
contra los negros muros y los techos,
muerte las mujeres que hacen el amor
como si pelaran cebollas.
Muerte las sucias, insignificantes calles
con sus ilustres y pomposos nombres,
los olivos, el mar en torno, y aún
el sol, muerte entre los muertos.
Muerte el inspector que verifica,
en la balanza, una porción incompleta,
muerte los nardos en el balcón
y el maestro con el diario.
Base, Guarnición, Regimiento de Préveza.
El domingo escucharemos la banda.
Abrí una cuenta en el Banco,
primer depósito: treinta dracmas.
Caminando lentamente hasta el muelle,
“¿existo?”, digo, y luego: “¡no existo!”.
Llega el barco. Izaron la bandera.
Quizás viene el señor Prefecto.
Si al menos, entre estos hombres,
uno muriera de aburrimiento…
Silenciosos, apesadumbrados, con modos graves,
todos nos divertiríamos en su entierro.

A un amigo compañero (Kostas Karyotakis)

Amigo, mi corazón ahora como si envejeciese.
Terminó mi vida de Atenas,
que por igual pasó dulcemente y con la diversión,
y con la amargura, alguna vez, del hambre.

No iré ya al lugar que mi patria

dio al festejo de mi juventud,
sino como pasajero, con mi esperanza,
con el sueño que borré, viajero.

Peregrino, iré hacia tu casa
y me dirán que no saben qué fue de
ti.
Junto a otro veré tu Afrodita
y otros la casa de la Paz tendrán.

Iré hacia la taberna, para pedir de nuevo
el vino de Samos que bebíamos.

Faltarás, su vino será diferente;
sin embargo yo beberé y me emborracharé.

Subiré cantando y tambaleándome
al Zappio donde comenzábamos a andar.
Alrededor será hermosamente amplio el horizonte
y será mi canción como un llanto.

Suicidas Ideales (Kostas Karyotakis)



En la entrada dan un giro a la llave,
reabren cada vieja carta guardada,
leen tranquilos y después arrastran
gravepor última vez sus pasos de la morada.
La vida, dicen, fue una tragedia para ellos.
Dios mío, la carcajada horripilante
de los hombres, las lágrimas,
el sudor, el anhelo de los cielos,la solitud
de tan vastos parajes pobres.

Se quedan frente a la ventana,
lejos mirandoa la naturaleza, a los árboles, a
algún infante, ven como los marmolistas
siguen el sol martilleando que quiere
bajar al poniente para siempre.
Todo ha llegado al fin.

Aquí está la nota,breve, simple,
como se merece profunda, llena de
indiferencia y del perdón la gota por aquel
que llorará leyéndola rotunda.

Se miran al espejo, ven la hora, si es una locura
o acaso error se van a preguntar,
"todo ha terminado", murmuran, "ahora",
seguros que de veras lo van a prorrogar.

¿Dónde estás Primo Levi? (Frank Lopez Ballesteros)



Si por un instante la humanidad guardara un minuto de silencio para recordar o imaginar los horrores y el sufrimiento de millones de seres humanos. Repito, de seres humanos en los campos de concentración nazi, la historia de nuestros tiempos fuera otra. Las guerras no existieran. Los hombres fueran realmente hombres, y el mal estaría oculto bajos las piedras. Por el propio peso de su naturaleza. Porque pensar en esos hechos, es vivir siempre con miedo.

El 31 de julio sería quizá, un cumpleaños “feliz” para el gran Primo Levi; sin embargo él no lo quiso. Se entregó así mismo, y el vació inspiro su final. Largos años de vida guardó para describir de manera acuciosa lo que es capaz de hacer el hombre cuando el mal lo domina. Cuando la piedad se confunde con la risa y las gotas de sangre con lágrimas. Cuando la esperanza está negada, y soñar es algo prohibido.
Todavía está en la memoria colectiva de muchos, pero no de todos, la estrepitosa historia del pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial. Seis millones de inocentes, y muchos más, murieron bajo las órdenes de terror de algunos, que sentados en un fino escritorio de caoba, decidían el curso de la historia y de la humanidad, porque para ellos, la vida de unos pocos era injusta e innecesaria.

Primo Levi, el italiano que nació en el seno de una familia judía asentada en Piamonte, fue uno de los prisioneros de Auschwitz que sobrevivió y guardó sus recuerdos para la humanidad. Químico de profesión, muy poco le sirvió el conocer la pipeta o una rejilla de amianto para ayudar a miles de seres humanos que eran consumidos por el fuego y el terror, al mejor estilo de una película jamás escrita, pero que ocurrió.
Una de sus obras cumbre, “Si esto es un hombre” detalla de forma exacta y viva, las iracundas acciones de los nazis contra quienes llegaban deportados para “trabajar”. El primer engaño, morboso y retorcido, daba esperanzas vanas de libertad: “el trabajo te hace libre”, enunciaba un viejo portón de metal oxidado en la entrada del campo de concentración; no obstante, desde el primer día, Levi supo que esto no sería así.

“Tuve la suerte de no ser deportado a Auschwitz hasta 1944, después de que el gobierno alemán hubiera decidido, a causa de la escasez creciente de mano de obra, prolongar la vida media de los prisioneros que iban a eliminar”. Era claro, y desde un principio que quien entraba, quizá no salía. Al fiel lector de su obra, “Si esto es un hombre”, Primo Levi le desnuda la cruda realidad, y con ironía muchas veces, explica lo inimaginable.
La vida de este superviviente de lo que nunca debió ser, pero fue, no se pierde en los detalles, porque su vida no fue de detalles. Quienes lo conocieron lo presentaban como un hombre metódico y tímido en el trato. Meditabundo. Inteligente sin duda y humilde sobre todo.

Los héroes de Auschwitz, sintieron todo el mal que el hombre pudiera producir en la tierra. Al auxilio de esta idea, corre con hálito vigoroso, el célebre Víctor Frank: “Llegamos a saber lo que realmente es el hombre. Tanto ha inventado las cámaras de gas como ha entrado en ellas con la cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shema Israel, en sus labios”.

Hablar de Primo Levi, es hablar del hombre, del científico, del intelectual. Del que amó, sintió y extrañó, pero sobre todo, vivió. La figura de sus amigos dentro del Lager, lo acompañaron como una sombra a media noche. En sus recuerdos estaba un intrépido, multifacético y suspicaz Elías: “un enano, de no más de un metro y medio que sabía el oficio de sastre, de carpintero, de zapatero y el de barbero. El que puede ingerir seis, ocho, diez litros de sopa sin vomitar y sin tener diarrea, y reanuda el trabajo inmediatamente después”.
Lo que más impresiona de Levi, es que no es sólo una víctima, sino un crítico, y no exagera las cosas. Cuenta la historia de este horror a pasos lentos, pero con un estilo particular. Reconoce las cosas cuando son. Al concluir su relato acerca de Elías, muy bien pudiese haber dicho que era un miserable condenado a salir por las chimeneas, y no de manera exacta como Santa Claus; sin embargo, a través de una radiografía interna, Levi lo sepulta en sus recuerdos para dejar de mencionarlo: “Por cuanto me es posible juzgar desde fuera, y por cuanto la frase pueda tener de significativo, Elías era verosímilmente un individuo feliz”.

A pesar de ser un químico, Primo Levi era también amante de la lectura, aunque no un prolífero escritor hasta salir de Auschwitz. Conocía y juzgaba bien quién era un verdadero intelectual o un iletrado de la vida. Así, presenta a su amigo Henri como un hombre social y “culto”, que con veintidós años y espíritu de lucha, sobrevivió al Lager. Sin embargo, luego de ser liberado, no quiso volver a ver a Henri, quizá, porque sería perpetuar el infierno y ver en su rostro la imagen del dolor.
El escritor Luis Fernando Moreno Claro, cuenta que algunas semanas antes de la muerte de Levi, éste le había confiado a una buena amiga que el periodo depresivo que atravesaba -hacía poco tiempo, además, que lo habían operado de la próstata- le parecía mucho peor que aquel otro de su juventud, transcurrido en manos de los nazis, pues entonces era joven y lo mantenía vivo una infinita capacidad de paciencia y reacción, mientras que ahora, a sus 66 años, carente de fuerzas e ilusiones, le tentaba más el adiós definitivo.

Al final, nadie supo las razones concretas del suicidio de “nuestro hombre”, ni tampoco si la decisión fue tomada de repente, fruto de un arranque de desesperación, o algo meditado. Aquel gran memorialista no dejó una nota de despedida, ni un apunte que ofreciese una explicación. Se sabe que solía recordar a menudo el poema de T. S. Eliot, El entierro de los muertos, cuyos primeros versos distinguen al mes de abril como “el más cruel”, ¿acaso un indicio de que Levi eligió la época en que abandonaría un mundo y unas circunstancias que poco a poco habían comenzado a horrorizarle?
Los testimonios de Primo Levi dentro de la historia de un convulsionado siglo XX, son una herencia del horror. Como una tarea imperiosa, consagró su vida después de liberado, a relatar, a darle nombres a quienes fueron hombres, pero quedaron reducidos a simples número como ecuación matemática indeterminada, porque sus experiencias son incomparables aún. A Levi, hay que dejarlo descansar. No hay razones para pedir una explicación del por qué de su muerte. Lo bueno y lo malo que hizo, quedó en la tierra. Sin embargo, por cada minuto y segundo que transcurra, habrá que preguntarse: ¿Dónde estás? ¿En el cielo de los mártires, de los héroes o de los cobardes? Mientras tanto, aquí seguirá tu pueblo gritando ¡nunca jamás!