miércoles, 17 de noviembre de 2010

Once Minutos Parte II. Paulo Coelho


Extiende el brazo y le pide que él haga lo mismo. Susurra unas pocas palabras, diciéndole que aquella noche, en aquel lugar de nadie, le gustaría que descubriese su piel, el límite entre ella y el mundo. Le pide que la toque, que la sienta con sus manos, porque los cuerpos se entienden, aunque las almas no siempre estén de acuerdo. Él empieza a tocarla, ella también lo toca, y ambos, como si ya lo hubiesen planeado todo antes, evitan las partes del cuerpo en que la energía sexual aflora más rápidamente.

Los dedos tocan su rostro, ella siente un ligero olor a pintura, un olor que siempre permanecerá allí, por más que él se lave las manos miles, millones de veces, que estaba allí cuando nació, cuando vio el primer árbol, la primera casa, y decidió dibujarla en sus sueños. También él debe de estar notando algún olor en su mano, pero ella no sabe qué es, y no quiere preguntar, porque en ese momento todo es cuerpo, el resto es silencio. Acaricia, y se siente acariciada. Puede quedarse así toda la noche, porque es agradable, no va a acabar necesariamente en sexo, y en ese momento, justamente porque no tiene la obligación, ella siente un calor entre las piernas y sabe que está húmeda. Llegará el momento en el que él toque su sexo, y descubrirá que ella lo desea, no sabe si es bueno o malo, pero es así como está reaccionando su cuerpo, y no intenta dirigirlo para ir por aquí, por allí, más despacio, más de prisa. Las manos de él ahora tocan sus axilas, los pelos de sus brazos se erizan, ella tiene ganas de apartarlas de allí, pero está bien, aunque tal vez sea dolor lo que esté sintiendo. Le hace lo mismo a él, nota que las axilas tienen una textura diferente, tal vez por el desodorante que ambos usan, ¿pero en qué estaba pensando? No debes pensar. Debes tocar, eso es todo.

Los dedos de él trazan círculos en torno a su seno, como un animal que acecha. Ella quiere que se muevan más de prisa, que toque ya los pezones, porque su pensamiento estaba yendo más rápidamente que las manos de él, pero, tal vez sabiendo eso, él provoca, se deleita, y tarda una eternidad en llegar hasta allí. Están duros, él juega un poco, eso estremece su cuerpo aún más, dejando su sexo más caliente y más húmedo. Ahora él pasea por su vientre, se desvía y va hasta las piernas, los pies, sube y baja las manos por el lado interno de sus muslos, siente el calor, pero no se acerca, es una caricia dulce, delicada, y cuanto más delicada, más alucinante.

Ella hace lo mismo, con las manos casi en el aire, tocando sólo el pelo de las piernas, y también siente el calor, cuando se acerca al sexo. De repente es como si hubiese recuperado misteriosamente la virginidad, como si descubriese por primera vez el cuerpo de un hombre. Lo toca. No está duro como imaginaba, pero ella está toda mojada, eso es injusto, aunque tal vez él necesite más tiempo, quién sabe.

Y empieza a acariciarlo como sólo las vírgenes saben hacer, porque las prostitutas ya lo han olvidado.

Once minutos Parte I. (Paulo Coelho.)

Permaneció allí, con la parte superior del cuerpo completamente desnuda, imaginando que él saltaría sobre ella, la tocaría, le haría promesas de amor, o si era lo suficientemente sensible para sentir, en el propio deseo, el mismo placer del sexo.
El entorno de ambos empezó a cambiar, ya no había ruidos, la chimenea, los cuadros, los libros fueron desapareciendo, y fueron sustituidos por una especie de trance, donde únicamente existe el oscuro objeto del deseo, y nada más tiene importancia.
Él no se movió. Al principio sintió una cierta timidez en sus ojos, pero no duró mucho. Él la miraba, y en el mundo de su imaginación la acariciaba con su lengua, hacían el amor, sudaban, se abrazaban, mezclaban ternura y violencia, gritaban y gemían juntos.
En el mundo real, sin embargo, no decían nada, ninguno de los dos se movía, y eso la excitaba más todavía, porque también ella era libre para pensar lo que quisiera. Le pedía que la tocase con suavidad, abría las piernas, se masturbaba delante de él, decía frases románticas y vulgares como si fuesen lo mismo, tenía varios orgasmos, despertaba a los vecinos, despertaba al mundo entero con sus gritos. Allí estaba su hombre, que le daba placer y alegría, con quien podía ser quien era, hablar de sus problemas sexuales, contarle cuánto le gustaría pasar junto a él el resto de la noche, de la semana, de la vida.
El sudor comenzó a gotear de la frente de ambos. Era la chimenea, le decía uno mentalmente al otro. Pero tanto el hombre como la mujer en aquella sala habían llegado a su límite, habían usado toda la imaginación, habían vivido juntos una eternidad de buenos momentos. Tenían que parar, porque un paso más y aquella magia sería destruida por la realidad.
Con mucha lentitud, porque el final es siempre más difícil que el principio, ella volvió a ponerse el sujetador y escondió los senos. El universo volvió a su lugar, las cosas del entorno volvieron a surgir, ella levantó el vestido que había caído hasta su cintura, sonrió, y con suavidad le tocó el rostro. Él tomó su mano y la apretó contra su cara, también sin saber hasta cuándo debía mantenerla allí, ni con qué intensidad debía agarrarla.
Ella sintió ganas de decir que lo amaba. Pero eso lo estropearía todo, podía asustarlo o, lo que era peor, podía hacer que respondiese que él también la amaba. María no quería eso: la libertad de su amor era no pedir ni esperar nada.
- El que es capaz de sentir sabe que es posible tener placer incluso antes de tocar a la otra persona. Las palabras, las miradas, todo eso contiene el secreto de la danza. Pero el tren llegó, cada uno va por su lado. Espero poder acompañarte en este viaje hasta… ¿hasta dónde?
- De vuelta a Géneve – respondió Ralf.
- El que observa, y descubre a la persona con la que siempre ha soñado, sabe que la energía sexual sucede antes que el propio sexo. El mayor placer no es el sexo, es la pasión con la que se practica. Cuando esta pasión es intensa, el sexo viene a consumar la danza, pero nunca es el punto principal.
- Hablas del amor como una profesora.
María decidió hablar, porque ésa era su defensa, su manera de decirlo todo sin comprometerse con nada:
- El que está enamorado hace el amor todo el tiempo, incluso cuando no lo está haciendo. Cuando los cuerpos se encuentran, es simplemente la gota que colma el vaso. Pueden permanecer juntos durante horas, incluso días. Pueden empezar la danza un día y acabar al día siguiente, o incluso no acabar, de tanto placer. Nada que ver con once minutos.
- ¿Qué? –Te amo. – Yo también te amo. – Perdón. No sé lo que digo. – Ni yo.

Se levantó, le dio un beso y salió. Ella misma podía abrir la puerta, ya que la superstición brasileña decía que el dueño de la casa sólo tenía que hacerlo la primera vez que se marchase.




Fragmento "Once minutos". Paulo Coelho

El tren de los heridos. (Miguel Hernández)














Silencio que naufraga en el silencio
de las bocas cerradas de la noche.
No cesa de callar ni atravesado.
Habla el lenguaje ahogado de los muertos.

Silencio.

Abre caminos de algodón profundo,
amordaza las ruedas, los relojes,
detén la voz del mar, de la paloma:
emociona la noche de los sueños.

Silencio.

El tren lluvioso de la sangre suelta,
el frágil tren de los que se desangran,
el silencioso, el doloroso, el pálido,
el tren callado de los sufrimientos.

Silencio.

Tren de la palidez mortal que asciende:
la palidez reviste las cabezas,
el ¡ay! la voz, el corazón la tierra,
el corazón de los que malhirieron.

Silencio.

Van derramando piernas, brazos, ojos,
van arrojando por el tren pedazos.
Pasan dejando rastros de amargura,
otra vía láctea de estelares miembros.

Silencio.

Ronco tren desmayado, enrojecido:
agoniza el carbón, suspira el humo
y, maternal la máquina suspira,
avanza como un largo desaliento.

Silencio.

Detenerse quisiera bajo un túnel
la larga madre, sollozar tendida.
No hay estaciones donde detenerse,
si no es el hospital, si no es el pecho.

Para vivir, con un pedazo basta:
en un rincón de carne cabe un hombre.
Un dedo solo, un solo trozo de ala
alza el vuelo total de todo un cuerpo.

Silencio.

Detened ese tren agonizante
que nunca acaba de cruzar la noche.

Y se queda descalzo hasta el caballo,
y enarena los cascos y el aliento.

Luna Mia (Anónimo)


El sentir  fulgurante 
en el cristal de tu mirar
abrigó mi secreto de gelidez astral
y al nido de mis solitarias primaveras
versaba amorfos silencios  
por el sortilegio de mi triste desencanto
que azorado en soledad 
negaba a su misma Lira.  

Eras rocío escarchado en mi faz 
manso viento
terrones de miel - abetos perpetuos-
donde  el rubor de mi pasión
se inventó huracanado con locura
al rito de nuestras almas desnudas
beso puro a la entrega  desmedida
como el alfa y el omega sin final. 


Entrelazaba  cada hebra en la seda de tu tez
con la yema de mis pulgares y labios de flama
dormitando en los recodos de tu espalda
en la alborada desde el centro de tu pecho  
hasta los surcos de tu alma
donde el trinar de tu centro  
me  solfeaba melodioso tu existir
uncido a esa voz perfumada 
pues viajabas desde tus entrañas
hacia la inmensidad soberana de mi afecto.

Hoy me abraza el destierro
desde la mazmorra insondable y solitaria
avieso desierto 
donde la frase sin tí
enhebra mis sentidos    
donde busco aquel milagro 
como horas de esa tarde   
en donde germinaron simientes y sus frutos 
descarnádose impacientes por vivir.

Dulce amor  
luna mía 
soy el campo donde florece
el eco blando de tus caricias. 

Vuelve 
transmutada  en borrasca suave y vespertina 
entre umbra matinal
envuelta en hálito de brisa 
y la melodía hermosa de tu risa. 

Se amaban. (Joaquín Miró.)

Se amaban.
En la oscuridad sus cuerpos parecían fantasmas.
Se amaban y en el cuarto sus vestidos vacíos eran como
los árboles desnudos del jardín en un día de niebla.
Pero ellos se amaban.

Habían encendido un cigarrillo y fumaban los dos,
cuidando siempre de colocar los labios en el hueco que dejaban los labios,
así como besándose.

Procuraban que nada separase sus cuerpos.
No hacía falta hablar. Lo habían dicho todo.
Sólo los ojos parpadeaban a veces sin luz,
buscando los contornos del otro cuerpo amado.
y luego se estrechaban de nuevo los dos cuerpos y se enlazaban
y los dientes ansiosos encontraban la carne
y estallaban las luces en la pared del fondo.
Y el cuerpo no quería perder el otro cuerpo.
Y el tiempo aceleraba el corazón y se oía una música lejana
y el silbido de un tren en la estación del Norte.

Se amaban.
Inventaban de nuevo la razón de existir.
Sus bocas respiraban con el nuevo compás y sus manos yacían,
ya agotadas, sobre el cuerpo infinito del amante, en la sombra.
Fuera quedaba todo. La vida era el amor.
Lo real era el cuarto, con sus sillas al fondo, un espejo,
un viejo candelabro y un reloj que marcaba siempre la hora de llegar.

Se amaban.
Todo estaba muy claro. Sobre el mundo,
por todo, se seguían amando.

Ausencia (Vinicius de Moraes)

Dejaré que muera en mí el deseo
de amar tus ojos dulces,
porque nada te podré dar sino la pena
de verme eternamente exhausto.

No obstante, tu presencia es algo
como la luz y la vida.

Siento que en mi gesto está tu gesto
y en mi voz tu voz.
No quiero tenerte porque en mi ser
todo estará terminado.

Sólo quiero que surjas en mí
como la fe en los desesperados,
para que yo pueda llevar una gota de rocío
en esta tierra maldita
que se quedó en mi carne
como un estigma del pasado.

Me quedaré... tu te irás,
apoyarás tu rostro en otro rostro,
tus dedos enlazarán otros dedos
y  te desplegarás en la madrugada,
pero no sabrás que fui yo quien te logró,
porque yo fui el amigo más íntimo de la noche,
porque apoyé mi rostro en el rostro de la noche
y escuché tus palabras amorosas,
porque mis dedos enlazaron los dedos
en la niebla suspendidos en el espacio
y acerqué a mí la misteriosa esencia
de tu abandono desordenado.

Me quedaré solo como los veleros
en los puertos silenciosos.
Pero te poseeré más que nadie
porque podré irme
y todos los lamentos del mar,
del viento, del cielo, de las aves,
de las estrellas, serán tu voz presente,
tu voz ausente, tu voz sosegada.


Se busca... (Vinicius de Moraes)

No es necesario que sea hombre, basta que sea humano, basta que tenga sentimientos, basta que tenga corazón.

Se necesita que sepa hablar y callar, sobre todo que sepa escuchar.

Tiene que gustar de la poesía, de la madrugada, de los pájaros, del Sol, de la Luna, del canto, de los vientos y de las canciones de la brisa.Debe tener amor, un gran amor por alguien, o sentir entonces, la falta de no tener ese amor.

Debe amar al prójimo y respetar el dolor que los peregrinos llevan consigo.Debe guardar el secreto sin sacrificio.Se busca un amigo para gustar de los mismos gustos, que se conmueva cuando es tratado de amigo.Que sepa conversar de cosas simples, de lloviznas, y de grandes lluvias y de los recuerdos de la infancia.


No es necesario que sea de primera mano, ni es imprescindible que sea de segunda mano.Puede haber sido engañado,pues todos los amigos son engañados.No es necesario que sea puro, ni que sea totalmente impuro, pero no debe ser vulgar.Debe tener un ideal, y miedo de perderlo y, en caso de no ser así, debe sentir el gran vacío que esto deja.

Tiene que tener resonancias humanas, su principal objetivo debe ser el del amigo.Debe sentir pena por las personas tristes y comprender el inmenso vacío de los solitarios.Debe gustar de los niños y sentir lástima por los que no pudieron nacer.

Se precisa un amigo para no enloquecer, para contar lo que se vio de bello y de triste durante el día, de los anhelos y de las realizaciones, de los sueños y de la realidad.


Debe gustar de las calles desiertas, de los charcos de agua y los caminos mojados, del borde de la calle, del bosque después de la lluvia, de acostarse en el pasto.


Se precisa un amigo que diga que vale la pena vivir, no sólo porque la vida es bella.Se necesita un amigo para dejar de llorar.


Para no vivir de cara al pasado, en busca de memorias perdidas.Que nos palmee los hombros, sonriendo o llorando, pero que nos llame amigo, para tener la conciencia de que aún se vive.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Solo de Amor, (Alejandro Jodorowsky)

Aunque digas
que eres mía
sigo tratando
de llegar a ti
*
Tiene raíz la flor que yo te muestro
Plántala en tu corazón
*
No eres todo lo que quiero
pero el que en mí quiere
no es todo lo que soy
*
Desde mi locura
lancé mis poemas
para anclarme
en tu carne
*
También soy
lo que no soy
es decir tú
*
Aunque te vayas
no te pierdo
Vives en mis sueños

sábado, 13 de noviembre de 2010

Te quiero (Mario Benedetti)

Tus manos son mi caricia 
mis acordes cotidianos 
te quiero porque tus manos 
trabajan por la justicia 

si te quiero es porque sos 
mi amor mi cómplice y todo 
y en la calle codo a codo 
somos mucho más que dos 

tus ojos son mi conjuro 
contra la mala jornada 
te quiero por tu mirada 
que mira y siembra futuro 

tu boca que es tuya y mía 
tu boca no se equivoca 
te quiero porque tu boca 
sabe gritar rebeldía 

si te quiero es porque sos 
mi amor mi cómplice y todo 
y en la calle codo a codo 
somos mucho más que dos 

y por tu rostro sincero 
y tu paso vagabundo 
y tu llanto por el mundo 
porque sos pueblo te quiero 

y porque amor no es aureola 
ni cándida moraleja 
y porque somos pareja 
que sabe que no está sola 

te quiero en mi paraíso 
es decir que en mi país 
la gente viva feliz 
aunque no tenga permiso 

si te quiero es porque sos 
mi amor mi cómplice y todo 
y en la calle codo a codo 
somos mucho más que dos.

Cuando el amor os llame, (Khalil Gibran)



Cuando el amor os llame, seguidle,

aunque sus caminos sean duros y escarpados.
Y cuando sus alas os envuelvan, ceded a él,
aunque la espada oculta en su plumaje pueda heridos.
Y cuando os hable, creed en él,
aunque su voz pueda desbaratar vuestros sueños como
el viento del norte asola vuestros jardines.
Porque así como el amor os corona, debe crucificaros.
Así como os agranda, también os poda.
Así como se eleva hasta vuestras copas y acaricia
vuestras más frágiles ramas que tiemblan al sol, también
penetrará hasta vuestras raíces y las sacudirá de su arraigo a la tierra.
Como gavillas de trigo, se os lleva.
Os apalea para desnudaros.
Os trilla para libraros de vuestra paja.
Os muele hasta dejaros blancos.
Os amasa hasta que seáis ágiles,
y luego os entrega a su fuego sagrado, y os transforma
en pan sagrado para el festín de Dios.
Todas estas cosas hará el amor por vosotros para que
podáis conocer los secretos de vuestro corazón, y con
este conocimiento os convirtáis en un fragmento del corazón de la Vida.

Pero si en vuestro temor sólo buscáis la paz del amor
y el placer del amor,
Entonces más vale que cubráis vuestra desnudez y
salgáis de la la era del amor,
Para que entréis en el mundo sin estaciones, donde
reiréis, pero no todas vuestras risas, y lloraréis, pero no
todas vuestras lágrimas.

El amor sólo da de sí y nada recibe sino de sí mismo.
El amor no posee, y no quiere ser poseído.
Porque al amor le basta con el amor.

Cuando améis no debéis decir "Dios está en mi corazón",
sino más bien "estoy en el corazón de Dios".
Y no penséis que podéis dirigir el curso del amor,
porque el amor, si os halla dignos, dirigirá él vuestros
corazones.
El amor no tiene más deseo que el de alcanzar su
plenitud.
Pero si amáis y habéis de tener deseos, que sean estos:
De diluiros en el amor y ser como un arroyo que
canta su melodía a la noche.
De conocer el dolor de sentir demasiada ternura.
De ser herido por la comprensión que se tiene del amor.
De sangrar de buena gana y alegremente.
De despertarse al alba con un corazón alado y dar
gracias por otra jornada de amor;
De descansar al mediodía y meditar sobre el éxtasis
del amor;
De volver a casa al crepúsculo con gratitud,
Y luego dormirse con una plegaria en el corazón para
el bien amado, y con un canto de alabanza en los labios.

Poema para Luis Camoes (Jose Saramago)

Mi amigo, mi asombro, mi compañero,
quién pudiera decirte estas grandezas,
que yo no hablo del mar, y el cielo es nada
si en los ojos me cabe.

Basta la tierra donde se termina el camino,
la figura del cuerpo es la escala del mundo.
Miro cansado las manos, mi trabajo,
y sé, si puede un hombre saber tanto,
las veredas más hondas de la palabra
y del espacio mayor que, tras ella,
ocupan las tierras del alma.

También sé de la luz y la memoria,
del desafío de los ríos de la sangre
más allá de fronteras, diferencias.
Y el ardor de las piedras, la dura combustión
de cuerpos golpeados como sílex,
y las grutas del miedo, donde sombras
de peces irreales atraviesan las puertas
de la última razón que se agazapa
tras la niebla confusa del discurso.

Y después el silencio, y la gravedad
de las estatuas yacentes, reposando,
mas no muertas, ni heladas, devueltas
y vida inesperada, descubierta.

Y después, verticales, llamaradas
prendidas en las frentes, como espadas,
y los cuerpos alzados, manos presas,
los ojos que se funden un instante
 en lágrima común. Así fue como el caos
despacio se ordenó entre las estrellas.

Eran éstas las grandezas que decía
o diría mi asombro, si decirlas
ya no fuese este canto.

La canción desesperada (Pablo Neruda)

Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy. 
El río anuda al mar su lamento obstinado.

Abandonado como los muelles en el alba. 
Es la hora de partir, oh abandonado!

Sobre mi corazón llueven frías corolas. 
Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!

En ti se acumularon las guerras y los vuelos. 
De ti alzaron las alas los pájaros del canto.

Todo te lo tragaste, como la lejanía. 
Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio!

Era la alegre hora del asalto y el beso. 
La hora del estupor que ardía como un faro.

Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego, 
turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio!

En la infancia de niebla mi alma alada y herida. 
Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo. 
Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio!

Hice retroceder la muralla de sombra, 
anduve más allá del deseo y del acto.

Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí, 
a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.

Como un vaso albergaste la infinita ternura, 
y el infinito olvido te trizó como a un vaso.

Era la negra, negra soledad de las islas, 
y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.

Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta. 
Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.

Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme 
en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos!

Mi deseo de ti fue el más terrible y corto, 
el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.

Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas, 
aún los racimos arden picoteados de pájaros.

Oh la boca mordida, oh los besados miembros, 
oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.

Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo 
en que nos anudamos y nos desesperamos.

Y la ternura, leve como el agua y la harina. 
Y la palabra apenas comenzada en los labios.

Ése fue mi destino y en él viajó mi anhelo, 
y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio!

Oh sentina de escombros, en ti todo caía, 
qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron.

De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste 
de pie como un marino en la proa de un barco.

Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes. 
Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo.

Pálido buzo ciego, desventurado hondero, 
descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

Es la hora de partir, la dura y fría hora 
que la noche sujeta a todo horario.

El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa. 
Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.

Abandonado como los muelles en el alba. 
Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.

Ah más allá de todo. Ah más allá de todo. 

Es la hora de partir. Oh abandonado!