sábado, 19 de febrero de 2011

Las últimas lluvias (Bernardo Soares)


Desde que las últimas lluvias han pasado hacia el sur, y sólo ha quedado el viento que las barrió, ha regresado a las aglomeraciones de la ciudad la alegría del sol seguro y ha aparecido mucha ropa blanca colgada saltando en las cuerdas estiradas por los palos en las ventanas altas de las casas de todos los colores.
También me he puesto yo contento, porque existo. He salido de casa con un gran objetivo, que era, al final, llegar a tiempo a la oficina. Pero, este día, la propia compulsión de la vida participaba de aquella otra buena compulsión que hace que el sol venga a las horas del almanaque, conforme a la latitud y a la longitud de los lugares de la tierra. Me he sentido feliz porque no podía sentirme desgraciado. He bajado la calle reposadamente, lleno de seguridad, porque, en fin, la oficina conocida, la gente conocida que hay en ella, eran seguridades. No es de admirar que me sintiese libre, sin saber de qué. En los cestos puestos en los bordes de las aceras de la Calle de la Plata, los plátanos en venta, bajo el sol, eran de un amarillo grande. 

Me contento, después de todo, con muy poco: el que haya cesado la lluvia, el que haya un sol bueno en este Sur feliz, plátanos más amarillos porque tienen manchas negras, la gente que los vende porque habla, las aceras de la Calle de la Plata, el Tajo al fondo, azul verdoso tirando a oro, todo este rincón doméstico del sistema del Universo.
Llegará el día en que ya no vea esto, en que sobrevivirán los plátanos del borde de la acera, y las voces de las vendedoras sagaces, y los periódicos del día que el pequeño ha desplegado de un lado a otro de la esquina en la otra acera de la calle. Bien sé que los plátanos serán otros y que las vendedoras serán otras, y que los periódicos tendrán, para quien se incline a verlos, una fecha que no es la de hoy. Pero ellos, porque no viven, duran aunque sean otros; yo, porque vivo, paso aunque sea el mismo.

Este momento podría solemnizarlo comprando plátanos, pues me parece que en éstos se ha proyectado todo el sol del día como una linterna sin máquina. Pero me da vergüenza de los rituales, de los símbolos, de comprar cosas en la calle. Podrían no envolver bien los plátanos, no vendérmelos como deben ser vendidos por no saber comprarlos yo como deben ser comprados. Podrían extrañar mi voz al preguntar el precio. Más vale escribir que atreverse a vivir, aunque vivir no fuese más que comprar plátanos a sol, mientras hay sol y hay plátanos en venta. 
Más tarde, quizás... Sí, más tarde... Otro, quizás... No sé...

Por el camino de Swann (extracto): amada en palabras (Marcel Proust)


Yo siempre tenía a la mano un plano de París, que me parecía un tesoro porque en él podía distinguirse la calle donde habitaban los señores de Swann. Y, por gusto, y por una especie de caballeresca fidelidad, a poco que viniera a cuento, pronunciaba el nombre de esa calle, tanto que mi padre, que no estaba enterado de mi amor, como mi abuela y mi madre, me preguntó:

–Yo no sé por qué estás siempre hablando de esa calle; no tiene nada de particular. Se debe de vivir bien allí, porque está a dos pasos del Bosque, pero también hay otras que les pasa lo mismo.

Yo me las arreglaba para hacer pronunciar a mis padres, a cualquier propósito, el nombre de Swann; claro que mentalmente yo no dejaba de repetírmelo un momento, pero además necesitaba oír su deliciosa sonoridad y hacer que me tocaran esa música, con cuya muda lectura no me satisfacía. Ese nombre de Swann, aunque le conocía yo de antiguo, era para mí ahora un nombre nuevo, como sucede a los afásicos con las palabras más usuales. Y mi alma, aunque siempre le tenía presente, no podía acostumbrarse a él. Yo le descomponía, le deletreaba; su ortografía era para mí una sorpresa. Y al mismo tiempo que dejó de ser familiar para mí, dejó también de ser inocente. Me parecía tan culpable el gozo que sentía yo al oírle, que muchas veces, cuando yo intentaba hacérselo pronunciar a mis padres se me figuraba que me adivinaban el pensamiento y que desviaban la conversación. Entonces yo hacía recaer la charla sobre temas referentes a Gilberta, machacaba sobre idénticas palabras, porque aunque sabía muy bien que no eran más que palabras –palabras pronunciadas allí, lejos de ella, que no oía, palabras sin virtud alguna que repetían lo que era, pero sin poder modificarlo–, sin embargo, se me antojaba que, a fuerza de manejar y de resolver todo lo que tocaba a Gilberta, quizás saldría de allí una chispa de felicidad.

Al vaho de nuestro tiempo (Arturo Gutiérrez Plaza)


Qué le vamos a hacer
si uno le reza a Dios
y es ateo.

Cómo podemos remediar
el hecho de ser
un dado que de tanto lanzarlo,
día a día
se lima más en sus esquinas.
A quién responderle,
si aún se confía en el agua
que en el vaso se derrama
y se escribe para ahuyentar
la promiscua soledad de los hoteles.

Qué le vamos a hacer
si las palabras resultan lujuriosas
y no nos obedecen. Inventando
mitologías, mientras otros, más cautos,
hablan de amor a escondidas en los ascensores
y trotan en los parques buscando, incesantemente,
           la eternidad.

Cómo podemos remediar
el hecho cierto
de que la felicidad, a veces,
se me parece a tus ojos
y yo a un papagayo sujeto
a los antojos de la intemperie.

Transcurso (Anónimo)


Hay días que son cantos rodados
otros son cristales
algunos están cubiertos de óxido
todos hechos de aristas

Hay días que desde ojos fracturados
brotan henchidos de recuerdos
a veces traen heridas
asestadas por dagas de lunas

Hay días extraviados
porosos rugosos sin tallar
dormidos entre bolsillos desamados
lodo seco sobre costuras de zapatos

Hay días fraguados en el concreto
entibados con la palma de las manos
otros requieren ser armados
para sostener el peso enorme de sus olvidos

Hay días que suceden
a días que no suceden
son voces arrastradas
por un llanto consumido en despedidas

Días
que no logran despertar
amanecen colmados de noche

Camino esos días
descalzo sobre las ruinas

La prohibición (John Donne)




Cuídate de amarme,
Recuerda al menos que te lo he prohibido;
No es que compense mi derroche de sangre y aliento
Con tus lágrimas y suspiros,
Siendo contigo como tú fuiste para mí;
Pero es tanta la alegría que nuestra vida goza,
Que al menos que tu amor se frustre con mi muerte,
Si me amas, cuídate de amarme.

Cuídate de odiarme,
O de triunfar con exceso en la victoria.
No es que quiera defenderme,
Y devolver odio por odio,
Mas perderás tu hábito de conquistador,
Si yo, tu conquista, perezco bajo tu odio.
Entonces, para que mi nulidad no te disminuya,
Si me odias, cuídate de odiarme.

No obstante, ámame y ódiame,
Para que estos extremos se neutralicen;
Ámame, y podré morir de la manera más dulce;
Ódiame, pues tu amor es demasiado para mí:
O deja que ambas cosas se marchiten, y no yo,
Que siendo tu escenario, viviré sin triunfar,
No sea que destroces tu amor, tu odio y a mí mismo,
Para dejarme vivir, oh ámame y ódiame.

Los muertos están ebrios... (Oscar Wladislas de Lubicz Milosz )

Los muertos están ebrios de lluvia antigua y sucia
allá en el cementerio extraño de Lofoten.
El reloj del deshielo tabletea lejano
entre los ataúdes sórdidos de Lofoten.

Y gracias a las fosas que el entretiempo ahueca,
con fría carne humana los cuervos se han cebado,
y gracias al delgado viento con voz de niño,
dulce para los muertos es el sueño de Lofoten.

Ya no veré jamás, jamás sin duda,
ni la mar ni las tumbas de Lofoten,
y sin embargo hay algo en mí que me hace amar
ese rincón extremo y toda su congoja.

Suicidas, alejados y desaparecidos
del cementerio extraño de Lofoten
-¡qué raro y dulce suena su nombre en mi oído!-
decidme si es verdad que allí, que allí dormís.

Bien podrías contarme cosas más ocurrentes,
clarete que rebasas en mi copa de plata;
historias más amables o menos alocadas
y dejarme tranquilo con tu eterno Lofoten.

Que está haciendo buen tiempo y suave se desliza
en el hogar la voz del mes más melancólico.
¡Ah, los muertos, los muertos, aun los de Lofoten,
los muertos, en el fondo, lo están menos que yo!

Despertar (Oscar Wladislas de Lubicz Milosz )


En un país de infancia recuperada entre lágrimas,
en una ciudad con latidos de corazones muertos
(todo un arrullador zurco de latidos de vuelo,
de latidos de alas de pájaros de la muerte;
de chapaleos de alas negras sobre el agua de la muerte),
en un pasado fuera del tiempo, enfermo de arrobamiento,
los gratos ojos dolidos del amor arden todavía
con un fuego manso de mineral rojizo, con un triste encanto,
en un país de infancia recuperada entre lágrimas...
Sin embargo, el día llueve sobre el vacío absoluto.

¿Por qué me has sonreído en la gastada luz,
y por qué y cómo me has reconocido,
extraña muchachita de arcangélicos párpados,
de reidores, azulados, suspirantes párpados,
hiedra de noche estival sobre la luna de las piedras?
¿Y por qué y cómo, no habiendo jamás entrevisto
ni mi rostro ni mi duelo, ni la miseria
de los días, me has reconocido tan de pronto,
cálida, musical, brumosa, pálida amada?
¿Por quién morir en la noche inmensa de tus párpados?
Sin embargo, el día llueve sobre el vacío absoluto.

¿Qué palabras, qué músicas terriblemente caducas
se estremecen en mí con tu presencia irreal,
sombría paloma de los días lejanos, tibia, bella?
¿Bajo cuáles frondas de soledumbre antiquísima,
en qué silencio, en qué melodía o en qué
voz de niño enfermo volver a encontrarte, oh bella,
oh casta, oh música escuchada en el sueño?
Sin embargo, el día llueve sobre el vacío absoluto.

Hoy cumplo treinta y seis años (George Gordon)

Este día el corazón debería estar inmóvil
Puesto que a otros ha dejado de mover:
Pero aunque yo no pueda ser querido,
Déjenme amar.

Mis días yacen entre hojas amarillas,
Se fueron flores y frutos del amor,
El gusano, la llaga y la profunda pena
Son lo único mío.

El fuego que de mi seno hace presa
Arde a solas como una isla volcánica,
Ninguna antorcha se enciende en su hoguera -
Una pira funeraria.

Esperanza, miedo, celoso cuidado,
Mi exaltada porción de dolor,
El poder del amor no puedo compartir,
Sino su corrupción.

Pero no es hora -ni éste el lugar-
Para que tales ideas agiten mi alma
Cuando el ataúd ornamenta la gloria del héroe
Si ella no rodea su frente.

La espada, el estandarte, la tierra,
la gloria y Grecia veo en torno a mí.
El espartano detrás de su escudo
No fue más libre.

¡Despierten! (no Grecia: ella vigila).
Mi espíritu despierte. Piensa por dónde
La sangre vital fluye del lago original
Y golpea en ti.

Pisa esas pasiones revividas
-Indigna virilidad-: indiferentes
Para ti la sonrisa o el ceño adusto
De la belleza deberían ser.

Si reniegas de tu juventud, ¿para qué vivir?
La tierra de la muerte honorable
Está aquí: entra al campo y entrega
Tu aliento.

Busca -menos a menudo se busca que se encuentra-
La tumba del soldado, la mejor para ti;
Mira alrededor, elige tu parcela
Y toma tu descanso.

Te tiendes sobre ti misma sin adorno (Juan Rodolfo Wilcock )


Te tiendes sobre ti misma sin adorno

toda recorrida por pequeños guerreros
que dejas hacer, inmóvil, inmaginando,
y con un lento brazo te acarician
los cabellos derramados en castillos
y el cuerpo enjoyado de prefecturas,
de Paduas, de Sienas, de Venecias,
¡oh marismeña de cola blanca
lamida por el petróleo y por el plástico!
Enamoraste, desmemoriada, enamoras.

Aprovechemos que hay una fuente (Juan Rodolfo Wilcock )

Aprovechemos que hay una fuente,
y el silencio y la noche y las rocas negras
y la orilla que es negra sobre el cielo negro
con pocas estrellas porque es una noche oscura
y los árboles se sacuden en el viento,
piensa que hacen eso toda la noche,
sería extraño que tú estuvieras aquí
para escuchar el rumor de una fuente
en la oscuridad majestuosa de la montaña,
ni en sueños vendrías aquí arriba,
si no hubiese espantando un halcón
pensaría que ni siquiera yo estoy aquí,
no obstante, no obstante, aun si no estás,
y ni siquiera yo sé si estoy,
por cierto querría que estuviésemos aquí
y que tu mundo se uniese al mío
por el único punto en que se tocan,
aprovechando que hay una fuente
y el silencio y la noche y las rocas negras
y la orilla que es negra sobre el cielo negro.

De "La parola morte" (Juan Rodolfo Wilcock)

Coma o gruta estrellada de los moribundos,
galería de escarcha sin sintaxis,
esferoide inmóvil sin gravitación,
navecita espacial sin ruidos,
coma o amnios de los solitarios moribundos,
que hace angélicas las vidas infames
cuando las hace mudas finalmente,
proyectando hacia atrás estalactitas
de decoro sobre las últimas palabras,
abyectas como las precedentes,
coma o aureola de los inicuos moribundos,
avenida geométrica de cristales de hielo,
lago perfectamente navegable,
nube como hotel vasto de lujo
pero deshabitado, servido por invisibles,
estación de lavado de cerebro
sucio de sustantivos e imperativos,
coma o patatús final de los moribundos
que los retrotrae a topos, peces, lagartos
y, con estertores rítmicos, bestias que duermen,
molienda sutilísima del lenguaje,
globo de luz en cuyo centro flota
la indiferencia muda del homo sapiens,
descompresor frío donde se gasifica,
con todas las otras, la palabra muerte.

Arte poética (Rafael Bielsa )

Dijo que todas ellas murieron, sí
lo dijo, que son como ademán de polvo
en las ventanas. Dijo
que ni pupila ni trance ni acróbata:
humilde anillo, en cambio, cabeza
de alfiler. Dijo: mirarlas
como a resplandor. Las palabras -dijo-,
hay grandes verdades en ellas;
caminos vacíos, una ciudad de cal
en donde un puñado de monos melancólicos
busca para refugio los lugares frescos.

Mi mejor verso (Vladimiro Maiacovski)



El auditorio
arroja sus preguntas hirientes,
insiste en un desafío de papeletas.
"Camarada Maiacovski,
lea su verso mejor".
Mientras pienso
tomado de la mesa,
quizá leerles éste,
o tal vez aquél.
Mientras reviso
mi viejo arsenal poético,
y muda, en silencio,
la sala espera,
el secretario del Obrero del Norte,
murmurándome
al oído
me dijo...
Y yo grité, saliéndome del tono poético,
más fuerte que las trompetas de Jericó:
"¡Camaradas"
¡Los obreros
y las tropas de Cantón
tomaron Shangai!"
Como si al aplauso
lo amasaran con las palmas de las manos,
crecía la ovación,
crecía su fuerza.
Cinco,
diez,
quince minutos
aplaudía el salón.
Parecía que la tormenta
cubría leguas y leguas,
en respuesta a todas las notas Chamberlánicas,
y rodaba hasta llegar a la China,
alejando los torpederos de Shangai.
No comparo la mejor jalea poética,
cualquiera de las más grandes glorias poéticas,
con la sencilla noticia del diario
si a esta noticia
la aplaude así nuestro auditorio.
¿Acaso hay ligadura de fuerza mayor
que la solidaridad
de la colmena obrera?
¡Aplaude
obrero textil
a los desconocidos
y queridos
coolíes de la China!

1925

Purgatorio, Canto segundo (Dante Alighieri )

Ya estaba el sol al horizonte junto,
cuyo meridional cerco domina
a Jerusalén con su más alto punto;

y la noche, que opuesta a él gira,
salía del Ganges con la Balanza, *
que cae de sus manos cuando se estira,

tal que las blancas y las bermejas mejillas,
allá donde yo estaba, de la bella Aurora,
al pasar el tiempo se hacían naranjas.

Estábamos junto al mar todavía,
como gente que piensa su camino,
y con el corazón va, y con el cuerpo se demora.

Y entonces, como, sorprendido a la mañana
por el grueso vapor, Marte enrojece
allá al poniente, sobre suelo marino,

se me apareció, como si aún la viera,
una luz que por el mar iba tan rápida,
que a su andar ningún vuelo se compara.

Y a ésta, como un poco hube retirado
el ojo para preguntar al duca mío,
la vi de nuevo más grande y reluciente.

Luego, de cada lado se me apareció
un no sé qué blanco, y desde abajo,
poco a poco, un otro blanco se asomó.

Aún no decía palabra mi maestro,
hasta que los primeros blancos parecieron alas;
entonces, aunque bien conocía al batelero,

gritó: "Dobla, dobla las rodillas,
Es el ángel de Dios: une las manos;
desde ahora verás tales ministros.

"Mira cómo desprecia los humanos medios,
tal que remo no quiere ni otra vela,
entre apartadas playas, que sus alas.

"Mira cómo las levantó hacia el cielo,
moviendo el aire con las eternas plumas,
que no se mudan, como el mortal pelo".

Luego, como más y más cerca vino
el divino pájaro, más claro parecía,
y como el ojo no puede resistirlo,

me incliné, y aquél llegó a la playa
con un barquito tan ligero y fino
que el agua nada lo engullía.

En la popa estaba el celestial barquero,
tal que haría beato a quien lo viera;
y más de cien espíritus sentados dentro.

"In exitu Israel de Aegypto", **
cantaban todos juntos a una voz,
y todo lo que en ese salmo sigue, escrito.

Luego les hizo el signo de la santa cruz,
con lo que se arrojaron todas a la playa;
y él se fue, tal como llegó, veloz.

La turba que quedó allí, extrañada
parecía del lugar, mirando en torno,
como aquel que nuevas cosas prueba.

Por todas partes asaeteaba al día
el sol, que con las doradas saetas
había cazado la Cabra en mitad del cielo,

cuando la nueva gente alzó la frente
hacia nosotros, diciéndonos: "Si saben,
muéstrennos la forma de ir al monte".

Y Virgilio respondió: "Creen ustedes
que tal vez somos expertos de este sitio,
pero somos peregrinos, como ustedes son.

"Hace poco llegamos, ustedes apenas luego,
por otro camino, tan áspero y fuerte,
que subir ahora será para nosotros juego".

Las almas, que de mí se dieron cuenta,
por la respiración, que aún estaba vivo,
maravilladas, empalidecieron.

Y como al mensajero que porta olivo
acude la gente para oír noticias,
y de pisarse nadie allí es esquivo,

así en mi rostro se fijaron ellas,
almas afortunadas, todas juntas,
casi olvidando el ir a hacerse bellas.

Yo vi una de aquellas venir hacia adelante
para abrazarme, con tan grande afecto,
que me movió a hacer un acto semejante.

¡Ah, sombras vanas, sólo en el aspecto!
Tres veces detrás de ella uní las manos,
y otras tantas regresaron a mi pecho.

De la maravilla, creo, me pinté;
y la sombra sonreía y se alejaba,
y yo, siguiéndola, avancé.

Suavemente dijo que yo me detuviera:
entonces supe quién era y le rogué
que, para hablarme, un poco se parara.

Respondió: "Así como te amé
en el cuerpo mortal, así te amo liberada:
por eso me detengo; pero tú, ¿por qué vas?"

"Casella mío, por regresar de nuevo ***
allá de donde soy, hago este viaje",
dije, "pero ¿cómo tantas horas te restaron?"

Y él a mí: "De nadie he recibido ultraje,
si el que lleva cuándo y a quien le place
muchas veces me ha negado el paso,

"porque hace lo suyo según su voluntad;
verdad es que hace tres meses trae
a quien ha querido entrar, con toda paz.

"Por lo que yo, que había a la marina regresado,
donde el agua del Tíber vuélvese salada,
benignamente fui por él recolectado.

"Hacia aquella salida endereza el ala,
ya que allí se congregan siempre
los que al Aqueronte no descienden".

Y yo: "¡Si nueva ley no te ha quitado
memoria o el uso del amoroso canto,
que solía mitigarme los dolores,

"de tales te plazca consolar un tanto
mi alma, con su persona
venida aquí, y preocupada tanto!"

"Amor que en la mente me razona", ****
comenzó él, tan dulcemente,
que la dulzura aún dentro de mí suena.

Mi maestro y yo y aquella gente
que estaban con él parecían tan contentos,
como si a nadie tocase otro la mente.

Estábamos parados allí y atentos
a sus notas; y apareció el viejo honesto
gritando: "¿Qué sucede, espíritus lentos?

"qué negligencia, qué esperarse es esto?
Corran al monte a despojarse del escollo
que ser no les permite en Dios manifiesto".

Como cuando, tomando su alimento,
las palomas juntas en los pastos,
quietas, sin mostrar su usual orgullo,

si algo aparece allí que dé pavura,
súbitamente dejan estar la hierba,
porque asaltadas son de mayor cura,

así vi yo a aquella bandada fresca
dejar el canto y escapar hacia la costa,
como quien no sabe adónde irá a parar;
no fue nuestra partida menos presta.

miércoles, 16 de febrero de 2011

LA CARTA QUE NUNCA ESCRIBIRÉ


.. motín del horizonte, pan de la aurora...
Joaquín Sabina


I

Resulta inevitable hablar de amor.


Yo prometo ser bueno.
Tú podrías dejar de ser tan mala.

Sé que en mi corazón, patio de cárcel,

hay piedras que hablan solas.


II

Me tocaron tus ojos como dos buenas cartas
que jugué con los míos sin ambición ninguna,
en contra de la suerte. Una vez más,
me miras. Son tus ojos
dos charcos aburridos donde no salta nadie.
Tatuados en ellos tus diecinueve años,
el tiempo, ese aliado que conozco de siempre,
tiene el viento en la suelas
y el corazón intacto en un rincón pequeño

que en pocas ocasiones hemos llamado vida.

Hoy solo sé,
sin que nadie me escuche,
que soy ese lugar que olvidaremos
esperando que vuelvan días mejores.
Pero si no volvieran,
tú que trucas la luna como un dado envidioso
reinventando sin suerte el sabor de la culpa,
acuérdate de mí, que siento envidia
del agua de la ducha
que brinda con tu piel mientras aplaude.

Te conocí en abril, adicto yo a tus ojos
y a tu risa –que no le sobra un gramo–,
y amar no era una forma del verbo fracasar.
Hablo de aquellos ojos
como quien habla de fantasmas.
En tu mirada –hoy– hay flores muertas.
Sembrado está de minas tu silencio
y yo en tu corazón sigo metido

como una marioneta en una caja.

Quise olvidar la vida,
esa huella cansada del beso que no he dado.
Nos duele amar, lo sé;
duele también no hacerlo.
Y hay caminos que guardan los pasos que no dimos
como el labio contiene la palabra no dicha.
Todas las noches eran distintas en tu boca.
Yo apretaba los dientes pensando en desnudarte,
sin pedirte permiso, sin preguntarte nada.
Pero a veces ocurre… ¡Amar es tan difícil!
"Ni lo intentes", decías. Y hay olor a tristeza
entre todas las sábanas y los labios sin eco.
Y al reloj se le olvidan las horas que buscábamos.

Es la traición
como un tiro que hiere
a quien dispara.
La vida es fea.
Mejor cierra los ojos
conmigo dentro.
No sabes cuántas veces
han cedido mis labios, temerosos,
mojados de tus labios
en el agua bendita de tu sexo,
empapado de sol…
En tu pequeño corazón de niña
doy señales de vida.
Y cabe la esperanza de volver
a hablar con mis juguetes,

a agujerear la goma de borrar a preguntas.

La luna insomne en el jardín sin luz
invita a la nostalgia.
Y es más fácil saber.
Yo solo sé de ti cuando te beso
y es el sol en tus labios como una mandarina,
ese reflejo anaranjado

de mi boca sin ti al recordarte.

¿Vivir sin ti?
Tal vez sí pueda, amor, pero no quiero.
En tus ojos sin paz se mueren las palomas.
Ya sé que nos esperan
cientos de amores en el mundo,
pero también lo sabes: nunca el mismo dos veces.
La vida es lo que pasa
mientras el agua de la ducha

se va por la rejilla.

Cuesta soltar amarras,
no digamos remar al horizonte,
a ese sol que salpica con su luz insumisa
hasta torcer las sombras.
La vida cambia a cada paso
y a veces toca fondo.
Y no es la realidad una buena metáfora.

He cerrado los libros, he roto los espejos…
No conozco otra cosa que el rojo de tus labios.
Ya no miro la noche pasar por tu desnudo
ni buscaré tu hombro como quien va a la luna
en esta madrugada que me sé de memoria.
¿Por qué el amanecer no promete un comienzo

y la esperanza es solo insolación?

El hombre solo acepta lo que puede explicar.
¿No representa eso lo que ambos despreciamos?
Los amantes que pasan
con la complicidad de las agujas

del tiempo que encerramos bajo el cristal más frío.

No llueve y no es domingo.
El sol es una aguja ensartada de oro,
motín del horizonte, pan de la aurora.
Una puerta de paz
para la que no existe llave.
La vida, ese cartero que no llama dos veces.

Yo ya no seré yo cuando te vayas.
Tú ya no serás tú a partir de entonces.


III

Por fin logro entender por qué los peces
reclaman como propio un barco hundido

Ausencia en Navidad (Ignacia)

Me dejaste el brillo de tu estrella
en el firmamento en donde imagino tu tiempo
tu sombra ausente bajo el pino,
lejanas tus manos del retablo aquel
que pintaste un día cuando yo era niña
inventándome el pesebre de Belén.

Me dejaste tus pasos en profunda huella
como Melchor, Gaspar y Baltasar
y el anciano del trineo y los venados
que conocen la voz de la eternidad
paso a paso en el tiempo yo voy
por el sendero de tu palabra florecida.

Me dejaste raíces
de un antiguo continente,
tu sonrisa y tu nobleza
en la vigilia del viento,
en el retablo de Belén
tu presencia ausente,
el legado de tu nombre
el recuerdo de tu voz
la transparencia de tus alas.
en el gris brumoso de las nubes del tiempo.

Ausencia (Anonimo)

Desde mi útero helado
te llamo con gritos húmedos
Con mis manos vacías de tu ausencia
te abrazo sin abrazos

Mi hijo ausente
mi único y real tesoro imposible
mi don prohibido
te busco entre mis escombros

Llamo tus miles de nombres
princesa, príncipe soñado
ausente desde siempre
Busco el reflejo fantasmal
de tus ojos en los míos

Soy la tierra que jamás dará nada
el destino sin flores, ni semillas
Mi vida se acaba conmigo
y mis destellos

¿Me miras desde alguna parte
angelito inexistente?
espero tu beso, tu vocecita inocente,
tu ser indefenso protegido en mis pechos

Te he buscado con esperanzas,
ansias, desvelos, desgarros,
soledad, desahucio...

Y a pesar de que ya no te sueño
bajo mi almohada espero
algún yerro del destino
que te traiga a mis brazos

Entonces, por un segundo siquiera,
podré ver mi reflejo
en el centro de tus ojitos pequeños
aunque sólo sea en sueños.

La hora de Tinieblas (Rafael Pombo)


Cogitavi dies antiquos ;  
et annos aeternos in mente habui.  
Et meditatus sum nocte cum corde meo, et exercitabar, 
et scopebam spiritum meum.  
øNumquid in aeternum projuciet deus ;  
aut non apponet ut complacitior sit adhuc ? 
  
( PensÈ en los dÌas antiguos, y tuve en mi espÌritu 
los anos eternos. De noche meditÈ en mi corazÛn : me 
ejercitaba y purificaba mi espÌritu. øpor ventura de- 
sechar· Dios para siempre o no volver· a ser benÈvolo ?) 
øpor quÈ, si puede Dios, no satisface a la hambre  
cruel que nos devora ? 

domingo, 13 de febrero de 2011

APIÁDATE DE MI CORAZÓN, ALMA MÍA ( KHALIL GIBRÁN)


¿Por qué lloras, Alma mía?
¿Acaso desconoces mis flaquezas?
Tus lágrimas me asaetean con sus puntas,
Pues no sé cuál es mi error.
¿Hasta cuándo he de gemir?
Nada tengo sino palabras humanas
Para interpretar tus sueños,
Tus deseos, y tus dictados.

Contémplame, Alma mía; he
Consumido días enteros observando
Tus enseñanzas. ¡Piensa en todo
Lo que sufro! Siguiéndote mi
Vida se ha disipado.

Mi corazón se ha glorificado en el
Trono, pero ahora no es más que un esclavo;
La paciencia era mi compañera, más
Ahora se ha vuelto en mi contra;
La juventud era mi esperanza, más
Ahora desaprueba mi abandono.


¿Por qué eres tan acuciante, Alma mía?
He rehusado el placer
Y he abandonado la dicha de la vida
En pos del camino que tú
Me has obligado a recorrer.
Sé justa conmigo, o llama a la Muerte
Para que se desencadene,
Pues la justicia es tu virtud.


Apiádate de mi corazón, Alma mía.
Tanto Amor has vertido sobre mí que
Ya no puedo con mi carga. Tú y el
Amor son un poder inseparable; la Materia
Y yo somos una debilidad inseparable.
¿Cesará alguna vez el combate
Entre el débil y el poderoso?


Apiádate de mí, Alma mía.
Me has mostrado la Fortuna
Inalcanzable. Tú y la Fortuna moran
En la cumbre de las montañas; la Desdicha y yo
Estamos juntos y abandonados en lo profundo
Del valle. ¿Se unirán alguna vez
El valle y la montaña?


Apiádate de mí, Alma mía.
Me has mostrado la Belleza y luego
La has ocultado. Tú y la Belleza moran
En la luz, la ignorancia y yo
Somos uno en la oscuridad. ¿Invadirá
La luz alguna vez las tinieblas?


Tu deleite llega con el Fin,
Y ahora te revelas anticipadamente;
Mas este cuerpo sufre por la vida
Mientras vive.
Esto es, Alma mía, el desconcierto.


Presurosa huyes hacia la Eternidad,
Mas este cuerpo fluye lento hacia
El Fin. Tú no lo esperas,
Y él no puede apresurarse.
Esto es, Alma mía, la tristeza.

Te elevas raudamente, por el mandato
De los cielos, mas este cuerpo se desploma
Por la ley de gravedad. No lo consuelas
Y él no te quiere.
Esto es, Alma mía, la desdicha.

Eres rica en sabiduría, mas este
Cuerpo es pobre en comprensión.
Tú no te arriesgas
Y él no puede obedecer.
Esto es, Alma mía, el límite de la desesperación.

En el silencio de la noche visitas
Al enamorado y gozas con la dulzura
De su presencia. Este cuerpo será por siempre
La amarga víctima de la esperanza y la separación.
Esto es, Alma mía, la tortura despiadada.
¡Apiádate de mí, Alma mía!

sábado, 12 de febrero de 2011

La muerte rosa (André Breton)


Los pulpos alados guiarán por última vez la barca cuyas
velas están hechas de ese solo día hora a hora
Es la velada única tras la cual sentirás subir por tus cabellos
el sol blanco y negro
De los calabozos rezumará un licor más fuerte que la muerte
Cuando se la contempla desde lo alto de un precipicio
Los cometas se posarán suavemente en los bosques antes
de fulminarlos
Y todo pasará dentro del amor indivisible
Si el motivo de los ríos nunca desaparece
Antes de que sea completamente de noche observarás
La gran pausa de la plata
Sobre un pescador en flor aparecerán las manos
Que escribieron estos versos y que serán husos de plata también
Y también golondrinas de plata sobre el oficio de la lluvia
Verás el horizonte abrirse y de pronto habrá acabado el
beso del espacio
Pero el miedo ya no existirá más y los cristales del cielo y del mar
Volarán por el viento con más fuerza que nosotros
Qué haré yo con el temblor de tu voz
Sonríe danzarina alrededor del único lustro que no caerá
Trampa del tiempo
Subiré los corazones de los hombres
Para una suprema lapidación
Mi hambre dará vueltas como un diamante demasiado tallado
Trenzará los cabellos de su hijo el fuego
Silencio y vida
Pero los nombres de los amantes se olvidarán
Como la adónica gota de sangre
En la luz enloquecida
Mañana engañarás a tu propia juventud
A tu gran juventud luciérnaga
Los ecos solos harán moldes de todos los lugares que existieron
Y en la infinita vegetación transparente
Te pasearás con la celeridad
Que se pide a los animales de los bosques
Acaso te desgranes entre mis despojos
Sin verlos lo mismo que uno se arroja sobre un arma fluctuante
Pero yo perteneceré al vacío semejante a los Peldaños
De una escalera cuyo movimiento se llama muy penoso
Para ti los perfumes desde entonces los perfumes prohibidos
Lo angélico
Bajo el musgo esponjoso y bajo tus pasos que no existen
Mis sueños serán vanos y formales como el rumor de los
párpados del agua en la sombra
Me introduciré en los tuyos para sondear la profundidad
de tus lágrimas
Mis llamadas te dejarán dulcemente vacilante
Y en el tren hecho de tortugas de hielo
No tendrás que tirar de la señal de alarma
Llegarás sola a esta playa perdida
Donde una estrella descenderá sobre tus equipajes de arena.