Bienvenidos a la página Literaria de Julie Paola Lizcano Roa. Aquí, podrán encontrar recopilación de textos de todo tipo de literatura, así mismo algunos textos de la creadora de este blog!
jueves, 23 de enero de 2014
miércoles, 22 de enero de 2014
Si mi sonrisa mostrara el fondo de mi alma mucha gente al verme sonreír lloraría conmigo. Kurt Cobain
EL LOCO (Khalil Gibran)
Me preguntáis cómo me volví loco. Así sucedió:
Un día, mucho antes de que nacieran los dioses, desperté de un profundo sueño y descubrí que me habían robado todas mis máscaras -si, las siete máscaras que yo mismo me había confeccionado, y que llevé en siete vidas distintas-; corrí sin máscara por las calles atestadas de gente, gritando:
-¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!
Hombres y mujeres se reían de mí, y al verme, varias personas, llenas de espanto, corrieron a refugiarse en sus casas. Y cuando llegué a la plaza del mercado, un joven, de pie en la azotea de su casa, señalándome gritó:
-¡Miren! ¡Es un loco!
Alcé la cabeza para ver quién gritaba, y por vez primera el sol besó mi desnudo rostro, y mi alma se inflamó de amor al sol, y ya no quise tener máscaras. Y como si fuera presa de un trance, grité:
-¡Benditos! ¡Benditos sean los ladrones que me robaron mis máscaras!
Así fue que me convertí en un loco.
Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos comprenden esclavizan una parte de nuestro ser.
Pero no dejéis que me enorgullezca demasiado de mi seguridad; ni siquiera el ladrón encarcelado está a salvo de otro ladrón.
sábado, 18 de enero de 2014
Diarios (Alejandra Pizarnik)
No quiero ver a nadie. Necesito soledad. Desearía estar en un lugar desolado, o en una clínica. Dormir bien, tener un florero con violetas frescas, fumar poco y beber limonada. No llorar ni reír. Tomar en serio mis apuntes y mis libros. Oh, como deseo vivir solamente para escribir.
viernes, 17 de enero de 2014
¿Cómo diablos? Charles Bukowski
jueves, 16 de enero de 2014
¿Qué es la literatura? Jean Paul Sartre
"El poeta en cada palabra, por el solo efecto de la actitud poética, realiza las metáforas en las que soñaba Picasso cuando deseaba hacer una caja de fósforos que fuera toda ella un murciélago sin dejar de ser una caja de fósforos. Florencia es ciudad, flor y mujer y es también ciudad-flor, ciudad-mujer y muchacha-flor. Y el extraño objeto que se muestra así posee la liquidez del río y el dulce ardor leonado del oro, y, para terminar, se abandona con decencia, y prolonga indefinidamente, por medio del debilitamiento continuo la e muda, su sereno regocijo saturado de reservas. A esto ha de añadirse el esfuerzo insidioso de la biografía. Para mí, Florencia es también cierta mujer, una actriz norteamericana que actuaba en las películas mudas de mi infancia y de la que he olvidado todo, salvo que era larga como un guante de baile, que siempre estaba un poco cansada y era casta, que siempre representaba papeles de esposa incomprendida y que se llamaba Florencia y yo la amaba. Porque la palabra, que arranca al prosista de sí mismo y lo lanza al mundo, devuelve al poeta, como un espejo, su propia imagen. Esto es lo que justifica la doble empresa de Leiris, quien por un lado, en su Glossaire, trata de dar a ciertas palabras una definición poética, es decir, que sea por sí misma una síntesis de implicaciones recíprocas entre el cuerpo sonoro y el alma verbal y, por otro, en una obra todavía inédita, se lanza a la busca del tiempo perdido, tomando como guías ciertas palabras especialmente cargadas para él de valor afectivo. Así, pues, la palabra poética es un microcosmos. La crisis del lenguaje que se produjo a comienzos del siglo fuen una crisis poética. Sean cuales fueren los factores sociales e históricos que la produjeron, esta crisis se manifestó por accesos de despersonalización del escritor ante las palabras. No sabía servirse de ellas y, según la célebre fórmula de Bergson, sólo las reconocía a medias; se acercaba a ellas con una sensación de extrañeza verdaderamente fructuosa: ya no le pertenecían, ya no eran para él, pero, en esos espejos desconocidos, se reflejaban el cielo, la tierra y la propia vida. Y, finalmente, se convertían en las cosas mismas o, mejor dicho, en el corazón negro de las cosas. (...)"
domingo, 12 de enero de 2014
"Los hombres de talento son los que dan en un blanco que otros no pueden alcanzar, mientras que los hombres de genio son los que dan en un blanco que los demás no ven.
Los hombres de talento surgen de la necesidad de su época y son capaces de responder a ellas, pero por lo tanto sus obras se marchitan y se olvidan en la generación siguiente.
El genio ilumina su época como un cometa irrumpe la trayectoria de los planetas, no puede llevar el mismo paso que el resto de la cultura; pues contrario, proyecta sus obras a lo lejos, sobre la senda que se abre ante él".
A. Shopenhauer
viernes, 10 de enero de 2014
Mi lampara va a apagarse; pormas que quiera reanimar su luzmoribunda; no podra durar tantotiempo como mi desvelo. Si pareceque duermo, no es el sueno el queembarga mis sentidos y si el descaecimientoque me causan una multitudde pensamientos que afligenmi alma y a los cuales no me es posibleresistir. Mi corazon esta siempredesvelado y mis ojos no se cierransino para dirigir sus miradasdentro de mi mismo; sin embargoestoy vivo, y segun mi forma y miaspecto, me parezco a los otros hombres.iAh! iel dolor deberia ser la escueladel sabio! Las penas son unaciencia, y los mas sabios son losque mas deben gemir sobre la fatalverdad. El arbol de la ciencia noes el arbol de la vida.Filosofia, conocimientos humanos,secretos maravillosos, sabiduriamundana, todo lo he ensayadoy mi espiritu puede abrazarlo todo,todo puedo someterlo a mi genio:iinutiles estudios! He sido generosoy bienhechor, he encontrado lavirtud aun entre los hombres ...ivana satisfaccion! He tenido enemigos;ninguno ha podido danarmey varios han caido delante de mi:iinutiles triunfos! El bien, el mal,la vida, el poder, las pasiones, todolo que veo en los demas ha sido parami como la lluvia sobre la aridaarena. Despues de aquella horamaldita... No conozco el terror, estoycondenado a no esperimentarnunca el temor natural, ni los latidosde un corazon que hacen palpitarel deseo, la esperanza o el amorde alguna cosa terrestre...
(Manfred, Lord Byron)
(Manfred, Lord Byron)
"Yo solía pensar que era la persona más extraña en el mundo, pero luego pensé, hay mucha gente así en el mundo, tiene que haber alguien como yo, que se sienta bizarra y dañada de la misma forma en que yo me siento. Me la imagino, e imagino que ella también debe estar por ahí pensando en mí. Bueno, yo espero que si tu estás por ahí y lees esto sepas que, sí, es verdad, yo estoy aquí, soy tan extraña como tú". Frida Kahlo.
miércoles, 8 de enero de 2014
martes, 7 de enero de 2014
Humano, demasiado humano (Fragmento)
"Su rompimiento con la enseñanza de cátedra, como uno de los ideales más queridos de la adolescencia, es el más doloroso sacrificio que puede imponerse a una nueva concepción del heroísmo, la sabiduría y la sanidad . Lo realiza para hacer consigo mismo, con su inteligencia, el más atrevido experimento: el de razonar sin ningún prejuicio hasta los últimos límites de la razón libre; hasta la locura si es preciso." (Introducción)
Frederich Nietzche
lunes, 6 de enero de 2014
Trainspotting
Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos. Elige la salud, colesterol bajo y seguros dentales. Elige pagar hipotecas a interés fijo. Elige un piso piloto. Elige a tus amigos. Elige ropa deportiva y maletas a juego. Elige pagar a plazos un traje de marca en una amplia gama de putos tejidos baratos. Elige bricolaje y preguntarte quién coño eres los domingos por la mañana. Elige sentarte en el sofá a ver tele-concursos que embotan la mente y aplastan el espíritu mientras llenas tu boca de puta comida basura. Elige pudrirte de viejo cagándote y meándote encima en un asilo miserable, siendo una carga para los niñatos egoístas y hechos polvo que has engendrado para reemplazarte. Elige tu futuro. Elige la vida... ¿pero por qué iba yo a querer hacer algo así? Yo elegí no elegir la vida: elegí otra cosa. ¿Y las razones? No hay razones. ¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?
domingo, 5 de enero de 2014
Rosa Montero
Soy mujer y escribo.
Soy plebeya y sé leer.
Nací sierva y soy libre.
He hecho en mi vida cosas maravillosas.
Las buenas mujeres rezan.
Yo escribo.
Es mi mayor victoria,
mi conquista,
el don del que me siento más orgullosa;
y aunque las palabras
están siendo devoradas
por el gran silencio,
hoy constituyen mi única arma.
Soy plebeya y sé leer.
Nací sierva y soy libre.
He hecho en mi vida cosas maravillosas.
Las buenas mujeres rezan.
Yo escribo.
Es mi mayor victoria,
mi conquista,
el don del que me siento más orgullosa;
y aunque las palabras
están siendo devoradas
por el gran silencio,
hoy constituyen mi única arma.
El extranjero ( Charles Baudelaire- Šarl Bodler)
-Dime, hombre, enigmático, ¿a quién amas tú más? ¿A tu padre, a tu madre, a tu hermana, a tu hermano.?
-Yo no tengo ni padre, ni madre, ni hermana, ni hermano.
-¿A tus amigos?
-Os servís de una palabra cuyo sentido desconozco hasta hoy.
-¿A tu patria?
-Ignoro bajo qué latitud está situada.
-¿La belleza?
-De buena gana la amaría, diosa e inmortal.
-¿El oro?
-Lo odio, como vosotros odiáis a Dios.
¿Pues qué es lo que amas, extraordinario extranjero?
-¡Amo las nubes. . ., las nubes que pasan... allá lejos... las maravillosas nubes!
-Yo no tengo ni padre, ni madre, ni hermana, ni hermano.
-¿A tus amigos?
-Os servís de una palabra cuyo sentido desconozco hasta hoy.
-¿A tu patria?
-Ignoro bajo qué latitud está situada.
-¿La belleza?
-De buena gana la amaría, diosa e inmortal.
-¿El oro?
-Lo odio, como vosotros odiáis a Dios.
¿Pues qué es lo que amas, extraordinario extranjero?
-¡Amo las nubes. . ., las nubes que pasan... allá lejos... las maravillosas nubes!
viernes, 27 de diciembre de 2013
No puede ser que sufra tanto (Andrés Caicedo)
"No puede ser que sufra tanto
no puede ser que los días sean así de polvo
no puede ser que la muerte llegue así de rápido
que los recuerdos sean plomo derretido
en estos ojos blandos
que los mitos se derrumben
como soplar casas hechas de paja
no puede ser que día tras día
no puede ser que sufra tanto
no puede ser que los días
no puede ser que la muerte
no puede ser que los recuerdos
en estos ojos blandos
que los mitos
que día tras día
no puede ser que sufra tanto."
no puede ser que los días sean así de polvo
no puede ser que la muerte llegue así de rápido
que los recuerdos sean plomo derretido
en estos ojos blandos
que los mitos se derrumben
como soplar casas hechas de paja
no puede ser que día tras día
no puede ser que sufra tanto
no puede ser que los días
no puede ser que la muerte
no puede ser que los recuerdos
en estos ojos blandos
que los mitos
que día tras día
no puede ser que sufra tanto."
sábado, 14 de diciembre de 2013
Sin embargo soy afortunado: me deleito en la soledad,
nunca voy a extrañar la multitud.
Charles Bukowski Author / Enfermo (fragmento)
nunca voy a extrañar la multitud.
Charles Bukowski Author / Enfermo (fragmento)
-Salvador Elizondo/Cuaderno de escritura/1969-
“…Me pregunto si los que algún día lean estas lineas no pensarán que las habré escrito para que ellos las lean y se formen una imagen falsa o torcida por mi mala intención y su mala conciencia. Como si todo esto no fuera más que un juego, un torpe juego literario de mentes pequeñas que se deleitan en dejar un vano pero buen recuerdo en mi caso y en reavivar una grata pero falsa memoria en el de ellos. Pero yo mismo no sé quién ni como soy, ¿podemos, entonces, ser responsables, yo de lo que escribo aquí y ellos de lo que piensan entonces por allá?Lo escríbo aquí para tenerlo presente desde ahora y para que lo sepan los intrusos invitados y bienvenidos insdiscretos. No me importa siquiera que puedan haber sido escritos por muchas manos, la de tantos yos ya habrá desterrado a los confines del pasado en todo momento continuo y del olvido, esa suposición momentánea del mundo que sin embargo misteriosamente perdura para siempre si lo único que prevalece, como ahora lo comprueba y lo demuestra el lector, es mi escritura”
Te libero de mí (Mario Benedetti)
"Te libero de mí, de mis males, de mi malgenio, de los domingos por la tarde en donde nunca puedo más, del odio a mis cumpleaños, de no saber cómo hacer para regalarte algo que no pierdas. Te libero de mi desengaño, de tu karma, de mis novedades, de la contradicción que represento. Te libero de mis llamadas que te saben a autocompasión, de mis enredos, de mi cabello suelto, largo, sin peinar. Te libero de mi consciencia, del desconcierto a fin de mes, de la caída, de la llegada, de mi huida inevitable. Te dejo libre para que me dejes, para que me veas de lejos y me quieras, menos."
jueves, 12 de diciembre de 2013
La nostalgia suele ser un rasgo determinante del exilio, pero no debe descartarse que la contranostalgia lo sea del desexilio. Así como la patria no es una bandera ni un himno, sino la suma aproximada de nuestras infancias, nuestros cielos, nuestros amigos, nuestros maestros, nuestros amores, nuestras calles, nuestras cocinas, nuestras canciones, nuestros libros, nuestro lenguaje y nuestro sol, así también el país (y sobre todo el pueblo) que nos acoge nos va contagiando fervores, odios, hábitos, palabras, gestos, paisajes, tradiciones, rebeldías, y llega un momento (más aún si el exilio se prolonga) en que nos convertimos en un curioso empalme de culturas, de presencias, de sueños. Junto con una concreta esperanza de regreso, junto con la sensación inequívoca de que la vieja nostalgia se hace noción de patria, puede que vislumbremos que el sitio será ocupado por la contranostalgia, o sea, la nostalgia de lo que hoy tenemos y vamos a dejar: la curiosa nostalgia del exilio en plena patria.
Mario Benedetti
jueves, 5 de diciembre de 2013
Voces, rumores, sombras, cantos de ahogados: no sé si son signos o una tortura. Quiero existir más allá de mí misma: con los aparecidos. Quiero existir como la que soy: una idea fija. Quiero ladrar, no alabar el silencio del espacio al que se nace. Y es que a mi noche no la mata ningún sol. Alejandra Pizarnik
martes, 3 de diciembre de 2013
Falsas promesas (Luis González-Aller)
Hoy me ha sorprendido la mañana
despierto, con el alma vacía
y los ojos llenos de lágrimas.
Sólo.
Una soledad a un tiempo compartida
con el amor, el dolor,
el desconcierto y la rabia.
Prometiste quedarte conmigo.
Ser mi espada en la guerra
y mi hogar en la calma.
El manto en invierno
y en verano, el agua.
El pañuelo limpio y claro donde enjugar mis lágrimas.
Una promesa incumplida.
Un soplido en el viento.
Una carta de amor que nunca se envía.
Vacía.
Como vacía está mi vida sin tu risa.
Sin el dulce calor de tu aliento.
Sin el color verde de tu mirada.
Ahora me doy cuenta de cuanto me faltas.
Ahora que ya estás tan lejos.
Ahora, que antes de luchar tengo perdida la batalla.
Porque tu ya no me escuchas.
Porque el tren ya se ha marchado
y sólo queda una estación cerrada.
Ni siquiera me dejaste decirte adiós.
Ni una mala despedida.
Ni una sola palabra.
Nada.
Una nada de tardes oscuras,
de silencios eternos.
De flores marchitas frente a una lápida.
lunes, 25 de noviembre de 2013
"Resistirse a la felicidad es algo que la mayoría logra; la desdicha, en cambio, es insidiosa de otro modo. ¿La habéis probado alguna vez? Nunca os saciaréis de ella, la buscaréis con avidez y, preferentemente, allí dónde no está, y la proyectaréis ahí pues, sin ella, todo os parecería inútil y sin brillo. Se encuentre donde se encuentre, expulsa el misterio y lo torna luminoso. Sabor y llave de las cosas, accidente y obsesión, capricho y necesidad, os hará amar la apariencia en lo que tiene de más potente, de más duradero y de más cierto, y os atará a ella para siempre pues, «intensa» por naturaleza, es, como toda «intensidad», servidumbre, sujeción. ¿Cómo alzarse hasta el alma indiferente y nula, hasta el alma desligada? Y ¿cómo conquistar la ausencia, la libertad de la ausencia? Nunca figurará esta libertad entre nuestras costumbres, como tampoco «el sueño del espíritu infinito"
(Cioran, La tentación de existir).
Confieso que no me seduce el ideal de vida que defienden aquellos que piensan que el estado normal de los seres humanos es luchar por estar adelante, y que el PISOTEAR, el empujar, el abrirse camino a codazos y el pisarse los talones, que constituye el tipo actual de vida social, sean el destino más deseable para el género humano, no siendo otra cosa que los síntomas desagradables de una de las fases del progreso industrial...Más conveniente, a decir verdad, es que en tanto que la riqueza sea poder y hacerse lo más rico posible el objeto universal de la ambición, el camino para obtenerla debe estar abierto para todos, sin favoritismo ni parcialidad. Pero el mejor estado para la naturaleza humana es aquel en que, en tanto nade es pobre, nadie desea ser más rico ni tienen motivo alguno para temer que lo desplacen los esfuerzos de otros por ponerse a la delantera.
E. Fromm -La revolución de la Esperanza.
E. Fromm -La revolución de la Esperanza.
miércoles, 6 de noviembre de 2013
"Solo tengo dieciséis años y no sé muy bien de que va el mundo, pero una cosa si puedo afirmar con rotundidad: si yo soy pesimista, los adultos de este mundo que no son pesimistas son un hatajo de idiotas." Haruki Murakami
"Hace ya mucho tiempo que casi he dejado de leer, pero el vicio persiste. Ahora las personas son libros para mí. Las leo desde la primera página hasta la última y después las dejo de lado. Las devoro, una tras otra, y, cuanto más leo, más insaciable me vuelvo: sin límites." Henry Miller - Trópico de Capricornio
martes, 5 de noviembre de 2013
jueves, 31 de octubre de 2013
martes, 29 de octubre de 2013
viernes, 25 de octubre de 2013
"Esta espera inenarrable, esta tensión de todo el ser, este viejo hábito de esperar a quien sé que no va a venir. De esto moriré, de espera oxidada, de polvo aguardador. Y cuando lleve un gran tiempo muerta, sé que mis huesos aún estarán erguidos, esperando." Alejandra Pizarnik
jueves, 24 de octubre de 2013
domingo, 20 de octubre de 2013
Aceite de perro. (Ambrose Bierce)
Me llamo Boffer Bings. Nací de padres honestos en uno de los más humildes caminos de la vida: mi padre era fabricante de aceite de perro y mí madre poseía un pequeño estudio, a la sombra de la iglesia del pueblo, donde se ocupaba de los no deseados. En la infancia me inculcaron hábitos industriosos; no solamente ayudaba a mi padre a procurar perros para sus cubas, sino que con frecuencia era empleado por mi madre para eliminar los restos de su trabajo en el estudio. Para cumplir este deber necesitaba a veces toda mi natural inteligencia, porque todos los agentes de ley de los alrededores se oponían al negocio de mi madre. No eran elegidos con el mandato de oposición, ni el asunto había sido debatido nunca políticamente: simplemente era así. La ocupación de mi padre -hacer aceite de perro- era naturalmente menos impopular, aunque los dueños de perros desaparecidos lo miraban a veces con sospechas que se reflejaban, hasta cierto punto, en mí. Mi padre tenía, como socios silenciosos, a dos de los médicos del pueblo, que rara vez escribían una receta sin agregar lo que les gustaba designar Lata de Óleo. Es realmente la medicina más valiosa que se conoce; pero la mayoría de las personas es reacia a realizar sacrificios personales para los que sufren, y era evidente que muchos de los perros más gordos del pueblo tenían prohibido jugar conmigo, hecho que afligió mi joven sensibilidad y en una ocasión estuvo a punto de hacer de mí un pirata.
A veces, al evocar aquellos días, no puedo sino lamentar que, al conducir indirectamente a mis queridos padres a su muerte, fui el autor de desgracias que afectaron profundamente mi futuro.
Una noche, al pasar por la fábrica de aceite de mi padre con el cuerpo de un niño rumbo al estudio de mi madre, vi a un policía que parecía vigilar atentamente mis movimientos. Joven como era, yo había aprendido que los actos de un policía, cualquiera sea su carácter aparente, son provocados por los motivos más reprensibles, y lo eludí metiéndome en la aceitería por una puerta lateral casualmente entreabierta. Cerré en seguida y quedé a solas con mi muerto. Mi padre ya se había retirado. La única luz del lugar venía de la hornalla, que ardía con un rojo rico y profundo bajo uno de los calderos, arrojando rubicundos reflejos sobre las paredes. Dentro del caldero el aceite giraba todavía en indolente ebullición y empujaba ocasionalmente a la superficie un trozo de perro. Me senté a esperar que el policía se fuera, el cuerpo desnudo del niño en mis rodillas, y le acaricié tiernamente el pelo corto y sedoso. ¡Ah, qué guapo era! Ya a esa temprana edad me gustaban apasionadamente los niños, y mientras miraba al querubín, casi deseaba en mi corazón que la pequeña herida roja de su pecho -la obra de mi querida madre- no hubiese sido mortal.
Era mi costumbre arrojar los niños al río que la naturaleza había provisto sabiamente para ese fin, pero esa noche no me atreví a salir de la aceitería por temor al agente. "Después de todo", me dije, "no puede importar mucho que lo ponga en el caldero. Mi padre nunca distinguiría sus huesos de los de un cachorro, y las pocas muertes que pudiera causar el reemplazo de la incomparable Lata de Óleo por otra especie de aceite no tendrán mayor incidencia en una población que crece tan rápidamente". En resumen, di el primer paso en el crimen y atraje sobre mí indecibles penurias arrojando el niño al caldero.
Al día siguiente, un poco para mi sorpresa, mi padre, frotándose las manos con satisfacción, nos informó a mí y a mi madre que había obtenido un aceite de una calidad nunca vista por los médicos a quienes había llevado muestras. Agregó que no tenía conocimiento de cómo se había logrado ese resultado: los perros habían sido tratados en forma absolutamente usual, y eran de razas ordinarias. Consideré mi obligación explicarlo, y lo hice, aunque mi lengua se habría paralizado si hubiera previsto las consecuencias. Lamentando su antigua ignorancia sobre las ventaja de una fusión de sus industrias, mis padres tomaron de inmediato medidas para reparar el error. Mi madre trasladó su estudio a un ala del edificio de la fábrica y cesaron mis deberes en relación con sus negocios: ya no me necesitaban para eliminar los cuerpos de los pequeños superfluos, ni había por qué conducir perros a su destino: mi padre los desechó por completo, aunque conservaron un lugar destacado en el nombre del aceite. Tan bruscamente impulsado al ocio, se podría haber esperado naturalmente que me volviera ocioso y disoluto, pero no fue así. La sagrada influencia de mi querida madre siempre me protegió de las tentaciones que acechan a la juventud, y mi padre era diácono de la iglesia. ¡Ay, que personas tan estimables llegaran por mi culpa a tan desgraciado fin!
Al encontrar un doble provecho para su negocio, mi madre se dedicó a él con renovada asiduidad. No se limitó a suprimir a pedido niños inoportunos: salía a las calles y a los caminos a recoger niños más crecidos y hasta aquellos adultos que podía atraer a la aceitería. Mi padre, enamorado también de la calidad superior del producto, llenaba sus cubas con celo y diligencia. En pocas palabras, la conversión de sus vecinos en aceite de perro llegó a convertirse en la única pasión de sus vidas. Una ambición absorbente y arrolladora se apoderó de sus almas y reemplazó en parte la esperanza en el Cielo que también los inspiraba.
Tan emprendedores eran ahora, que se realizó una asamblea pública en la que se aprobaron resoluciones que los censuraban severamente. Su presidente manifestó que todo nuevo ataque contra la población sería enfrentado con espíritu hostil. Mis pobres padres salieron de la reunión desanimados, con el corazón destrozado y creo que no del todo cuerdos. De cualquier manera, consideré prudente no ir con ellos a la aceitería esa noche y me fui a dormir al establo.
A eso de la medianoche, algún impulso misterioso me hizo levantar y atisbar por una ventana de la habitación del horno, donde sabía que mi padre pasaba la noche. El fuego ardía tan vivamente como si se esperara una abundante cosecha para mañana. Uno de los enormes calderos burbujeaba lentamente, con un misterioso aire contenido, como tomándose su tiempo para dejar suelta toda su energía. Mi padre no estaba acostado: se había levantado en ropas de dormir y estaba haciendo un nudo en una fuerte soga. Por las miradas que echaba a la puerta del dormitorio de mi madre, deduje con sobrado acierto sus propósitos. Inmóvil y sin habla por el terror, nada pude hacer para evitar o advertir. De pronto se abrió la puerta del cuarto de mi madre, silenciosamente, y los dos, aparentemente sorprendidos, se enfrentaron. También ella estaba en ropas de noche, y tenía en la mano derecha la herramienta de su oficio, una aguja de hoja alargada.
Tampoco ella había sido capaz de negarse el último lucro que le permitían la poca amistosa actitud de los vecinos y mi ausencia. Por un instante se miraron con furia a los ojos y luego saltaron juntos con ira indescriptible. Luchaban alrededor de la habitación, maldiciendo el hombre, la mujer chillando, ambos peleando como demonios, ella para herirlo con la aguja, él para ahorcarla con sus grandes manos desnudas. No sé cuánto tiempo tuve la desgracia de observar ese desagradable ejemplo de infelicidad doméstica, pero por fin, después de un forcejeo particularmente vigoroso, los combatientes se separaron repentinamente.
El pecho de mi padre y el arma de mi madre mostraban pruebas de contacto. Por un momento se contemplaron con hostilidad, luego, mi pobre padre, malherido, sintiendo la mano de la muerte, avanzó, tomó a mi querida madre en los brazos desdeñando su resistencia, la arrastró junto al caldero hirviente, reunió todas sus últimas energías ¡y saltó adentro con ella! En un instante ambos desaparecieron, sumando su aceite al de la comisión de ciudadanos que había traído el día anterior la invitación para la asamblea pública.
Convencido de que estos infortunados acontecimientos me cerraban todas las vías hacia una carrera honorable en ese pueblo, me trasladé a la famosa ciudad de Otumwee, donde se han escrito estas memorias, con el corazón lleno de remordimiento por el acto de insensatez que provocó un desastre comercial tan terrible.
De la Simetría Interplanetaria (Julio Cortazar)
Apenas desembarcado en el planeta Faros, me llevaron los farenses a conocer el ambiente físico, fitogeográfico, zoogeográfico, político-económico y nocturno de su ciudad capital que ellos llaman 956.
Los farenses son lo que aquí denominaríamos insectos; tienen altísimas patas de araña (suponiendo una araña verde, con pelos rígidos y excrecencias brillantes de donde nace un sonido continuado, semejante al de una flauta y que, musicalmente conducido, constituye su lenguaje); de sus ojos, manera de vestirse, sistemas políticos y procederes eróticos hablaré alguna otra vez. Creo que me querían mucho; les expliqué, mediante gestos universales, mi deseo de aprender su historia y costumbres; fui acogido con innegable simpatía.
Estuve tres semanas en 956; me bastó para descubrir que los farenses eran cultos, amaban las puestas de sol y los problemas de ingenio. Me faltaba conocer su religión, para lo cual solicité datos con los pocos vocablos que poseía -pronunciándolos a través de un silbato de hueso que fabriqué diestramente-. Me explicaron que profesaban el monoteísmo, que el sacerdocio no estaba aún del todo desprestigiado y que la ley moral les mandaba ser pasablemente buenos. El problema actual parecía consistir en Illi. Descubrí que Illi era un farense con pretensiones de acendrar la fe en los sistemas vasculares ("corazones" no sería morfológicamente exacto) y que estaba en camino de conseguirlo.
Me llevaron a un banquete que los distinguidos de 956 le ofrecieron a Ili. Encontré al heresiarca en lo alto de la pirámide (mesa, en Faros) comiendo y predicando. Lo escuchaban con atención, parecían adorarlo, mientras Illi hablaba y hablaba.
Yo no conseguía entender sino pocas palabras. A través de ellas me formé una alta idea de Illi. Repentinamente creí estar viviendo un anacronismo, haber retrocedido a las épocas terrestres en que se gestaban las religiones definitivas. Me acordé del Rabbi Jesús. También el Rabbi Jesús hablaba, comía y hablaba, mientras los demás lo escuchaban con atención y parecían adorarlo.
Pensé: "¿Y si éste fuera también Jesús? No es novedad la hipótesis de que bien podría el Hijo de Dios pasearse por los planetas convirtiendo a los universales. ¿Por qué iba a dedicarse con exclusividad a la tierra? Ya no estamos en la era geocéntrica; concedámosle el derecho a cumplir su dura misión en todas partes."
Illi seguía adoctrinando a los comensales. Más y más me pareció que aquel farense podía ser Jesús. "Qué tremenda tarea", pensé. "Y monótona, además. Lo que falta saber es si los seres reaccionan igualmente en todos lados. ¿Lo crucificarían en Marte, en Júpiter, en Plutón...?" Hombre de la Tierra, sentí nacerme una vergüenza retrospectiva. El Calvario era un estigma coterráneo, pero también una definición. Probablemente habíamos sido los únicos capaces de una villanía semejante ¡Clavar en un madero al hijo de Dios...!
Los farenses, para mi completa confusión, aumentaban las muestras de su cariño; prosternados (no intentaré describir el aspecto que tenían) adoraban al maestro. De pronto, me pareció que Illi levantaba todas las patas a la vez (y las patas de un farense son diecisiete). Se crispó en el aire y cayó de golpe sobre la punta de la pirámide (la mesa). Instantáneamente quedó negro y callado; pregunté, y me dijeron que estaba muerto. Parece que le habían puesto veneno en la comida.
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
El viejo en el puente. (Ernest Hemingway)
Un viejo con gafas de montura de acero y la ropa cubierta de polvo estaba sentado a un lado de la carretera. Había un pontón que cruzaba el río, y lo atravesaban carros, camiones y hombres, mujeres y niños. Los carros tirados por bueyes subían tambaleándose la empinada orilla cuando dejaban el puente, y los soldados ayudaban empujando los radios de las ruedas. Los camiones subían chirriando y se alejaban a toda prisa y los campesinos avanzaban hundiéndose en el polvo hasta los tobillos. Pero el viejo estaba allí sentado sin moverse. Estaba demasiado cansado para continuar.
Mi misión era cruzar el puente, explorar la cabeza de puente que había más allá, y averiguar hasta dónde había avanzado el enemigo. La cumplí y regresé por el puente. Ahora había menos carros y poca gente a pie, y el hombre seguía allí.
-¿De dónde viene? -le pregunté.
-De San Carlos -dijo, y sonrió.
Era su ciudad natal, por lo que le llenó de satisfacción mencionarla, y sonrió.
-Cuidaba de los animales -explicó.
-Oh -dije, sin entenderlo del todo.
-Sí -dijo-, ya ve, me quedé cuidando de los animales. Fui el último que salió de San Carlos.
No tenía pinta de pastor ni de vaquero, y tras observar su ropa negra y cubierta de polvo, su rostro gris cubierto de polvo y sus gafas de montura de acero, dije:
-¿Qué animales eran?
-Animales diversos -dijo negando con la cabeza-. Tuve que dejarlos.
Yo estaba contemplando el puente y el aspecto de paisaje africano del delta del Ebro y me preguntaba cuánto tardaríamos en ver al enemigo, y todo el rato estaba atento por si oía los primeros ruidos que delataran ese misterioso suceso denominado contacto, y el hombre seguía allí sentado.
-¿Qué animales eran? -pregunté.
-En total tres clases de animales -explicó-. Había dos cabras y un gato y cuatro pares de palomos.
-¿Y los ha dejado? -pregunté.
-Sí. Por culpa de la artillería. El capitán me dijo que me fuera por culpa de la artillería.
-¿Y no tiene familia? -pregunté, vigilando el otro extremo del puente, donde los últimos carros bajaban deprisa la pendiente de la orilla.
-No -dijo-. Sólo los animales que le he dicho. Al gato, naturalmente, no le pasará nada. Un gato sabe cuidarse, pero no quiero ni pensar qué va a ser de los otros.
-¿En qué bando está usted? -le pregunté.
-Yo no tengo bando -dijo-. Tengo setenta y seis años. Llevo andados doce kilómetros y creo que ya no puedo seguir.
-Este no es un buen lugar para pararse -dije-. Si puede llegar, hay camiones en el desvío a Tortosa.
-Esperaré un poco -dijo-, y luego seguiré. ¿Adónde van esos camiones?
-A Barcelona -le dije.
-No conozco a nadie en esa dirección -dijo-, pero muchas gracias. Se lo repito, muchas gracias.
Me miró sin expresión, cansado, y a continuación, necesitando compartir su preocupación con alguien, dijo:
-Al gato no le pasará nada, estoy seguro. No hay por qué inquietarse por un gato. Pero a los demás, ¿qué cree que les pasará a los demás?
-Bueno, probablemente tampoco les pasará nada.
-¿De verdad lo cree?
-¿Por qué no? -dije mirando la otra orilla, donde ya no había carretas.
-Pero ¿qué harán cuando empiece el fuego de la artillería, si a mí me dijeron que me fuera por culpa de la artillería?
-¿Dejó abierta la jaula de los palomos? -pregunté.
-Sí.
-Entonces saldrán volando.
-Sí, seguro que saldrán volando. Pero los demás. Más vale no pensar en los demás -dijo.
-Si ya ha descansado, yo si fuera usted me iría -le insistí- . Levántese e intente andar.
-Gracias -dijo, y se puso en pie, avanzó haciendo eses y volvió a sentarse sobre el polvo, dejándose caer.
-Yo sólo cuidaba los animales -dijo sin energía, pero ya no hablaba conmigo-. Sólo cuidaba a los animales.
No se podía hacer nada por él. Era Domingo de Pascua y los fascistas avanzaban hacia el Ebro. Era un día gris y las nubes iban bajas, por lo que sus aviones no volaban. Eso, y que los gatos supieran cuidarse solos, era toda la buena suerte que tendría aquel hombre.
FIN
LA MENINGITIS Y SU SOMBRA (HORACIO QUIROGA)
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