viernes, 4 de febrero de 2011

Sin palabras (Yasunari Kawabata)


Se dice que Omiya Akifusa no volverá a decir una palabra. El novelista, que tiene sesenta años, tampoco volverá a escribir una sola letra. Es decir, además de que no volverá a escribir novelas, ni siquiera una palabra suelta.
Su mano derecha está paralizada, tanto como su lengua. Pero parece que conserva algún movimiento en la izquierda, por lo que creo que, si quisiera, podría escribir. No tiene que ser una frase perfecta. Podría escribir con trazos gigantes de katakana cuando necesite algo. Aunque haya quedado impedido para hablar y hacer gestos podría escribir así sea con un katakana quebrado como medio para comunicar lo que siente. Así, al menos, los malentendidos serían menores.
Por muy confusas que sean las palabras ciertamente son fáciles de entender que un gesto torpe. Supongamos que el viejo Akifusa quisiese mostrar, con los labios estirados para sorber o con el además de una mano que se lleva una compa a la boca, que desea beber algo. Le resultaría muy difícil expresar cuál de estas cuatro bebidas es la que quiere. Agua, té, leche o un remedio. <<¿Cómo distinguiríamos entre el agua y el té? Sería más claro que pudiese escribir <<agua>> o <<té>>.  Aún más, con la simple letra a o se le entendería.
Resulta extraño, ¿verdad?, que un hombre que pasó más de cuarenta años de su vida usando letras y caracteres para escribir palabras, las haya perdido por completo. Todavía conoce la delicadeza y la precisión de su extraordinario poder, pero se encuentra prisionero de ellas. Las simples letras a o serían mucho más elocuentes que todas las palabras que estuvo escribiendo como un caudal torrencial a lo largo de su vida. Creo que poseen más fuerza.
Planeé que estas serían las palabras que le diría cuando le hiciera una visita.
Para ir en automóvil de Kamakura a Zushi hay que atravesar un túnel, y el camino no es muy agradable. Justo antes del túnel hay un crematorio. Y existe el rumor de que últimamente aparece por allí un fantasma. Dicen que el espectro de una mujer joven se sube a los automóviles que pasan bajo el crematorio por la noche.
Puesto que era todavía de día, no tenía por qué preocuparme. Sin embargo, le pregunté al conductor, que parecía una persona amable.
-Yo todavía no la he visto. Pero en la empresa hay alguien a quien le ha pasado. Y no sólo en la nuestra. También a taxistas de otras compañías les ha pasado lo mismo. Por eso, cuando tenemos que tomar esta ruta de noche, hemos acordado ir con algún compañero – dijo el conductor. Parecía un tema que ya había repetido tantas veces que le resultaba molesto.
-¿Y por dónde sale?
-Por esta zona. Siempre al regresar de Zushi con el taxi vacío.
-Y cuando van pasajeros, ¿no se aparece?
-Bueno, lo que he oído es que sucede en los taxis que regresan vacíos. El espectro se sube al taxi de repente en los alrededores del crematorio. No hay que detener el taxi para que se suba. Tampoco se sabe en qué momento lo hace. El chofer siente algo extraño al volver la cabeza, se encuentra con una mujer que va sentada en el asiento de atrás, pero cuya figura no se refleja en el retrovisor.
-¡Qué extraño! Supongo que lo del retrovisor es porque los fantasmas no se reflejan en los espejos.
-Eso es lo que dicen, que los fantasmas no producen reflejo, aunque puedan ser vistos por ojos humanos.
-Sí, pero me imagino que los ojos de las personas sí la ven. Los espejos no son tan impresionables – quise explicar. Pero no continué porque advertí que son humanos los ojos que miran los espejos.
-Sin embargo, sólo dos o tres personas la han visto- dijo el conductor.
-¿Y hasta dónde viaja?
-El conductor se asusta y acelera sin pensar, y al entrar en el centro de Kamakura, cuando menos se lo espera, la mujer ya ha desaparecido.
-Debe ser una mujer de Kamakura, entonces. Seguramente quiere regresar a su pueblo. ¿No saben quién podría ser?
-Yo no sé tanto…
El taxista, aunque supiera algo o aunque a veces conversara con otros colegas sobre quién podría ser o de dónde podría venir, no se lo iba abiertamente a un pasajero.
-Viste Kimono y es una mujer bastante bonita. No como se dice de las que paran el tráfico, claro. La cara de un espectro no despierta ese tipo de pasiones.
-¿Dice algo?
-He oído que no habla. Estaría bien que al menos diera las gracias, ¿no? Pero claro, cuando los fantasmas hablan no hacen otra cosa que quejarse.
Antes de entrar en el túnel volví la cabeza para mirar hacia la montaña en donde estaba el crematorio. Ese era el crematorio de Kamakura, así que era natural que  los muertos allí incinerados quisieran volver a Kamakura. Me parecía muy bien que una mujer los representara simbólicamente y se subiera a un tren vacío en medio de la noche. Yo, sin embargo, no creía la historia.
-Yo diría que los fantasmas no van en taxi. ¿No son seres que pueden trasladarse libremente a cualquier lugar y aparecerse en cualquier sitio?
La casa de Omiya Akifusa se encontraba justo a la salida del túnel.
Eran las cuatro de la tarde. El cielo nublado tenía un leve color de durazno. Era el tinte de la llegada de la primavera. Me detuve delante del portón de la casa de Omiya para tranquilizarme un poco
Habían transcurrido ocho meses desde que el viejo Akifusa se hubiera convertido en un espectro viviente. Durante este tiempo sólo lo había visto dos veces. La primera vez, cuando tuvo el derrame. Akifusa era un respetado escritor, más de treinta años mayor que yo, y de quien había recibido favores. Me fue muy doloroso verlo convertido en esa figura fea y miserable.
Pero sabía que si tenía un segundo ataque, ese sería probablemente el final. La distancia entre Zushi y Kamakura, dos ciudades colindantes, era muy corta, y la tardanza en visitarlo se me estaba volviendo insostenible. No son pocas las personas que han muerto mientras yo me decidía a visitarlas. Me he acostumbrado a decir que así es la vida. He pensado pedirle el favor a Akifusa de que me escriba algo en media hoja de papel, pero la idea de repente pierde todo sentido. Y eso me ha pasado ya varias veces. No es que crea que eso es algo que no me va a suceder a mí. Soy consciente de que yo mismo puedo morir en mitad de la noche o de una tempestad, y eso no hace me cuide más.
Conocí a otros escritores que murieron de derrame cerebral, ataque al corazón o insuficiencia coronaria. Pero no había a nadie que, como el viejo Akifusa, hubiera quedado paralítico. Si se considera que no hay mayor desgracia que la muerte, es posible concluir que la prolongación de la vida de Akifusa, a pesar de haber quedado inválido y sin esperanza de recuperación, fue una bendición. Pero no es fácil sentir esa bendición. Tampoco sabemos si Akifusa se siente feliz o desgraciado.
Han pasado ocho meses desde el ataque de Akifusa. Parece que son muy pocos los que todavía lo visitan. Comunicarse con un viejo sordo es difícil. Más difícil es comunicarse con un mundo que lo oye todo. Y más desagradable que decirle algo a un sordo es no comprender si la otra persona ha entendido lo que le decimos y quiere contestar algo.
Akifusa perdió muy temprano a su esposa. Sin embargo, su hija Tomiko permaneció a su lado. Akifusa había tenido dos hijas. La mayor se caso, y Tomiko, la menor, se fue a vivir con su padre. Puesto que ella se encargó del cuidado de la casa, Akifusa no volvió a casarse y, en lugar de perder su libertad, llevó la vida alegre de un soltero sin ataduras. Tomiko por lo mismo, debió sacrificarse por su padre. El hecho de que se haya mantenido soltero a pesar de sus varias aventuras amorosas lo lleva a uno a preguntarse si Akifusa no cedió a los efectos debido a una gran fuerza de voluntad o existió alguna otra razón.
La hija menor, la más parecida a su padre, era alta y de facciones finas. No era el tipo de muchacha que se queda soltera. Por supuesto, ya se le había pasado el tiempo de su juventud – estaba cerca de los cuarenta años- y apenas usaba cosméticos, pero irradiaba una sensación de pureza. Parecía haber tenido desde siempre una naturaleza apacible y no se advertía en ella ni la amargura ni la acidez de una solterona. Tal vez la consagración a su padre.
En lugar de hacerlo con Akifusa, la gente que venía de visita conversaba con Tomiko, que permanecía sentada junto a la almohada del padre.
Me impresionó ver lo demacrada que estaba. Mi sorpresa era absurda, pues era natural que hubiese adelgazado. Pero me deprimió ver que Tomiko había envejecido y se había arrugado de repente. Pensé que las preocupaciones domésticas le eran penosas.
Una vez dichas las palabras de rigor en una visita de cortesía a un enfermo, me quedé sin palabras y solté imprudentemente:
-¿Ha oído el rumor de un fantasma que sale del otro lado del túnel? Precisamente ahora venía escuchando al conductor del taxi.
-¿Ah sí? Me paso el día encerrada en la casa. No he oído nada- dijo Tomiko con deseos de no saber más. Yo, aunque pensé que era mejor no hablar más, le hice un resumen. Y terminé diciendo:
-Pues es un cuento difícil de creer… Por lo menos, hasta haberlo visto. E incluso viéndolo, uno podría no creer pues también existen las ilusiones.
-Pues esta noche cuando regrese a casa, señor Mita, intente ver si es cierto que se aparece o no- comentó Tomiko de un modo extraño.
-Ya, pero los fantasmas no se aparecen mientras es de día
-Pero si se queda a cenar, podrá regresar de noche.
-No, ya va siendo hora de irme. Además parece que mujer sólo sube a los taxis vacíos.
-Así que no tiene por qué preocuparse. Mi padre dice que está muy contento con su visita y que le gustaría que se quedara más tiempo. Papá, ¿verdad que estás invitando al señor Mita a comer?
Volví a mirar a Akifusa. Desde la almohada el viejo pareció mover afirmativamente la cabeza. ¿Estaba contento de que hubiera venido? El blanco de sus ojos era sucio y le colgaban unas legañas amarillentas. Desde el fondo turbio de sus ojos parecían brillarle las pupilas. Si ese brillo estallara en una llamarada le sobrevendría un segundo derrame. Me sentí angustiado de que eso pudiera sucederle ahora.
-Pienso que si me quedo mucho tiempo voy a cansar al maestro...
-No se preocupe… Mi padre no se cansará- dijo con firmeza Tomiko. Creo que a usted le desagrada que lo retenga al lado de un enfermo como mi padre, pero cuando está con él un escritor, mi padre recuerda que él mismo también es escritor…
-Ya veo…
Aunque me quede un poco sorprendido por el cambio que advertí en el modo de hablar de Tomiko, resolví permanecer un rato más.
-Estoy seguro de que el maestro siempre tiene conciencia de ser escritor.
--Hay una novela de mi padre en la que he pensado con frecuencia desde que le sucedió el percance. En ella escribió sobre un joven que le enviaba unas cartas. El muchacho se volvió loco y le recluyeron en un manicomio. Por ser peligroso no le permitían tener ni plumas ni tinteros, ni lápices. Lo único que podía en la habitación eran resmas de papel de escribir. Cuentan que se pasaba el día frente el papel en blanco escribiendo… O más bien, con la idea de que estaba escribiendo. Porque el papel permanecía en blanco. Lo que he dicho hasta aquí fueron los hechos. Lo que sigue es el relato de mi padre. Cada vez que mi madre iba a hacerle una visita al muchacho le decía: <<Mamá, he escrito algo. ¿Me lo lees, por favor?>>  Al ver la hoja de papel sin una letra, la madre sentía ganas de llorar. Sin embargo, mostraba un rostro sonriente y le decía:<<¡Está muy bien escrito. ¡Qué interesante!>>. Con mucha frecuencia, importunada por los ruegos de su hijo, la madre le leyó la hoja en blanco. Se le ocurrió contarle sus propias historias, haciendo ver que las leía. En eso consiste la idea de papá. La madre le cuenta al joven su niñez. El joven loco cree que lo es escucha es el documento que él escribió con sus propias memorias. Los ojos le brillan de orgullo. La madre no sabe si él comprende o no lo que le cuenta. Sin embargo, al repetir la historia cada vez que lo visita, se va volviendo poco a poco más hábil hasta que llega un momento en que tiene la impresión de estar leyendo de verdad una obra a su hijo. Recuerda cosas que había olvidado. También los recuerdos del hijo se van tornando más hermosos. El hijo convoca el relato de la madre, colabora con ella, reconstruye los hechos. No hay modo de saber si se trata del relato de la madre o del relato del hijo. Mientras la madre está contando la historia se olvida de sí. Puede olvidar la locura del hijo. Mientras el hijo escucha la lectura con tanta concentración, no es posible discernir si está loco o no. Durante unos instantes el alma de la madre y del hijo se funden en una sola. Se sienten felices como si estuvieran viviendo en el cielo. Y así, mientras se repite esta experiencia, la madre sigue leyendo hojas en blanco  convencida de que el hijo ha de sanar de su locura.
-Se refiere  La madre que podía leer, uno de los textos más brillantes del maestro Omiya, ¿verdad? Una obra inolvidable.
-El libro está escrito en primera persona: el <<yo>< del hijo. En varios de esos recuerdos del joven se mezclan cosas de cuando mi hermana y yo éramos niñas. Están escritas como si fuéramos hombres…
-¿Ah, sí?
Era la primera vez que lo oía.
-No tengo la menor idea de por qué escribió mi padre una novela como esa. Ahora que está en este estad, esa novela me da miedo. Aunque mi padre no se ha vuelto loco y yo no tengo la habilidad como la madre del relato, de leer una novela de la cual mi padre no ha escrito una palabra, creo, sin embargo, que en este momento él está escribiendo en su cabeza una novela.
Tomiko debió de decir esto para que la escuchara el viejo Akifusa. A mí me pareció escalofriante y no supe qué decir.
-Pero el maestro tiene muchos libros excelentes. Su caso es muy distinto al del muchacho novelista.
-Tal vez sí. Yo pienso, sin embargo, que a mi padre le gustaría escribir algo.
-Sobre eso tal vez haya opiniones diversas.
En cuanto a mí, lo hecho por el viejo Akifusa era ya más que suficiente. Ignoro lo que yo hubiera hecho en su caso.
-No tengo la capacidad de escribir en lugar de mi padre, pero sería maravilloso escribir La hija que podía leer…
Su voz sonó como la de una muchacha en el infierno. Me pareció que Tomiko se había convertido en una mujer capaz de decir tales cosas porque estaba decidida a cuidar a  un padre que parecía un espectro en vida. Algo de Akifusa se había apoderado de ella. Se me ocurrió que el día en que Akifusa muriera esa muchacha escribiría unas memorias terribles. Sentí un odio profundo y dije:
-¿Y por qué no intenta escribir algo sobre el maestro?
Omití decir <<mientras él maestro esté vivo>>. Recordé unas palabras de Marcel Proust que hablan de un cierto noble que, habiendo difamado a muchas personas en unas memorias que estaban a punto de ser publicadas, dijo: <<Me voy a morir. Espero que no abusen de mi nombre porque ya no podré responder>>. Por supuesto que este no es el caso de Akifusa y Tomiko. Creo que no son dos personas independientes y que, a pesar de tratarse de padre e hija, existe entre ellos una mística, quizá enfermiza, comunión afectiva.
La estrambótica idea de que Tomito, con la intención de convertirse en su padre, intentara escribir sobre sus cosas, se apoderó también de mí.
¿Resultaría un juego vacío de palabras? ¿Sería una obra de arte sorprendente? De cualquier manera, sería un consuelo para ambos. Akifusa, que existía en completo silencio, se liberaría de su carencia de palabras. La falta de palabras es intolerable.
-El maestro comprendería lo que usted escribiese y, puesto que él mismo podría evaluarlo, no sería lo mismo que leer una página en blanco. Sería como si su padre verdaderamente escribiera, leyera y oyera sus propias cosas.
-¿Cree usted que lo escrito sería obra de mi padre? Aunque fuese sólo un poquito…
-De ese poco no tengo duda. Algo más que eso dependerá de los dioses o de la armonía efectiva entre ustedes dos. No sabría decirlo.
Un libro hecho de esta manera tendría más vida que unas memorias escritas después de la muerte del viejo. Si resultase viable, aún el diario transcurrir de un Akifusa en su estado actual podría convertirse en una preciosa vida literaria.
-Aunque esté sin palabras el maestro puede ayudarla y corregirla.
-No tendría ningún sentido que acabara convirtiéndolo en algo mío. Voy a consultarlo cuidadosamente con mi padre- dijo Tomiko con una voz animada.
Me pareció que una vez más había hablado demasiado. ¿Estaría empujando al combate a un soldado profundamente herido? ¿Estaría violentando el límite sagrado del silencio? No se trataba de que Akifusa, queriendo escribir, no pudiera hacerlo- podría escribir letras o caracteres si quisiera. Él parecía más bien vivir sin palabras a causa de un dolor y una culpa muy profundos. ¿A mí mismo no me había enseñado la experiencia que ninguna palabra puede decir tanto como el silencio?
Sin embargo, si Akifusa iba a permanecer sin palabras y sus palabras hubieran de venir de Tomiko, ¿no es esa también una forma del poder del silencio? Si alguien carece de palabras, otro puede expresarse por él. Todo habla.
Tomiko se puso en pie y dijo:
-¡Ah! ¿Sí? Papá me está diciendo que ya es hora de que le ofrezca algo, como una copa de sake.
Sin pensarlo, volví a mirar a Akifusa. No había el menor indicio de que el viejo hubiese dicho algo.
Tomiko salió y nos dejó a los dos solos. Akifusa volvió el rostro en mi dirección. Estaba sombrío. ¿Deseaba decir algo? ¿Estaba irritado por verse en esa situación en que se suponía que tuviera que decir algo? Fui yo el que no tuvo más remedio que hablar.
-Maestro, ¿qué piensa sobre lo que acaba de decir Tomiko?
-….
Mi interlocutor no tenía palabras.
-Maestro, usted es capaz de volver a hacer una obra extraña, muy diferente a La madre que podía leer. Eso fue lo que comencé a sentir mientras hablaba con Tomiko.
-…
-Usted nunca escribió una novela en primera persona ni una autobiografía. Pero ahora que no puede escribir por sí mismo, hacer una obra de este género por  medio de la mano de otro puede convertirse en un medio de revelar novedosamente uno de los destinos del arte. Yo tampoco escribo sobre mis cosas. Y creo que no podría hacerlo aunque me lo propusiera. Pero me parecería muy interesante seguir escribiendo a pesar de carecer de palabras y no sé si sentiría la alegría de preguntarme si lo allí escrito es propio, si ese soy yo, o si abandonaría el experimento como algo inhumano.
-…
Tomiko regresó trayendo sake acompañado de un aperitivo.
-¿Puedo ofrecerle un trago?
-Gracias. Espero que el maestro me perdone por beber delante de él, pero se lo acepto.
-Los enfermos como él no son buenos conversadores, ¿verdad?
-¡Oh no! En realidad, he continuado hablando de lo que estábamos conversando.
-¿Ah, sí?  Pues yo he pensado mientras calentaba el saje que podría ser entretenido si escribiera, tomando el lugar de mi padre, sobre las aventuras amorosas que tuvo después de la muerte de mamá. Hay cosas que mi padre me contó pormenorizadamente y que ahora recuerdo aunque él las haya olvidado… Creo que usted está enterado de que cuando mi padre sufrió el derrame vinieron corriendo dos mujeres.
-¡Así es!
- No sé si habrá sido porque mi padre va a permanecer en este estado largo tiempo o porque yo vivo con él, lo cierto es que no han vuelto a aparecer. Pero yo sé muchas cosas que mi padre me contó sobre ellas.
-Sin embargo, él no las verá de la misma manera que usted- lo que dije era obvio, pero Tomiko pareció ofenderse.
-No puedo pensar que mi padre haya contado falsedades, y me parece que con el tiempo he ido comprendiendo cada vez más sus sentimientos… -dijo, y –se puso en pie- pero ¿por qué no se lo pregunta usted mismo? Voy a preparar la cena y regreso en un momento.
-No se preocupe por mí.
Salí con Tomiko y le pedí una copa. Para conversar con un mudo lo mejor es beberse el trago rápidamente.
-Maestro, también sus amores se han convertido en propiedad de Tomiko, ¿verdad? Supongo que así es como funciona lo que llamamos <<nuestro pasado>>.
Dudé de usar la palabra <<muerte>> y acabé usando la palabra <<pasado>>. Sin embargo, mientras Akifusa viviera, el pasado seguiría siendo propiedad del viejo. ¿O habría que verlo como una especie de propiedad compartida?
-Si fuera posible donar el pasado creo que dudaríamos en hacerlo, ¿no es verdad?
-….
-Lo que llamamos <<pasado>> no es propiedad de nadie. Pero si me presionaran a decir algo, diría que tal vez sólo ejercemos propiedad sobre las palabras presentes que cuentan el pasado. Y no sólo sobre las propias. Porque no es necesario saber de quién son las palabras. Pero, espere, ¿no es siempre lo que llamamos <<instante presente>> un momento sin palabras? Así, aunque una persona esté conversando como yo, el <<instante presente>< en sonidos como y o o, ¿no es un silencio sin sentido?
-…
-¡No! No quiero decir que el silencio, como en su caso, maestro, no tenga sentido... También a mí me gustaría mientras viva quedarme por un momento sin palabras.
-….
-Hay algo que se me ocurrió antes de venir a visitarlo. Aunque pareciera que el maestro puede escribir por lo menos en Katakana, sin embargo no escribe ni siquiera una letra. ¿No le parece esto inconveniente? Podría pedir aquello que necesita, por ejemplo, té o agua, usando sólo las letras a…
-…
-¿Hay alguna razón profunda para no escribir nada?
-…
-¡Ah, ya entiendo! Si una sola letra como te o a basta para solicitar un servicio, también sonidos como w o s tendrían sentido. Es como el balbuceo de un niño, ¿verdad? El amor materno lo comprende. Como sucede en su novela la madre que podía leer, ¿no es así? El balbuceo de un niño es el principio de la palabra, por lo tanto el amor es el principio de la palabra. Suponga, maestro, que decidiese decir <<muchas gracias>>, con sólo la letra a. Imagínese la alegría que le daría a su hija Tomiko si de vez en cuando escribiese la letra a.
-….
-Pienso, maestro, que esa sola a desbordante de amor tendría más fuerza que todas las novelas escritas en cuarenta años.
-…
-¿Por qué está callado, maestro? Tal vez pueda decir <<ahahah>> aunque lo haga babeando. Por favor intente escribir a.
-…
Estaba a punto de llamar a Tomiko a la cocina para que me trajera lápiz y papel cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo.
-¡No debo hacer esto! Estoy un poco borracho. ¡Perdone la grosería!
-…
-Maestro, he perturbado este silencio en el que usted había entrado con tanto trabajo
-…
Tomiko retornó a la salita y durante un rato tuve la sensación de que había estado gagueando. No había hecho más que dar vueltas en torno al silencio del viejo Akifusa. Tomiko pidió prestado el teléfono de una pescadería cercana y llamó al taxista que me había traído.
-Mi padre dice que vuelva a hablar con él de vez en cuando.
-¡Así será!- respondí como para salir del paso, y me subí al taxi.
-Veo que vino acompañado.
-Apenas está comenzando a anochecer y llevamos un pasajero. Por lo mismo no creo que se vaya a aparecer, pero por si acaso…
Atravesamos el túnel hacia Kamakura y nos acercamos al sitio del crematorio. De repente, el automóvil empezó a volar como una exhalación.
-¿Está aquí?
-¡Sí! ¡Ahí sentada a su lado!
-¡Ah!
La borrachera  me desapareció en un instante. Miré de reojo.
-¡No me asuste, que esto no tiene gracia!
-¡Ahí la tiene! ¡Ahí mismito!
-¡No diga mentiras! Y vaya más despacio que es peligroso.
-¡Ahí está sentada! ¿No la ve señor?
-No se ve. Yo no puedo verla… - y al decir esto empecé a sentir frío. Pero haciéndome el valiente pregunté-: Y sí está aquí, ¿no debería decirle algo?
-¡Ni… ni… en broma! El que habla a un fantasma queda paralizado. Embrujado. ¡Es escalofriante! ¡Ni se le ocurra! Llevémosla callados hasta Kamakura.

Lo Bello y Lo Triste (Yasunari Kawabata)


“A fin de año, hasta el Monte Arashi, tan poblado de turistas desde la primavera hasta el otoño, se había convertido en un paisaje desierto. La vieja montaña se levantaba ante él en medio del completo silencio. La profunda hoya que formaba el río al pie de la ladera era de un verde límpido… La ladera que descendía hasta el río debía de ser la celebrada vista del monte, supuso Oki; pero ahora estaba en sombras, con excepción de una franja de luz solar sobre el flanco más distante”…
“Demasiado lejos de la ventana como para ver la calle, Oki permaneció sentado con los ojos clavados en las Colinas Occidentales, que se levantaban sobre los techos de la ciudad. Comparada con Tokyo, Kyoto era una ciudad tan pequeña e íntima que hasta las Colinas Occidentales parecían al alcance de la mano. Mientras las contemplaba, una nube traslúcida, de un tono dorado pálido, que flotaba sobre las cumbres, adquirió una fría tonalidad ceniza. Atardecía. ¿Qué eran los recuerdos?. ¿Qué era ese pasado que él recordaba con tanta nitidez?… ¿Acaso la nitidez de aquellos recuerdos no significaba que ella (Otoko) no se había seaparado de él?… Aunque nunca había vivido en Kyoto, las luces de la ciudad al atardecer despertaron en él una vaga nostalgia. Quizás todos los japoneses se sintieran así. Pero lo cierto era que Otoko estaba en aquella ciudad”… 
Primavera Temprana: “Las puestas del Sol púrpuras eran muy poco habituales. Las gradaciones de color del oscuro al claro eran tan delicadas como si se las hubiera logrado pasando un ancho pincel sobre un papel de arroz mojado. La suavidad de aquel púrpura anunciaba la llegada de la primavera”…
“En el extremo superior de la banda de seda había pintado una peonía roja. Era una vista de frente de la flor, en un tamaño superior al natural, con pocas hojas y un único pimpollo blanco en la parte inferior del tallo. En aquella flor creyó ver el orgullo y la nobleza de Otoko… La soledad parecía brotar de su interior”…
La festividad de la Luna Llena: “Otoko proyectaba llevar a Keiko al Templo del Monte Kurama con motivo de la Festividad de la Luna Llena… Se suponía que los asistentes a la fiesta debían beber de un cuenco de sake que reflejara la luna llena; por eso nada podía ser más decepcionante que un cielo nublado, sin luna”…
Un Jardín Rocoso: “Entre tantos célebres jardines rocosos de Kyoto están los del Templo del Musgo, los del Pabellón de Plata y el de Ryoanji… Otoko los conocía a todos y guardaba una imagen mental de todos ellos… Desde el final de la época de las lluvias había estado visitando el Templo del Musgo para hacer bocetos de su jardín rocoso. No es que pretendiera pintarlo. Sólo quería absorber un poco de su fuerza… En apariencia, el actual paisaje árido, que simbolizaba una cascada y un arroyo, estaba construido a lo largo de un sendero flanqueado de faroles de piedra, que conducía al pabellón mirador. Era muy probable que hubiera permanecido inalterable, puesto que eran piedras… Otoko siguió mirando el dibujo de Keiko: - Ojalá yo también fuera una piedra- dijo… Por la forma en que las miras (a las piedras), juraría que ves una especie de belleza potente y añeja que irradia de ellas… ¿El mar no es acaso un jardín de piedras?…
El Loto en Llamas: “Los delicados hilos de agua se perdían en el río sin alterar la superficie. Las flores de cerezo se entremezclaban con las hojas verdes y los colores de los árboles florecidos se esfumaban en la lluvia…Dudo que su amor perdure hasta el invierno… El silencio de Keiko era extraño, pues debía considerar aquello como una Victoria… Ahora, el antiguo amor volvía a arder con ominosa llama. Sin embargo, en esas llamas Otoko veía una gran flor de Loto blanco. Con la imagen aún en la mente, Otoko desvió la mirada para contemplar las luces de las casas de té de Kiyamachi que se reflejaban en el agua”…
Pérdidas Estivales: “Ella ignoraba cómo había flotado su propia imagen en la corriente de Oki. No podía haberla olvidado; pero el tiempo había corrido de manera diferente para él. Las corrientes del tiempo nunca son iguales para dos personas, ni siquiera cuando son amantes… La imagen que conservaba de Oki había flotado junto a ella en la corriente del tiempo y quizás los recuerdos de este amor estuvieran teñidos por los colores del amor por sí misma. Quizás hasta se hubieran transformado. Nunca se le había ocurrido pensar en que los recuerdos son sólo fantasmas y apariciones”…
El Lago: -“Cumple esta promesa… Quiero que nos abramos paso a través de nuestro Destino… El Mañana siempre se nos escapa. Vayamos hoy-.Keiko abrió los ojos. Las lágrimas seguían brillando en ellos cuando miró a Otoko”…

jueves, 3 de febrero de 2011

Si muriera esta noche (Juan Carlos Onetti)


Si muriera esta noche
si pudiera morir
si me muriera
si este coito feroz
interminable
peleado y sin clemencia
abrazo sin piedad
beso sin tregua
alcanzara su colmo y se aflojara
si ahora mismo
si ahora
entornando los ojos me muriera
sintiera que ya está
que ya el afán cesó
y la luz ya no fuera un haz de espadas
y el aire ya no fuera un haz de espadas
y el dolor de los otros y el amor y vivir
y todo ya no fuera un haz de espadas
y acabara conmigo
para mí
para siempre
y que ya no doliera
y que ya no doliera

Ya no será (Juan Carlos Onetti)



Ya no será
ya no
no viviré contigo
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber por qué ni cómo nunca
ni si era de verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.
Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya
no serás para mí
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.
No volveré a tocarte.
No te veré morir.

Balada del ausente (Juan Carlos Onetti)

Entonces no me des un motivo por favor
No le des conciencia a la nostalgia,
La desesperación y el juego.

Pensarte y no verte
Sufrir en ti y no alzar mi grito
Rumiar a solas, gracias a ti, por mi culpa,
En lo único que puede ser
Enteramente pensado
Llamar sin voz porque Dios dispuso
Que si Él tiene compromisos
Si Dios mismo le impide contestar
Con dos dedos el saludo
Cotidiano, nocturno, inevitable
Es necesario aceptar la soledad,
Confortarse hermanado
Con el olor a perro, en esos días húmedos del sur,
En cualquier regreso
En cualquier hora cambiable del crepúsculo
Tu silencio
Y el paso indiferente de Dios que no ve ni saluda
Que no responde al sombrero enlutado
Golpeando las rodillas
Que teme a Dios y se preocupa
Por lo que opine, condene, rezongue, imponga.
No me des conciencia, grito, necesidad ni orden.
Estoy desnudo y lejos, lo que me dejaron
Giro hacia el mundo y su secreto de musgo,
Hacia la claridad dolorosa del mundo,
Desnudo, sólo, desarmado
bamboleo mi cuerpo enmagrecido
Tropiezo y avanzo
Me acerco tal vez a una frontera
A un odio inútil, a su creciente miseria
Y tampoco es consuelo
Esa dulce ilusión de paz y de combate
Porque la lejanía
No es ya, se disuelve en la espera
Graciosa, incomprensible, de ayudarme
A vivir y esperar.
Ningún otro país y para siempre.
Mi pie izquierdo en la barra de bronce
Fundido con ella.
El mozo que comprende, ayuda a esperar, cree lo que ignora.
Se aceptan todas las apuestas:
Eternidad, infierno, aventura, estupidez
Pero soy mayor
Ya ni siquiera creo,
En romper espejos
En la noche
Y lamerme la sangre de los dedos
Como si la hubiera traído desde allí
Como si la salobre mentira se espesara
Como si la sangre, pequeño dolor filoso,
Me aproximara a lo que resta vivo, blando y ágil.
Muerto por la distancia y el tiempo
Y yo la, lo pierdo, doy mi vida,
A cambio de vejeces y ambiciones ajenas
Cada día más antiguas, suciamente deseosas y extrañas.
Volver y no lo haré, dejar y no puedo.
Apoyar el zapato en el barrote de bronce
Y esperar sin prisa su vejez, su ajenidad, su diminuto no ser.
La paz y después, dichosamente, en seguida, nada.
Ahí estaré. El tiempo no tocará mi pelo, no inventará arrugas, no me inflará las mejillas
Ahí estaré esperando una cita imposible, un encuentro que no se cumplirá.

Querida Litty (Juan Carlos Onetti)


Desde hace meses
con inusitada frecuencia
no me deja el cartera cartas tuyas.
Será amnesia del hombre
o tal vez las apile
en un rincón limpio
de su cuarto de soltero
solterón
y algún día me las traiga
cinta rosa
todas juntas
como un banquete
para el olvidado hambriento
que puede imaginarse
desde ahora
una clara catarata
de ternuras y recuerdos.

Tristezas de la luna (Charles Baudelaire)


Esta noche la luna sueña con más pereza,
Cual si fuera una bella hundida entre cojines
Que acaricia con mano discreta y ligerísima,
Antes de adormecerse, el contorno del seno.

Sobre el dorso de seda de deslizantes nubes,
Moribunda, se entrega a prolongados éxtasis,
Y pasea su mirada sobre visiones blancas,
Que ascienden al azul igual que floraciones.
Cuando sobre este globo, con languidez ociosa,
Ella deja rodar una furtiva lágrima,
Un piadoso poeta, enemigo del sueño,
De su mano en el hueco, coge la fría gota
como un fragmento de ópalo de irisados reflejos.
Y la guarda en su pecho, lejos del sol voraz.

Qué dirás esta noche pobre alma solitaria (Charles Baudelaire)


¿Qué dirás esta noche pobre alma solitaria,
Qué dirás, corazón, marchito hace tan poco,
A la muy bella, a la muy buena, a la amadísima,
Bajo cuya mirada floreciste de nuevo?

-El orgullo emplearemos en cantar sus loores;
Nada iguala al encanto que hay en su autoridad;
Su carne espiritual tiene un perfume angélico,
Y nos visten con ropas purísimas sus ojos.

En medio de la noche y de la soledad,
O a través de las calles, del gentío rodeado,
Danza como una antorcha su fantasma en el aire.

A veces habla y dice: «Yo soy bella y ordeno
Que por amor a mí no améis sino lo Bello;
Soy el Ángel guardián, la Musa y la Madona».

El leteo (Charles Baudelaire)

Ven a mi pecho, alma sorda y cruel,
Tigre adorado, monstruo de aire indolente;
Quiero enterrar mis temblorosos dedos
En la espesura de tu abundosa crin;

Sepultar mi cabeza dolorida
En tu falda colmada de perfume
Y respirar, como una ajada flor,
El relente de mi amor extinguido.

¡Quiero dormir! ¡Dormir más que vivir!
En un sueño, como la muerte, dulce,
Estamparé mis besos sin descanso
Por tu cuerpo pulido como el cobre.

Para ahogar mis sollozos apagados,
Sólo preciso tu profundo lecho;
El poderoso olvido habita entre tus labios
Y fluye de tus besos el Leteo.

Mi destino, desde ahora mi delicia,
Como un predestinado seguiré;
Condenado inocente, mártir dócil
Cuyo fervor se acrece en el suplicio.

Para ahogar mi rencor, apuraré
El nepentes³ y la cicuta amada,
del pezón delicioso que corona este seno
el cual nunca contuvo un corazón.

La máscara (Charles Baudelaire)

Estatua alegórica a la manera del renacimiento
a Ernest Christophe, escultor

Contempla ese tesoro de gracias florentinas;
En la forma ondulante del musculoso cuerpo,
Son hermanas divinas la Elegancia y la Fuerza.
Esta mujer, fragmento en verdad milagroso,
Noblemente robusta, divinamente esbelta,
Nació para reinar en lechos suntuosos
Y entretener los ocios de un príncipe o de un papa.

-Observa esa sonrisa voluptuosa y fina
Donde la Fatuidad sus éxtasis pasea,
Esos taimados ojos lánguidos y burlones,
El velo que realza esa faz delicada
Cuyos rasgos nos dicen con aire triunfador:
«¡El Deleite me nombra y el Amor me corona!»
A un ser que está dotado de tanta majestad,
¡Qué encanto estimulante le da la gentileza!
Acerquémonos trémulos de su belleza en torno.
¡Oh blasfemia del arte! ¡Oh sorpresa brutal!
La divina mujer, que prometía la dicha
¡Concluye en las alturas en un monstruo bicéfalo

¡Mas no! Máscara es sólo, mentido decorado,
Ese rostro que luce un mohín exquisito,
Y, contémplalo cerca: atrozmente crispados,
La auténtica cabeza, el rostro más real,
Se ocultan al amparo de la cara que miente.

¡Oh mi pobre belleza! El río esplendoroso
De tu llanto se abisma en mi hondo corazón.
Me embriaga tu mentira y se abreva mi alma
En la ola que en tus ojos el Dolor precipita.

-Mas, ¿por qué llora? En esa belleza inigualable
Que tendría a sus pies todo el género humano,
¿Qué misterioso mal roe su flanco de atleta?

-¡Insensata, solloza sólo porque ha vivido!
¡Y porque vive! Pero lo que lamenta más,
Lo que hasta las rodillas la hace estremecer
Es que mañana, ¡ay!, continuará viviendo,
¡Mañana, al otro día, siempre! ¡Igual que nosotros!

Me gusta recordar esas desnudas épocas (Charles Baudelaire)

Me gusta recordar esas desnudas épocas
En que placía a Febo las estatuas dorar ,
En tanto hombre y mujer, en su esplendor más alto,
Sin angustia gozaban y sin mentira alguna,
Y, el amoroso cielo envolviendo sus cuerpos,
La salud de su noble máquina ejercitaban.

Mostrábase Cibeles fértil y generosa,
No hallando que sus hijos fuesen gravosa carga;
Antes bien, loba henchida de ternezas comunes,
Nutría al universo con sus oscuras ubres.
Elegante y robusto, el hombre se preciaba
Entre bellezas múltiples que por rey le acataban.
Frutos aún no ultrajados y carentes de grietas,
¡Cuya bruñida pulpa incitaba al mordisco!
Hoy el Poeta, cuando pretende imaginar
Tal nativa grandeza y acude a los lugares
En que hombres y mujeres sin velos aparecen,
Siente envuelto su espíritu en tenebroso frío,
Ante ese negro cuadro que rebosa de espanto.
¡Oh monstruosidades llorando sus vestidos!
¡Oh ridículos torsos que son propios de máscaras!
Pobres cuerpos torcidos, fláccidos o ventrudos,
Que el Señor de lo útil, sereno e implacable,
Envolvió desde niños en pañales de bronce.
Y vosotras, mujeres, pálidas como cirios,
En quienes la lujuria se ceba, y esas vírgenes
Arrastrando la herencia de los maternos vicios
¡Y todos los horrores de la fecundidad!

Tenemos, ello es cierto, naciones corrompidas,
A los antiguos pueblos de ignorado esplendor:
Los rostros devorados por las llagas cordiales
Y algo que llamaríamos desmayadas bellezas;
Más esas invenciones de las musas tardías,
Jamás impedirán a las razas decrépitas
Rendir a las más jóvenes un profundo homenaje,
-A la juventud santa de simple y dulce frente,
De mirar claro y limpio como agua saltarina,
Y que marcha, inconsciente, por doquier esparciendo,
como el azul del cielo, las flores y los pájaros,
Sus perfumes, sus cánticos y sus suaves calores.

miércoles, 2 de febrero de 2011

El plan nuestro (Juan Carlos Onetti)

Sólo conozco de ti
la sonrisa gioconda
con labios separados
el misterio
mi terca obsesión
de desvelarlo
y avanzar porfiado
y sorprendido
tanteando tu pasado
Sólo conozco
la dulce leche de tus dientes
la leche plácida y burlona
que me separa
y para siempre
del paraíso imaginado
del imposible mañana
de paz y dicha silenciosa
de abrigo y pan compartido
de algún objeto cotidiano
que yo pudiera llamar
nuestro

La Nieve (Amado Nervo)

Yo soy la movediza perenne; nunca dura
en mi una forma; pronto mi ser se transfigura,
y ya entre guijas de ónix cantando peregrino,
ya en témpanos helados detengo mi camino,
ya vuelo por los aires trocándome en vapores,
ya soy iris en polvo de todos los colores,
o rocío que asciende, o aguacero que llueve . . .
Mas Dios también me ha dado la albura de la nieve,
la albura de la nieve enigmática y fría
que cae de los cielos como una eucaristía,
que por los puntiagudos techos resbala leda
y que cuando la pisan cruje como la seda.

Cayendo silenciosa, de blanco al mundo arropo.
Subí, vapor, a lo alto, desciendo al suelo, copo;
subí gris de los lagos que la quietud estanca,
y bajo blanca al mundo . . . ¡Oh qué bello es ser blanca!

¿Por qué soy blanca? En premio al sacrificio mío,
porque tirito para que nadie tenga frío,
porque mi lino todos los fríos almacena
¡y dios me torna blanca por haber sido buena!
¿Verdad que es llevadera la palma del martirio
así? Yo caigo como los pétalos de un lirio
de lo alto, y no pudiendo cantar mi canción pura
con murmurios de linfa, la canto con blancura.

La blancura es el himno más hermoso y más santo;
ser blanca es orar; siendo yo, pues, blanca, oro y canto.
Ser luminosa es otro de los cantos mejores:
¿No ves que las estrellas salmodian con fulgores?
Por eso el rey poeta dijo en himno de amor:
“El firmamento narra la gloria del Señor”.

Se tú como la Nieve que inmaculada llueve

Y yo clamé: -¡Alabemos a Dios, hermana Nieve!

La hermana Agua (Amado Nervo)

Un hilo de agua que cae de una llave imperfecta; un hilo de agua, manso y diáfano, que gorjea toda la noche y todas las noches cerca de mi alcoba; que canta a mi soledad y en ella me acompaña; un hilo de agua: ¡qué cosa tan sencilla! Y, sin embargo, estas gotas incesantes y sonoras me han enseñado más que los libros.

El alma del Agua me ha hablado en la sombra –el alma santa del Agua- y yo la he oído, con recogimiento y con amor. Lo que me ha dicho está escrito en páginas que pueden compendiarse así: ser dócil, ser cristalino; esta es la ley y los profetas; y tales páginas han formado un poema.

Yo sé que quien lo lea sentirá el suave placer que yo he sentido al escucharlo de los labios de Sor Acqua; y este será mi galardón en la prueba, hasta que mis huesos se regocijen en la gracia de Dios.


1. El agua que corre bajo la lluvia

Yo canto al cielo porque mis linfas ignoradas
hacen que fructifiquen las savias; las llanadas,
los sotos y las lomas por mí tienen frescura.
Nadie me mira, nadie; más mi corriente obscura
se regocija luego que viene primavera,
porque si dentro hay sombras, hay muchos tallos fuera.

Los gérmenes conocen mi beso cuando anidan
Bajo la tierra, y luego que son flores me olvidan.
Lejos de sus raíces las corolas felices
no se acuerdan del agua que regó sus raíces . . ..
¡Qué importa! Yo alabanzas digo a Dios con voz suave.
La flor no sabe nada, ¡pero el Señor sí sabe!

Y canto a Dios corriendo por mi ignoto sendero,
dichosa de antemano; porqué seré venero
ante la vara mágica de Moisés; porque un día
vendrán las caravanas hacia la linfa mía;
porque mis aguas dulces, mientras que la sed matan,
el rostro beatífico del sediento retratan
sobre el fondo del cielo que los cristales yerra;
porque copiando el cielo lo traslado a la tierra,
y así el creyente triste, que el él su dicha fragua,
bebe, al beberme, el cielo que palpita en mi agua,
y como en ese cielo brillan estrellas bellas,
el hombre que me bebe comulga con estrellas.

Yo alabo al Señor bueno porque, con la infinita
pedrería que encuentro de fuegos policromos,
forjó en las misteriosas grutas la estalactita,
pórtico del alcázar de ensueño de los gnomos;
porque en oculto seno de la caverna umbría
doy de beber al monstruo que tiene miedo al día.
¡Qué importa que mi vida bajo la tierra acabe!
Los hombres no lo saben, pero Dios si lo sabe.

Así me dijo el Agua que discurre por los
antros, y yo: -¡Agua hermana, bendigamos a Dios!


2. El agua que corre sobre la tierra

Yo alabo al cielo porque me brindó en sus amores,
para mi fondo gemas, para mi margen flores;
porque cuando la roca me muerde y me maltrata
hay en mi sangre (espuma) filigrana de palta;
porque cuando al abismo ruedo en un cataclismo,
adorno de arco-iris triunfales el abismo,
y el rocío que salta de mis espumas blancas
riega las florecitas que esmaltan las barrancas;
porque a través del cauce llevando mi caudal,
soy un camino que anda, como dijo Pascal;
porque en mi gran llanura donde la brisa vuela;
deslízanse los élitros nevados de la vela;
porque en mi azul espalda que la quilla acuchilla
mezo, aduermo y soporto la audacia de la quilla,
mientras que no conturba mis ondas el Dios fuerte,
a fin de que originen catástrofes de muerte,
y la onda que arrulla sea la onda que hiere . . .
¡Quién sabe los designios de Dios que así lo quiere!

Yo alabo al cielo porque en mi vida errabunda
Soy Niágara que truena, soy Nilo que fecunda,
maelstrom de remolino fatal, o golfo amigo;
porque, mar di la vida, y, diluvio, el castigo.

Docilidad inmensa tengo para mi dueño:
El me dice: “Anda”, y ando; “Despéñate”, y despeño
mis aguas en la sima de roca que da espanto;
y canto cuando corro, y al despeñarme canto,
y cantando, mi linfa tormentas o iris fragua,
fiel al Señor...
¡Loemos a Dios, hermana Agua!

Inmortalidad (Amado Nervo)


No, no fue tan efímera la historia
de nuestro amor: entre los folios tersos
del libro virginal de tu memoria,
como pétalo azul está la gloria
doliente, noble y casta de mis versos.

No puedes olvidarme: te condeno
a un recuerdo tenaz. Mi amor ha sido
lo más alto en tu vida, lo más bueno;
y sólo entre los légamos y el cieno
surge el pálido loto del olvido.

Me verás dondequiera: en el incierto
anochecer, en la alborada rubia,
y cuando hagas labor en el desierto
corredor, mientras tiemblan en tu huerto
los monótonos hilos de la lluvia.

¡Y habrás de recordar! Esa es la herencia
que te da mi dolor, que nada ensalma.
¡Seré cumbre de luz en tu existencia,
y un reproche inefable en tu conciencia
y una estela inmortal dentro de tu alma!

Éxtasis (Amado Nervo)


Cada rosa gentil ayer nacida,
cada aurora que apunta entre sonrojos,
dejan mi alma en el éxtasis sumida...
¡Nunca se cansan de mirar mis ojos
el perpetuo milagro de la vida!

Años ha que contemplo las estrellas
en las diáfanas noches españolas
y las encuentro cada vez mas bellas.
¡Años ha que en el mar, conmigo a solas,
de las olas escucho las querellas
y aún me pasma el prodigio de las olas!

Cada vez hallo la Naturaleza
más sobrenatural, más pura y santa.
Para mí, en rededor, todo es belleza:
y con la misma plenitud me encanta
la boca de la madre cuando reza
que la boca del niño cuando canta.

Quiero ser inmortal, con sed intensa,
porque es maravilloso el panorama
con que nos brinda la creación inmensa;
porque cada lucero me reclama,
diciéndome al brillar: "¡Aquí se piensa,
también, aquí se lucha, aquí se ama!".


El retorno (Amado Nervo)


"Vivir sin tus caricias es mucho desamparo;
vivir sin tus palabras es mucha soledad;
vivir sin tu amoroso mirar, ingenuo y claro,
es mucha oscuridad..."



Vuelvo pálida novia, que solías
mi retorno esperar tan de mañana,
con la misma canción que preferías
y la misma ternura de otros días
y el mismo amor de siempre, a tu ventana.



Y elijo para verte, en delicada
complicidad con la Naturaleza,
una tarde como ésta: desmayada
en un lecho de lilas, e impregnada
de cierta aristocrática tristeza.



¡Vuelvo a ti con los dedos enlazados
en actitud de súplica y anhelo
-como siempre-, y mis labios no cansados
de alabarte, y mis ojos obstinados
en ver los tuyos a través del cielo!

Recíbeme tranquila, sin encono,
mostrando el deje suave de una hermana;
murmura un apacible: "Te perdono",
y déjame dormir con abandono,
en tu noble regazo, hasta mañana....

El primer beso (Amado Nervo)

Yo ya me despedía.... y palpitante
cerca mi labio de tus labios rojos,
«Hasta mañana», susurraste;
yo te miré a los ojos un instante
y tú cerraste sin pensar los ojos
y te di el primer beso: alcé la frente
iluminado por mi dicha cierta.

Salí a la calle alborozadamente
mientras tu te asomabas a la puerta
mirándome encendida y sonriente.
Volví la cara en dulce arrobamiento,
y sin dejarte de mirar siquiera,
salté a un tranvía en raudo movimiento;
y me quedé mirándote un momento
y sonriendo con el alma entera,
y aún más te sonreí... Y en el tranvía
a un ansioso, sarcástico y curioso,
que nos miró a los dos con ironía,
le dije poniéndome dichoso:
-«Perdóneme, Señor esta alegría.»

El día que me quieras tendrá más luz que junio (Amado Nervo)

El día que me quieras tendrá más luz que junio;
la noche que me quieras será de plenilunio,
con notas de Beethoven vibrando en cada rayo
sus inefables cosas,
y habrá juntas más rosas
que en todo el mes de mayo.

Las fuentes cristalinas
irán por las laderas
saltando cristalinas
el día que me quieras.

El día que me quieras, los sotos escondidos
resonarán arpegios nunca jamás oídos.
Éxtasis de tus ojos, todas las primaveras
que hubo y habrá en el mundo serán cuando me quieras.

Cogidas de la mano cual rubias hermanitas,
luciendo golas cándidas, irán las margaritas
por montes y praderas,
delante de tus pasos, el día que me quieras...
Y si deshojas una, te dirá su inocente
postrer pétalo blanco: ¡Apasionadamente!

Al reventar el alba del día que me quieras,
tendrán todos los tréboles cuatro hojas agoreras,
y en el estanque, nido de gérmenes ignotos,
florecerán las místicas corolas de los lotos.

El día que me quieras será cada celaje
ala maravillosa; cada arrebol, miraje
de "Las Mil y una Noches"; cada brisa un cantar,
cada árbol una lira, cada monte un altar.

El día que me quieras, para nosotros dos
cabrá en un solo beso la beatitud de Dios.

El amor nuevo (Amado Nervo)




Todo amor nuevo que aparece
nos ilumina la existencia,
nos la perfuma y enflorece.

En la más densa oscuridad
toda mujer es refulgencia
y todo amor es claridad.
Para curar la pertinaz
pena, en las almas escondida,
un nuevo amor es eficaz;
porque se posa en nuestro mal
sin lastimar nunca la herida,
como un destello en un cristal.

Como un ensueño en una cuna,
como se posa en la rüina
la piedad del rayo de la luna.
como un encanto en un hastío,
como en la punta de una espina
una gotita de rocío...

¿Que también sabe hacer sufrir?
¿Que también sabe hacer llorar?
¿Que también sabe hacer morir?

Dormir (Amado Nervo)


¡Yo lo que tengo, amigo, es un profundo
deseo de dormir!... ¿Sabes?: el sueño
es un estado de divinidad.
El que duerme es un dios... Yo lo que tengo,
amigo, es gran deseo de dormir.

El sueño es en la vida el solo mundo
nuestro, pues la vigilia nos sumerge
en la ilusión común, en el océano
de la llamada «Realidad». Despiertos
vemos todos lo mismo:
vemos la tierra, el agua, el aire, el fuego,
las criaturas efímeras... Dormidos
cada uno está en su mundo,
en su exclusivo mundo:
hermético, cerrado a ajenos ojos,
a ajenas almas; cada mente hila
su propio ensueño (o su verdad: ¡quién sabe!)

Ni el ser más adorado
puede entrar con nosotros por la puerta
de nuestro sueño. Ni la esposa misma
que comparte tu lecho
y te oye dialogar con los fantasmas
que surcan por tu espíritu
mientras duermes, podría,
aun cuando lo ansiara,
traspasar los umbrales de ese mundo,
de tu mundo mirífico de sombras.
¡Oh, bienaventurados los que duermen!
Para ellos se extingue cada noche,
con todo su dolor el universo
que diariamente crea nuestro espíritu.
Al apagar su luz se apaga el cosmos.

El castigo mayor es la vigilia:
el insomnio es destierro
del mejor paraíso...

Nadie, ni el más feliz, restar querría
horas al sueño para ser dichoso.
Ni la mujer amada
vale lo que un dormir manso y sereno
en los brazos de Aquel que nos sugiere
santas inspiraciones. ..
«El día es de los hombres; mas la noche,
de los dioses», decían los antiguos.

No turbes, pues, mi paz con tus discursos,
amigo: mucho sabes;
pero mi sueño sabe más...  ¡Aléjate!
No quiero gloria ni heredad ninguna:
yo lo que tengo, amigo, es un profundo
deseo de dormir...

Después (Amado Nervo)


Te odio con el odio de la ilusión marchita:
¡Retírate! He bebido tu cáliz, y por eso
mis labios ya no saben dónde poner su beso;
mi carne, atormentada de goces, muere ahíta.

Safo, Crisis, Aspasia, Magdalena, Afrodita,
cuanto he querido fuiste para mi afán avieso.
¿En dónde hallar espasmos, en dónde hallar exceso
que al punto no me brinde tu perversión maldita?

¡Aléjate! Me invaden vergüenzas dolorosas,
sonrojos indecibles del mal, rencores francos,
al ver temblar la fiebre sobre tus senos rosas.

No quiero más que vibre la lira de tus flancos:
déjame solo y triste llorar por mis gloriosas
virginidades muertas entre tus muslos blancos.

Damiana se casa (Amardo Nervo)

Con mis amargos pensares
y con mis desdichas todas,
haré tu ramo de bodas,
que no será de azahares.

Mis ojos, que las angustias
y el continuado velar
encienden, serán dos mustias
antorchas para tu altar.

El llanto que de mi cuita
sin tregua brotando está,
tu frente pura ungirá
como con agua bendita...

-Señor, no penes, tu ceño
me duele como un reproche;
-¡Que pálida estás, mi dueño!
-Es que pasé mala noche,
el amor me quita el sueño...

-¡Y te vas!...
-Me voy, es tarde,
me aguardan; ¡el templo arde
como un sol! Tu mal mitiga,
Señor, ¡y Dios te bendiga!
-Damiana, que Dios te guarde... 

Bon Soir (Amado Nervo)


¡Buenas noches, mi amor, y hasta mañana!
Hasta mañana, sí, cuando amanezca,
y yo, después de cuarenta años
de incoherente soñar, abra y estriegue
los ojos del espíritu,
como quien ha dormido mucho, mucho,
y vaya lentamente despertando,
y, en una progresiva lucidez,
ate los cabos del ayer de mi alma
( antes de que la carne la ligara )
y del hoy prodigioso
en que habré de encontrarme, en este plano
en que ya nada es ilusión y todo
es verdad...
¡Buenas noches, amor mío,
buenas noches! Yo quedo en las tinieblas
y tú volaste hacia el amanecer...
¡Hasta mañana, amor, hasta mañana!
Porque, aun cuando el destino
acumulara lustro sobre lustro
de mi prisión por vida, son fugaces
esos lustros; sucédense los días
como rosarios, cuyas cuentas magnas
son los domingos...
Son los domingos, en que, con mis flores
voy invariablemente al cementerio
donde yacen tus formas adoradas.
¿Cuántos ramos de flores
he llevado a la tumba? No lo sé.
¿Cuántos he de llevar? Tal vez ya pocos.
¡Tal vez ya pocos! ¡Oh, que perspectiva
deliciosa!
¡Quizás el carcelero
se acerca con sus llaves resonantes
a abrir mi calabozo para siempre!
¿Es por ventura el eco de sus pasos
el que se oye, a través de la ventana,
avanzar por los quietos corredores?
¡Buenas noches, amor de mis amores!
Hasta luego, tal vez..., o hasta mañana.


Amiga, mi larario esta vacío (Amado Nervo)


Amiga, mi larario esta vacío:
desde que el fuego del hogar no arde,
nuestros dioses huyeron ante el frío;
hoy preside en sus tronos el hastío
las nupcias del silencio y de la tarde.

El tiempo destructor no en vano pasa;
los aleros del patio están en ruinas;
ya no forman allí su leve casa,
con paredes convexas de argamasa
y tapiz del plumón, las golondrinas.

¡Qué silencio el del piano! Su gemido
ya no vibra en los ámbitos desiertos;
los nocturnos y scherzos han huido...
¡Pobre jaula sin aves! ¡Pobre nido!
¡Misterioso ataúd de trinos muertos!

¡Ah, si vieras tu huerto! Ya no hay rosas,
ni lirios, ni libélulas de seda,
ni cocuyos de luz, ni mariposas...
Tiemblan las ramas del rosal, medrosas;
el viento sopla, la hojarasca rueda.

Amiga, tu mansión está desierta;
el musgo verdinegro que decora
los dinteles ruinosos de la puerta,
parece una inscripción que dice: ¡Muerta!
El cierzo pasa, y suspirando: ¡Llora!

A Leonor (Amado Nervo)



Tu cabellera es negra como el ala
del misterio; tan negra como un lóbrego
jamás, como un adiós, como un «¡quién sabe!»
Pero hay algo más negro aún: ¡tus ojos!

Tus ojos son dos magos pensativos,
dos esfinges que duermen en la sombra,
dos enigmas muy bellos... Pero hay algo,
pero hay algo más bello aún: tu boca.

Tu boca, ¡oh sí!; tu boca, hecha divinamente
para el amor, para la cálida
comunión del amor, tu boca joven;
pero hay algo mejor aún: ¡tu alma!

Tu alma recogida, silenciosa,
de piedades tan hondas como el piélago,
de ternuras tan hondas...
                                        Pero hay algo,
pero hay algo más hondo aún: ¡tu ensueño!

En mi cielo al crepúsculo eres como una nube... (Rabindranath Tagore)




Paráfrasis del poema 30 de "El jardinero" 

En mi cielo al crepúsculo eres como una nube
y tu color y forma son como yo los quiero.
Eras mía, eres mía, mujer de labios dulces
y viven en tu vida mis infinitos sueños.

La lámpara de mi alma te sonrosa los pies,
el agrio vino mío es más dulce en tus labios,
oh segadora de mi canción de atardecer,
cómo te sienten mía mis sueños solitarios!

Eres mía, eres mía, voy gritando en la brisa
de la tarde, y el viento arrastra mi voz viuda.
Cazadora del fondo de mis ojos, tu robo
estanca como el agua tu mirada nocturna.

En la red de mi música estás presa, amor mío,
y mis redes de música son anchas como el cielo.
Mi alma nace a la orilla de tus ojos de luto.
En tus ojos de luto comienza el país del sueño.


El último trato (Rabindranath Tagore)




Una mañana iba yo por la pedregosa carretera,
cuando espada en mano, llegó el Rey en su carroza.
"¡Me vendo!", grité. el Rey me cogió de la mano y me dijo:
"Soy poderoso, puedo comprarte." Pero de nada le valió su poderío
y se volvió sin mí en su carroza.

Las casas estaban cerradas en el sol del mediodía
y yo vagaba por el callejón retorcido
cuando un viejo cargado con un saco de oro me salió al encuentro.
Dudó un momento, y me dijo: "Soy rico, puedo comprarte." 
Una a una ponderó sus monedas. Pero yo le volví la espalda y me fui.

Anochecía y el seto del jardín estaba todo en flor.
Una muchacha gentil apareció delante de mí, y me dijo:
"Te compro con mi sonrisa." Pero su sonrisa palideció
y se borró en sus lágrimas. Y se volvió sola otra vez a la sombra.

El sol relucía en la arena y las olas del mar rompían caprichosamente.
Un niño estaba sentado en la playa jugando con las conchas.
Levantó la cabeza y, como si me conociera, me dijo:
"Puedo comprarte con nada." Desde que hice este trato jugando, soy libre.

Memorias de un autómata


Permanecí varios minutos en la plaza, mirando estúpidamente alrededor. Una sensación de déjà-vu me confundía. Sentía la sangre helada recorrer mi cuerpo y paralizar mis extremidades. Un pitido zumbaba dentro de mi cabeza o tal vez era música, aquella que había estado escuchando durante varias horas, una y otra vez. Sentí una necesidad imperiosa de regresar a casa, pero no sabía cómo. Varias personas me saludaron al pasar a mi lado. Sabía quiénes eran pero no me atreví a hablarles. Sabía dónde estaba pero no podía volver. Empecé a caminar nerviosamente en círculos pero no me decidí por ninguna dirección. ¿Perdería el conocimiento? Miré fijamente hacia donde se encontraba mi casa y obligué a mis piernas a caminar en línea recta hacia allí. Tres angustiosas manzanas hasta abrir la puerta y encontrarme a salvo. Llamé al trabajo para anunciarles que seguramente pasarían algunos días hasta que pudiera encontrar la manera de ir.