sábado, 1 de septiembre de 2012


INFECCIÓN / Andrés Caicedo 



Bienaventurados los imbéciles,porque de ellos es el reino de la tierra
El sol. Cómo estar sentado en un parque y no decir nada. La una y media de la tarde. Camino caminas. Caminar con un amigo y mirar a todo el mundo. Cali a estas horas es una ciudad extraña. Por eso es que digo esto. Por ser Cali y por ser extraña, y por ser a pesar de todo una ciudad ramera.
-Mirá, allá viene la negra esa.
-Francisco es así, como esas palabras, mientras se organiza el pelo con la mano y espera a que pasa ella. Ja! Ser igual a todo el mundo.
Pasa la negra-modelo. Mira y no mira. Ridiculez. Sus 1,80 pasan y repasan. Sonríe con satisfacción. Camina más allá y ondula todo, toditico su cuerpo. Se pierde por fin entre la gente, ¿y queda pasando algo? No nada. Como siempre.
(Odiar es querer sin amar. Querer es luchar por aquello que se desea y odiar es no poder alcanzar por lo que se lucha. Amar es desear todo, luchar por todo, y aún así, seguir con el heroísmo de continuar amando. Odio mi calle, porque nunca se rebela a la vacuidad de los seres que pasan por ella. Odio los buses que cargan esperanzas con la muchacha de al lado, esperanzas como aquellas que se frustran en toda hora y en todas partes, buses que hacen pecar con los absurdos pensamientos, por eso, también detesto esos pensamientos: los míos, los de ella, pensamientos que recorren todo lo que saben vulnerable y no se cansan. Odio mis pasos, con su acostumbrada misión de ir siempre con rumbo fijo, pero maldiciendo tal obligación. Odio a Cali, una ciudad que espera, pero que no le abre las puertas a los desesperados)
Todo era igual a las otras veces. Una fiesta. Algo en lo cual uno trata desesperadamente de cambiar la tediosa rutina, pero nunca puede. Una fiesta igual a todas, con algunos seductores que hacen estragos en las virginidades femeninas… después, por allá… por Yumbo o Jamundí, donde usted quiera. Una fiesta con tres o cuatro muchachas que nos miran con lujuria mal disimulada. Una fiesta con numeritos que están mirando al que acaba de entrar, el tipo que se bajó de un carro último modelo. Una fiesta con uno que otro marica bien camuflado, y lo más chistoso de todo es que la que tiene al lado trata inútilmente de excitarlo con el codo o con la punta de los dedos. Una fiesta con muchachas que nunca se han dejado besar del novio, y que por equivocación son lindas. Y también con F. Upegui que entra pomposamente, viste una chaqueta roja, hace sus poses de ocasión y mira a todos lados para mirar-miradas. Una fiesta con la mamá de la dueña de casa, que admira el baile de su hijita pero la muy estúpida no se imagina si quiera lo que hace su distinguida hija cuando está sola con un muchacho, y le gusta de veras. Una fiesta donde los más hipócritas creen estar con Dios, maldita sea, y lo que están es defecándose por poder amachinar a la novia de su amigo… piensan en Dios y se defecan con toda calma mientras piensas en poder quitársela.
Sí, odio a Cali, una ciudad con unos habitantes que caminan y caminan… y piensan en todo, y no saben si son felices, no pueden asegurarlo. Odio a mi cuerpo y mi alma, dos cosas importantes, rebeldes a los cuidados y normas de la maldita sociedad. Odio mi pelo, un pelo cansado de atenciones estúpidas, un pelo que puede originar las mil y una importancias en las fuentes de soda. Odio la fachada de mi casa, por estar mirando siempre con envidia a la de la casa del frente. Odio a los muchachitos que juegan fútbol en las calles, y que con crueldades y su balón mal inflado tratan de olvidar que tienen que luchar con todas sus fuerzas para defender su inocencia. Sí, odio a los culicagados que cierran los ojos a la angustia de más tarde, la que nunca se cansan de atormentar todo lo que encuentra… para seguir otra vez así: con todo nuevamente, agarrando todo, todo !. Odio a mis vecinos quienes creen encontrar en un cansado saludo mío el futuro de la patria. Odio todo lo que tengo de cielo para mirar, sí, todo lo que alcanzo, porque nunca he podido encontrar en él la parte exacta donde habita Dios.
Conozco un amigo que le da miedo pensar en él, porque sabe que todo lo de él es mentira, que él mismo es una mentira, pero que nunca ha podido –puede- podrá aceptarlo. Sí, es un amigo que trata de ser fiel, pero no puede, no, lo imposibilita su cobardía.
Odio a mis amigos… uno por uno. Unas personas que nunca han tratado de imitar mi angustia. Personas que creen vivir felices, y lo peor de todo es que yo nunca puedo pensar así. Odio a mis amigas, por tener entre ellas tanta mayoría de indiferencia. Las odio cuando acaban de bailar y se burlan de su pareja, las odio cuando tratan de aparentar el sentimiento inverso al que realmente sienten. Las odio cuando no tratan de pensar en estar mañana conmigo, en la misma hora y en la misma cama. Odio a mis amigas, porque su pelo es casi tan artificial como sus pensamientos, las odio porque ninguna sabe bailar go go mejor que yo, o porque todavía no he conocida ninguna de 15 años que valga la pena para algo inmaterial. Las odio porque creen encontrar en mí el tónico ideal para quitar complejos, pero no saben que yo los tengo en cantidades mayores que los de ellas… por montones. Las odio, y por eso no se lo dejo de hacer porque las quiero y aún no he aprendido a amarles.
No sé, pero para mí lo peor de este mundo es el sentimiento de impotencia. Darse cuenta uno de que todo lo que hace no sirve para nada. Estar uno convencido que hace algo importante, mientras hay cosas mucho más importantes por hacer, para darse cuenta que se sigue en el mismo estado, que no se gana nada, que o se avanza terreno, que se estanca, que se patina. Rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr——————rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr———————rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr no poder uno multiplicar talentos, estar uno convencido que está en este mundo haciendo un papel de estúpido, para mirar a Dios todos los días sin hacerle caso.
¿Y qué? ¿Busca algo positivo uno? ¿Lo encuentras? Ah, no. Lo único que hace usted es comer mierda. Vamos hombre, no importa en que forma se encuentra su estómago, piense en su salvación, en su destino, por Dios, en su destino, pero esta bien, eso no importa. ¿Qué no? Vea, convénzase: por más que uno haga maromas en esta vida, por más que se contorsione entre las apariencias y haga volteretas en medio de los ideales, desemboca uno a la misma parte, siempre lo mismo… lo mismo de siempre. Pero eso no importa, no lo tome tan en serio, porque lo más chistoso, lo más triste de todo es que UD. Se puede quedar tranquilamente, s u a v e m e n t e,  d e f e c á n d o s e, p u d r i é n d o s e,  p o c o  a   p o c o,   t ó m e l o   c o n   c a l m a… ¡Calma! ¡Por Dios, tómelo con calma!
Odio la avenida sexta por creer encontrar en ella la bienhechora importancia de la verdadera personalidad. Odio el Club Campestre por ser a la vez un lugar estúpido, artificial e hipócrita. Odio el teatro Calima por estar siempre los sábados lleno de gente conocida. Odio al muchacho contento que pasa al lado que perdió al fin del año cinco materias, pero eso no le importa, porque su amiga se dejó besar en su propia cama. Odio a los maricas por estúpidos en toda la extensión de la palabra. Odio a mis maestros y sus intachables hipocresías. Odio las malditas horas de estudio por conseguir una maldita nota. Odio a todos ellos que se cagan en la juventud todos los días.
¿Es que sabes una cosa? Yo me siento que no pertenezco a este ambiente, a esta falsedad, a esta hipocresía. Y ¿Qué hago? No he nacido en esta clase social, por eso es que te digo que no es fácil salirme de ella. Mi familia está integrada en esta clase social que yo combato, ¿Qué hago? Sí, yo he tragado, he cagado este ambiente durante quince años, y, por Dios, ahora casi no puedo salirme de él. Dices que por qué vivo yo todo angustiado y pesimista? ¿Te parece poco estar toda la vida rodeado de amistades, pero no encontrar siquiera una que se parezca a mí? No sé que voy a poder hacer. Pero a pesar de todo, la gloria está al final del camino, si no importa.
La odio a ella por no haber podido vencer a su propia conciencia y a sus falsas libertades. La odio porque me demostró demasiado rápido que me quería y me deseaba, pero después no supo responder a estas demostraciones. La odio porque no las supo demostrar, pero ese día se fue cargando con ellas para su cama. Yo la quiero muchacha estúpida, ¿no se da cuenta? Pero apartándonos de eso la odio porque me originó un problema el berraco y porque siempre se iban con mis palabras, con mis gestos y mis caricias, con todo… otra vez para su cama. Pero, tal vez, para nosotros exista otra gloria al final del camino, si es que todavía nos queda un camino… quién sabe…
Odio a todas las putas por andar vendiendo añoraciones falsas en todas sus casas y calles. Odio las misas mal oídas… Odio todas las misas. Me odio, por no saber encontrar mi misión verdadera. Por eso me odio… y a ustedes ¿les importa?
Sí, odio todo esto, todo eso, todo. Y la odio porque lucho por conseguirla, unas veces puedo vencer, otras no. Por eso la odio, porque lucho por su compañía. La odio porque odiar es querer y aprender a amar. ¿Me entienden?. La odio, porque no he aprendido a amar y necesito de eso. Por eso odio a todo el mundo, no dejo de odiar a nadie, a nada…
A nada
A nadie
Sin excepción!
Tomado de “Destinitos Fatales”
Andrés Caicedo Estela

1

domingo, 26 de agosto de 2012

Cristina Peri Rossi. Uruguay



"La vida de cada ser humano es muy limitada: nace con un solo sexo, una sola familia, un solo país. No puede elegir la época en que vive, ni el espacio: los emigrantes suelen ser mal recibidos en todas partes. Tampoco elige la clase social, ni la salud, ni su rostro, ni su estatura. Frente a todas estas limitaciones, escribir me pareció, desde pequeña, una superación. Por ejemplo: puedo escribir desde el punto de vista del perro que nunca fui ni seré, o del hombre o de la mujer que no soy. Leer y escribir son, pues, superaciones de las fronteras históricas, de edad, de sexo y de biografía.
Pero la literatura no sirve sólo para conocer lo diferente, para retroceder o avanzar en el tiempo, para escaparse del propio sexo o del espacio. A veces, la literatura es un testimonio de los problemas, los conflictos y los dramas de la realidad"




sábado, 25 de agosto de 2012

Las cuatrocientas espadas del brandy - Rafael Chaparro Madiedo




Me mataste. Eso es lo único que sé. También sé que estoy en el cielo. Por fortuna. Llevaba diez minutos de muerta y me pediste un cigarrillo. Yo busqué en mi cartera y te ofrecí uno de mis mentolados. Lo encendiste y te fuiste al balcón y lo fumaste en silencio mientras los fogonazos silenciosos del cigarro te iluminaban los ángulos del rostro. Afuera llovía. Era una lluvia mezclada con los pasos de los gatos que se deslizaban por los techos buscando un poco de calor. Me mataste en una noche de lluvia. Eso había sido demasiado para ti. Nunca has soportado la lluvia, ni los Stones más allá de las once de la noche. Después de las seis no puedes soportar las películas inglesas, ni los cafés cargados. Eres extraño Spada. Muy extraño. Ese día que me mataste me llamaste desde algún teléfono del parque Giordano Bruno y me dijiste hey baby vamos a ver Naked de Mike Leigh y yo te dije, pobre idiota ilusa, claro baby nos vemos a las seis en la estación de metro Radio City.

Esa tarde vagué sin sentido por la ciudad. Me metí al metro, cubrí varias rutas, fui al barrio árabe a la calle Dranaz por un hash. Luego me fumé el hash en el parquecito mientras miraba el tren elevado. Alguien desde el tren me hizo una seña con la mano y yo le mandé un beso que se diluyó en el aire caliente de la tarde. Fue un maldito beso que explotó en el núcleo del aire, puff!, y desapareció para siempre. Finalmente cogí la ruta del Radio City para cumplirte la cita y cuando entré al metro parecía que la gente se moría poco a poco en las nubes alucinógenas de las cinco de la tarde, esas nubes negras que olían a heroína con orines.

Más tarde nos encontramos en Lourdres. Estabas en el parque. Las palomas grises hacían maniobras confusas en el aire precario de la tarde y el olor de la lluvia me entró a los pulmones y me intoxicó. Caminamos por la trece y el conjunto de las luces, el conjunto de los rostros y de los olores nos marearon lentamente. Las campanas de Lourdes empezaron a sonar en el tejido del aire. En el aire había latidos. Grandes latidos. Latidos. Latidos de un corazón invisible, herido y borracho que bombea tinieblas sobre la lluvia, sobre la noche.

Antes de entrar a cine tomamos un café donde los árabes. Sensación conocida: café cargado, negro, espeso, un cigarrillo. Una conversación banal. Un golpe en el estómago. Mierda. Adrenalina pura. Subordinación. Escalofrío. Un tabaco. Un Marlboro. Otro café. Un beso. Un silencio. Un golpe en la cabeza. Salimos del café, mareados, aturdidos, y el ruido de la ciudad nos abaleó el pecho y las miradas. Me dieron ganas de que te largaras para la mierda, pero dada la casualidad de que íbamos a ver Naked de Mike Leigh y entonces sentí en el corazón cuatrocientos golpes, cuatrocientos golpes de brandy, cuatrocientos golpes de lluvia, cuatrocientos golpes de heroína, cuatrocientos golpes de sangre, de carne, de pólvora, de humo azul, cuatrocientos golpes de tristeza, cuatrocientos golpes de cuatrocientas aves muertas revoloteando en mi pecho.
En el cine, la fauna de siempre. Un par de mamertos. Una pareja de viejos embutidos en sus viejos gabanes, el borracho que siempre encontrábamos en los cines alternativos con su botella de coñac y las chicas universitarias con cara de que no se las habían comido en meses por estar viendo películas para solitarios todas las noches. Salí enamorada de Johnny, el clochard de la película. Yo te dije después que nunca había visto un man que se fumara tanto como ese. Era un man vestido de negro siempre envuelto en una nube de humo, un man como tú y yo, un triste man siempre flotando en las nubes confusas de los días como aviones absurdos, perdidos, a la deriva, un man como tú y yo navegaba en el cielo maligno de los días, esos días llenos de pequeñas lluvias donde se te llenaba la boquita de heroína y saliva negra. Un man bacano, ese Johnny.

Entonces llegamos a tu apartamento. Me metiste tres balazos en el corazón. Once de la noche. Me mataste. Después fumamos, tomamos un café, dos cuerpos extraños sumidos en la conocida confusión del amor después del cine, dos cuerpos desnudos atravesados por cuatrocientas espadas brillantes antes del café, dos cuerpos extraños sumidos en la conocida confusión del amor después del cine, dos cuerpos desnudos llenos de humo, dos cuerpos desnudos atropellados por la alucinación, dos cuerpos desnudos con la sangre llena de perros atroces, dos cuerpos desnudos naufragando en alguna ola de la marea de la noche, dos cuerpos oscuros fulgurando antes de apagarse para siempre el reflejo caliente de la lluvia.
A la media noche salimos y nos dirigimos a la estación del metro y allí me dejaste. Baby. Creíste que nunca más me ibas a volver a ver. Pura mierda. Me subiste al vagón y diste media vuelta. Yo me fui bien muerta. Lo último que me acuerdo eres tú fumando y yo sentada en el vagón mientras éste se deslizaba hacia la oscuridad del túnel.
Es verdad. Me mataste. Y estoy en el cielo, tal como tú querías. En el cielo. Tal como querían mis padres y tú. Muerta, en el cielo.

Ahora he vuelto. Estoy en el balcón. Tú acabas de regresar del cine. Me ves. Te detienes. Te acercas. Me observas en silencio. Fumas un cigarrillo. No has cambiado mucho baby. Abres la ventana. Afuera llueve. Me acaricias la cabeza con suavidad. Me dejo tomar en tus manos y me pones frente a ti. Entonces te clavo el pico en un ojo y la sangre brota lentamente. Mierda. Te saco el otro ojo.

Afuera llueve y las luces de la ciudad son peces suicidas que se destrozan en las aguas sucias y turbulentas de la tiniebla. Estás tirado en la mitad del salón y el viento frío de la noche te cubre. Llevas diez minutos muerto. Yo llevo diez minutos convertida en paloma.

lunes, 2 de julio de 2012

Emile Cioran




"Nos echan a este mundo, y nadie nos ha preguntado si queríamos nacer, nadie nos previene 

de lo que nos espera, ingenuo  pensamiento el que dice que la vida es un don, algo que  

deberíamos agradecer cada día que nos despertamos y cada día que pasamos y seguimos 

aquí... 

Yo pienso (y empiezo a pensar que pienso demasiado) que también puede ser una carga, una 

pesada carga, que día a día algunos de nosotros llevamos encima sin poder quitárnosla, pero 

deseando hacerlo.

Una de las cosas que tengo más claras, es que la sociedad tal como es ahora, no me gusta, 

vivo en ella porque no me queda otro  remedio, y porque al mismo tiempo que la aborrezco, la 

necesito para subsistir. Pero no me gusta, quizás en lugar de ¿avanzar? tanto en el campo de 

la tecnología, de la ciencia, del consumismo,... Deberíamos pararnos en seco y mirar atrás, 

mirar lo que vamos dejando a nuestra espalda, recapacitar y meditar en si realmente estamos 

siguiendo el camino correcto, o por el contrario, estamos destruyéndolo todo a nuestro paso 

como Atilas de pacotilla. 

Mi pesimismo, como le llaman los demás, o lucidez, como le llamo yo, es una pesada carga 

que tampoco pedí llevar. Es difícil vivir así, y casi merezco una medalla por, a pesar de todo 

esto, seguir levantándome cada día, ir al trabajo y colaborar en algo que no deseo que 

siga así, sino aniquilarlo. 

La aniquilación es renovación, porque al final de ella, la vida (esa eterna inmortal) vuelve a 

resurgir... Si tuviese el poder, destruiría al hombre, limpiaría de la tierra su huella y la dejaría 

libre para que la naturaleza recupere lo que siempre ha sido suyo. Y quizá, en un  futuro lejano, 

la evolución haría que un nuevo ser inteligente poblara este planeta. Porque no considero que 

el hombre sea un ser  ni inteligente, creo que es un ser peligroso por su gran (casi ilimitada) 

capacidad de contaminación. Y su carente capacidad de  creación, allí donde toca, la caga. 

Dejando un montón de mierda a su paso." 

viernes, 29 de junio de 2012

Mahatma Gandhi (Fragmento)



"Se puede vivir dos meses sin comida y dos semanas sin agua, pero sólo se puede vivir unos minutos sin aire. La tierra no es una herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos. El amor es la fuerza más grande del universo, y si en el planeta hay un caos medioambiental es también porque falta amor por él. Hay suficiente en el mundo para cubrir las necesidades de todos los hombres, pero no para satisfacer su codicia. "

miércoles, 20 de junio de 2012

Krisnamurti (Fragmento)

Entre la gente impera un error fundamental, que supone la existencia de contestaciones, soluciones o concepciones precisas que bastaría enunciarlas para que se hiciera la luz, y se convierte en intima experiencia de cada uno. Toda respuesta univoca, clara apenas si pasa de la cabeza y solo raras veces llega hasta el corazón. Lo que nos hace falta no es saber la verdad, sino vivirla, experimentarla.

El gran problema no es alcanzar una concepción intelectual, sino dar con el camino de la experiencia intima, acaso inefable e irracional. Nada mas inútil que hablar acerca de lo que, "tenia que ser ", y nada mas importante que hallar el camino que conduce a estos fines lejanos. Porque la mayoría sabe "como tiene que ser", pero ¿quién nos (acompaña) en el camino para llegar?

martes, 19 de junio de 2012

Destinitos fatales (Andres Caicedo) Fragmentos




I
A un hombrecito le gusta el cine y llega y funda un cine club, y lo primero que hace es programar un ciclo larguísimo de películas de vampiros, desde Murnau y Dreyer hasta Fisher y ese film que vio hace poco de Dan Curtis. Al principio hay mucha acogida y todo: el teatro se llena. Pero semana tras semana va bajando la audiencia. Como se sabe, el público cineclubista est compuesto en su mayoría por gente despistada que acude a ver acá "el cine de calidad" que no puede ver en los teatros cuando estos sólo exhiben vaqueros y espías: Imbéciles que abuchean una película de John Ford con John Wayne "porque el ejército de EE.UU. siempre mata muchos indios", que le dicen imbécil a Jerry Lewis. Esa gente cómo le va a coger la onda a los vampiros, no falta por allí uno que insulte al hombrecito del cineclub por estar exhibiendo cosas de éstas, cuando los estudiantes luchan en las calles, gente que únicamente sufría de noche y que siempre duerme bien y al otro día se despiertan y pueden hablar de amor, de papitas, de viajes, de política y cuando llega la noche se ponen a soñar de lo mismo que han hablado durante todo el día. Pues bien, el hombrecito de nuestra historia comenzó a perder grandes cantidades de dinero, porque ya al final no iban más que diez personas a sus películas de vampiros, 9, 8, 7, 6, 5, los últimos 4 sí empezaron a conversar, a contarse recuerdos, pasó el tiempo y uno de ellos se mudó de ciudad, otro amaneció un día muerto, uno se graduó de arquitectura y nunca nadie más lo volvió a ver por estas tierras.
El hecho es que el sábado 25 de septiembre de 1971, el hombrecito encontró, al ir a introducir el último film del ciclo, que no había más que un espectador en la sala, allá detrás, en un rincón, mitad luz y mitad sombra.
El hombrecito iba a comenzar a hablar de la película que amaba tanto, pero el Conde se paró de su butaca y le sonrió, y el hombrecito tuvo que bajar los ojos.


II
Un empleado público se monta a las 2 del día en su bus de todos los días, paga, registra, y para su satisfacción queda un puesto por allá , se dirige al asiento vacío sin ver a nadie conocido, pero para qué conocidos a esta hora y con este calor, así que el empleado público en lo único que piensa es en el almuerzo que su mamá le tiene cuando llegue a casa en la siestesita de 5 minutos, en el sueñito que sueñe, y por pensar en eso ni se ha dado cuenta que este bus en el que se ha montado no para cada 4 cuadras ni para en ninguna parte, y cuando cae en la cuenta el hombrecito lo que hace es apretar las manos que le sudan pero nada más ,o tal vez voltear a mirar a los pasajeros, todos hombres, una mujer en la última banca vestida de negro, todos de piel oscura y por que ser que todos están así de flacos y por que a todos se les ve el hambre en la cara, por que, sobre todo el chofer cuando voltea la cara y lo mira a él. Y da la señal. Entonces el bus para y todos se le van encima, y cuando al hombrecito le arrancan el primer pedazo de mejilla piensa en lo que dirán sus compañeros de oficina cuando salga mañana en el periódico. Pero mañana no va a salir nada en el periódico.


III
Un hombrecito va por allí caminando fresco, cargando un libro de Mr. Edgar Allan Poe que pesa 5 kilos. De pronto un gordo lo ve pasar y se acerca y le pregunta:
- Dígame, ¿no le molesta andar con ese libro tan pesado parriba y pabajo?
El hombrecito, que es muy bondadoso y un poco ingenuo, no se da cuenta que el gordo se quiere burlar de él, y por eso piensa antes de contestar, para darle la respuesta exacta; y ella es:
- Lo que pasa es que desde hace un tiempo para acá me di cuenta que yo vivo mi vida montado en un globo, y el libro de Edgar me sirve de lastre. Lastre para no elevarme tanto, para no ir a parar a una región desconocida, habitada por gente que a lo mejor no me gusta, que no conozco. Además la persona que más supo de globos en el mundo fue mi amigo Edgar. Y el gordo al oír eso se le ríe en la cara. Y el hombrecito comprende ahora y se pone muy triste. Y la tristeza le dura cinco días. Hasta que se encuentra en una película una actriz americana de la que se puede enamorar fácil, y la tristeza se le pasa

domingo, 17 de junio de 2012

Jaime Sabines




Morir es retirarse, hacerse a un lado,
ocultarse un momento, estarse quieto,
pasar al aire de una orilla a nado
y estar en todas partes en secreto.

Morir es olvidar, ser olvidado,
refugiarse desnudo en el discreto
calor de Dios, y en un cerrado
puño, crecer igual que un feto.

Morir es encenderse bocaabajo
hacia el humo y el hueso y la caliza
y hacerse tierra y tierra con trabajo.

 Apagarse es morir, lento y aprisa,
tomar la eternidad como a destajo
y repartir el alma en la ceniza.

¿Qué putas puedo? (Jaime Sabines)


¿Qué putas puedo hacer con mi rodilla, 
con mi pierna tan larga y tan flaca, 
con mis brazos, con mi lengua, 
con mis flacos ojos? 
¿Qué puedo hacer en este remolino 
de imbéciles de buena voluntad? 
¿Qué puedo con inteligentes podridos 
y con dulces niñas que no quieren hombre sino poesía? 
¿Qué puedo entre los poetas uniformados 
por la academia o por el comunismo? 
¿Qué, entre vendedores o políticos 
o pastores de almas? 
¿Qué putas puedo hacer, Tarumba, 
si no soy santo, ni héroe, ni bandido, 
ni adorador del arte, 
ni boticario, 
ni rebelde? 
¿Qué puedo hacer si puedo hacerlo todo 
y no tengo ganas sino de mirar y mirar?

sábado, 16 de junio de 2012


Fragmento: "Angelitos empantanados" Andrés Caicedo

“…Poeta soy, así como soy loco. Lo único que me falta es tocar la guitarra eléctrica.
Luego subimos a su cuarto. Nos encontramos a su mamá en el camino y hasta me saludó bien. Le dije permiso y seguí de la mano de Angelita. Cuando entramos a su cuarto ella anunció que me iba a dar un beso. Entonces yo la miré a los ojos y cuando, al cabo de un tiempo, largo o corto no lo sé, pude encontrar el norte y el caminito en el mar y en el monte de sus ojos, supe lo que tenía que hacer; antes de que ella me diera el beso, era decirle puras palabras bonitas. Y fui y me senté en un rincón de su cuarto, lo más lejos que pudiera de ella, y allí me puse a hacer memoria para juntar las palabras necesarias como para ir empezando, lo que nos enseñaba el profesor Torres en primaria. Y comencé: comencé a decirle Unicornio, salvavidas, pasto seco, valle, mundo, penitencia, me- dicina, tren nocturno, mediodía, Nevada Smith, páramo, tránsito, tierra de desolación, niños que ven al hombre que camina y le gritan caminante, chotacabra, ojos que no ven corazón que no siente, luna, racimo de lunas, rayito de luna, selva dormida, dolores y males sin nombre, reliquia de un mundo olvidado, condición de melancolía, oscuro y clarito, héroes sin gloria, kilómetros de distancia, abandono, voluntad, ciruelo, río Madeleine, Lady Madeleine, siempreviva, máquina del tiempo, papalote, sombra, cría cuervos y te sacarán los ojos, memoria perdida, hacedor de estrellas, capitán sin barco, entierro prematuro, pradera y alborotada y fuga de cadenas, lluvia, destierro, inquilino nuevo, epílogo, Ícaro, globo, destinito, bruja, madrugada, dormidera, comelona, torre de marfil, mosquismo y frescura. Luego todo me fue saliendo facilito y fui haciéndole historias cuando las palabras en sí no contaban ya una historia. Le hablé de paraísos artificiales y lují lujá, del color de su pelo, de dos de mis dedos tocando su pelo, de que me gustaría coger y chuparle el pelo, de la casa de la colina, de familias enteras destruidas por una casa, de la primera vez que Irma la dulce me llevó al campo, al cine, al mundo, me besó en la cara y me quitó sus besos, de la Historia Patria, de una vez que ganó el América y la gente del Deportivo Cali alquiló policía para que echara bala, del Ventanal de la bella Abigail Smith, de la luz que entra a mi casa, del beso que ella me daría cuando yo acabara de contarle todo esto, te creo tan infalible, no me lleves a la ruina, ni que fueras mi alegría. Y cuando me cansé de hablar tanto me quedé allí sentado, vuelto una pincha. 
Entonces fue cuando vine a saber que el exceso de charla también produce angustia…”

PARA LLORAR (Vicente Huidobro)





Es para llorar que buscamos nuestros ojos
Para sostener nuestras lágrimas allá arriba
En sus sobres nutridos de nuestros fantasmas
Es para llorar que apuntamos los fusiles sobre el día
Y sobre nuestra memoria de carne
Es para llorar que apreciamos nuestros huesos y a la muerte sentada junto a la novia
Escondemos nuestra voz de todas las noches
Porque acarreamos la desgracia
Escondemos nuestras miradas bajo las alas de las piedras
Respiramos más suavemente que el cielo en el molino
Tenemos miedo

Nuestro cuerpo cruje en el silencio
Como el esqueleto en el aniversario de su muerte
Es para llorar que buscamos palabras en el corazón
En el fondo del viento que hincha nuestro pecho
En el milagro del viento lleno de nuestras palabras

La muerte está atornillada a la vida
Los astros se alejan en el infinito y los barcos en el mar
Las voces se alejan en el aire vuelto hacia la nada
Los rostros se alejan entre los pinos de la memoria
Y cuando el vacío está vacío bajo el aspecto irreparable
El viento abre los ojos de los ciegos
Es para llorar para llorar

Nadie comprende nuestros signos y gestos de largas raíces
Nadie comprende la paloma encerrada en nuestras palabras
Paloma de nube y de noche
De nube en nube y de noche en noche
Esperamos en la puerta el regreso de un suspiro
Miramos ese hueco en el aire en que se mueven los que aún no han nacido

Ese hueco en que quedaron las miradas de los ciegos estatuarios
Es para poder llorar es para poder llorar
Porque las lagrimas deben llover sobre las mejillas de la tarde

Es para llorar que la vida es tan corta
Es para llorar que la vida es tan larga

El alma salta de nuestro cuerpo
Bebemos en la fuente que hace ver los ojos ausentes
La noche llega con sus corderos y sus selvas intraducibles
La noche llega a paso de montaña
Sobre el piano donde el árbol brota
Con sus mercancías y sus signos amargos
Con sus misterios que quisiera enterrar en el cielo
La ciudad cae en el saco de la noche
Desvestida de gloria y de prodigios
El mar abre y cierra su puerta
Es para llorar para llorar
Porque nuestras lágrimas no deben separarse del buen camino

Es para llorar que buscamos la cuna de la luz
Y la cabellera ardiente de la dicha
Es la noche de la nadadora que sabe transformarse en fantasma
Es para llorar que abandonamos los campos de las simientes
En donde el árbol viejo canta bajo la tempestad como la estatua del mañana

Es para llorar que abrimos la mente a los climas de impaciencia
Y que no apagamos el fuego del cerebro

Es para llorar que la muerte es tan rápida
Es para llorar que la muerte es tan lenta

EL PASO DEL RETORNO (Vicente Huidobro)




A RAQUEL,  Que me dijo
un día: «Cuando tú te
alejas un solo instante,
el tiempo y yo lloramos»

Yo soy ese que salió hace un año de su tierra
Buscando lejanías de vida y muerte
Su propio corazón y el corazón del mundo
Cuando el viento silbaba entrañas
En un crepúsculo gigante y sin recuerdos

Guiado por mi estrella
Con el pecho vacío
Y los ojos clavados en la altura
Salí hacia mi destino

Oh mis buenos amigos
¿Me habéis reconocido?
He vivido una vida que no puede vivirse
Pero tú Poesía no me has abandonado un solo instante

Oh mis amigos aquí estoy
Vosotros sabéis acaso lo que yo era
Pero nadie sabe lo que soy
El viento me hizo viento
La sombra me hizo sombra
El horizonte me hizo horizonte preparado a todo 

La tarde me hizo tarde
Y el alba me hizo alba para cantar de nuevo

Oh poeta esos tremendos ojos
Ese andar de alma de acero y de bondad de mármol
Este es aquel que llegó al final del último camino
Y que vuelve quizás con otro paso
Hago al andar el ruido de la muerte
Y si mis ojos os dicen
Cuánta vida he vivido y cuánta muerte he muerto 
Ellos podrían también deciros
Cuánta vida he muerto y cuánta muerte he vivido

¡Oh mis fantasmas! ¡Oh mis queridos espectros! 
La noche ha dejado noche en mis cabellos
¿En dónde estuve? ¿Por dónde he andado? 
¿Pero era ausencia aquélla o era mayor presencia?

Cuando las piedras oyen mi paso
Sienten una ternura que les ensancha el alma
Se hacen señas furtivas y hablan bajo:
Allí se acerca el buen amigo
El hombre de las distancias
Que viene fatigado de tanta muerte al hombro 
De tanta vida en el pecho
Y busca donde pasar la noche

Heme aquí ante vuestros limpios ojos
Heme aquí vestido de lejanías
Atrás quedaron los negros nubarrones
Los años de tinieblas en el antro olvidado 
Traigo un alma lavada por el fuego
Vosotros me llamáis sin saber a quién llamáis
Traigo un cristal sin sombra un corazón que no decae
La imagen de la nada y un rostro que sonríe
Traigo un amor muy parecido al universo
La Poesía me despejó el camino 
Ya no hay banalidades en mi vida
¿Quién guió mis pasos de modo tan certero?

Mis ojos dicen a aquellos que cayeron
Disparad contra mí vuestros dardos
Vengad en mí vuestras angustias
Vengad en mí vuestros fracasos
Yo soy invulnerable
He tomado mi sitio en el cielo como el silencio

Los siglos de la tierra me caen en los brazos 
Yo soy amigos el viajero sin fin
Las alas de la enorme aventura
Batían entre inviernos y veranos
Mirad cómo suben estrellas en mi alma
Desde que he expulsado las serpientes del tiempo oscurecido

¿Cómo podremos entendernos?
Heme aquí de regreso de donde no se vuelve
Compasión de las olas y piedad de los astros
¡Cuánto tiempo perdido! Este es el hombre de las lejanías
El que daba vuelta las páginas de los muertos
Sin tiempo sin espacio sin corazón sin sangre
El que andaba de un lado para otro
Desesperado y solo en las tinieblas 
Solo en el vacío
Como un perro que ladra hacia el fondo de un abismo

¡Oh vosotros! ¡Oh mis buenos amigos! 
Los que habéis tocado mis manos 
¿Qué habéis tocado?
Y vosotros que habéis escuchado mi voz 
¿Qué habéis escuchado?
Y los que habéis contemplado mis ojos 
¿Qué habéis contemplado?

Lo he perdido todo y todo lo he ganado 
Y ni siquiera pido
La parte de la vida que me corresponde
Ni montañas de fuego ni mares cultivados
Es tanto más lo que he ganado que lo que he perdido 
Así es el viaje al fin del mundo
Y ésta es la corona de sangre de la gran experiencia
La corona regalo de mi estrella 
¿En dónde estuve en dónde estoy?

Los árboles lloran un pájaro canta inconsolable 
Decid ¿quién es el muerto?
El viento me solloza
¡Qué inquietudes me has dado!
Algunas flores exclaman
¿Estás vivo aún?
¿Quién es el muerto entonces?
Las aguas gimen tristemente
¿Quién ha muerto en estas tierras?
Ahora sé lo que soy y lo que era
Conozco la distancia que va del hombre a la verdad
Conozco la palabra que aman los muertos
Este es el que ha llorado el mundo el que ha llorado resplandores

Las lágrimas se hinchan se dilatan
Y empiezan a girar sobre su eje.
Heme aquí ante vosotros
Cómo podremos entendernos Cómo saber lo que decimos
Hay tantos muertos que me llaman
Allí donde la tierra pierde su ruido
Allí donde me esperan mis queridos fantasmas
Mis queridos espectros
Miradme os amo tanto pero soy extranjero
¿Quién salió de su tierra
Sin saber el hondor de su aventura?
Al desplegar las alas
Él mismo no sabía qué vuelo era su vuelo

Vuestro tiempo y vuestro espacio
No son mi espacio ni mí tiempo
¿Quién es el extranjero? ¿Reconocéis su andar?
Es el que vuelve con un sabor de eternidad en la garganta
Con un olor de olvido en los cabellos
Con un sonar de venas misteriosas
Es este que está llorando el universo
Que sobrepasó la muerte y el rumor de la selva secreta
Soy impalpable ahora como ciertas semillas
Que el viento mismo que las lleva no las siente
Oh Poesía nuestro reino empieza

Este es aquel que durmió muchas veces
Allí donde hay que estar alerta
Donde las rocas prohíben la palabra
Allí donde se confunde la muerte con el canto del mar
Ahora vengo a saber que fui a buscar las llaves
He aquí las llaves
¿Quién las había perdido?
¿Cuánto tiempo ha que se perdieron?
Nadie encontró las llaves perdidas en el tiempo y en las brumas 
¡Cuántos siglos perdidas!

Al fondo de las tumbas
Al fondo de los mares
Al fondo del murmullo de los vientos
Al fondo del silencio
He aquí los signos
¡Cuánto tiempo olvidados!
Pero entonces amigo ¿qué vas a decirnos?
¿Quién ha de comprenderte? ¿De dónde vienes?
¿En dónde estabas? ¿En qué alturas en qué profundidades?
Andaba por la Historia del brazo con la muerte

Oh hermano, nada voy a decirte
Cuando hayas tocado lo que nadie puede tocar 
Más que el árbol te gustará callar.

Lisa: Roberto Bolaño






Cuando Lisa me dijo que había hecho el amor
con otro, en la vida cabina telefónica de aquel 
almacén de la Tepeyac, creí que el mundo
se acababa para mí. Un tipo alto y flaco y
con el pelo largo y una verga larga que no esperó 
más de una cita para penetrarla hasta el fondo.

No es algo serio, dijo ella, pero es
la mejor manera de sacarte de mi vida.
Parménides García Saldaña tenía el pelo largo y hubiera
podido ser el amante de Lisa, pero algunos
años después supe que había muerto en una clínica 
psiquiátrica
o que se había suicidado. Lisa ya no quería
Acostarse más con perdedores. A veces sueño 
con ella y la veo feliz y fría en un México
diseñado por Lovecraft. Escuchamos música
(Canned Heat, uno de los grupos preferidos
de Parménides García Saldaña) y luego hicimos
el amor tres veces. La primera se vino dentro de mí,
la segunda se vino en mi boca y la tercera, apenas un hilo
de agua, un corto hilo de pescar, entre mis pechos. Y todo
en dos horas, dijo Lisa. Las dos peores horas de mi vida,
dije desde el otro lado del teléfono.