Tú, con tus largas y vacías ubres
Y tu calma,
Tu ropa blanca manchada y tus
Fláccidos brazos.
Con dedos saciados arrastrándose
En tus palmas.
Tus rodillas muy separadas como
Pesadas esferas;
Con discos sobre tus ojos como
Cáscaras de lágrimas,
Y grandes lívidos aros de oro
Atrapados en tus orejas.
Tu pelo teñido cardado a mano
Alrededor de tu cabeza.
Labios, mucho tiempo alargados por sabias palabras
Nunca dichas.
Y en tu vivir todas las muecas
De los muertos.
Te vemos sentada al sol
Dormida;
Con los más dulces dones que tenías
Y no has conservado,
Nos afligimos de que los altares de
Tu vicio reposen profundos.
Tú, el polvo del ocaso de
Un amanecer húmedo de fuego;
Tú la gran madre de
La cría ilícita;
Mientras las otras se encogen en virtud
Tú has dado a luz.
Te veremos mirando al sol
Unos cuantos años más;
Con discos sobre tus ojos como
Cáscaras de lágrimas;
Y grandes lívidos aros de oro
Atrapados en tus orejas.
(DE El libro de las mujeres repulsivas, 1915)
Y tu calma,
Tu ropa blanca manchada y tus
Fláccidos brazos.
Con dedos saciados arrastrándose
En tus palmas.
Tus rodillas muy separadas como
Pesadas esferas;
Con discos sobre tus ojos como
Cáscaras de lágrimas,
Y grandes lívidos aros de oro
Atrapados en tus orejas.
Tu pelo teñido cardado a mano
Alrededor de tu cabeza.
Labios, mucho tiempo alargados por sabias palabras
Nunca dichas.
Y en tu vivir todas las muecas
De los muertos.
Te vemos sentada al sol
Dormida;
Con los más dulces dones que tenías
Y no has conservado,
Nos afligimos de que los altares de
Tu vicio reposen profundos.
Tú, el polvo del ocaso de
Un amanecer húmedo de fuego;
Tú la gran madre de
La cría ilícita;
Mientras las otras se encogen en virtud
Tú has dado a luz.
Te veremos mirando al sol
Unos cuantos años más;
Con discos sobre tus ojos como
Cáscaras de lágrimas;
Y grandes lívidos aros de oro
Atrapados en tus orejas.
(DE El libro de las mujeres repulsivas, 1915)
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