No soy tan poco inteligente
como para ansiar
No vivir,
no ser.
No puedo elegir otro que el más escarpado
De los senderos,
para dejarme llevar
Por el camino de las estaciones,
Y fortalecer el poder de los años;
La simiente sembrar y observar su germinación
En el centro de la tierra;
Alimentar a las flores con el empuje
Con que luego podrá resguardar su existencia,
Y después desenterrarla,
en el momento de empezar
La Tormenta a reír en la selva,
Y a extraer a los seres humanos de la tiniebla
Enigmática;
mas permite que conserven las raíces su
Apego a la Tierra;
Fomentar y sembrar, en él mismo,
la sed de la existencia,
Y transformar a la muerte en el copero,
Brindarle el amor que tiene
su origen en el dolor,
Amor que se sublima en la añoranza,
Que se multiplica en el Anhelo,
Y que se esfuma en el abrazo primero,
Para ceñir su noche
Con las divinas ensoñaciones de los días
Y en ellos verter
Las revelaciones de las noches sagradas,
Y después lograr que sus noches y días
No se metamorfoseen nunca;
Para lograr de su inventiva,
Un águila vigilante en las cumbres;
Y de sus razonamientos
Tormentas de océanos;
Y después darle una mano lenta
Para los juicios y para los deberes morales,
Y un pie pesado en sus cavilaciones;
Para brindarle felicidad para cantar su melopea
Ante nosotros,
Y tristeza para obligarlo
a acudir a nuestro socorro
Y después humillarlo en su orgullo,
En el momento que la Tierra, de hambre,
Grite pidiendo pan;
Para subir su espíritu por sobre el cielo mismo,
Para hacerlo saborear nuestro mañana
Y permitir que su cuerpo se revuelque en el cieno
Y no pueda olvidar,
de esa manera, su ayer.
En esa forma conviene a nuestra Majestad
Gobernar al ser humano
Hasta el fin de los Tiempos,
Regulando su hálito,
Que comienza con el grito de su madre,
Y culmina con el llanto De sus hijos
como para ansiar
No vivir,
no ser.
No puedo elegir otro que el más escarpado
De los senderos,
para dejarme llevar
Por el camino de las estaciones,
Y fortalecer el poder de los años;
La simiente sembrar y observar su germinación
En el centro de la tierra;
Alimentar a las flores con el empuje
Con que luego podrá resguardar su existencia,
Y después desenterrarla,
en el momento de empezar
La Tormenta a reír en la selva,
Y a extraer a los seres humanos de la tiniebla
Enigmática;
mas permite que conserven las raíces su
Apego a la Tierra;
Fomentar y sembrar, en él mismo,
la sed de la existencia,
Y transformar a la muerte en el copero,
Brindarle el amor que tiene
su origen en el dolor,
Amor que se sublima en la añoranza,
Que se multiplica en el Anhelo,
Y que se esfuma en el abrazo primero,
Para ceñir su noche
Con las divinas ensoñaciones de los días
Y en ellos verter
Las revelaciones de las noches sagradas,
Y después lograr que sus noches y días
No se metamorfoseen nunca;
Para lograr de su inventiva,
Un águila vigilante en las cumbres;
Y de sus razonamientos
Tormentas de océanos;
Y después darle una mano lenta
Para los juicios y para los deberes morales,
Y un pie pesado en sus cavilaciones;
Para brindarle felicidad para cantar su melopea
Ante nosotros,
Y tristeza para obligarlo
a acudir a nuestro socorro
Y después humillarlo en su orgullo,
En el momento que la Tierra, de hambre,
Grite pidiendo pan;
Para subir su espíritu por sobre el cielo mismo,
Para hacerlo saborear nuestro mañana
Y permitir que su cuerpo se revuelque en el cieno
Y no pueda olvidar,
de esa manera, su ayer.
En esa forma conviene a nuestra Majestad
Gobernar al ser humano
Hasta el fin de los Tiempos,
Regulando su hálito,
Que comienza con el grito de su madre,
Y culmina con el llanto De sus hijos
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