¡Queridísima!
Gracias por tu carta. Si solamente pudiera decirte cómo soy feliz contigo, acompañándote mientras tu vida y mundo se abren de nuevo. Puedo ver apenas cuánto has entendido y cómo todo es providencial.
Nadie aprecia jamás la experimentación consigo mismo, por esa circunstancia, todos los compromisos, técnicas, moralización, escapismo y cerrazón puede inhibir y torcer la providencia de Ser.
Esta distorsión gira en torno a cómo, a pesar de todos nuestros sustitutos para la “fe”, no tenemos ninguna fe genuina en la existencia en sí misma, y no entendemos cómo sostener cosa como esa por nosotros mismos.
Esta fe en la providencia no excusa nada, y no es un escape que me permitirá terminar conmigo de una manera fácil. Solamente esa fe –que como fe en el otro es amor- puede realmente aceptar al “otro” totalmente.
Cuando vi que mi alegría en ti es grande y en crecimiento, eso significó que también tengo fe en todo lo que sea tu historia.
No estoy erigiendo un ideal, aún menos estaría tentado jamás a educarte, o a cualquier cosa que se asemeje a eso.
Por suerte, a ti, como eres y seguirás siendo con tu historia, así es como te quiero. Sólo así es el amor fuerte para el futuro y no sólo el placer efímero de un momento. Sólo entonces es el potencial del “otro” también movido y consolidado por las crisis y las luchas que siempre se presentan.
Pero tal fe también se guarda de emplear mal la confianza del “otro” en el amor. Amor que pueda ser feliz en el futuro ha echado raíz. El efecto de la mujer y su ser es mucho más cercano a los orígenes para nosotros los hombres, menos transparentes, por lo tanto, providencial pero más fundamental.
Tenemos un efecto solamente en cuanto somos capaces de dar. Si el “regalo” es aceptado siempre inmediatamente o en su totalidad, es una cuestión de poca importancia. Y nosotros, cuanto mucho, sólo tenemos el derecho de existir si somos capaces de que nos importe.
Nosotros podemos dar solamente lo que pedimos de nosotros mismos. Y es la profundidad con la cual yo mismo puedo buscar mi propio Ser, que determina la naturaleza de mi ser hacia otros.
Y ese amor es la herencia gratificante de la existencia, que puede ser. Y así es que la nueva paz se desprende de tu rostro, el reflejo no de una felicidad que flota libremente, pero sí de la resolución y la bondad en las cuales tú eres enteramente tú.
Tu Martin
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